๑ಌ« Far Away »ಌ๑

Había pasado otro tedioso día de esos que sólo vivía él: despertar, ir al instituto y pasar el tiempo en medio de la vida más monótona de la ciudad.

Eran las diez con cuarenta de la noche, y él se encontraba recostado en su habitación con los audífonos puestos y la música a un volumen considerable. Su padre no llegaría aquella noche a casa, lo sabía; trabajar como piloto en el aeropuerto no era tarea de pocas horas.

Suspiró; a esa hora ya comenzaba la fiesta de Mitch Mitchelson, un chico algo idiota de su clase con una popularidad algo más arriba de lo regular. Boomer había decidido no asistir por dos razones:

1. No había sido invitado, puesto que el año anterior le había roto la nariz por accidente con el casillero, y eso le dejó una reputación algo extraña.

2. No le gustaban las fiestas. Tal vez la razón sea por que en las pocas fiestas que estuvo no supo como divertirse, y en su subconsciente quedó grabada esa manía de que las fiestas eran aburridas.

Desde hacía un montón de tiempo que creía en su adolescencia como la peor de todas, pero, ¿quién sabe qué sorpresas le puede deparar el futuro?

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Mientras tanto, aproximadamente a un kilómetro de distancia, Kaoru se encontraba sentada en la banqueta, tratando de contactar a su mejor amiga por teléfono.

—Demonios... —exclamó entre dientes, luego de cuatro llamadas dirigidas al buzón. Habían quedado en verse justo en la esquina de su café favorito para ir a la fiesta del tarado Mitch, como ella y su mejor amiga solían referirse al chico, pero al parecer la pelirroja se encontraba ausente.

"¿Dónde podrá estar esa desgraciada?" Pensaba, mientras el enojo crecía en su mente. Miró la hora que su celular indicaba, y con un fuerte suspiro de rabia decidió esperar un rato más a su amiga.

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—¡Hey, Momoko! —escuchó que la llamaba una voz conocida. Se trataba de Randy—. ¿Te está gustando la fiesta?

La chica asintió con entusiasmo, mientras seguía el ritmo de la música. En su interior tenía el enorme sentimiento de culpa de haber abandonado a Kaoru, pero no había sido su intención. Trató de contactarse con su amiga pelinegra, pero el crédito se le había agotado. Luego de unos minutos se rindió y se dirigió a la pista de baile, dejando el teléfono a un lado.

¿Qué podía decir?, era una chica fiestera.

Mientras bailaba, sintió las manos de Randy en su cintura, a espaldas de ella, haciendo que la chica se moviera a un ritmo más lento. Momoko se dejó llevar por un rato, hasta que decidió darse la vuelta y encarar al muchacho, quien la veía con una sonrisa. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y continuaron bailando lentamente.

—¿Sabes? —habló de repente el castaño—. Desde hace tiempo he estado pensando mucho en ti.

—¿En serio? —contestó ella, con curiosidad fingida.

—Sí. Me gustas Momoko. Quería decírtelo semanas atrás pero me era imposible —decía, tratando de sonar cautivador. Momoko fingió una sonrisa tierna, sin saber que contestar. Sospechaba desde hacía mucho que el chico gustaba de ella, pero no lo había querido aceptar. Ahora que lo sabía al cien por ciento, tenía que deshacerse de él de una manera que no hiriera sus sentimientos, puesto que no le gustaba decepcionar a la gente. Y es que a ella no le gustaba, ¿qué más podía hacer?

—¿Podrías traerme una bebida, por favor? —exclamó, con inocencia. El muchacho asintió y se separó de ella, alejándose entre la multitud. Ella hizo lo mismo, pero hacia el lado contrario, buscando un lugar algo más tranquilo para relajarse.

Subió las escaleras y se encontró completamente sola. La casa del tarado Mitch era lo suficientemente grande para que todos los invitados cupieran en la planta baja y parte del patio. Se recargó en el pasamanos y se quedó ahí por un rato, pensando todos los métodos posibles para rechazar a Randy sin verse tan cruel.

—Bueno, ¿en qué estábamos? —escuchó la voz del castaño venir por las escaleras, con un vaso lleno de alguna bebida. Su sonrisa puso algo nerviosa a Momoko, ¿qué podría decirle? —. Aquí está tu bebida —exclamó, pasándole el vaso a la pelirroja. Ella dio un sorbo pequeño, tratando de apaciguar el ambiente.

—Gracias.

