Enamorándose de Helena.

Helga es la chica más temida en toda la preparatoria de Hillwood; embriagadora y atractiva pero peligrosa. Sin embargo, en la gran manzana la historia cambia y Arnold estará allí, como su lava platos, para presenciar como su abusadora personal se transforma en la elegante chef reconocida: Helena de Troya.

-o-

A Arnold le gustaba la manera en la que un hoyuelo se disparaba debajo del labio de Lila cada vez que sonreía. No como un gusto raro, era más bien como esos detalles que le gustaba detenerse a observar. Como cuando Gerald arrugaba la nariz sin darse cuenta mientras mentía. O incluso la manera en la que los azules ojos de Helga brillaban en cuanto la emoción atravesaba su pulso cardiaco.

Ahora, Lila comentaba emocionada lo feliz que estaba puesto a que las vacaciones se aplazaran tanto. Tres meses de vacaciones. Francamente, el rubio se cuestionaba a diario si podría superarlo. Si se veía desde un punto objetivo, sus únicos amigos tenían planes y no lo incluían en lo más mínimo.

Gerald y Phoebe se irían a Japón con la familia de ella a pasarla todo el verano. Lila se iría a Texas y Helga, bueno, ella desaparecía en las vacaciones. Siempre. Sin falta. Se quedaría solo, en Hillwood, hartándose del mundo y quejándose en soledad.

-¿Y tú que harás, Arnold?- inquirió la pelirroja sonriendo. Parecía que ella acababa de contar con detalle todos sus planes de verano y Arnold apenas se había percatado de que había estado diciendo algo. Se sintió mal por ello.

-Conseguiré un trabajo. Tengo entendido que cuando pasemos a tercer año las cosas no serán tan fáciles como ahora, juntaré dinero mientras tanto...
-Mala idea plantearte eso hasta ahora, campeón- murmuró Gerald agitado, alcanzándolos a fuera de las instalaciones de la preparatoria.

Ahora que lo pensaba con profundidad Hillwood era relativamente pequeño. Todos iban a la misma preparatoria, habían ido a la misma secundaria y por ende, a la misma primaria. No se quejaba, era lindo, de cierta manera, pero ya se estaba hartando de esa familiaridad tan cerrada; se sentía enjaulado, sofocado, incluso algo claustrofóbico a decir verdad.

-… Todos tuvieron la misma idea que tú, genio. No hay un maldito trabajo disponible desde hace dos semanas en todo Hillwood- a completó.
Perfecto, simplemente perfecto. Ahora tendría que aguantar (sí, aguantar) al señor Oskar y a su hermanita pelear a diario, como sucedía desde hace ya un mes acerca del uso del baño. Fue gracioso en su momento pero ya estaba cansado de que lo despertaran todos y cada uno de los fines de semana tan temprano por la mañana con peleas infantiles frente a su puerta.

Estaban pasando cerca del campo de béisbol, habían quedado de recoger a Helga después de clases. La situación en su hogar seguía en su cabeza, forzándolo a hacer una mueca de angustia. Aun no oía la riña y ya sentía que el mal humor le recorría la espalda. Sin embargo, antes de poder argumentar algo a su amigo logró escuchar un par de alaridos que intentaban llamar su atención. No dio tiempo, cuando por fin volteó no tuvo oportunidad siquiera de entender el porqué de la bulla: una bola de béisbol había dado justo entre sus cejas y le había quitado la conciencia en un golpe.

-Arnold, ¡Arnold!- la voz de Lila lo despertó con suavidad segundos después. Mientras pestañeaba otra voz conocida intervino de lleno. Esta nueva voz que lo llamaba no estaba serena y preocupada, no. Esta estaba endemoniadamente asustada. Aunque era en un tono muy bajo, lo llamaba con sacudidas eufóricas y chillidos intranquilos. Parecía que había gente a su alrededor pero cuando abrió por fin los ojos pudo ver a su amiga rubia tirando de sus hombros con desesperación.
-Dios, Arnold, eres un idiota- suspiró con menos fuerza de la que quiso.

