Los libros de Harry Potter no me pertenecen, son de J.K Rowling y de quienes sean sus derechos. Escribo esto por puro gusto personal, y para alegrar a otros fans, y no quiero ni busco nada a cambio. Gracias.

Advertencia: Esta historia contiene yaoi, es decir, amor entre hombres, criaturas sobrenaturales, escenas de índole sexual, muerte de personajes (no Draco), y tortura.

Dark Draco.

Sumario: Draco no era capaz de matar, pero todo lo que amaba dependía de que acabara con una sola persona. ¿Qué otra cosa podía hacer, salvo aceptar el abrazo de una oscuridad más profunda que el avismo?

Draco/Draco Draco/Voldemort

Nota: Este cap cargaba con algunos errores graves de texto y he tenido que reeditarlo. No os preocupéis por lo demás la historia continuará como estaba previsto. ^^ La contestación a los reviews irá con el segundo cap. ^^

Bienvenidos a:

Sombra de mí

Capítulo 1- Conciencia

El silencio podía respirarse sobre el polvo y el olor de la sangre, como un perfume inquieto, y mentiroso, que instaba a creer en la soledad de aquellos pasillos. Pero Draco sabía, que en las habitaciones de puertas cerradas, los monstruos dormían.

No los monstruos que aparecían en los cuentos infantiles; criaturas con garras, colmillos, y pieles escamosas. Al menos, no la mayoría. Sino hombres y mujeres de apetitos igual de voraces, y temperamentos aún peores. Habían profanado su hogar, llevado el aroma de la carnicería, a las estancias, antaño florales, de Malfoy mannor.

Y ahora los suelos de mármol y ricas maderas, ya no brillaban. Los muebles habían perdido el lustre, velados por un polvo oscuro que se adhería a la ropa como huellas de dedos suplicantes. Las cortinas llevaban meses cerradas, como si la casa estuviera en luto, y el sol ya no entraba en las antaño luminosas estancias. Tampoco los jardines eran ya el vergel lleno de flores de brillantes colores, hierba suave, y delicados arbustos tan perfectamente cortados que los paseos de piedra parecían haber salido de un cuento.

Ahora si recordaban a algo, era más a un cementerio, que a nada donde paseara algo vivo. Hiervas crecidas y espinos duros como ébano, ramas rotas, y alfombras de hojas muertas y pútridas, entre charcos de un barro verde cenagoso, que nunca antes había estado allí. Ocupaban ahora lo que antaño había sido verdor y vida.

Pero no era solo en el jardín, en todos los rincones de Malfoy mannor el olor de la muerte era amo. Corría por el aire como un perfume enfermizo, y manchaba todo lo que lo respiraba. Aunque había sitios mejores y peores. En algunos el olor era tan potente que ahogaba.

En las estancias del señor tenebroso era tan fuerte, que más que respirarse, podía tocarse.

Y en los sótanos además del olor…

Draco ya no se atrevía a acercarse a los sótanos.

No podía escuchar los gritos y súplicas que los habitaban. Eran espantosos, agónicos, y estaban llenos de desesperanza y miedo. Tanto, que todo aquel sufrimiento se le pegaba a la piel como aceite. Y después se filtraba a través de ella a sus pesadillas por la noche. Acababa despertándose con sus voces aún sonando en sus oídos, la respiración tan rápida como un gatosombra, y el corazón saltando tan fuerte en el pecho, que parecía que fuera a romper la cárcel de sus costillas para salir huyendo de todo aquello. La pena y la compasión quemándole la garganta, mientras trataba de tragarlas para que no lo desbordaran.

También había dejado de salir al jardín cuando vio el primer cadáver pudriéndose al sol. El cuerpo irreconocible de una mujer llena de laceraciones, pústulas supurantes, y gusanos blanquecinos, como larvas de seda. Colgando de sus propias entrañas, del sauco más antiguo del jardín.

Había sido lo más espeluznante que había visto hasta entonces. Lo había hecho vomitar allí mismo, y todavía, un mes después, seguía perforando su memoria cada vez que pensaba en el jardín, dándole arcadas.

Aquel ya no era su hogar.

El señor tenebroso lo había convertido en un reflejo del infierno.

