Parecía tan fácil. Presentarse en aquella oficina, sonreír, asentir cada tantos segundos, volver a sonreír, y aceptar las condiciones. Así nada más. El trabajo sería suyo. En tiempos difíciles como esos, casi no se hacían de rogar. Su padre estaba en el frente como el resto de sus vecinos, y ella era la única capaz de mantener la compostura en la interminable espera de noticias sobre él. Compostura suficiente para dejar sus estudios de lado, vestirse como una adulta y llevar comida a casa.

Estaban solas, ella y su madre. Se hicieron compañía durante las vacaciones de verano, pero le dolió abandonarla en invierno, donde no sólo el frío circundante la rodearía. Existió una oposición inicial. Su madre estaba convencida que dejar los estudios no sería la auténtica solución. Ni económica ni a su soledad. Pero luego de meses sin recibir noticias de su esposo, y ante la insistencia de su hija, le dio el sí a regañadientes.

-No quería que te postergaras por mí… -le dijo, mientras la miraba por encima de la mesa, una mañana durante el desayuno-. Luego me reprocharás el haber terminado tu infancia, así de golpe.

-La niñez se acabó para mí cuando papá se calzó las botas militares y salió por esa puerta –respondió ella, mirando en la dirección señalada. Hubo una breve imagen cruzando por sus ojos, esas botas oscuras sobre el pantalón azul marino, moviéndose y atravesando el umbral. Después de ello volvió a enfocarse en su madre-. No te voy a dejar sola, y el trabajo nos vendrá bien. Tendremos más alimento todos los días y quizás noticias frescas de papá.

-Las cosas no están fáciles en este país, Hermione –apuntó la mujer, mientras revolvía el té en su taza con total calma-. Tendrás que moverte en un mundo que antes fue ocupado por hombres; no te mirarán como una igual.

-Tengo ventaja de mi parte, mamá. Padre fue bastante útil e importante en esa oficina, me conocen desde niña.

Davis & Co. era una pequeña oficina de correo de corte privado en Londres. Se estaba convirtiendo en seria competencia para el correo oficial del Reino Unido, hasta que sus dueños dejaran el negocio en manos de una familia judía poco antes de iniciarse el conflicto en Europa. Ahora pasaban por un año turbulento, sus acciones habían bajado y el salario mínimo que podían pagar a sus trabajadores era casi risible. Pero no había de otra, tenía que conseguir algo de dinero para mantener a su madre tranquila, costearle sus medicinas, pagar la hipoteca de la casa y alimentarse.

Había una fila corta en la entrada: todos ellos llevaban cartas o paquetes en sus manos. Hermione tuvo que sortearlos rápidamente para acercarse al mesón donde una chica rubia escribía datos irreconocibles. A pesar que había asumido que todo sería fácil, le fue inevitable sentir un nudo en el estómago, al mismo tiempo que le sudaran las manos.

-Buenos días… mi nombre es Hermio…

-¿Viene a solicitar empleo? –le cortó la chica, casi sin mirarla-. La puerta del fondo… allá tiene que dirigirse.

Corta y precisa. Seguramente todos debían ser así en aquel empleo, no más preámbulos, servicio express. O ella no estaba de humor ese día. Confundida, tomó el camino de la izquierda hasta toparse con la puerta señalada: William A. Weasley, asistente administrativo. Una juvenil pero no menos fuerte voz masculina le invitó a pasar después que Hermione tocara la puerta. En el interior un pelirrojo la miró escuetamente y de la misma forma le preguntó el por qué de su visita.

-Vengo a solicitar empleo, señor… Weasley –dijo Hermione, tratando de no parecer impertinente-. Mi padre trabajó aquí hace algunos años y me preguntaba…

-Su padre. ¿Cuál es su nombre? –le interrumpió William. Sí, parecía regla general el ser rápido y conciso.

-Louis Granger, señor.

-Oh, eres hija de Louis, ¿cómo está él? No hemos tenido noticias suyas desde hace mucho.

-Nosotras tampoco, señor.- En su voz se leía claramente la nostalgia que ello le significaba-. Está en el frente.

-Ya veo –dijo William cambiando un poco el tono de voz ante la respuesta-. Ojalá esté bien. Por cierto, no me llames señor, hace que parezca mayor de lo que realmente soy.

Sonrió. Ella también, aunque tímidamente. Tenía encanto y afloraban muestras de él con cada gesto. Se puso de pie, dejando que Hermione notara la longitud de su cuerpo y su paso seguro. Lo vio moverse hasta la pared y sacar unas hojas que estaban sobre el mesón pegado a ella. Se las dio entonces. Eran formularios de aplicación para nuevos empleados.

-Tu padre mencionó alguna vez tu nombre, pero no lo recuerdo ahora…

-Hermione… Hermione Granger.

-Hermione, claro –asintió William, y continuó-. Cuéntame, Hermione, ¿qué puesto deseas solicitar? ¿Tienes alguna profesión, estudios en algo, sabes mecanografiar?

