Defy the stars / Desafío a los cielos [1]
Por Strange and intoxicating -rsa-
Traducción de Maru de Kusanagi
NOTA DEL AUTOR: No fui la única persona a la que se le rompió el corazón en pedazos con el final de FF XV. Ya había empezado esta serie y sentido que precisaría escribir más historias del mundo de FFXV, y el IgNoct me robó el corazón. Sin embargo, me di cuenta de, al terminar mi jugada, que esta serie era perfecta para comenzar mi historia.
Por favor, leer "Sacramento" antes de proseguir, y también es recomendable leer el primer capítulo de "Un mago del rey". Eso les dará cierto trasfondo para Ignis y Noctis, y como se formaron sus relaciones.
Este primer capítulo va a doler como la mierda. Es solo un aviso.
Agradecimientos a Flickerlight, que lo revisó.
NdT: Comenzamos lo mas complicado de esta serie, y con un capitulo por demás doloroso (el final del juego, que me hizo llorar como una magdalena, y esta historia me dio algo de consuelo, al poner en palabras mis sentimientos)
Ignis podría no ver, pero sí podía sentir.
Podía sentir el rostro de Noctis contra su palma, cómo le raspaba la barba que había crecido durante su sueño. Oh, Ignis podía imaginar cómo se veía Noctis: sin dudas era una versión más joven y apuesta del rey Regis, pero con los ojos más azules que el cielo. Noctis, esas ligeras pecas sobre la pálida nariz, líneas que llegaban a los ojos. Regio como un rey, sentado sobre su trono.
Sintió los labios, ásperos como de costumbre. ¿Cuántas noches había pasado Ignis sintiendo aquellos labios contra los suyos, contra la piel, incluso su alma? Siempre deseó poner algún bálsamo en aquellos labios, y le negaría a Noctis que sí, le gustaba la aspereza. Incluso cuando Noctis todavía tenía cierta grasita juvenil en las mejillas, Ignis había amado la sensación de la piel lisa y los labios resecos. Qué yuxtaposición.
Pestañas. ¿Por qué poseía Noctis pestañas tan largas? Sabía que el joven las odiaba: más de las veces que podía contar se quejó de que eran de chica. Pero el consejero yacería en la cama, con el rostro de Noctis apretado contra el pecho y cada parpadeo le contaría una historia.
Su cabello ahora era más largo. Estaba sucio y arenoso, e Ignis podía verlo – cayendo sin fuerzas sobre los ojos. Ignis podía recordar que, incluso cuando estaba sucio y embardunado de barro, ese mechoncito errante que siempre le sobresalía en la nuca. ¿Cuántas noches pasó Ignis intentando dominarlo, sin conseguirlo?
Dios.
Los hoyuelos de Noctis al sonreír. La manera que tan pocas veces hizo, pero Ignis recordaba cada una tan bien como a las lisas mejillas de Noctis, y la curva de su nuca.
Sin pulso.
Noctis.
Ignis sabía, podía olerlo como la futilidad y la desesperación.
Conocía cada sonido que emitía Noctis. Conocía cada cabello. Conocía el aroma de la piel de Noctis.
No precisaba verlo, o sentirlo, o tocarlo, u olerlo, para saberlo.
Noctis podría haber estado durmiendo, tan tranquilo y a gusto – como aquel último día en la Ciudadela, donde su Noct yació enrollado entre las sábanas, con el cabello revuelto y la barba crecida en la mejilla. Ignis tenía esa imagen grabada en la memoria. Ni siquiera la ceguera podía quitarle eso.
El consejero descendió las manos hasta que dieron con el frio metal, y conocía esa espada. La había visto cientos de veces cuando era un niño pequeño, y luego, muchas más, cuando joven y ahora, con su ceguera, aprendió a reconocer el sonido que emitía mientras cortaba el aire.
No se molestó en tomar el pomo, en cambio, estiró las dos manos hacia el filo y tiró. Ignis conocía sus manos, la piel falsa que ahora había crecido más veces de las que podía imaginar, y, sin embargo, podía recordar la primera vez.
El auto.
Noctis.
El compromiso.