De hecho, el alivio era notable pero nadie se percató de ello. Todos estaban ocupados suspirando, contentos de que el desmayo durara tan poco. La pelirroja tocó su frente y él dio un respingo adolorido. Los curiosos comenzaron a disiparse y Arnold se puso de pie con ayuda de Helga y Gerald.
-¿Qué pasó?
-Es la leyenda de la buena suerte, hermano. Una pelota de béisbol rebotó en tu frente el último día de clases- sonrió irónico el moreno, ganándose la risita de Lila-. Debe ser una señal.
-Sí, bien, buena suerte o no la única perjudicada aquí fui yo- bufo la rubia, como si el hecho de ser noqueado por una pelota no fuese suficiente-. Quiero decir, me asuste más que la princesa cuando Curly ronda fuera de su casa los domingos...- todos la observaron con extrañeza. Helga no se había preocupado ¿Cierto? Imposible. A no ser...- No me miren así ¿Qué iba a hacer si mataba al enano? ¿Dónde demonios metería su cuerpo? ¿Qué le diría a sus padres?- apuró encogiéndose de hombros.
-"¡Miles, Stella! Un gusto verlos. ¿Recuerdan a su pequeño hijo? El chico rubio, sí, él. Bien, sin querer lo asesiné con una pelota de béisbol". Ya sabes, todo muy casual.
Todos rieron mientras se encaminaban a casa de los Shortman. Parecía que el último día (antes de la tortura que significaba la palabra "verano") lo disfrutaría, mínimo. El aludido, que se componía del golpe lentamente, comenzó a perderse en su mente sin conciencia.
Hace tiempo se había dado cuenta de que tenía un disfrute personal por observar a la gente, de detallar cada centímetro de sus rostros cuando hablaban, la curvatura de las palabras en el aire. Por ejemplo, en ese momento, Lila soltaba esas risitas discretas que hubieran enamorado a cualquier vago que caminara cerca y tuviera la dicha de oírla. Para bendición del rubio, él había superado esa etapa desde cuarto grado de primaria. Ahora sólo se regocijaba en escucharla y observarla. Ese verde limón que la caracterizaba a donde fuera, con falditas coquetas y su ligero maquillaje que resaltaba sus pequeñas pequitas. Había entendido entonces que ella, por más bella interiormente que fuera, para la sociedad era como una prenda de ropa muy costosa que todos quieren comprar porque es costosa, no porque realmente algún día la fuesen a usar.

Suspiró con algo de melancolía. Giró la mirada y se encontró con Helga "el terror" Pataki riendo escandalosa mientras platicaba con Gerald animada.

Ella, por su parte, era harina de otro costal.

A diferencia de la pelirroja, Helga era más conocida por su mal carácter y su simplón y algo grosero sentido del humor. Mientras una era la suavidad del color verde limón y naranja-rojizo atardecer la otra era dorado-mediodía y un rosa pastel que gritaba "¡Soy Helga Pataki, quítate de mi camino!". Sus facciones, que en su infancia le dieron bastantes contratiempos, ahora resaltaban una promesa de la belleza bruta. Su pronunciada figura de atleta se ganaba los cotilleos de los pasillos y esa mirada asesina se robaba suspiros infantiles de los masoquistas de primer año.
Arnold suspiró. Se preguntó en qué momento se hizo el mejor amigo de la matona del pueblo. Eso le recordó que Hillwood, o mínimo su colonia, podía considerarse metafóricamente pueblo y frunció el ceño.

Oh, cierto, fue entonces..., pensó a la deriva, volviendo al tema que tenía al principio.