Y lo que era peor, ahora quería que Draco se transformara en uno más de los demonios que lo habitaban.

Le había encargado…

Echó el candado mental a la puerta de aquellos pensamientos. Negándose a contemplarlos. Era suficiente todo lo que ya había pasado, sin tener que pensar en lo que iba a ser de sí mismo.

O

Cerró con infinito cuidado la puerta de su habitación. Prestando especial atención, al susurro de la hoja al encajar en el marco.

Su sonido fue un poco más fuerte de lo que deseaba, levantando un escalofrío en la base de su columna que le subió por la espalda y resonó en su cabeza, casi paralizándolo con la posibilidad de llegar a ser descubierto.

Se suponía que no debía salir de sus habitaciones durante la noche. Así se lo había recomendado Avery.

Pero esta noche las pesadillas estaban siendo más duras de lo normal, y ya no podía seguir en su habitación mirando lo poco que quedaba de su vida. Entre aquellas paredes de las que se habían llevado todo lo que tuviera valor, y tratar de dormir. Los recuerdos y el miedo lo estaban ahogando. Veía rostros detrás de cada sombra, y escuchaba susurros en cada pequeño crujido de madera.

Necesitaba ver a madre.

Ella siempre conseguía tranquilizarle, y hacerle ver lo poco bueno que aún les quedaba.

De modo que cuando nada entre las sombras reaccionó al sonido, no lo pensó un instante antes de correr a alejarse pasillo adelante. Sus pies descalzos acariciando, más que tocando, el suelo de mármol helado. Prefiriendo congelarse las plantas, antes de arriesgarse al emitir ningún sonido llevando zapatillas. Sus pisadas ligeras e inquietas, apenas perturbaban el polvo, y en la oscuridad de los corredores, resultaban tan silenciosas como el propio aire.

Las sombras cubrían su paso rápido y fantasmal. Permitiendo que su presencia solo fuera percibida como una silueta escurridiza, apenas captada. Un destello en la penumbra, un asomo de blancura. Nada más que otra sombra, entre las sombras de los decadentes, y antaño lujosos, corredores.

No se había atrevido a llevar ninguna luz con él, aún siendo de noche. Nunca se sabía que podía estar acechando tras las puertas y esquinas, y una luz, por pequeña que fuera, lo habría hecho un blanco demasiado fácil.

Pero no importaba.

Aquella mansión había sido el hogar de su familia durante generaciones. Y conocía sus entresijos como si hubieran sido vertidos en su propia sangre. Recorriéndola, como la llevaba recorriendo, desde que apenas podía gatear. Con los rallos de luna que se colaban por los resquicios de las cortinas, tenía suficiente para orientarse. Pero, lamentablemente, no para desterrar el frío helador de la piedra.

A pesar de ser verano, era como si el calor hubiera desertado Malfoy mannor. Ni siquiera durante el día la temperatura se elevaba. Y los habitantes de la casa se veían obligados a llevar prendas de abrigo todo el día, sin importar, que fuera, las plantas estuviesen haciéndose polvo bajo el sol abrasador. Las chimeneas ya nunca se apagaban en la mansión. La única tarea, junto a la de cocinar, que el señor tenebroso tenía permitida a los elfos domésticos de la casa fuera de su propio servicio.

Uno más de loa castigos que los Malfoy se veían obligados a soportar.

Draco se estremeció de frío.

Una vez había oído decir a Greyback que aquel era el helor de la tumba. Y quizás tuviera razón. Porque Draco cada vez se sentía menos vivo. Menos humano.

Trataba de hacer oídos sordos a todo el dolor que veía a su alrededor, y fingir que nada de aquello estaba pasando. Cuando en realidad, lo único que deseaba era poder liberar a todas aquellas personas, y escapar con ellos de aquel averno. Pero la marca en su brazo lo ataba a su amo, y a este lugar. Y nada de lo que sintiera podía realmente cambiar nada.

Se arrebujó un poco más en la ajada bata de suave lana verde que se había echado, descuidadamente, sobre el arrugado y deshilachado pijama de seda negra, tratando de protegerse del frío más penetrante que se respiraba aquí. Hacía tanto frío…

"¡Frío!"

Se tensó en el acto. Quedándose totalmente quieto.