Ignis sólo podía reír, rígido y húmedo y caliente como la bilis en su garganta, mientras tiraba y tiraba, hasta que oyó el filo atravesar metal, el hueso y la carne. Tuvo que tragar, mientras que sentía la calidez de la sangre contra sus dedos, y supo que no era solamente la suya.
De que fuese sólo la suya, habría movido los cielos y a Eos mismo.
Y, sin embargo, podía verlo, como si ya no fuera ciego: cómo el cuerpo de Noctis se liberaba de la silla y se inclinaba hacia delante, mientras la espada, la espada de su padre, su herencia de la ciudad de huesos y muerte, salía con un enfermizo chirrido.
No podía soportarlo.
No era el dolor, porque había sufrido lo suyo y conocía el dolor. Caminar sin visión, oyendo los gritos de Noctis, sintiendo el peso de una profecía cayéndole sobre los hombros. Conocía el sentimiento del veneno en sus venas, de la sangre coagulándosele en el estómago. La sensación de los huesos aplastándose bajo la piel. De los órganos licuándose.
Sintió dolor.
Pero esto era…
Esto era ausencia.
Esto era la gélida mano de diez años, pero sin esperanza. Esto era un cuerpo sin aire, un cuerpo sin alma. Esto era el destino, predicho y escrito en los cielos sin su aceptación, sin su consentimiento.
Al diablo los cielos.
Esto era la sangre de Noctis en sus manos, manchando el piso de rojo. Podía verlo, dios, él podía verlo. Gotas color rojo carmesí contra sus mejillas. Esas mejillas, una vez tan cálidas y llenas de vida, con el ligero rubor que ocultaba un secreto. Podía ver la sangre en los diseños con forma de diamante y el rojo terciopelo que tan fascinante le resultó de niño.
Una vez se preguntó cómo se vería Noctis en su trono.
Así no era como imaginó la escena.
Ignis sintió sus piernas ceder, y ya no pudo mantenerse parado. Ni siquiera cuando sintió el sol contra el rostro, por primera vez en diez años. Había deseado ver el sol, lo había deseado por tanto tiempo…
Sin embargo, Noctis no estaba con él, sosteniéndole la mano, mientras sentían el amanecer.
No, Noctis estaba tranquilamente dormido en su trono.
Estiró la mano y sintió la camisa del otro, reconoció el traje ceremonial que le había mostrado antes de partir hacia la boda.
Se suponía que lo usaría durante la ceremonia. Incluso si se trataba de una boda falsa a cambio de la paz, Ignis recordaba la curva de la tela negra contra el cuerpo de Noctis, como parecía tragárselo por completo, en un abismo negro.
Se veía apuesto, tan regio en el ojo de su mente.
Ignis apoyó la cabeza contra el regazo de Noctis, profiriendo algo entre gruñido y grito, como un animal salvaje al arrancarse la pierna. Se lanzó hacia delante, mientras sentía la mejilla de Noctis caer sobre su cabeza.
Y gritó, gritó hasta que su voz se puso ronca y pudo saborear la sangre en su lengua, y ya no pudo ignorar el sol, el traicionero sol, contra su rostro.
Calidez y frialdad.
Ignis permitió que sus manos descansaran contra la piel de Noctis, mientras lentamente las subía para tomar el rostro insensible de quien amaba, de por quién había prometido vivir. Había prometido vivir, había hecho un juramento a su rey.
Había jurado proteger a Noctis, el nunca permitir que esto pasara. Lo había prometido.
Había fallado.
Ignis dejó que sus manos se deslizaran al cabello de Noctis, y se inclinó hacia delante, para dejar un torpe beso en los fríos y secos labios.
Tiró a Noctis al suelo, acunando la cabeza contra el pecho, mientras yacía entre la sangre de los dos, la espada a su lado. Tenía el cuerpo entumecido, y todo lo que podía pensar era en la sensación del peso de Noctis contra su cuerpo. Años atrás, antes de que tuviera la fuerza para comprender y entender sus emociones, Ignis aprendió a esconderlos dentro suyo, en esa pequeña cajita de sus esperanzas y deseos secretos. Deseaba todavía poder ir a ese abismo de vacuidad y ocultarse, como un niño escapando de la obscuridad.