Arnold y Helga se hicieron amigos después de lo que pasó en San Lorenzo. Para sorpresa de él fue Helga quien, después de regresar, desapareció de la nada. Sin explicación ni un "hablamos cuando regrese". Unas vacaciones sueltas, con el recuerdo de ese inocente beso en la selva. Lo estaba volviendo loco. Cuando regresaron a clases ella apareció en una esquina, con las manos en los bolsillos de su suéter color lila, despreocupada. Lo miró, sonrió y gritó: "¿Qué tal, cabeza de balón?" y siguió caminando. Él no comentó nada de su beso después de eso. Sabía que Helga era muy emocional pero escalofriantemente inteligente. Ella se había enamorado de él... Y él, bueno, a él le gustaba. Un sentimiento con un abismo de por medio que no había desaparecido pero que tampoco se había hecho más grande. Y no era culpa del rubio, él lo había intentado, pero se negaba rotundamente a enamorarse de la Pataki. No, no de Helga, de Helga sí que quería enamorarse pero ahora con más dificultad podía ver a esa Helga. Honesta, emocional, titánica, fuerte y noble. No de la Pataki, como él solía decirle en su cabeza. La chica que era su amiga, una de las mejores. Y gastaba bromas y se reía de Eugene cuando se caía de una manera cruel. No. Él quería enamorarse de la chica que amenazó a base de la Gran Betsy a Peter, el chico que le rompió el corazón a Lila. Él quería enamorarse de la chica que le ayudó con su ensayo para la salida de la primaria y de la secundaria mientras todos aclamaban que fuese Arnold quien dijera las palabras de aliento.

Claro, para su relación había sido fundamental el hecho de que sus padres estuvieran prácticamente enamorados de ella. Sus madres y Olga no dejaban de emparejarlos sin parar. Una que otra vez, incluso, Arnold se vio orillado a pedirle a Helga que fuera a cenar a su casa por la urgencia que tenía Stella de verla. O el hecho de que ella hubiese sido su cita para los bailes escolares. Y todas esas veces ella reía con fuerza, sin crueldad, y sus ojos brillaban fugaces mientras aceptaba sus invitaciones. Esa era SU Helga.

Tristemente hacia mucho que no veía a esa Helga que le robaba el aliento pero después de casi cinco años se resignó a que era lo mejor. Claro, lo mejor.

-¿Hola? ¿Helga llamando a la fábrica de los "cabeza de balón"? Sí, tenemos un ejemplar defectuoso...- se burló llamando su atención. Estaban enfrente de su casa y él se preguntaba en qué momento Phoebe se había acercado y había cerrado su círculo de amigos. Ahora que estaban todos, Arnold se sentía enteramente feliz.

- Creo que llamar a la fábrica no funcionó esta vez- murmuró Gerald divertido.
- Siempre está la opción de resetearlo- agregó la rubia apuntando a Arnold con los Cinco Vengadores.

Sí, eran amigos pero eso no lo salvaba de los puños de acero de la Pataki.

- Ya desperté...
- Aleluya.
- ¿Te encuentras bien, Arnold?- inquirió la pecosa mirándolo con preocupación.
- Sí, creo que el golpe fue tan fuerte que me noqueó incluso despierto.
- ¡Ah, eso sí que no!- gritó la niña indignada- a mí no me eches la culpa. Eso lo haces todo el tiempo y sin golpes de por medio. Tú sí que te pierdes en la inmensidad de tu imaginación... Aunque contemplando el tamaño de tu cabeza no me impresionaría que te pierdas allí varias veces al día. Yo no te culparía...
-Sí, muy graciosa- murmuró cruzándose de brazos. En efecto, había sido gracioso pero aún tenía algo de dignidad. Aún.
- En fin- murmuró Gerald dejando de reír- Phoebe y yo tenemos que hacer maletas y...
-¡Los extrañaré tanto!- gritó Lila abrazando a la pareja, efusiva.
Helga elevó los ojos con un fallido intento de ocultar la melancolía que la embriagaba. Cuando la chica se separó de su asfixiante abrazo Phoebe corrió y abrazó a Helga con desesperación. Con el tiempo parecía que la rubia se había acostumbrado al tacto y ya no le era tan incómodo abrazar gente, no si eran ellos.
- Prométeme que escribirás...
- Phoebe, nos mensajeamos todo el día, todos los días... Que estés del otro lado del mundo no hará la excepción.
- Bien- la soltó y le dio un corto abrazo a Arnold, efímero pero significativo.