La bajada de temperatura… el frío intenso… siempre precedía el paso del señor oscuro. Como si todo calor huyera de él. Como si una criatura tan oscura solo pudiera existir en la más absoluta y helada tiniebla. O como si aquel aire espectral resbalara tras él igual a una capa de regencia.

Una señal de advertencia que se apresuró a obedecer.

Se pegó a la pared refugiándose al máximo en la oscuridad, encogiéndose y tratando de no temblar demasiado. Mientras observaba, ansiosamente, por un siseo de Nagini, un roce de tela sobre suelo, cualquier señal de su presencia…

Después de un minuto el silencio seguía siendo amo, y nada se movía entre las sombras. Se arriesgó a asomarse… Entonces la vio.

La ventana rota responsable de la brisa helada.

Por entre los restos afilados de cristal, se colaba el aire de la noche, bajando la temperatura de este pasillo un poco más que en el resto de la mansión.

Y esto habría aliviado a Draco… si no hubiera perdido también, las cortinas, cuando fue hecha añicos.

Ahora había un parche de luz de luna, peligrosamente amplio, entrando en aquella zona del pasillo para crear una trampa perfecta, que revelaría su presencia a cualquiera que estuviera cerca.

Se estremeció, y habría dado la vuelta, pero no había otro camino hacia el cuarto de su madre. Y aquello solo había exacerbado sus ganas de verla.

Volvió a mirar a su alrededor, sintiendo el pulso rápido de su sangre, el pánico en sus desesperadas inspiraciones, el sudor en sus sienes… se sentía como un caballo salvaje que ha olido al depredador. Tragó saliva ansiosamente, aguzando al máximo sus sentidos…

No parecía haber nadie más allí, ningún sonido delator, nada…

Antes de perder el valor, salió corriendo de nuevo. Apresurándose a cruzar por el trozo de luz con la mayor rapidez. Su cabello plata captando por un momento los haces del astro nocturno, y reflejándolos luego, como la superficie de un estanque, antes de volver a desaparecer en las sombras…

No fue consciente de la presencia que acababa de detectarle.

El camino, largo y tortuoso, se le hizo eterno. Sentía que nunca lograría llegar a su destino, y el miedo empezaba a jugarle malas pasadas, creándole pesadillas en las que se quedaba condenado a vagar por siempre aquellas estancias, fantasma de su propia casa hasta el fin de la eternidad.

Pero cuando la ansiedad empezaba a acumularse ya en su garganta, formando un grito que se negaba a dejar escapar, finalmente, localizó las puertas dobles de madera blanca, que daban al cuarto de sus padres.

Se tragó el suspiro de alivio que apenas había llegado a vivir en su garganta, para no hacer ruido, disipando al mismo tiempo el grito reprimido.

Rodeó un charco oscuro y pegajoso en el suelo de mármol. Negándose a mirarlo más que un instante, por temor a reconocerlo como sangre. Su atención tan volcada en la puerta, que en ningún momento vio la sombra que lo había seguido hasta aquí.

Apoyó la palma en la madera… estaba abierta.

La pequeña presión la desplazó apenas una rendija, lo suficiente para que pudiera ver a su madre.

0

Narcisa Malfoy vestía de escrupuloso negro desde que su esposo fuera enviado a Azkaban.

En luto por el destino, que ya sabía, esperaba a Lucius Malfoy. O por la desgracia en que había caído su familia. Nadie lo sabía con certeza.

Lo único que los más perceptivos habían logrado captar, era el dolor que se había agarrado a ella, al saber la misión que se había encomendado a su hijo. Claro en el modo en que las trazas agotadas en su rostro se habían acentuado aún más después de aquella fatídica reunión.

Las sombras profundas bajo sus ojos claros, hablaban de noches sin dormir. Arrugas como finas telas de araña, habían florecido sobre la piel translucida de su rostro. Y en su cabello, pálido y deslustrado, el blanco se había extendido, como si hubiera encanecido, de repente, en las últimas semanas.

Sin embargo, a pesar de todo, caminaba por la mansión con la cabeza alta, y los hombros erguidos de una reina. Ninguna expresión en su elegante rostro. Nada en sus ojos serenos como espejos. Tan bella y fría como hielo de montaña, aún en presencia de las escenas más sangrientas y horribles.