Noctis le había enseñado que sentir eso estaba mal, que no podía ocultarse. Noctis le enseñó cómo vivir.
La última noche que acamparon… la comida que preparó, fue la favorita de Noct. El beso que los dejó temblando. El sentimiento de sus cuerpos, uno contra el otro, como dos piezas de un puzzle uniéndose en el sitio correcto.
Sólo tuvo que estirar la mano para tomarlo.
Noctis, llorando contra su pecho, mientras aquella noche infinita seguía y seguía.
Ignis sostuvo la espada en su mano, y apretó el filo contra su garganta. Sabía como causar una herida para una muerte más rápida, habiendo cazado con Gladio tantas veces durante aquel año, cuando la luz comenzaba a apagarse sin que se dieran cuenta. La espada era tan filosa, que ni siquiera tenía que poner fuerza, sólo un ligero tirón, y podría volver a estar con Noctis.
"Ignis… ¿vivirías por él?"
Ignis se tragó un gemido, mientras las palabras corrían por su cabeza. El Rey, sus palabras. Le habían perseguido durante esos largos diez años de silencio, y sí… Ignis había vivido por él. Había vivido cuando toda esperanza se había perdido, cuando todo el mundo cayó, cuando los cielos mismos apagaron la luz.
Toda esperanza había sido perdida, los cadentes corrían libremente, e Ignis había estado al pie del cañón. Luchó, luchó hasta que pudo hacerlo sin la vista, hasta que supo que, cuando Noctis regresase, podría ser capaz de apoyarlo, apoyarlo y hacer lo que fuera necesario.
Había vivido por Noctis, esperado por 3.784 días de noche inacabable por él.
Y le había fallado.
"Noctis, por favor, perdóname."
No hubo respuesta, e Ignis sintió el filo contra la garganta.
"Ignis, ¿vivirías por él?"
"Yo… no comprendo a qué se refiere."
La inacabable noche, la soledad, la desesperanza, la perdida de todo su cuerpo.
Había dado todo, y lo había perdido todo.
La sangre de Noct en sus manos, la espada contra la garganta, el recuerdo de su rostro sonriente y sus labios en los de Ignis.
Noctis debía sentarse en el trono, y describirle el amanecer. Fue la última promesa, su juramento esa última noche de la inacabable. Esos momentos tiernos, donde Ignis podía pretender, por un breve momento, de que era la verdad y que no conocía a Noctis por el hombre que era. Noctis, el hombre que había crecido de un chico furibundo y huraño, a un rey.
Y, delante de su trono destruido, de calaveras y huesos y sangre, en aquel salón que apestaba a muerte y mentiras, podía oír su promesa repetirse.
Proteger a Noct. Continuar el linaje. Un futuro que merecía ser protegido.
Aquí estaba su promesa, y aquí estaba la sangre en sus manos, los trozos de carne que mostraban lo que valía su juramento.
Nada.
Ignis sólo podía traer más muerte, a un cuarto que ya estaba lleno de ella.
Un futuro - ¿qué futuro había allí? Los otros vivirían, la historia del niño rey, que fue clavado en el trono cual mariposa, se esparciría a lo largo y a lo ancho, ¿y qué le quedaría a Ignis?
Su mundo estaba destinado a una noche eterna.
Él nunca podría volver a ver el sol.
"Ignis, por favor… Baja la espada."
Gladio.
"Noct… no querría que hicieras esto…"
Prompto.
"Ignis, ¿vivirías por él?"
El Rey Regis.
"Ig… por favor, di algo."
El destello de una sonrisa y cabellos obscuros, traviesos ojos azules bailando en la franja de luz.
Ignis apartó la espada de su garganta, dejándola caer con resonancia cerca de su cabeza, y, en cambio, abrazó a Noctis, atrayendo su cuerpo más cerca. Podía recordar como Noctis yacería debajo de él, rodeado por las mantas durante los fríos inviernos de Lucis. Habría dado cualquier cosa por regresar a esas épocas, a las horas anteriores a que esta pesadilla comenzara, en ser capaz de sostener a Noctis entre sus brazos.