—Todo sea por ti, Momoko —ella fingió una sonrisa, y fue entonces cuando el chico se acercó por sorpresa y la besó. Momoko abrió los ojos extrañada, y de un empujón apartó al muchacho.

—¿Pero qué te pasa?

—Por favor, Momoko —sonrió, ególatra, lo que asqueó un poco a la chica—. Sé que también te atraigo —y se aceró de nuevo a ella, tomándola por la cintura y besándola a la fuerza. Momoko, de un manazo, lo apartó nuevamente. En otras circunstancias no habría querido rechazarlo de mala manera, pero ahora que sabía en realidad quien era Randy no le quedaba otra opción.

—¡Estás loco! ¡No me gustas, Randy, para nada! —exclamó, furiosa, pero el chico seguía sonriendo.

—Eso se puede arreglar —sugirió, volviéndose a acercar a ella. La tomó con fuerza del trasero y comenzó a besar su cuello. Ella estaba roja de la furia y la vergüenza, ¿cómo se atrevía ese patán a tocarla así? Volvió a apartarlo con más fuerza, derramándole encima la bebida en el acto. El chico se miró a sí mismo, con la ropa empapada, y luego volvió su vista a la pelirroja. Tenía el ceño fruncido, y la miraba casi con odio—. Ahora verás —exclamó de repente, y en un suspiro de sorpresa tomó a Momoko del brazo y la arrastró consigo a una de las habitaciones.

—¡Randy, suéltame! ¡Infeliz! ¡Déjame ir! —decía ella, antes de que el chico la empujara hacia la cama y se pusiera sobre ella—. ¡Randy, deja de comportarte como un imbécil!

—Y tú deja de hacerte del rogar, estúpida —soltó, justo antes de comenzar a morderle el cuello. No duró más de cinco segundos cuando sintió la rodilla de la muchacha en su entrepierna, haciendo que soltara un gemido de dolor. Y luego, sin saber de donde había sacado la fuerza, Momoko le propino un puñetazo en la nariz, mandándolo al piso.

—¡Estúpida tu madre que parió a una bestia como tú! —soltó, en medio del enojo y la vergüenza, y salió corriendo de allí. Bajó las escaleras con una velocidad descomunal, y para cuando se encontraba en medio de la fiesta todos la miraban con confusión. Salió de la casa sin despedirse de nadie, y siguió caminando veloz hasta que paso una esquina y dio la vuelta. Sacó el teléfono de su bolso y miró la pantalla: tenía ocho llamadas perdidas de Kaoru, y ya pasaban de las once y media.

Suspiró cansadamente y se dirigió al café, esperando poder encontrar ahí a su amiga.

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Despertó de la pequeña siesta y miró la hora. Once treinta y cuatro. Estaba cansado, y no físicamente. Estaba cansado de su soledad, que por más que intentara jamás lograba salir de ella. Necesitaba un respiro, aire fresco.

Decidió tomárselo literal, y salió de su habitación. Buscó la bicicleta plateada que usaba a veces para ir al instituto, y luego de encontrarla, abrió la puerta y salió de su casa, no sin antes llevarse las llaves consigo. Sabía que sería una noche algo larga.

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Vio la hora en su teléfono y gruño. Momoko la había dejado verdaderamente plantada. Que deshonor. Se puso de pie y suspiró, mientras se dirigía a su casa, decepcionada. Pasó una, dos, tres calles, cuando escuchó un fuerte "¡Kaoru!" a su espalda. Dio la vuelta para encarar a la persona, y no creía lo que veía: Momoko se dirigía corriendo hacia ella, aún vestida para ir a una fiesta.

—Vaya, la bruja de Blair al fin decidió aparecerse —exclamó, cuando la chica estuvo frente a ella.

—En serio lo siento Kaoru, no sabes lo que pasó... —soltó, tratándose de recuperar de la reciente carrera. La pelinegra cruzo los brazos frente a su pecho y la miró, con el ceño fruncido.

—¿En dónde estabas?

—En la fiesta de Mitch —Kaoru rodó los ojos.

—Claro —dijo, dándose la vuelta.

—¡Espera! Déjame explicarte —la pelinegra, cansada, encaró a su amiga. Momoko suspiró, y comenzó su relato—. Randy fue a mi casa para que fuera con él a la fiesta...

—¿En serio? ¿Y por ese insecto horrible me dejaste plantada?