Ella era Lady Malfoy, la helada señora de Malfoy mannor. Respetada y admirada por casi todos los mortífagos.

Pero en la soledad de su habitación, cuando nadie la veía, y podía dejar caer la máscara… se sentía hundirse bajo el peso de tanto sufrimiento.

O

Draco contuvo el aliento.

Desde su posición apenas podía verla de espaldas.

La brisa entraba por la ventana abierta, trayendo los olores de la noche; ceniza, herrumbre, y el fino, e indefinido perfume, de algo recientemente muerto. Meciendo en su murmullo los mechones sueltos de la melena blanquecina, y el borde de un camisón oscuro.

La fina tela negra no lograba ocultar la extrema delgadez de la mujer, ni la curva agotada de su espalda. Y su color oscuro resultaba aún más triste al contrastar con las sábanas, verde desvaído, del enorme y desecho lecho en el que estaba sentada.

La cama siempre había sido demasiado grande, recabada de lujos y confort que bordeaban lo desmedido. Pero ahora, con la ausencia de Lucius, no solo era enorme para ella, sino que acentuaba la soledad de su insuficiente presencia, y la hacía sentir muy frágil en su enormidad.

En aquel instante, si Draco hubiera sido un segundo más rápido, nunca habría llegado a ver, realmente, el dolor de su madre. Nunca tomado las decisiones que forjarían su futuro. Y nunca vendido… su alma.

Pero el destino…

En el preciso segundo en que empezaba a tomar aire para hacerle saber que había llegado… Un destello entre aquellas pálidas manos, atrapó su mirada.

Y las palabras callaron en sus labios.

Los esbeltos dedos de Narcisa estaban crispados entorno a algo color plata, acunándolo tan fuertemente contra su pecho, que apenas era visible. Pero Draco ya había visto aquella pieza cientos de veces, y la reconoció en el acto.

Era una foto de la boda de sus padres, la misma que siempre había adornado, desde que tenía memoria, la mesilla junto a la cama.

Una hermosa pieza, en la que los dos jóvenes recién casados, siempre sonreían un instante antes de besarse. La única fotografía, que él supiera, que había logrado captar uno de los raros momentos, en los que el amor de sus padres salía a la superficie traspasando sus fachadas.

-…Lucius…- El pequeño susurro apenas logró hacerse oír en el silencio… pero para el fino oído del joven slytherin era más que suficiente.

Lleno de dolor y tristeza, flotó hasta Draco como un suspiro de veneno, penetró en sus entrañas helándolo por dentro. Instalando una aguja de ponzoña que acabaría siendo su perdición.

Draco estaba viendo a su madre… llorar.

La realización lo sacudió de dentro a fuera con el dolor sulfuroso del ácido, quebrando las barreras mentales con las que había estado intentando olvidar lo que el señor tenebroso esperaba de él, y lo que sucedería si no lo conseguía.

Su madre había parecido tan fuerte, que no había parecido posible que realmente nada pudiera tocarla, ni siquiera la amenaza del señor oscuro. Pero ahora Draco se enfrentaba a la realidad de lo realmente asustada que estaba, de lo desesperadamente de menos que echaba a Lucius, y del valor, con que, aún así, estaba haciendo todo lo que podía por mantenerlo a salvo a él.

Y ya no pudo fingir que nada de aquello estaba pasando.

Narcisa sintió como unos brazos jóvenes la rodeaban, abrazándola muy suavemente. No necesitó abrir los ojos para reconocer a su hijo. Conocía de corazón el olor de su piel, tan tierno como el de ella misma, tan fuerte como el de su padre.

Hizo un supremo esfuerzo por dejar de llorar. No quería que Draco la viera débil, derrotada. Porque si ella, que era su madre, se derrumbaba, ¿qué esperanza podía quedarle a su hijo, de sobrevivir a lo que le esperaba?

-Estoy bien, Draco.- comenzó a llamar de vuelta la helada máscara. Pero Draco estrechó el abrazo y ofreció su hombro para que descansara, impidiendo que pudiera fingir que nada le importaba. Y Narcisa ya no pudo detener las lágrimas.

-Draco…

-Ssssh.

Durante largo rato ninguno dijo nada.