Ellos no hablaban mucho, de hecho, de no ser por sus otros amigos ni siquiera se sentarían juntos para almorzar pero de una extraña manera Helga y Gerald eran más parecidos de lo que se imaginaban y eso les daba al rubio y a la asiática cierta complicidad silenciosa.

- No te pases de listo, cabeza de cepillo- sentenció chocando los cinco con el moreno quien sonrió con ternura. Todos allí entendieron en su momento que los apodos de la rubia eran una extraña manera en la que Helga les demostraba afecto. Era eso o que era tremendamente escalofriante que te llamara por tu nombre de pila, a secas.
- Vamos Pataki, sé que me extrañaras, murmuró, mientras se inclinaba y besaba el dorso de la mano de la rubia. Esa era la manera perfecta que había encontrado para hacerla enfadar; amaba fastidiarla y la molestaba cada que podía. La chica retiró la mano con brusquedad y repulsión, dedicándole una mirada de desprecio que inmediatamente cambio a una burlona. Eso no estaba bien, nada bien.
- Oh, claro. Extrañaré tener donde pegar mis chicles sin sabor, ya sabes. Con eso de que tu nuca se ve bonita llena de goma de mascar rosita.
El moreno frunció el ceño, controlando con todas sus fuerzas no tocar su nuca como reacción automática y darle más material a la rubia para burlarse de él. Sin embargo, como si leyese la mente Helga soltó una risotada escandalosa y puso su mano sobre el hombro del moreno.
- Tranquilo, vaquero. No soy tan cruel- murmuró terminando de reír-. Como sea, cuídense- concluyó sincera.
- Nos vemos viejo- sentencio Gerald estirando la mano a Arnold para hacer su saludo personal legendario. El rubio correspondió y le dio uno de esos breves abrazos que se dan los hombres, con palmadas en la espalda.
- Tráeme algo de recuerdo... ¿Sí?- dijo sonriendo el rubio.
- Por supuesto, hermano...
- Gosh, ¿Ya se van a poner de cursis?- interrumpió la rubia, con una irritación burlesca.
De una u otra manera se terminaron por ir y ahora solo quedaban tres de la famosa pandilla preparatoriana.

-¿Quieren pasar?- invitó Arnold.

Ambas tenían muchas cosas que hacer, preparar maletas como su pareja amiga, en listar, hacer llamadas... Se miraron.

La amistad entre Helga y Lila tenía una complicidad casi telepática y una balanza tremenda. Cuando Helga olvidaba que era humana, la pecosa la apaciguaba y relajaba con amorosos abrazos y frases inspiradoras. Del mismo modo, cuando Lila se deprimía y caía en las garras de la presión social la rubia le daba ánimos y le recordaba que ella era Lila Swayer, que era la chica perfecta. Hiciera los que hiciera. Era una mujer poderosa y bella que podía ante la adversidad.
Y así, sonrieron.
- ¿Por qué no, Arnoldo?
- Sería un honor.

El chico se apartó y, como cualquier caballero, dejo que las chicas pasaran primero. Con el paso de los años sus amigos se habían familiarizado con el ambiente. Era cálido y húmedo, (y valga la redundancia) tiernamente familiar. Stella apareció de la cocina y les brindo una sonrisa que podía calmar cualquier huracán de cuarta categoría.
-Lila, querida. Oh, Helga, ¿Cómo se encuentran?
Se acercó y les dio un apretón. No, no era un abrazo porque eso no podía corresponderse. Era, como la pandilla decidió llamarle, un apretón con fuerza. Luego le plantó un beso a Arnold en la mejilla y los acercó al inmenso comedor.
-Están a tiempo, estamos por comer.
En la mesa estaban los abuelos, realmente cazados por los años pero igual de animados que siempre. También estaba Miles y la hermana menor de Arnold, Geraldine.