-Mis estudios alcanzaron hasta la secundaria. Mi padre me enseñó a mecanografiar y mis calificaciones, creo yo, son lo bastante buenas para cualquier oficio -respondió Hermione, mostrándole una hoja resumen de la Middleton, la escuela donde había concurrido hasta hace poco. Allí había aprendido humanidades, algo de administración doméstica, álgebra, geometría, arte y disciplinas corporales. Estaba orgullosa de sus estudios de ballet que hubiera continuado hasta la mediana edad de no ser porque la situación actual la llevara a abandonar el colegio.

-Hay una vacante disponible para asistente del director financiero, pero necesitas al menos un bachiller en finanzas -dijo, mientras jugueteaba con un lápiz tinta en su cara, haciendo cuentas-. Lo otro es ser archivista en correos internacionales, y creo que quedaba un puesto entre la gente de la limpieza.

-¿Qué hay de la segunda opción? -preguntó Hermione-. ¿Exige algún requisito extra?

Ser archivista internacional le supondría, según su parecer, mayor información acerca del ejército, de las tropas inglesas y sobre todo, de su padre en el frente.

-Por ahora nada, salvo que el supervisor exija algo más... -respondió William, sonriendo. Hermione no podía evitarlo, cada vez que él sonreía, ella se contagiaba con la misma felicidad vana. Casi como un clic-. Entonces, ¿quieres ser archivista? Bien, pondré tus documentos a disposición del supervisor. Ven a visitarlo mañana, apenas den las nueve. No seas impuntual, no le gusta que...

La puerta se abrió de golpe, sobresaltando a Hermione y a William por igual. Por ella entró otro pelirrojo, casi tan alto como William pero más fornido, más ancho de espaldas, vistiendo un suéter de punto, pantalones anchos y una gorra de tela escocesa que hacía juego con su pelo. Ni siquiera la miró. Se dirigió exclusivamente al otro chico, plantó sus brazos en la mesa, bruscamente y lo miró casi con furia.

-¿Tú no te das cuenta que estoy trabajando, Ronald?

-Vuelve a meterte en mis cosas, Bill y tu rostro de niño bonito desaparecerá de la faz de la tierra, ¿me escuchaste? -dijo Ronald, apretando los puños sobre la mesa.

-¿De qué hablas?

-No es momento para olvidar lo que acabas de hacer, ¿sabes cuánto tiempo me tomó hacer ese negocio?

-Ah, eso... no era un buen negocio -respondió William, como si nada-. Y por favor, si me permites...

Señaló a Hermione, que se había quedado totalmente muda ante la irrupción de Ronald. Descubrió un gesto de sorpresa e incomodidad al sentirse observada, pero más que nada al notar cierta molestia en el rostro del joven. Era ella la que importunaba al parecer, no él. Se quedó pendiente de sus ojos azules y las pecas en sus mejillas, esparcidas hasta su boca, una delgada línea fruncida para ese entonces. Ronald pestañeó una vez, le hizo un gesto a su hermano y se largó por donde había llegado, dando un portazo.

-Tendrás que disculpar a mi hermano. A veces es insoportable.

Hermione asintió. Aceptó luego todo lo que William le explicó, guardó los documentos en su bolso, y se despidió del chico, como si nada hubiera pasado. No obstante no logró comprender el nudo en su estómago al momento de recordar a Ronald. Sus ojos, su expresión. Era casi como si la hubiera asaltado y sin embargo, le gustaba ese tipo de asalto. Estaba nerviosa y no sabía por qué. Él ya no estaba frente a ella, no había nada qué temer.

Al salir, en medio del tráfico apareció un coche oscuro con puertas en color madera. Se estacionó frente al edificio y Hermione vio cómo Ronald, esta vez salido de la nada, se acercaba al coche y les señalaba una dirección. Los dos tipos que iban en él asintieron, tomando la dirección en que venían, hacia adelante. Ronald volvió al sitio de donde había salido, un callejón entre el edificio y el contiguo, sacó un cigarrillo del bolsillo en el pantalón, lo encendió y volteó en dirección contraria.

Al final de una larga toma de decisiones mental, Hermione enfiló hacia su casa caminando hacia Ronald. Tendría que pasar frente a él una vez más, por lo que trató de pasar lo más desapercibida de lo que su traje azul le permitía. Fue obvio que la notó. Le hizo una seña con la cabeza que ella respondió con una tímida sonrisa y se alejó presurosa. Oyó entonces el chirriar de unas ruedas en la acera y pasos a toda prisa tras ella. Al voltear vio que del nuevo automóvil salía una pareja de policías que intentaban capturar a Ronald. Él se resistió desde el principio, corrió hacia Hermione y en un movimiento fortuito, la abrazó por algunos segundos.

-No es lo que imaginas... -dijo junto a su oído. Sonrió frente a ella, quien no lograba comprender lo sucedido en esos instantes, y le estampó un húmedo beso en los labios.

Fue rápido, casi una burla, pero logró que Hermione entrara en shock por minutos. Ronald se alejó de ella, trató de arrancar de los policías, pero ellos fueron mucho más rápidos para correr. Lo detuvieron dos cuadras más allá, intentando colarse en una cafetería. Para ese entonces, Hermione se preguntaba qué pasaba por su mente, qué clase de negocio tendría armado para que los policías le buscaran y lo tomaran detenido. Metió sus manos en los bolsillos de la chaqueta y descubrió algo que no estaba ahí esa mañana.

Una carta. Firmada por la reina.