Prólogo
Ley de la equivalencia
parte I
La mujer miró con terror a su marido cuando terminó de escuchar esa confesión que, sin quererlo, le cambiaría la vida. Por su parte, él se mantuvo quieto ante la adversidad de la situación; frente a una esposa que poco a poco iba consumiéndose en la desesperación. Una que ella podía controlar sin problema. No obstante…
―¡No dejen que escapen! ―La voz de alguien furioso, que pareció incitar a un grupo de personas desconocido, alertó a ambos esposos. Ellos se miraron con temor, uno que creció al escuchar la tímida voz de su hijo mayor quien yacía asomado en la puerta.
Los gritos del exterior se hicieron más presentes a varios metros de aquella vivienda. La mujer, rápidamente, tomó al varón menor y le condujo a carreras hasta la habitación de otro niño todavía más pequeño. Éste último dormía bastante ajeno a lo que pasaba a su alrededor. A un lejos, madre e hijo fueron capaces de ver al padre de familia dirigirse hacia la estancia como si esperase a la pronta visita enfurecida.
―¿Qué está pasando? ―Ella solo le sonrió con ternura antes de abrazarlo con fuerza. El pequeño no entendió y tampoco se interesó en saber más cuando justo su madre le pidió que se llevase a su hermano por la puerta de atrás tan lejos como les dieran los pies para correr. Él estaba tan perturbado que no pudo objetar, llorar o sentir temor… ese que su madre proliferó constantemente en su presencia.
Antes de dejarles ir, la mujer les dio un beso a cada uno y una bolsa con dinero. También, le indicó que dentro de ese pequeño paquete había un papel con una dirección, un lugar a donde ir. Sabio, el muchacho asintió a las palabras de su madre y con valentía tomó de la mano a su somnoliento hermano; ambos partieron a la par de que las lágrimas de Magdalena brotaran y recorrieran sus mejillas.
―¡Abran la puerta! ―Alguien golpeó la entrada con algo notoriamente pesado y fuerte. El padre mantuvo la calma en todo momento pese a los alaridos de sus conocidos. Un minuto después su esposa llegó a su lado y tomó asiento también. Ambos se miraron; ella no dejó de llorar.
―Perdóname. Debí habértelo dicho antes, nos hubiéramos podido ir bien lejos pero… ―sus ojos se abrieron de par en par cuando sintió el índice de su mujer sobre su boca. Con delicadeza le apartó cuando lo consideró prudente y con una sonrisa nostálgica miró a su compañero de vida antes de reposar parte de su cuerpo en el de él.
―Es nuestra familia y la familia debe estar unida.
―Con más razón. ―Otro golpe se escuchó en la puerta.
―Todavía no nos toca vivir como una. Habrá una oportunidad en algún lugar lejano, inexistente en este planeta.
―Pero… ellos…
―Los hijos en este mundo son prestados.
―Estás justificando mi error. ―Un sonido extraño hizo eco en toda la casa, lo que atrajo la atención de la pareja sobre todo hacia el techo porque al ser de cana, dejaba traspasar con facilidad el humo. ―Yo debí morir solo.
―Pensé que era juntos hasta la muerte, ¿no? ―Entonces él la tomó del rostro, clavó su mirada castaña en la azabache de ella viéndose cual reflejo. Se acercó en el tiempo que tuvo oportunidad de hacerlo, justo antes de que los dos quedasen bañados en colores rojos y naranjas, hasta amarillos, bajo una tela negra que se extendía hasta el cielo. Pareció una fogata gigante en medio de uno de los barrios más conocidos del pueblo.
Los dos niños que apenas lograron entrar a una zona boscosa muy cerca de su residencia, no pasaron por alto el fuego que creció en pocos segundos. El más grande reconoció la ubicación porque en un grito ahogado llamó a sus padres como si pudiesen escucharle. El pequeño se aferró de la prenda superior de su hermano mientras con temor avistó las llamas que se reflejaron en sus orbes cuales espejos; él también estaba asustado pero, le era imposible explicar lo que sentía con palabras. No entendía ni siquiera lo que en su interior pasaba.
Con pasos apresurados retomaron la marcha. Cuando el mayor tomó el papel con la dirección escrita, supo que no estaban tan lejos de lo que buscaban; que si no fuera por las especificaciones, tampoco, se le hubiese complicado relacionar el lugar donde yacen con el del croquis. No obstante, unos pasos acelerados hicieron eco en sus oídos, ¿qué podía ser eso? No tenían tiempo para detenerse, podía ser algún extraño o las mismas personas de su clan que les están buscando para ¿algo? Algo que desconocen. Por eso y el cansancio, se detuvieron detrás de un árbol; el grande cubrió la boca de su hermano y con la mirada le suplicó que hiciera silencio porque las pisadas se hacían más resonantes. Entonces vieron una luz de lámpara de gas. Ya no solamente eran pasos de una persona… eran varios. ¿Será el final? Con sigilo tomó una rama que terminaba en una puya, una muy afilada. Eso le serviría para defenderse y proteger a su hermano menor, mas su mano no paraba de temblar. Estaba asustado; estaba preocupado. Se sentía incapaz de atacar. Prefería que le atraparan pero le daba miedo pensar en la muerte o el simple hecho de perder a su hermano. Él sabía que no tenía a nadie más que a ese pequeño ente que abrazaba.