Un año después de regresar a la civilización los Shortman se enteraron de que iban a dar a la luz a una hermosa niña con cabellos cobre. Cuando estaban en el acto de elegir un nombre, Stella insistió en llamarla Helga, como la leyenda que se desató para los Ojos Verdes y como la niña de nueve años que le ayudó a su hijo para rescatarlos. Por obvias razones, Helga se negó rotundamente, halagada pero nerviosa. Fue entonces Miles quien recordó que la chica tenía un segundo nombre y cuando lo supo tuvo la mayor idea del mundo.

En el momento en el que le informaron que la bebé se llamaría Geraldine ella se negó de nuevo, aún más azorada. Pero para su sorpresa la pareja tenía una pésima mentira bajo la manga: era en honor a Gerald.
-¡Tenemos invitados!- advirtió la madre dejándolos en el comedor, corriendo por platos extras.
-Buenas tardes- sonrió Lila. Se sentó cerca de la salida y suspiró.

Mientras que afuera era la señorita perfección, dentro de la casa Shortman ella era "otra amiguita de Arnold" y la verdadera estrella allí era Helga. Eso le daba un respiro, además de que era divertido ver a la rubia tan sonrojada todo el tiempo.
-¡Helga!- balbuceó la pequeña dejando su comida de lado, emocionada.
-Hey, qué tal, pequeñaja- se acercó y le sacudió el cabello. Alzó la mirada y se cruzó con Miles quien la veía con un amor eterno de padre orgulloso-. Hola, Miles.
-Hola, Helga- a la pareja les fastidiaba que los demás les hablaran de usted entonces Helga obedecía a tutearlos- ¿Qué tal todo?
- Bien, gracias- se mordió la lengua. Moría de ganas de reprocharle que esa pregunta estuviera mal formulada "¿Qué tal todo?" Eso no tenía sentido. Pero de pronto un grito llamó su atención.
- ¡Helena!- la aludida se sacudió en su lugar, casi suelta un chillido aterrado pero se encontró con Gertie y se relajó completamente en cuestión de segundos. Casi.
- Eleonor- murmuró Helga con una sonrisa.
- No es la tierra prometida pero el platillo de hoy es Espagueti a la George- interrumpió Stella, sentando a los rubios y sirviendo en platos de colores diferentes una pasta de color naranja cremoso.
Helga lo olió con disimulo, trazó círculos con su tenedor para sentir la textura y cerró los ojos. El sabor del tomate se hizo ácido en la boca y la crema convertía esa delicia en una balanza de sabores. La sal le picaba la lengua y suspiró, sonriente.
- ¿Puedo curiosear la formula?- preguntó disimuladamente la rubia.
- Queso crema y... Bueno, crema. Nada especial. La cuestión está en no cocer los tomates por separado... Eso le quitaría el sabor genuino.
- Interesante...- el sonido estrepitoso de la marcha fúnebre en su celular llamó la atención de todos y ella se disculpó, descolgando- ¿Diga?
- Hermanita bebé ¿Dónde estás? Todavía tienes que arreglar tus maletas...
- Mi ropa ya está allá, Olga...
- Pero la que te llevarás puesta…
- Me iré en pijama.
- Hermanita… ¿Dónde estás? ¿Paso por ti?
- NO, yo…
- ¿Es Olga?- interrumpió la señora castaña radiante. Cuando la rubia asintió la mujer tomó el teléfono con un éxtasis que no disimuló- ¡Olga querida! Soy yo, Stella... Sí, sí... Por supuesto... Claro, estamos comiendo de hecho, siempre tenemos un lugar extra- Arnold se disculpaba por el atrevimiento de su madre y la rubia se preguntaba cuando terminaría la pesadilla.