Las estrellas. Noctis había sido entregado a los cielos.
¿Cómo podían ser sus vidas escogidas por el destino? ¿Quién era Etro, quién era ella, para prometer vida a cambio de la muerte? ¿Quiénes eran los dioses, para reclamar pago en su sangre inocente, a cambio de romper la profecía de los reyes de antaño?
Cómo se atrevían los cielos en llevárselo.
Como se atrevían.
"Entonces yo… cielos, les desafío". Ignis no pudo contener su grito de furia, mientras sacudía el cadáver de Noctis – su cadáver.
Su cadáver.
"Yo… les desafío. Les… les… desa-"
Ahogó otro llanto, y cuando algo le tocó la espalda, alargó la mano y lo golpeó, oyendo el lamento de algo que no era humano.
"¡Umbra!"
Pero a Ignis no le importaba el animal de una chica muerta, ya que Noctis se había ido, y, con él, la luz.
Ignis yació allí, en el suelo, la sangre secándosele en el cuerpo, y se descubrió alzando a Noctis hasta que sus frentes se rozaron, como cuando eran niños. Alguien, no estaba seguro de si se trataba de Prompto, seguía hablándole, pero él no le podía oír. Todo lo que podía hacer era tocar cada centímetro de la piel del rostro de Noctis, memorizar cada detalle, garabatear un boceto con las yemas de los dedos. Inseguro, aterrado, y nervioso Noctis. Imperfecto y con fallas, pero nunca se rindió sin dar pelea. Un rey.
Su rey.
"Noctis, ¿recuerdas la playa? ¿Cuándo éramos niños? Yo te enseñé las estrellas, y tú me enseñaste tus esperanzas y sueños. Yacimos sobre la arena, y yo… observamos las estrellas y las nebulosas. Pedí un deseo a una estrella fugaz. Me enamoré de ti. Qué ingenuo… Noctis, por favor, despierta. El sol ha salido. Es el amanecer."
Pero Noctis no despertó.
"Ig, Ig, por favor. Tengo que curarte las manos. Te estás poniendo azul…"
Pero Ignis no cejó.
"Ignis, ¿vivirías por él?"
"¿Qué clase de pregunta es esa? Yo le fallé… no puedo. No puedo seguir sin él."
Los cielos eran crueles, y él era su esclavo.
Igual a como lo fue Noctis, justo como siempre lo fue Noctis.
"Lo criaste como un cerdo para el matadero. Yo lo protegí, estuve a su lado, nunca lo dejé. Creí en la esperanza, creí en él. Y todo este tiempo… le viste crecer, y lo sabías."
Traición. De un rey a su hijo, una espada a la columna.
"Le convertiste en mártir, le clavaste a su trono." Ignis escupió las siguientes palabras, "Me hiciste prometer protegerlo… para nada. Todo para nada."
¿Cuál era el objetivo? ¿Por qué darle la ilusión de un futuro, donde podría haber algo como la felicidad, cuando los dioses se la robarían?
"Por favor… por favor… Noctis, despierta." La voz de Ignis era apenas un suspiro, mientras frotaba la nariz en los cabellos de Noctis, oliendo el pelo chamuscado y… se había ido.
A pesar de haber caído en las garras del sueño eterno, a pesar de la sangre, la dulzura empalagosa de la muerte se había ido. El olor que se había pegado a Noctis desde que era un niño, con el que los cielos le habían marcado como su sacrificio escogido, estaba ausente.
"Noctis… mi Noct…"
Su energía estaba agotada, y ya no podía luchar contra el sentimiento de que algo le tiraba hacia el vasto y vacío abismo. Algo estaba en su espalda, suavemente tirando de él.
El maldito perro, que no lo dejaba morirse en paz.
Quiso darse la vuelta, pero descubrió que no podía. Tal vez era debido a las heridas de batalla contra los cadentes. Quizás era la muerte, viniendo a llevárselo sin necesidad de que su propia mano actuara.
Entonces, podría estar con Noctis.
"Cuán pesada ha sido tu corona, mi rey. Te habría ayudado a cargar el peso…"
"Ignis, ¿vivirías por él?"
"Lo hice."
