10 de enero de 1600. Sevilla
Hace frío, es una de esas tristes noches de lluvia y relámpagos. Debería dormir, pero no puedo. Un trueno ilumina el paisaje desde mi ventana, la catedral resplandece entre la oscuridad de la noche y de nuevo todo queda en silencio. Unos golpes en la puerta de mi habitación llaman mi atención. Limpio las lágrimas que corren por mi rostro. Al abrir no lo soporto más y me echo a sus brazos. Fátima me besa tiernamente el cabello, como hacía cuando era niña y murmura palabras de consuelos. Me acompaña hasta la cama y me obliga a acostarme. Lleva algo en sus manos, es un rosario. Me sorprende, ella nunca llevaría un rosario, Fátima no es cristiana, no sigue la verdadera fe, disimula, por su bien y por el bien de nuestra familia, pero todos sabemos que cuando nadie puede verla reza en silencio a su Dios. Es nuestra esclava, pero para mí y para todos los que vivimos en esta casa es mucho más, una amiga, una confidente. Cuando dejé la cuna empezó a contarme historias de palacios y príncipes y princesas de ojos oscuros y piel morena, haciéndome soñar con fortalezas rojas situadas a los pies de nevadas montañas. Una vez me contó que su familia procedía de una estirpe de reyes, que habían vivido en un bello palacio, en Granada. Yo me reía, incrédula, ¿una esclava hija de reyes? Entonces la besaba en la mejilla y cansada de cuentos e historias la tomaba de la mano para que me llevase al jardín. Ahora sólo sus morenas manos pueden darme el consuelo y calor que necesito, mientras que sigo derramando lágrimas en silencio.
-No llore más mi niña, ella no querría verla así.
-No puedo creer que se la haya llevado –sollocé.
-Son los designios de Dios –repuso. Alcé la vista, furiosa.
-¿De qué Dios me hablas, Fátima? ¿De nuestro Señor o de tu falso Dios? ¿Cuál crees que se ha llevado a mi madre?
-No se enfade conmigo, mi niña –me pide, acongojada. Enseguida me calmo y vuelvo a coger su mano, arrepentida. Sé de hombres y mujeres que gritan a sus esclavos, pero yo nunca grito a Fátima, Madre nunca lo hacía y me enseñó a Henry y a mí a tratar a Fátima como una más de la familia.
-Lo siento… -susurré.
-Rece conmigo, mi niña, rezaremos las dos por su madre. Hoy la señora estará en el Paraíso –me tiende el rosario y rezamos juntas. Ella a su Dios, yo al verdadero. Rozo cada perla del rosario, comprobando, entristecida que se trata del de Madre, ese bello rosario hecho de marfil. Lo beso con veneración y sigo rezando, hasta que despacio me quedo dormida.
-o-
Al despertar el cielo sigue nublado y las gotas de lluvias golpean con fuerza contra los cristales. Debo levantarme, Henry vendrá pronto con su esposa y mis sobrinos. María está embarazada de nuevo, pronto tendremos un bebé en nuestro hogar, porque mi hermano y su familia van a mudarse, por mí. He intentado convencerlo de que no es necesario, pero no me ha tomado en serio. ¿Una mujer viviendo sola y administrando la casa?, se había reído. No pude contestarle, tiene razón. Ahora estoy bajo su tutela, hasta que encuentre un marido, me recordó. A veces odio haber nacido mujer. Si fuera hombre nadie tomaría mis decisiones, pero siendo mujer… Agotada tras una noche de rezo y de llanto llamo a Fátima para que me ayude a vestirme, pero no aparece. Cansada de esperar busco por toda la casa, pero no la encuentro.
-¿Dónde se habrá metido?
De vuelta a mi habitación miro la gran puerta de madera que esconde una habitación, ahora vacía. Se me encoge el corazón y vuelvo a dejar que el llanto fluya por mis mejillas, acaricio la madera y abro despacio la puerta. La habitación de Madre está tal como ella la dejó, limpia y ordenada. Llorosa me siento en su cama y me tumbo, no quiero contener el llanto, pero no puedo pasarme aquí toda la mañana, tengo mucho que hacer. Al levantarme me doy cuenta de que su arcón está abierto, alguien ha debido hurgar entre sus ropas. Espero que no haya sido Fátima o me va a oír. La nostalgia puede conmigo y acaricio los vestidos, todos de luto, ella nunca ha vestido con colores alegres, no recuerdo haberla visto con algún vestido beige o rosa, siempre de negro o azul oscuro. Su ropa contrastaba con su alegre carácter. Antes de cerrar el arcón algo llama mi atención, hay una especie de costura en un lateral, un bolsillo. Intrigada busco en su interior y encuentro dos objetos. Una sortija, sencilla, hermosa, ennegrecida y un cuaderno, viejo, muy viejo. Acaricio el anillo y abro el cuaderno, sorprendida.
-¿Qué es esto?
Diario personal de Katherine Beckett. Año de Nuestro Señor de 1568
Madre tenía un diario y por lo que veo, no quería que nadie lo supiera.