Inconscientes de los ojos ajenos que los observaban. De la crueldad inmensa que sonreía en la oscuridad tras la puerta.

El llanto se fue convirtiendo en suspiros, los suspiros en silencio, hasta que solo quedó la cálida paz de madre e hijo. Abrazados a las puertas de una desgracia, que podría acabar con todo lo que quedaba de su familia…

Pero Draco podía evitarla. Si cumplía con la misión que se le había encomendado, el señor tenebroso volvería a confiar en ellos, sacaría a su padre de Azkaban. Todo volvería a ser como antes. Como… antes… si… si… mataba.

Su consciencia, y su amor por sus padres, se retorcieron como serpientes dentro de él. Tratando de devorarse la una a la otra, sin que hubiera ningún vencedor. Quería salvar a sus padres, quería hacerlo con todas sus fuerzas. Pero asesinar... matar a sangre fría. A alguien cómo Dumbledore… Sabía que no sería capaz.

Había tratado de convencerse de que lo haría sin problemas. Pero enfrentado contra la fría realidad del dolor de su madre, y forzado a considerarlo sin el velo de la imaginación… supo que no podría.

El dolor de lo que les pasaría a sus padres ante su incapacidad, desgarró su corazón como una pequeña bestia nacida de la conciencia que no podía ignorar. Royendo las tiernas arterias, devorando desgajos de músculo, y trozos de nervios llenos de pena. Si no fuera porque su madre le necesitaba, se habría derrumbado.

-Hermosa escena.- Era imposible confundir aquella voz. El tono hiriente, casi lascivo, de Lady Zabini.

La elegante mujer italiana, penetró en la devastada habitación caminando como si el lugar fuera suyo. Ignorando completamente los estantes robados de tantas cosas lujosas, y el polvo que se había acumulado en todas las esquinas, a favor de clavar la mirada en la mujer que odiaba. El carísimo vestido de seda púrpura, deslizándose tras ella con la misma gracia de la cola de una víbora. Sus ojos negros brillantes de júbilo, y sus preciosos rizos negros, recogidos sobre su cabeza en un complicado peinado, que solo podía ser obra de un elfo doméstico.

Seguramente uno de los que el señor tenebroso había retirado a los Malfoy, si se había tomado la molestia de lucirlo aquí donde nadie más que ellos admirarían algo tan fino. Exhibiéndolo como una señal más de cómo el amo tenebroso ahora favorecía a su familia, en lugar de a los Malfoy, caídos en desgracia.

-Eponna, no recuerdo haberte invitado a mis habitaciones.- la máscara helada de lady Malfoy, de nuevo en su lugar. Como si las lágrimas jamás hubieran rozado sus pómulos de porcelana.

A, pero la mujer italiana ya lo había visto todo. Y la fachada no hizo más que divertirla.

-Pobre Narcisa. En verdad, me das lástima. Has perdido a tu esposo, tu casa, y ahora a tu hijo.- el falso tono conmiserativo endulzando sus pasos de serpiente mientras se acercaba a la rubia aristócrata, no ablando las defensas de los Malfoy.

Madre e hijo ya se habían puesto en pie, ambos la viva imagen del orgullo. Observándola al unísono, como si fuera un insecto venenoso que debía ser eliminado.

-Todavía no he fallado, Lady Zabini.- la máscara de Draco tan impasible como la de su madre. Cuando no tenía otra salida, podía parecer tan helado como se esperaba de él. De otro modo, jamás habría sobrevivido tanto tiempo bajo el mismo techo que el Lord oscuro.

La mujer morena se limitó a mirar, elocuentemente, el estado de desarropo en que ambos rubios estaban. En pijama, descalzos, y con el cabello deslustrado y suelto.

-Oh, disculpa, Draco. Es cierto, todavía no has tenido oportunidad de fallar. –Y su tono decía a las claras que no esperaba nada mejor de él.- Pero no te preocupes, si fracasas y el señor tenebroso, se ve, Merlín no lo quiera,- dijo con exquisita mentira- obligado a acabar con la vida de tu madre. Mi hijo y yo estaremos encantados de acogerte en nuestra familia.

-Te lo agradecemos Eponna.- intervino Narcisa- Pero eso no será necesario.

Draco se limitó a dejar que su madre manejara a la peligrosa italiana, incapaz de reunir las fuerzas para contestar a aquello.