¿No lo había demostrado, una y otra vez? ¿Por qué el Rey Regis se le burlaba, cómo se atrevía a llamarse bueno, mientras había servido a otro amo…?
Los cielos podían apagarse y morir.
"Entonces, Umbra, sabes qué debe hacerse."
La cabeza de Ignis fue un torbellino, y el tirón en su espalda se volvía más y más evidente, y algo sucedía, como un destello de magia, cuando los hechizos de Noctis estaban demasiado cerca. Sabía que ese era el momento en que debía moverse, bailar con Noctis mientras blandía la espada. Tan sincronizados, listos para cualquier cosa que el mundo les lanzara.
Eran jóvenes e ingenuos, tan estúpidamente enamorados y sufrientes, que el mundo entero podía haberse derrumbado junto a sus oídos. Y lo hizo…
La búsqueda de los Sidéreos, de los ancestros de Noctis y sus Armas, sus incontables noches bajo las estrellas, prometiendo que la vida continuaría. Noctis, susurrando sus futuros planes para el reino que un día gobernaría. Deseaba ser amado, no temido. Deseaba que la gente de Lucis le viera como un hombre que se doblara, no que se rompiera.
Incuso después de diez años, Ignis se aferraba a ese sueño de un futuro más brillante, mientras sabía que un día Noctis despertaría y, entonces, podrían enfrentar a Ardyn, recuperar la luz.
Regis y la dama Lunafreya… ¿habían sabido desde el principio lo que le pasaría a Noctis? Seguramente. Habían guiado a Noctis de la mano, ingenuamente caminó hacia la oscuridad.
Algo estaba caliente y ardía contra su rostro, e Ignis quiso agarrarse los ojos, pero hacerlo implicaba soltar a Noctis. No, no estaba listo. No podía hacerlo.
Pero el ardor se intensificó, y ahora se sentía como Ifrit, sólo que mucho más caliente. Su sangre, su cuerpo, su mente…
Dolor.
Sin embargo, siguió aferrado a su Rey roto, aferrado a los trozos, mientras el cuerpo comenzaba a desintegrarse entre sus dedos. Ignis buscó a Noctis, buscó en el vacío de vacuidad, sólo sintiendo el roce de cenizas contra los dedos.
Luego, el silencio.
El cuerpo de Noctis…
Noctis se había ido.
Luces brillantes, como un fuego ardiente, purificador.
Ignis gritó.
Era un dolor más duradero, más brutal, más que nada de lo que Ignis haya experimentado. Era estar parado sobre un cable pelado, con los nervios expuestos y que se cortaran como los hilos de una soga.
Y, entonces, así como la luz de sus ojos le había sido robada, mientras observaba Altissia ahogarse…
Podía ver.
Ignis había pasado diez años en la oscuridad, solo siendo visitado por el color cuando estaba en lo más profundo de sus sueños. Allí, y sólo allí, podía pretender que era normal, y que el fin del mundo no estaba cerca, como la ceniza que lo rodeaba.
Ceniza.
Noctis.
Los colores se mezclaban, era demasiado para sus ojos tras la inacabable obscuridad; sin embargo, podía ver los diseños de membretes dorados, escalando como un árbol por los lados de las sillas, el rojo terciopelo, el mármol gris y los contornos blancos.
El Rey Regis, sentado en su trono, frunciéndole el ceño desde arriba.
E Ignis no podía soportarlo, porque sus rodillas eran como agua y su cuerpo como plomo. Las rodillas golpearon el piso con un salto, y la boca del Rey hizo una mueca.
"Entonces, la Santalita te lo ha enseñado… te ha dado su advertencia."
Pero Ignis no podía entenderlo, porque allí estaba el rey Regis, igual a como se veía el ultimo día que lo vio, antes de que haberse marchado. Regis, sentado en el trono… el mismo trono donde Noctis se sentó, para aceptar la maldición de su familia.
"Lo siento, Ignis. Tu dolor, tu carga… es pesada. Pero la Santalita te ha mostrado un camino – un augurio. He vivido la mía. Noctis… cada vez que es diferente, otro camino puede que escoja. He evitado que mi propio camino se cumpla. Ahora es tu turno, hijo mío… Ignis. Esta es la cruz que debes cargar."
