He de aclarar que los personajes no son míos, estos pertenecen a J.K. Rowling. Yo solo los manejo a mi antojo y los haga aparecer en situaciones embarazosas. Sin nada más que añadir, aquí el primer capítulo.
Había estado los últimos cinco años pensando en el estúpido, agrio, engreído, ufano, arrogante y déspota ex profesor de pociones. Ese hombre alto, pálido, de caminar silencioso y aristocrático.
Es que ella no podía evitarlo; en su sexto año de Hogwarts había notado (prácticamente podía asegurar que era la única), que el hombre era más que esa imperturbable, fría y malvada máscara que mostraba a todo el mundo. Lo veía más ojeroso, más cansado, con un dejo de preocupación y ansiedad en la mirada; en pocas palabras, más humano.
Varias veces en su caminata matutina (tenía según sus adorables amigos, la horrorosa y espantosa costumbre de madrugar, luego de haberse acostado nunca antes de la media noche, demasiado entretenida y con la nariz hundida en viejas hojas, solo perdiendo el tiempo y valiosas horas de diversión; palabras textuales de Ron); se lo había encontrado recargado en alguno de los gigantescos ventanales que habían en el castillo, con la mirada perdida en el horizonte y el rostro parcialmente relajado. Esa fue la primera vez que la respiración y el corazón se le detuvo sabrá Dios o Merlín (depende de en qué mundo se encontrase) por cuanto tiempo.
Así, relajado se veía más joven y atractivo. El cerebro de Hermione; si acaso eso era posible, también se detuvo en ese instante.
¡¿Desde cuándo ella encontraba atractivo a Severus Snape?
Pero si es tan solo que, 18 años mayor que tú. Yo tengo 16, él tiene 34… Ahora estoy calculando nuestra diferencia de edad. Debo estar loca.
-¡NO, NO, NO!, esto está mal pero que muy mal- enserio no dije eso en voz alta ¿o sí?
Severus Snape se giró ipso facto.
-¡Grenger, que hace aquí!- su rostro había vuelto a su habitual expresión.
-Este, yo…, he…-que carajo me pasa, porque no puedo hilar una frase coherente.
-¿A caso a la insufrible sabelotodo, biblioteca andante Gryffindor se le olvidó de repente todo el diccionario?-soltó sarcástico e hiriente.
Porque la molestaba tanto, que le hice para soportar todo aquello.
-No profesor, tengo el diccionario bien archivado en mi cerebro, y sinceramente no creo que a usted le importe lo que yo haga con mi viada; ahora si me disculpa, creo que voy al Gran Comedor a tomar mi desayuno-
Hermione se giró de inmediato y se puso en marcha, por lo que no vio la sonrisa que se formaba en los labios del profesor, los cuales susurraron luego que la chica se perdiera en una esquina.
-Cinco puntos menos Gryffindor; por impertinente y tener el atrevimiento de sacarle una sonrisa al murciélago de las mazmorras-.
Así se habían encontrado varias veces, al final (a modo de saludo) siempre luego de una típica discusión en la que él le gritaba, ella le respondía directa y valientemente y él le descontaba puntos, terminaban manteniendo una conversación civilizada, en la que intercambiaban ideas y opiniones, asombrándose cada uno internamente por todas las cosas que tenían en común.
Claro, todo esto hasta que el profesor tuvo que escapar de Hogwarts luego de haber asesinado al director. Luego de aquello, Harry, Ron y Hermione también abandonaron la escuela para buscar los horrocruxs y destruir a Voldemort. Ella nunca creyó que él hubiese cometido ese crimen porque si, algo en su interior le decía que había algo más en todo aquello, pero jamás lo exteriorizó para no llevarle la contraria a sus compañeros. Al finalizar la guerra, todo volvió relativamente a la normalidad, ellos volvieron a sus estudios, a terminar el último año, sin embargo él la ignoro olímpicamente; ella nunca entendió exactamente el porqué de su actuar; lo cierto es que nunca se lo pudo sacar de la cabeza, y lo peor de todo, del corazón; claro que jamás lo admitiría abiertamente, no a menos de que estuviese bajo el influjo de veritaserum.
Un toque en el cristal del vagon la sacó de sus pensamientos y recuerdos.
-¿Golosinas?- pregunto una anciana de cabello cano que empujaba un carrito.
-No gracias- respondio la chica, volviendo a apoyar la cabeza en el cristal, observando pasar los arboles, veloces, mientras el tren continuaba con su marcha imparable-