—Sabes que mis padres no me dejarían rechazarlo, y menos teniendo un carro en donde llevarme en vez de ir contigo —Kaoru empezó a comprender un poco más. Sabía que los padres de Momoko eran algo extraños, y que además preferían que su hija se fuera con un tipo en vez de ir con ella. No les gustaba que fueran amigas; creían que Kaoru era una mala influencia.

—Eso no explica que te llamé y no contestabas.

—Bueno, quería contactarme contigo y avisarte, pero no tenía crédito. Y cuando comenzaste a llamarme, ya había guardado el teléfono en mi bolso y no escuché el tono de llamada. Lo siento.

Kaoru suspiró de mala gana y miró a su mejor amiga, con menos enojo que antes.

—Está bien. ¡Pero si vuelves a hacerme algo así, te desheredo! —Momoko rió ante la repentina reacción, provocando también una pequeña risa en su amiga—. Hay que irnos, que me da algo de escalofríos aquí.

Momoko asintió, dándose cuenta que la pelinegra tenía razón. Mientras ellas se encontraban en el lado de la calle más poblado, el otro lado, frente a las chicas, estaba casi completamente lleno de bosque. Sólo se podían ver unas cuantas casitas y un montón de árboles alrededor.

—Creo que estamos en la orilla de la ciudad —exclamó la pelirroja, de repente.

—No me digas —contestó Kaoru, sarcástica. Momoko rodó los ojos con una sonrisa, y comenzaron su camino; en el cual Momoko empezó a contarle todo lo sucedido en la fiesta.

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No sabía el tiempo que había pasado hasta el momento. Ni siquiera sabía cuantas vueltas le había dado a la manzana con la bicicleta. Lo único de lo que sí se había dado cuenta era de que estaba cansado de dar vueltas por ahí, así que decidió tomar otro camino.

Y no había avanzado más de cinco minutos, cuando escuchó un horrible estruendo cerca de ahí.

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—¿Escuchaste eso? —preguntó a su amiga morena, estupefacta.

—Claro que lo escuche. Pareció como si la nave Nodriza hubiera colisionado.

De pronto, muy cerca de donde se encontraban, a unos metros de profundidad dentro del bosque, una luz brilló con intensidad, cegándolas por un instante.

Y, en ese momento, escucharon otro estruendo. Uno con mucho menos intensidad... y con unos gemidos de dolor de por medio.

Para cuando abrieron los ojos, se dieron cuenta de lo que había sido: un chico rubio se encontraba tirado entre la banqueta y los arbustos. A su lado, junto a un gran árbol, una bicicleta con la rueda metálica doblada a la mitad.

—¡Ay, por Dios! —soltó Momoko de repente, corriendo en su ayuda. Kaoru evitó soltar unas cuantas risas, siguiendo a su amiga—. ¿Te encuentras bien? —exclamó, cuando estuvo cerca de él.

—¿Que rayos fue eso? ¿Un faro en medio del bosque? —dijo, mientras se levantaba con algo de dificultad.

—No seas ridículo —exclamó la pelinegra, riéndose de las hojas que se quedaron incrustadas en el cabello del chico.

—Oye, ¿tú no eres Bambi? ¿El de mi clase de ciencia? —preguntó Momoko, causando la carcajada en Kaoru que estuvo conteniendo un largo rato. Boomer arqueó una ceja, indignado.

—Mi nombre es Boomer, y sí, soy el de ciencia.

En ese momento, otra luz extraña invadió el lugar, pero ahora parpadeaba como una luz estroboscópica. Boomer, curioso por lo que sucedía, tomó la bicicleta y caminó con ella, dirigiéndose al lugar de donde provenían aquellas luces.

—¡Hey, Bambi! ¿A dónde vas? —preguntó la pelinegra. El chico no contestó al llamado, sólo siguió su camino. Se adentró un poco en el bosque, y pasaron pocos segundos cuando las luces pararon de resplandecer.

Fue entonces cuando Boomer ubicó, en medio del ambiente, una vieja casa abandonada. Dejó la bicicleta por un lado y admiró el lugar. Se veía horriblemente tétrico, digno de una película de terror.

—¡Debiste esperarnos, tarado! —escuchó a su espalda la voz de la morena. Las dos chicas admiraron el panorama que se alzaba en frente con asombro.

—Vamos —exclamó él, dirigiéndose al pórtico de la gran casa.

—¡Eh, espera!

—¡Boomer!

No las escuchó, y se adentro a la casa con sólo girar la perilla de la puerta. Se encontraba en medio de un enorme salón, el cual parecía estar intacto por décadas. Estaba casi completamente a oscuras, de no ser por la poca luz proveniente de la luna que se adentraba por la ventana y el hueco gigante de la cocina.