Ignis rasguñó con las uñas el mármol, y pudo ver como se doblaban bajo la presión, la blancura y lo sonrosada de su piel, el reflejo de su rostro en la piedra pulida. La imagen distorsionada, las lágrimas cayendo en la piedra gris de contorno blanco, demasiado chico para que ahora el pie de Noctis cupiera dentro.
"Gujas[2], déjennos."
Ignis pudo oír las pesadas puertas cerrarse y apoyó la cabeza contra la piedra, sintiendo la frialdad darle algún tipo de sentido a la realidad que ahora giraba delante de él.
"¿Qué – qué es esto?"
"La Santalita… ha imbuido poder en sus sirvientes, permitiéndoles la oportunidad de corregir errores, de cambiar los Destinos." Ignis cerró los ojos, enfocándose en las palabras. Tras diez años de oscuridad, la luz era demasiado para él. "Lo que viste… lo que has vivido… es el camino que habrías seguido."
"Le fallé."
Por un momento, Regis no dijo nada. "Ignis, ¿trajo el amanecer?"
Ignis soltó una risa ahogada y dolorosa, como un ladrido. "El amanecer, a cambio de su vida."
"Entonces, sabes sobre la Providencia… la revelación de Bahamut… el Maldito inmortal."
"Y usted le conoce - ¿sabe quién es?" La cabeza de Ignis latía tan fuerte, que apenas pudo oír la respuesta del rey. Alzó la cabeza para mirarle, a su rostro fruncido. No pudo soportar mirarlo por mucho tiempo, y volvió a mirarse las manos.
"Un Caelum, desfigurado por el tiempo y los Cadentes. Sí, sé quién es, Ignis. Pude ver nuestra sangre en sus venas en el momento en que entró a este cuarto. La Santalita[3]… lo recuerda bien."
Ignis cerró los dedos, y observó los tendones marcársele en la piel. Las manos se sentían extrañas.
"Lo supo… ¿por cuánto tiempo?"
"¿Por cuánto tiempo supe sobre el destino de Noctis como el Entronado?"
Ignis no quería oír la respuesta, ¿cuánto de su vida había cambiado, volado, violado por el Rey y su profecía?
"Tal vez no lo recuerdes, Ignis, pero, a la edad de cuatro años, Noctis estuvo en contacto con el Azote."
Ignis cerró los ojos, y apoyó la cabeza contra el mármol.
Claro que lo recordaba.
La Plaga de las Estrellas, atacando a la Reina y al Príncipe Heredero. A pesar del poder del Oráculo, al final mató a la reina Aulea. Ella murió con el corazón limpio, la magia de los cadentes adormilada por la oración del Oráculo.
Noctis, él no se había agitado.
Ignis no podía recordar todo con claridad, ya que él mismo había sido bastante joven, pero sí recordaba el pánico en la Ciudadela y la sonrosada luz de la Santalita, brillando más y más fuerte, hasta que cubrió el edificio con su luz.
"La Santalita limpió el Azote de él, y quedó sin mácula, o eso creímos. Sin embargo, sólo más tarde se hizo evidente que la Santalita… el Cristal, había actuado sólo porque él era el Entronado. Siempre tuvo que ser él, Ignis. No hay nada que alguien haya podido hacer para librarlo de su destino."
Pero a Ignis no le importaba el destino, la profecía que les había mandado los Cielos. Noctis había sufrido… Noctis había muerto.
"Usted lo mató", Ignis trató de contener el gemido de su voz.
Sabía que era injusto, sabía lo que significaba para el alma de Regis, pero no cambiaba el hecho de que fue su espada la que atravesó a Noctis, a su Noctis.
Para ser sinceros, quiso que sus palabras dolieran. Deseó que apuñalaran al rey, que lo dejaran sin aliento y agonizante. La corona del Rey sobre su cabeza era de plomo, pero su espada… eso era acero, y sangre, y Noctis.
El rey no respondió, e Ignis no dijo nada más, descubriendo su cabeza zumbando de dolor. La luz era demasiado.
"Te iba a enviar a Altissia-"
"No."