Lady Zabini tenía razón.

Si fallaba el señor tenebroso mataría a su madre, y su padre moriría en Azkaban bajo el beso del dementor. Y él, patético e inútil, sería regalado a quien más agradara al oscuro señor en ese momento. Eponna Zabini, con su crueldad y poder, era una buena candidata a ello.

Y si fuera solo por su hijo, Draco hubiera encontrado hasta un alivio acabar en su familia. Blaise y él eran amigos desde que eran niños. Los mejore amigos. Pero por razones que su madre nunca había compartido, Lady Zabinni y ella hacía años que estaban enemistadas con un odio que rozaba lo asesino. Y en el caso de la aristócrata morena, la animosidad parecía extenderse a toda la familia.

Solo cabía esperar lo que le haría aquella mujer, famosa por sobrevivir a todos sus maridos, a él. El hijo de su rival. Y Blaise nunca levantaría un dedo contra su madre, la quería demasiado.

Sin embargo, de algún modo, la perspectiva de finalizar su existencia en manos de la afamada asesina no logró afectarle demasiado. Lo que realmente dolía, lo que parecía estar deshaciendo sus huesos, era la idea de que sus padres murieran… por su culpa.

Para su desgracia, el momentáneo instante de debilidad, debió traslucirse en su mirada. Y Lady Zabini percibía aquellos signos como un tiburón la sangre.

-Oh, Draco, no te preocupes tanto. Estoy segura de que el señor oscuro le dará una muerte decente a tu querida madre.

Una muerte decente… aquello tuvo el resultado deseado. El de recordar al joven slytherin, la clase de torturas que el señor tenebroso, gustaba ejercitar en los seguidores que lo decepcionaban.

La agonía se multiplicó en sus entrañas.

Solo imaginar lo que le haría a su madre. Solo imaginar a alguno de aquellos monstruos tocándola, hiriéndola, mancillándola con sus sucias manos…

-Creo que esta visita ya ha durado suficiente, Eponna. Ahora, si no te importa, es bastante tarde. –espino hecho palabras.

La advertencia implícita de Narcisa no cayó en oídos sordos. La dama rubia ya tenía la varita sutilmente en la mano.

-Por supuesto. No me había dado cuenta de lo tarde que era. Nos veremos… Draco.- la satisfacción palpable en su caminar. Al fin y al cabo ya había logrado herir a los Malfoy. Por ahora, le era suficiente.

Por ahora.

Cuando la puerta se cerró tras ella, y ambos estuvieron seguros de volver a estar solos, Draco se volvió hacia su madre.

-Lo haré.

Narcisa parpadeó un instante.

-Lo haré, madre. Mataré a Dumbledore. – El gris de sus pupilas parecía acero.

-Draco…

Narcisa tragó saliva, esa ya no era la voz de un niño, era la de un joven que pronto sería un hombre. Y en ese momento odio al señor oscuro cómo jamás había odiado a nadie. Por obligar a su niño a crecer tan deprisa, por provocar que su amado esposo acabara en Azkaban, pero más que por ninguna otra cosa, por que iba a convertir a su hijo en un asesino. Y deseó poder matarlo como nunca había deseado nada.

Sin embargo, en el fondo de todo aquel huracán de rencor y pena, había un orgullo dorado como luz de sol, por el valor de ese joven hombre. Un amor claro como cristal por el muchacho que estaba dispuesto a darlo todo por su familia. Y un respeto a su decisión nacido de ambas cosas, que no le permitió atreverse a detenerlo.

-Ten cuidado Draco.-

El joven rubio posó un delicado beso en su mejilla, igual que cuando había sido un bebe que iba de un lado a otro cogido a las sedosas faldas de su mama. Quebrando, sin quererlo, un poco más, su pecho.

-No te preocupes madre. Todo irá bien.

Narcisa sonrió apenas, si su dragón decía que iría bien, debía confiar en que así sería.

No lo detuvo cuando salió de la estancia.

Draco tenía el mismo paso, determinado y peligroso, que Lucius cuando marchaba de "caza".


La biblioteca estaba bacía a estas horas de la mañana.

El lugar, tal alto, y amplio como el interior de una iglesia gótica, rezumaba tranquilidad.