Algo acababa de pasar allí. Algo extraño, y demasiado intrigante.

Escuchó los pasos de las chicas subir las escaleritas del pórtico, pero no tuvo tiempo para voltear. Sintió un fuerte golpe en el rostro que lo mandó directo al suelo, y luego un peso extra encima de su cuerpo. Gimió de dolor, mientras que de fondo escuchaba a las chicas exclamar con sorpresa y terror, y el sonido de un arma extraña recién cargada.

Como pudo, abrió los ojos y admiró a la persona que se encontraba frente a él: una chica rubia, de piel algo pálida y con aspecto de ser la criatura más delicada del mundo lo miraba con una expresión de que podía matarlo en ese mismo instante. Una mirada de un brillante tono azul, tan impresionante, que con sólo mirarla de reojo podía ver la galaxia entera.

Vio como sus labios se abrían y cerraban entre palabras de un dialecto totalmente desconocido para él, lo que de alguna manera hizo enfurecer más a la muchacha. Dirigió una de sus manos a la frente del chico, y junto a esta acción un extraño brillo de color azul comenzó a emanar de ésta. Boomer se asustó un poco, pero se relajó bastante cuando al fin le habló en su idioma.

—¿Quiénes son ustedes y qué hacen aquí? —exclamó con firmeza, en medio de una vocecita dulce que no concordaba.

—V-venimos en paz —se escuchó entonces la voz de Momoko, insegura. La desconocida dirigió su fría mirada a las dos chicas, las cuales morían de terror aunque una de ellas no quisiera demostrarlo del todo.

—Si sueltas a nuestro amigo, te prometemos que para nosotros nada de esto habrá pasado. Sólo déjanos ir —dijo Kaoru, algo firme. La rubia la miró arqueando una ceja y se puso de pie, sin dejar de apuntar el arma hacia el chico.

Llevaba puesto un extraño traje de cuerpo completo negro, con extraños toques futuristas en azul eléctrico. Los tres chicos se quedaron estupefactos mirando el extraño toque galáctico en ella, cuando de pronto más tipos extraños se hicieron presentes.

Los dos, sin duda alguna, apuntaron sus armas hacia las dos chicas que se encontraban al frente. Llevaban el mismo traje futurista que la chica, excepto que ambientado para hombre y con toques en rojo y verde oscuros, respectivamente.

El chico del uniforme rojo tenía el cabello largo color zanahoria, casi llegándole a los hombros, y unos ojos rojo sangre penetrantes que podrían causarle terror a cualquiera. Y no sólo sus ojos tenían pinta de causar terror, sino también todo él en si.

El otro llevaba el cabello color negro azabache algo más corto, y sus ojos color verde oscuro causaban una intriga desgastante. Tenía la piel algo pálida, como la chica, y la forma de los ojos algo menos redonda que los otros dos. Emanaba un aura de arrogancia pura.

El muchacho pelirrojo emitió unas cuantas palabras en el mismo dialecto que la chica, y ésta le respondió igual. Luego, el ojiverde uniéndose a ellos, conversaron un poco más entre sí, como decidiendo el destino de los otros tres, quienes se encontraban aterrorizados y confundidos al mismo tiempo.

Pasó un rato, cuando la rubia les dirigió unas cuantas palabras.

—Decidiremos que hacer entre todos. No podemos dejarlos ir simplemente así. Llegaremos a un acuerdo que nos parezca a los seis, si quieren seguir con vida. Si no, pueden correr ahora.

Lo más atemorizante de todo, era como la voz dulce de aquella chica podía emitir semejante amenaza. Tragando en seco y con un nudo en la garganta, los chicos se miraron entre si, para luego asentir a la propuesta de la muchacha desconocida.


¡Hola mis queridos lectores! Aquí yo de nuevo con una nueva historia. Ya sé que tengo muchas otras aún sin continuar desde, tal vez, años. Pero créanme que ésta no me la he podido sacar de la cabeza desde hace un montónnnnnn de meses, y en serio tenía ganas de escribirla.

Debo agradecer a la bella y grandiosa dopekarls, que me dio un millón de ideas geniales para el futuro de este fanfic. No podría haberlo hecho sin ella, de verdad:')

Sin más que decir, espero que les haya gustado tanto como a mí me agrado escribirlo, al fin, luego de meses.

Aviso: Rating M próximo a verse e.e

Se despide con mucho cariño, Nadia.