Ignis casi esperó que un cuchillo bajara por su garganta, pero no sucedió. Nunca le había respondido al Rey, nunca había dicho palabra alguna o suspirado contra su rey.
Pero este hombre, este mortal…
Este no era su Rey.
Ya no más.
Abrió los ojos, mirando el pozo de sus propias lágrimas, como un sacrificio en el altar de los dioses. Lentamente se puso de pie, suficiente como para mirar a Regis.
Se veía viejo. No como la última vez que había visto a ese hombre, cuando Noctis se despidió… hoy. Se suponía que sería hoy. Ahora, parecía que era mucho más viejo, tan anciano y desesperado. Regis parecía un hombre que había perdido todo, e Ignis deseaba recordarle que él fue el catalizador de la ascensión de Noctis.
"Los libros de historia… durante su sueño, los encontré. Si hubiera habido un poco más de tiempo… estuve cerca." Noctis creía en la profecía, creía en que sería él y sólo él quien terminara el azote, y que había poco tiempo. Los científicos sabían que el parásito se multiplicaba mucho más rápido durante el último año, antes de que Noctis regresara. La tasa de los tocados por el Azote se había multiplicado exponencialmente al final. Habían luchado no sólo a los cadentes, sino también a un monstruo invisible.
Y un Noctis confiado…
Bien en el fondo del corazón, Ignis había sabido que Noctis no regresaría. Había oído las dulces palabras de consuelo de Noctis, y había deseado desesperadamente creer en ellas, porque, sin esas palabras, Ignis habría tomado la mano del príncipe y entrado en la Ciudadela con él.
Se habría sentado junto con Noctis, mientras la espada venía a recibirlos, y podrían haberse acurrucado uno al lado del otro, para recibir el amanecer.
"Entonces, ¿crees que puedes alterar el destino de los Cielos?"
Ignis se enderezó, lenta y silenciosamente, sobre sus pies. No dejó de mirar al Rey a los ojos, hasta que estuvo erguido. Tras todos esos años de preparación, de arrodillarse frente a ese hombre, era este el momento en que Ignis de verdad comprendió.
Le dio la espalda.
"Lo haré."
Ignis nunca olvidó el camino desde la Sala del Trono a las habitaciones de Noctis. Podría volver a estar ciego, rodeado de la oscuridad y su vasta vacuidad, y habría sido capaz de regresar allí.
Había dos gujas paradas fuera del cuarto, bromeando. Pero Ignis no tuvo más tiempo que para ordenarles un "Váyanse", antes de abrir la puerta e ingresar, cerrándola con tal fuerza que le hizo doler la mano.
Estaba tan cerca.
Ignis casi perdió su resolución allí, parado en la antesala del cuarto de Noctis y la puerta, y oyendo los dulces suspiros del joven.
Le tomó un momento recomponerse y tragarse sus propios lamentos, mientras sus pies lo guiaban hacia delante.
Noctis estaba allí, enredado en las sabanas, los brazos envolviendo una almohada, las piernas estiradas en la cama. Una capa de sudor sobre la frente, un asomo de barba en las mejillas, la manera en que sus labios se abrían y movían con cada respiración.
Su pecho, moviéndose.
El corazón, latiendo.
Intentó dar un paso hacia adelante, pero sus pies no lo dejaron avanzar. Era como un becerro recién nacido, al que las piernas ya no lo podían sostener. Se halló en la esquina de la mesa de luz, sintiendo la esquina de madera clavarse en su mano.
Noctis hizo un ruidito, moviéndose en la cama, y la poca luz que provenía de la cortina se posó en su rostro como un beso.
Ignis se quedó callado, con las rodillas torcidas debajo de él, mientras los ojos de Noctis se abrían parpadeando, azul pálido empañados de sueño.
"Ig… ¿qué paza?"
Quiso responder, pero tenía la lengua pegada en la boca, y todo lo que sentía era el corazón latiendo en su cuerpo, y cada respiración era una bocanada de aire, que le dejaba la cabeza ligera y algo mareada.
La Santalita… no.
No era una ilusión. Había sucedido, era real.
