En venganza
No ha tenido que atarla ni sedarla. Bastó con destrozarle el ojo brillante con el que la amenazó sin que fuera partido para su Velocidad. Sus miembros se caen a pedazos. Solo aceptan para volver a unirse momentáneamente, las células de C.C. Y si Alice se ha molestado en preservarla, es para que le duela más el final, después de lo que intentó hacer con Nunnally. Mao no habla del pasado, de la infancia triste que compartieron, ni pregunta por Sancia, Lucretia o Dalque. La mira con su sonrisa torcida que solo se inmuta cuando Alice le demuestra que tras las inyecciones administradas, no pretende arrojar a un lado la aguja salvadora-prolongadora de injurias. Mao ya no tiene esperanzas de salvarse y es bastante revitalizante en la furia que hace correr hielo por las venas de Alice. Primero un beso, un beso lento, cruel, profundo y afilado, que parte sus labios y Mao no pelea, ni siquiera vuelve a hablar del destino fatal, quizás porque Alice la abofeteó cuando lo intentó antes. La cama del párroco, su cuerpo a un lado, sus ojos que no ven a las muchachas que arrendan cuentas y Nunnally en la enfermería, durmiendo, esperando por la mano de Alice, por su calor, seguramente, para no tener pesadillas, pero las tendrá de todos modos, claro que sí, porque es muy frágil y después de tantas emociones, ya que no ha bastado con lo de ser tomada rehén y encima pensar que Alice ha muerto por su culpa. Pobre Nunnally, sin contar que mentirle sobre su ascendencia real, debe ser un gran peso. Las encías de Mao en carne viva, sus dientes descubiertos, su único ojo que lagrimea entrecerrado, las agujas que se clavan, una tras otra, vacías, en sus senos y entre las piernas. Sangre sucia, sangre negra, sangre enferma como la que tiene Alice adentro, pero sin ninguna intención de que se derrame mientras que tenga que proteger a Nunnally, tarea casi arruinada por esa escoria que le presiona el uniforme sin rogar ya, riéndose, hasta que Alice toma una daga del interior de su bota y se encarga de extraerle la lengua, ya casi terminado el trabajo por la afrenta, deshecho en polvo que cubre sus muslos y brazos.