La madre Shortman, la señorita Pataki y la madre Pataki (ahora ausente) tenían una alianza secreta que las unió desde que se conocieron como uña y mugre (en la mente de Helga, Olga era la mugre): ninguna se cansaba de emparejar entre murmullos a los rubios. Así, en cuestión de minutos, otra Pataki comía en el comedor de la casa de huéspedes donde, por alguna razón no se encontraba ninguno.
-Entonces mañana partiremos a Nueva York- contaba Olga animada.
Un secreto revelado, Helga viajaba a Nueva York en vacaciones.
-Me alegra tanto, en verdad- dijo Miles, con su simpatía inagotable.
Lila se había ido antes de que Olga llegara, no quería enfrentarse a las extrañas y nada usuales miradas de fastidio de Helga hacia su persona. Se despidió efusiva y prometió mensajear a sus amigos. Agradeció la comida y se marchó conmovida después de que Helga le dijera que se cuidara y que si alguien se intentaba pasar de listo le informara. Iría corriendo a Texas para golpear a quien se atreviese a hacerle algo fuera de su consentimiento.

La conversación se alargó más de lo normal. Entre bromas adultas y sonrisas infinitas Helga vio la hora de huir. Pero entonces sucedió, Olga inquirió lo que no debía:
-¿Tú qué piensas hacer en vacaciones, Arnold?- todos lo miraron curiosos y el aludido suspiró, melancólico.
- Iba a buscar trabajo pero al parecer (o eso dijo Gerald) todos los puestos se ocuparon en Hillwood desde hace dos semanas.
- Siempre puedes ayudar en la casa- río Phill, causando una mirada de desesperación en Arnold que Olga alcanzó a rescatar.
- Arnold ¿Has ido a Nueva York alguna vez? Porque ¿Sabes, Helga? Tal vez podrías darle trab...
- Oh, no- se anticipó la rubia poniéndose de pie en un salto- ¡No meteré a ese torpe cabeza de balón a mi cocina!
Todos la miraron entre sorprendidos y extrañados. La chica se ruborizó al momento y a tal grado que no hizo más que quedarse quita en su lugar, asustada. No fue hasta que la risa de Miles estalló que todos despertaron de su trance.
- "Torpe cabeza de balón", ese sí no me lo sabía- río el hombre contagiando a los otros- eres buena con los apodos.
La chica se sentó y miro al suelo. Mareada y avergonzada. Olga sonrió con esa belleza propia de ella y continuó:
-¿No les has dicho? Verán, Helga tiene...
-Yo... Trabajo medio tiempo en Nueva York en un pequeño restaurante...- susurró- quizá... Puedan darle trabajo allí a Arnold.
Las mujeres se regalaron miradas cómplices y sonrieron con malicia.
- Esa es una fantástica idea... ¿No será una molestia o sí?- exageró la Shortman.
- Oh, por supuesto que no, Stella querida- rio Olga con encanto- pero tenemos que saber primero... ¿Te gustaría acompañarnos a Manhattan, Arnold?
El aludido sintió todas las miradas sobre él. Verificó que la de Helga no era amenazadora sino más bien nerviosa y le dio una sonrisa agradecida que la ruborizó tiernamente. Allí estaba de nuevo, la Helga, su Helga.
-Si no es mucha molestia, sería un honor- sentenció.

