Hola a todos! Pues aquí traemos una historia nueva que va dedicada a mi hermana-mejor amiga-cuñada y socia de esta cuenta, te adoro sister y este es un pequeño obsequio para agradecer todos los años que hemos pasado juntas y celebrar el nuevo que comienza.
Espero todas las disfruten, nada nos pertenece, la historia es de Ruth M. Lerga y los personajes de Stephenie Meyer.
Uno
Londres, finales de marzo de 1823
Rosalie era consciente de que su comportamiento de ese día solo podía tildarse de grosero. Pero la culpa no era suya, reflexionaba, sino del maldito vizconde de Sunder, que sacaba lo peor de sí misma. Cuando el mencionado vizconde no estaba presente, ella se conducía con la elegancia debida. Pero en cuanto el caballero en cuestión aparecía, la actitud de ella se volvía beligerante.
Se incorporó en la cama, a sabiendas de que esa noche le costaría dormir, como cada vez que coincidía con él. Y, dadas las circunstancias, eso se estaba convirtiendo en algo cada vez más frecuente. Deslizó sus esbeltas piernas hasta el enorme armario situado en un lateral de la habitación y sacó del fondo una licorera con whisky y un vaso. Si su madre, lady Sulpicia Whitlock Hale, la duquesa viuda de Stanfort, supiera que tenía una pequeña provisión de aquel líquido ambarino oculta en su alcoba, la despellejaría viva. Su progenitora era muy estricta en lo que a protocolo se refería, y el whisky no constaba entre las bebidas que podían tomar las damas de bien. Ni su comportamiento de ese día había sido tampoco el que la etiqueta exigía, ya que estaba.
Se sirvió una pequeña cantidad y volvió a guardar la botella tras las cajas de los sombreros, diligentemente escondida. Regresó a la mullida cama, se acomodó bien y dio un pequeño sorbo. El licor le quemó la garganta, pero su calor la relajó casi al instante.
Esa mañana había sido bautizado Alexander, el heredero de su hermano Jasper, el duque de Stanfort, y de Alice, su cuñada y amiga. Rosalie era la orgullosa madrina, y había estado al lado de los felices padres en la pila bautismal de la catedral de Saint Paul, donde habían recibido bautismo todos los Whitlock Hale nacidos después de 1710, año en que se inauguró el templo. Justo al otro lado de la pequeña comitiva, acompañando a su hermana Alice, se había situado el padrino, lord Emmett Cullen McCarty.
Incluso el rey, Jorge IV, se había percatado de su actitud durante la ceremonia. Y si Prinny se había dado cuenta de la tensión que fluía entre los padrinos del nuevo marqués de Wilerbrough, toda la nobleza allí congregada se habría dado cuenta también. Y probablemente ambos serían objeto de comentarios malintencionados. Ese parecía ser el deporte nacional, la especulación. Rosalie gozaba con un pequeño cotilleo, como cualquier otro ser humano, pero detestaba las invenciones malintencionadas, que parecían proliferar en los salones de la nobleza en los últimos años. Herían gratuitamente.
Volvió al presente. No debería ser tan impulsiva, pero es que... sí, ya lo había dicho, pero era cierto: Emmett sacaba lo peor de ella. Aunque, pensó tristemente, no siempre había sido así.
Sacudió la cabeza, alejando de su mente cualquier recuerdo de tiempos mejores con él. Volvió a colocarse un rizo rebelde tras la delicada oreja, y tomó otro sorbo.
Dado que el matrimonio de los duques se celebró en la intimidad y por sorpresa, todo el que se consideraba alguien en Inglaterra había acudido presto a la invitación para ver cristianar a su primer vástago, que la casa ducal había extendido a la práctica totalidad de la gente de alcurnia del país. No haber ido a la boda era tolerable, no acudir al bautizo hubiera sido imperdonable. Así, a pesar de que en marzo todavía no había arrancado la temporada, la práctica totalidad de la nobleza se había trasladado ya a la capital. Y era pues la práctica totalidad de la nobleza quien, por tanto, la había visto comportarse con la peor grosería.
Eso la devolvía de nuevo al principio: no debería haberse comportado así.
Ni su hermano Jasper, ni Alice, le habían reprochado nada más tarde, durante el copioso banquete que habían ofrecido en su residencia en Park Lane. Ellos conocían la desafortunada historia de sus respectivos hermanos, y se sentían en parte culpables. Pero ella había abusado de su comprensión. Debería haber sido más discreta. Maldita fuera su impulsividad.
Su madre, en cambio, siempre pensando en el qué dirán, se había pasado todo el camino hasta su nueva casa, en Grosvenor Square, donde se habían trasladado ambas tras el matrimonio de Jasper para dejar espacio a los nuevos duques, reprochándole su falta de acuerdo con lord Emmett, y su tendencia a airear en público su poca comunión con él. Si su madre supiera... si su madre supiera algo de aquella historia le habría dado una apoplejía. Y si supiera todo lo que ocurrió la temporada anterior entre sus hijos y los hijos de lord Carlisle, el conde de Westin, se habría querido morir directamente.
No pudo evitar que su mente volviera a los besos que Emmett y ella habían compartido. Él la había hecho sentir diferente, respetada, maravillosa... mujer. Con Emmett Cullen, Rosalie se había sentido mujer, como con ningún otro caballero se había sentido.
Cuando supo que Emmett la había estado cortejando para vengarse de Jasper, porque este tenía una aventura con la hermana del vizconde, Alice, Rosalie se sintió humillada. No podía creer que toda la magia, todas las indescriptibles sensaciones que había vivido con él, hubieran sido una mentira. Saber que para él no habían significado nada aquellas dos semanas, en las que ella había experimentado tantas emociones nuevas e increíbles, la desgarró.