Los desconocidos yacían más cerca, más cerca… la luz se detuvo justo a su lado cuando una gota de sudor resbaló por su frente hasta su barbilla. Era ahora o nunca. Despacio soltó a su familiar y con una señal le pidió que no moviera ningún músculo; estaba listo para atacar. Con la mayor velocidad salió de detrás de ese tronco mientras gritaba; alzó la estaca y antes de descenderla, la persona que se suponía sería la víctima dejó caer la lámpara y pidió porque se detuviera. Lo dijo varias veces sin éxito hasta que llamó por su nombre a su atacante, quien salió de su letargo de supervivencia para darse cuenta de que a esa persona le conocía. Su respiración era todo lo que se escuchaba en el rededor y segundos después su llanto cuando recibió cobijo por parte del hombre de larga vestidura.
Ambos niños fueron llevados hacia una casa de madera de tamaño considerable que desde afuera portaba un aire acogedor. Una insignia peculiar adornaba el frente y extrañamente todos los que residían allí vestían igual. Cuando el mayor de los hermanos inició el recuento de lo que pasó y conocía, bastó para los hombres porque por sus miradas cómplices demostraron saber lo que ocurrió...
De repente
―He estado esperando por este momento desde hace mucho tiempo.
―¿Quién eres? ¿Dónde estás? ―Los hombres que ocupaban el sitio se pusieron de pie con estruendo. Los menores se mantuvieron muy cerca de uno de los encargados del lugar; el corazón del más grande latió con fuerza e inconscientemente abrazó a su hermano menor con la misma intensidad.
―¿Quién soy? Es increíble escuchar ese tipo de pregunta ―y una ventisca hizo que algunos objetos decorativos cayesen al suelo. Era espantoso porque no había ninguna ventana abierta―. Soy la peor pesadilla de la humanidad.
―Es él... ―susurró uno de los hombres de cabello plateado. En ese momento, un manto oscuro bañó toda la habitación y como consecuencia a eso, todos sacaron un arma y apuntaron hacia el centro donde suponían estaba la sombra que les hablaba. Iniciaron con una serie de palabras inentendibles que lograron poner más nerviosos a los menores; el más pequeño chilló entre dientes aferrándose a los brazos de su hermano. Cualquiera hubiese creído que se encontraba tan asustado que prefería no mirar pero, se trataba de algo peor.
―No importa lo que hagan, inútiles. No impedirán que tome lo que es mío.
Pese a sus amenazas no podía traspasar la barrera que los hombres consiguieron recrear para protegerse a sí mismos y a los dos niños. Con cada segundo que pasaba y con cada intento de la sombra por penetrar en aquella barrera, el menor sentía su cuello arder con más intensidad. No pudiendo más con el dolor, cayó sobre sus rodillas, cubriendo su cabeza. Su hermano más grande decidió actuar por sí solo para ayudarle a aliviar su malestar. Buscó aquello que le carcomía, dándose cuenta de que una marca extraña se tatuaba muy cerca de la nuca de su pariente… una marca negra con tres tomoe. Lo que parecían ser oraciones se hizo más audible cuando los hombres alzaron sus voces con más ahínco, pidiéndole al dios que les ha de proteger que desapareciera al ser oscuro.
Entonces la sombra no pudo más. Se frustró, al mismo tiempo que quedó ligeramente satisfecha. Por su desesperación y sus intentos fallidos de violar la barrera, justo donde yacían los hermanos, fue aquel indicativo que alertó a los hombres de la luz a prestar más atención a los recién llegados. Antes de que la sombra partiera definitivamente, advirtió que nadie en la tierra se quedaba sin saldar sus deudas.
Su deuda desconocida… y su paga uno de los hermanos.
―¿Qué sucede, Itachi?
―Kakashi san… Sasuke… Sasuke no reacciona.
Nunca hay que pactar con el error, aun cuando aparezca sostenido por textos sagrados.
Mahatma Gandhi
Notas de autor: Acá la remodelación de mi antiguo fic "Eterna condena". Ahora sí que estoy decidida a continuarlo y con buen pie. Quiero dejar en claro que he cambiado el título porque el anterior no me parecía muy adecuado para lo que tengo en mente y, que quede claro, la historia no tiene nada que ver con la película/libro que lleva el mismo título. Espero que les guste y de ser así que lo expresen, se les agradece muchísimo.