Los altísimos estantes creaban pasillos estrechos por los que solo dos personas podrían pasar a la vez, y refugiaban en rincones tenebrosos unos cuantos espacios de estudio adornados de mesas y mullidas sillas forradas de sedas, terciopelos, y otras ricas telas, teñidas en tonos verdes, negros y grises, muchas ostentando también el escudo Malfoy bordado en plata.

Normalmente toda esta riqueza estaría bañada por los haces multicolor que penetraban por las vidrieras a lo largo de las paredes. Escenas de la historia de la familia inmortalizadas en cristal. Pero desde que el señor tenebroso desterrara el sol de la mansión, estas estaban cubiertas por pesadas cortinas llenas de polvo. Y la única luz la daban los insuficientes candelabros de plata, esparcidos sobre las mesas.

Las sombras, tan espesas que uno se veía obligado a llevar con él su propia vela, si necesitaba mirar los títulos de los lomos de cerca. Y había tantos…

Textos preservados en pergaminos, libros, y tablillas, que hablaban sobre todos los temas imaginables. Conocimientos que habían sido reunidos por los Malfoy a lo largo de generaciones, y que rivalizaban en volumen con los que podían encontrarse en la propia biblioteca de Hogwarts.

Pero aquí, el género de lo escrito era mucho, mucho más oscuro.

O

Draco cerró los ojos.

"Tengo que matar a Dumbledore. Es la única manera de salvar a madre y a padre."

Pero entre tomar la decisión, y llevarla a cabo, había todo un mundo.

Su consciencia gritaba tan fuerte que le daba nauseas.

Apoyó la cabeza en la fría madera de la mesa, tratando de contener el poco desayuno que había conseguido ingerir, y de acallar un poco el rugido interno que le decía que lo que planeaba hacer, era espantoso.

Lo único de lo que se sentía agradecido, era la ausencia de nadie más en la biblioteca que pudiera ver su gesto de malestar.

Los mortífagos eran como carroñeros, atacaban al menor signo de debilidad.

Tragó saliva, respiró profundamente, y consiguió volver a enderezarse todavía un poco mareado. Sin embargo, solo por si acaso, se levantó y buscó una silla más en las sombras, donde no fuera tan fácil verle si volvía a sucumbir.

Acabó escogiendo una butaca de terciopelo verde llena de polvo, apenas visible en la esquina entre dos estantes abarrotados, y bien lejos de las ventanas cubiertas de mohosas cortinas. La única luz que llegaba allí, la daban los candelabros de plata encendidos aquí y allá, sobre las mesas de estudio.

Agotadoramente apagó los que pudieran prestar algo de claridad a su escondrijo. Se sentía como una marioneta vieja a la que le faltan la mitad de los hilos. No había dormido en toda la noche, ocupado en estudiar.

Sacó la varita del bolsillo de su arrugada túnica:

-Oculolux.- Inmediatamente su vista se ajustó a la escasa iluminación, con un escozor molesto en sus pupilas.

Odiaba tener que usarlo, pero mejor eso que llamar otra vez la atención de algún mortífago. Cogió el último libro que había estado intentando leer, y se acurrucó en la cómoda butaca. Abriendo la página que había estado esforzándose en descifrar…

-No. Esto no es.- Frustrado lo cerró de golpe, resistiendo el impulso de tirarlo contra la pared.

Llevaba toda la noche aquí sin resultados. Los volúmenes consultados aún estaban amontonados sobre la mesa que acababa de dejar, apilados descuidadamente en torres que apenas se mantenían precariamente en pie. A la espera de que más tarde se ocupara de recolocarlos. Tan numerosos que el espacio visible de madera oscura, era casi inexistente. Y aún así, seguía sin nada que pudiera ayudarlo.

Draco sabía, sinceramente, que carecía de la auténtica maldad necesaria para ejecutar aquello. Le gustaba meterse con sus compañeros del colegio, sí. ¿Hacer comentarios crueles, y provocar a los griffindor? Por supuesto. Era divertido, y no hacía daño real a nadie. Pero aquello… aquello no era un juego. Era segar una vida.

Y si él no mataba, el señor tenebroso demostraría que él si era capaz, utilizando a sus padres como ejemplo. Los Malfoy ya le habían decepcionado demasiado.