De nuevo la embargó la vergüenza de saberse engañada. Todos habían sido conscientes de lo que ocurría, Jasper, Alice y Emmett. Solo ella había estado en la más absoluta ignorancia. Su hermano había tratado de advertirle, pero ella, orgullosa, se había negado a escucharle.
Había sido una estúpida, ahora se daba cuenta. Afortunadamente no se había enamorado de él. En caso contrario el golpe hubiera sido brutal, sencillamente insoportable. Sin embargo, en su fuero interno debía reconocer que le había faltado poco para desfallecer de amor. Muy poco.
Y desde luego, si en esa relación debía reconocer que era cierto que ella no había puesto amor, sí había apostado muchas de sus esperanzas. Emmett había definido por primera vez el tipo de hombre que ella deseaba. Hasta ese momento la idea de un marido había sido abstracta, pero con el vizconde de Sunder se había convertido en una posibilidad real. Un hombre inteligente, poderoso, con título y riqueza, responsable de los suyos y que la viera como algo más que una debutante cabeza hueca. Todo ello se había convertido en imprescindible para casarse. Y todo se había desmoronado ante ella como un castillo de naipes por su dichosa costumbre de escuchar cuando no debía. No, se corrigió, se había destruido porque él había sido un mentiroso, un tramposo, y había jugado con ella.
Bien era cierto que Emmett había tratado de disculparse, al menos al principio, pero ella se había negado a recibirle o escucharle en las ocasiones en las que habían coincidido. Y él había dejado de intentarlo cuando vio que ella no pensaba desistir en su enojo. Su maltrecho orgullo no dejaba de susurrarle que él había renunciado a buscar el perdón de ella demasiado pronto. Y antes de que acabara la temporada, ya ni siquiera habían coincidido. Había sabido que él estaba en la ciudad por los comentarios de sus amistades, pues todas las mujeres de edades comprendidas entre los diecisiete y los cien años andaban medio prendadas de él, más ahora que el otro soltero de oro, el duque de Stanfort, se había casado, y por amor nada menos. Le resultaba irritante ver a todas las muchachas abanicarse con fuerza cuando él entraba en cualquier estancia. Muchas la miraban a ella con curiosidad, pues nadie sabía por qué Sunder había abandonado el cortejo de Rosalie Whitlock Hale tan repentinamente como lo iniciara. Por acuerdo tácito, ninguno de los dos había querido hacer confidencias al respecto.
Cuando finalizó la temporada, las dos familias se trasladaron a sus respectivas fincas familiares. Pero como se daba el caso que ambas estaban a apenas quince minutos a caballo la una de la otra, había sabido de él casi a diario, bien a través de su hermano y Alice, bien por comentarios del servicio. Por tanto, aunque no le había visto hasta el nacimiento de su ahijado, casi cinco meses atrás, había estado informada en todo momento de qué hacía y con quién. Así era muy difícil superar lo ocurrido y seguir adelante.
Y por eso hoy se había comportado así de mal.
Volvió a coger el vaso de la mesita de noche, y dio otro traguito. Se había pasado toda la ceremonia fulminándolo con la mirada, como ya hiciera cada vez que coincidían en casa de los duques, yendo a ver al bebé. Ambos visitaban a sus hermanos y al pequeño a menudo, por lo que cada vez se veían con más frecuencia. Estaba claro que Emmett adoraba a ese niño. Era increíble que un hombre soltero mirara así a una criaturita, por adorable que fuera. A ella nunca la había mirado así.
Diablos, ya había vuelto al tema. Que no, que no. De ninguna manera Rosalie quería que el vizconde la mirara con adoración. Ella no deseaba que la mirara en absoluto, de hecho. Como riéndose de ella, su estómago se encogió de deseo al pensar en que él le pudiera dedicar una mirada de idolatría.
El deseo era otra de las cosas que añadir a la lista de lo que había aprendido del vizconde, además de la humillación, la falsedad y la rabia.
Pero la pasión había sido real. Estaba segura de que mientras la había besado, él no había estado interpretando nada. Había podido sentirlo. Y no solo por la evidencia de su deseo, que había apreciado contra ella envuelta en un tórrido abrazo, sino porque así se lo decía su instinto. Una mujer podía notar eso, había reconocido. Y Emmett la había deseado a ella, quisiera o no.
Aunque el problema no era lo que él hubiera sentido, si no lo que le había hecho sentir a ella. Había sido besada con anterioridad en alguna ocasión, pero nunca había sentido ese apremio de... de no sabía exactamente qué, pero seguro que era la razón por la que la gente era sorprendida en flagrante delito todos los años en el jardín de los Tremaine. Ahora Rosalie estaba intrigada. E incluso ella tenía que reconocer que su curiosidad no solía ser buena consejera, pues la había metido en líos en más de una ocasión.
Suspiró. Si el desvelo de esa noche era muestra de lo que le iba a ocurrir cada vez que coincidiera con él durante la temporada, algo le decía que ese año iba a dormir bien poco. Apurando el poco whisky que le quedaba de un trago, se metió de nuevo en la cama, esperando que los brazos de Morfeo la abrazaran.
Y bien que les parecio? Ya saben un poco del porque se odian Rose y Emmett en esta historia, pronto descubriran mas. Esperamos nos regalen muchos reviews para subir un siguiente capítulo.
Les deseamos un año nuevo maravilloso, que todo sea mucho mejor que este año que termino y que sus sueños y metas se cumplan. Les mandamos un abrazo muy fuerte y que se diviertan mucho!