El cuerpo de Noctis deshaciéndose en cenizas, el corazón silencioso. Labios fríos, duros como la tundra. La sangre corriendo por las manos de Ignis – sus manos. La sangre de Noctis y la suya. El filo mordiéndole piel, mientras sacaba la espada del trono.
"Eh – hey, Ignis." Algo en la voz de Noctis era distinto, más fuerte y con un dejo de preocupación. El consejero le observó alzar la mano y frotarse los ojos, pasándose los dedos por las mejillas. "¿Quepazó?"
Y eso era demasiado para Ignis. Noctis estaba despierto, respirando y entero, y lo único que evitaba que el consejero se derrumbara era la mano que se aferraba a la mesita de luz.
Noctis se irguió en la cama, sin soltar la sabana, en cambio, sacó los pies y la hizo envolverse en su cadera. Los ojos seguían parpadeando, tan rápido que Ignis tuvo que apartar la mirada.
"Ig… por favor, di algo."
No hubo palabras, mientras Noctis se estiraba para tomar a Ignis con un brazo, el otro aferrado a la sabana con fuerza. Ignis se descubrió estirándose, con las dos manos y las rodillas débiles.
Noctis era incapaz de hacer que los dos estuvieran de pie, e Ignis no lo intentaría.
Calidez. Su cuerpo estaba cálido, rosado y fresco, limpio y suave y tan inherentemente Noctis, que Ignis no pudo evitar aferrarse a su espalda, luego los hombros, y luego la cara.
Mejillas suaves, con un poco de grasita infantil. Sus labios resecos, la barba en la perilla, la pequeña cicatriz bajo el ojo.
Podía sentir a Noct, su Noct, y era real, y esto era real, y ahí estaba ese mechoncito que se le paraba en la nuca, sin importar que lo peinara, y ahí estaba la curva de su nariz, y él era nuevamente un hombre ciego, estirándose en la oscuridad y memorizando todo con el tacto, pero ahora había color y contrastes y la arruga del hoyuelo de Noctis mientras fruncía el ceño.
Ignis no pudo evitar inclinarse hacia delante y besar el hoyuelo, luego la nariz, y esos ásperos y resecos labios, que Ignis deseó ahogarse en ellos.
Noctis se estaba asustando, porque Ignis, sólo después, se dio cuenta que lloraba su nombre, como si fuera una plegaria.
Cuánto tiempo yacieron allí, en el piso, Ignis no lo supo. Todo lo que podía hacer era aferrarse a Noctis, apretar sus labios contra los del otro, pasar los dedos por el rostro de Noctis y su estómago. No había heridas. Ninguna espada. Ni rastros de cenizas.
"Ig, Ig, ¿qué pasó? Carajo, ¿qué les pasó a tus manos?"
Ignis le parpadeó a Noctis en niebla de lágrimas, quien le tomó las muñecas. Las acunó entre sus manos.
Bajó la vista, para ver las profundas cicatrices blancas, la marca en su piel como una macabra amenaza, atravesando directamente la línea de la vida en sus dos palmas.
"Un augurio", susurró Ignis, con la voz quebrada. "Un augurio de los Cielos."
[1] He reemplazado la palabra "stars" por cielos, ya que es una idea sacada de Romeo y Julieta. En la escena primera del acto quinto, Romeo proclama (en el texto en ingles isabelino): "Then I defy you, stars!, que se puede traducir como "Si es así, desafío las estrellas" o "¡Cielo cruel, yo desafío tu poder!" (tengo al menos tres traducciones posibles validas). Ha sido complicado mantener la idea, ya que la palabra se repite mucho, pero "Cielos" es la que mejor refleja la idea de destino/providencia. También el título de la serie proviene de la misma obra, del acto segundo de la escena tercera, en que Julieta pide que, tras la muerte, el cuerpo de Romeo se despedace y que cada trozo se convierta en una estrella, lo cual motivó que cambie el nombre de la serie a "Un cielo de estrellas rotas", ya que "Un cielo hecho de pedazos de estrellas" no me pareció atractivo.
[2] Uso la terminologia para la traduccion de la pelicula, donde Glaive fue traducido como Guja
[3] Nombre oficial del Cristal en la traducción al español
