Lovin', Touchin', Squeezin'
A pesar de ser la primera vez, tiene una extraña sensación de déja vù. Es como si lo hubiese hecho cientos de veces antes. Como si reconociese el sabor amargamente dulce que desprende su piel. Y lo cierto es que es familiar porque siempre la ha rodeado, pero todos sus sentidos responden de una manera mucho más intensa y unánime y nota el temblor de sus dedos cuando entran en contacto con su piel. Porque su piel ya no es la piel de siempre ni su olor o el modo en que la mira.
Respira a bocanadas cuando su boca no se ve envuelta en un torbellino de lenguas y saliva y aliento. Y una de ellas es su lengua. Y también es su saliva. Casi, si se concentra, puede saborearse a ella misma. El primer café de la mañana.
Las manos están por todas partes y provocan que su piel responda de una manera condenadamente placentera cuando se cuelan por debajo del borde de su blusa. A tientas, con los ojos cerrados, busca con la mano libre el borde de su escritorio. Choca con ello antes de encontrarlo y casi pierde el equilibrio.
La sujeta por la espalda . Ella se arquea y roza más de lo humanamente posible su cuerpo. Hunde las manos en su pelo, una maraña azabache perfectamente peinada a primera hora de la mañana. Un gemido inunda su boca y no está muy segura de quién de los dos ha producido semejante sonido. Quiere pensar que ha sido él, porque nunca le ha oido así y en el fondo es mejor de lo que ha imaginado.
De pronto es como si sus manos se moviesen por voluntad propia e intenta desenlazar el maldito y perfecto nudo de su corbata azul marino. La rodea con un brazo por la cintura y con la otra mano termina de estropear el nudo y ella aprovecha para desabrochar un par de botones de la camisa. Jamás había expuesto tanta piel cerca de ella. Tampoco es que él hubiese tocado tanta piel antes.
Entonces él se separa tan solo unos milimetros. Agacha la cabeza y ella la echa hacia atrás. Mira al techo unos segundos y luego cierra los ojos y trata de no respirar como si fuese una quinceañera a la que han dado su primer beso. Todavía tiene sus manos en su cintura cuando suspira sobre su cuello y tiene que bajar la vista para poder mirarle a los ojos. O la cara.
- Eso… ha estado bien –dice él casi sin aliento.
- Hmmm.
Todas las respuestas que se forman en su mente son puras incoherencias y si las dijese en alto todos dudarían de su capacidad para dirigir un hospital. Le mira a los labios y ve la burlona sonrisa que se forma en la cara del oncólogo.
- No creas que así vas a convencerme para que no siga pidiéndote más personal para el departamento de oncología.
- Y tú no creas que así vas a conseguir que ceda.
Ha recuperado la perspicacia y la capacidad de hilar más de cuatro palabras que formen una frase con sentido. Él arquea las cejas y se inclina para susurrarle en el oido:
- Lo discutiremos más tarde.
Y consigue que se ruborice como una quinceañera.
Fin.