La única manera de salvarlos, era buscar la forma de hacerse capaz de asesinar a Dumbledore. Un hombre que era el icono del bando de la luz, y de todo lo bueno que había por defender… Nunca podría hacerlo. Solo pensarlo le ponía enfermo. Estaba mal. Estaba horriblemente mal.

Pero no podía hacer otra cosa.

La única manera era buscar la manera de acabar con su consciencia, o de apagarla, y su familia dejaría de sufrir.

En la magia negra existían cientos de conjuros y pociones para ello. Además él tenía acceso a una de mayores bibliotecas de hechicería negra de Inglaterra.

El problema no era ese.

Lo que pasaba, era que todas las cosas que podrían alterar su consciencia lo suficiente para empujarlo a algo así, eran ilegales, y serían inmediatamente detectados por las barreras de Hogwarts. Puede que incluso antes, en la propia estación. Eran magias demasiado tenebrosas, y casi todas las barreras mágicas estaban preparadas para advertirlas.

Sacudió la cabeza tratando de despejarse.

No. Tenía que haber otra cosa, otra manera. ¡Tenía que haberla! ¡Tenía que salvar a sus padres!

Volvió a abrir el libro con furia. Tan violentamente que se cortó el dedo con una de las páginas.

Un par de pequeñas gotas rojas, como gemas de vida, cayeron de la herida al suelo.

Suspiró.

-Episk… ¡!

El sonido de las enormes puertas de la biblioteca al cerrarse, lo paralizó en el acto. Pero no tuvo tiempo de girarse. A sus pies, donde su sangre había tocado el suelo…

El brillo escarlata lo cegó.

-¡Finite Incantatum!- El conjuro que mejoraba su visión en la oscuridad se retiro de sus pupilas como un film de gasa. Permitiendo que pudiera enfrentarse a la luz sin que sus írides gritaran de dolor.

Parpadeó, disipando las manchas negras que habían aparecido en su visión por culpa del flash… una ráfaga de viento se levantó de golpe, agitando su túnica y su cabello con tanta violencia que casi cayó al suelo. Las pilas de libros sobre la mesa fueron arrasadas por el vendaval, y los volúmenes se esparcieron por el suelo, y chocaron contra las estanterías con el estruendo de un trueno.

Draco dio un paso atrás, la baldosa que pisó se hundió medio palmo en el suelo, esta vez logrando derribarle. Golpeó la roca con un gemido ahogado, el viento, tan violento, que apenas podía abrir los ojos. Pero a tan escasa distancia, podía verlas perfectamente. En el suelo habían aparecido líneas luminosas de un rojo sangre brillante. Corrían y se extendían, avanzando cada vez más deprisa desde el punto donde su sangre había tocado el suelo, en anillos concéntricos cada vez más amplios, formando un dibujo extraño que nunca había visto.

Bajo él, la piedra empezó a temblar y estremecerse. Cerró los ojos ante el viento cada vez más fuerte. Agarrándose a los resquicios entre las losas con todas sus fuerzas. El corazón golpeándole el pecho con la fuerza loca de una estampida.

"¡¿Qué está pasando?"

Varios volúmenes cayeron de sus estantes aterrizando peligrosamente cerca de él.

Draco temió que alguna de las estanterías caería y lo aplastaría.

Pero tan repentinamente como había empezado, todo acabó de golpe.

El silencio resultante casi aún más terrorífico que el temblor de hacía un instante.

-¿Qué ha…?- tosió violentamente al respirar el polvo que todo aquello había levantado.

Miró a su alrededor, al pequeño desastre que había asolado esta zona de la biblioteca.

Libros, papeles, pergaminos… tirados por el suelo. Estantes ligeramente movidos de su lugar… pero ni rastro de las líneas luminosas que habían surcado la piedra hacía un momento.

"¿Qué ha sido todo eso?... ¡Merlín!" Al mirar a su espalda, ahí estaba. Surgida de ninguna parte.

No había tropezado con una baldosa suelta, como había creído, había tropezado con un escalón. El primero de una estrecha escalinata de viejísima piedra negra, que acababa de aparecer de la nada, hacía las profundidades de los cimientos de Malfoy mannor.

Continuará