La manera en la que los Pataki y los Shortman congeniaban era demasiado curiosa pero sumamente reconfortante. Mientras que Phill y Miles miraban con diversión la escena que se suscitaba Geraldine reía como loca.
Olga llamando al aeropuerto. Stella abrazando a Helga. Arnold abochornado. La abuela danzando a su alrededor. Abner robándose un plato del comedor. Todo demasiado rápido y con demasiado ruido.
La noche cayó y Arnold ya tenía planes sin esperarlo. Se despidió de su familia y se dirigió al auto de Olga con una maleta sumamente pequeña para tres meses. La chica había ordenado que no se precipitara. El primer día era día de compras y no le permitiría no dejar que le comprara ropa. El chico intentó negarse pero conoció algo un poco más amenazante que el puño de Helga en el aire y eso era, efectivamente, la inquisitoria mirada de Olga Pataki.
Fue una despedida dramática pero corta, no pasó mucho cuando se detuvieron frente al santuario Pataki. Arnold tuvo tiempo para reflexionar que el coche era un automóvil algo ostentoso y se preguntó desde cuando la familia de Helga podía considerarse, bueno, rica.
Cuando se lo preguntó, en la cocina de la vieja mansión azul pálido ella rio divertida y se recargó en la mesa. Solo estaban ellos dos. Todos los adultos parecían a verse esfumado y podían preguntarse cosas sin la presión sobre ellos, como personas normales.
- Mi familia siempre ha tenido dinero, torpe- burló tomando de su vaso-. Pero ahora Olga vive en Broadway, es actriz allí y es bastante... digamos, aceptada.
- ¿Aceptada?
- Verás, cuando hablas de cosas como el teatro no puedes decir que eres "querida". Los personajes que interpretas son queridos. Tú eres aceptada o no aceptada, nada más.
- Entonces todo esto es fruto de su trabajo...
- Y del mío- masculló nerviosa.
- Ya...- después de un silencio incómodo tuvo la necesidad de hablar y su voz salió más sería de lo que esperaba-. Gracias por dejar que vaya con ustedes.
- Te veías deprimido- se argumentó- ¿Qué pasó con tu irritante optimismo en ese momento?
- ¿Quieres que te diga la verdad?
- No realmente- se terminó la bebida y sonrió- pero vamos, me encantan ser metiche- dijo sentándose sobre la mesa.
- Bien, yo, últimamente me he dado cuenta... - se cortó-. No sé, es raro. No quiero sonar egocéntrico pero siento que Hillwood es muy pequeño para todo lo que hay en mi cabeza.
- En sí, es pequeño para tu cabeza, pero prosigue.
- Es sólo otro pueblo, otro vecindario perdido por allí. Todos conocen a todos y aunque me encanta esa familiaridad...
- A veces uno tiene que escapar de ella. Lo sé. Cara de mono- murmuró dándole un puñetazo en el hombro- eres un maldito soñador. Tu imaginación es tres veces más grande que la superficie terrestre, es obvio que Hillwood se te haga pequeño. Tienes que salir y conocer nuevos mundos, nuevos mundos que se encuentran a no más allá de la frontera estadounidense- suspiró. Recordando y sonriendo con añoranza-. Mañana sabrás a lo que me refiero, Nueva York es… un sueño. Es la Gran Manzana. Es, de hecho, la capital del mundo... La ciudad que nunca duerme, según Sinatra. The city so nice they named twice…- se rio enternecida. Arnold la miró raro y ella rodó los ojos, de un momento a otro, molesta-. Deberías leer más, ignorante.
- Leo bastante.
- Pues estas haciendo un mal trabajo- escupió. Se levantó de un salto y suspiró-. Olga te preparó un sillón para que duermas, nos vamos a las 6:00 de aquí al aeropuerto. Descansa, tonto.
- Descansa Helga...- la chica se detuvo en la puerta y se giró con una sonrisa burlona.
- Y Arnold...
- ¿Sí?
- Eres un maldito egocéntrico- el chico la miró con furia y ella desapareció conteniendo las ganas de soltar una carcajada a media escalera.
Cuando se escuchó cerrar la puerta, el rubio suspiró y se dejó caer en el sillón de la sala después de lavar los trastes con los que cenaron y otros tantos que (él adivinó) dejo Helga al desayunar.

Se recostó y cerró los ojos. Voy a ir a Nueva York... Voy a ir a Nueva York con Helga... Voy a ir a Nueva York con Helga y Olga... Voy a ir a Nueva York con Helga Pataki... Mierda. Sabía que si Harold pudiera leer sus pensamientos se reiría en su cara y eso lo hizo moverse molesto en su lugar.

Podía soportarlo, qué rayos, suplicaba que así fuera. No faltó mucho cuando, por fin, cayó rendido ante Morfeo.