Sinopsis: La vida de una madre son sus hijos. Fate y Alicia son la vida de Precia Testarossa, hasta que el día de irse de casa ha tocado puerta. Sin sus hijas a su lado, ¿qué más le queda en la vida…? Tal vez Momoko pueda responderle. MomokoPrecia.

Señora de las 4 décadas

Por: Kida Luna

Canción tomada de Ricardo Arjona

Capítulo l

Es algo curioso cuando finalmente te das cuenta que hay algo que falta en tu vida. Una cuerda, un botón, una palanca… algo.

Algo que sea capaz de moverte. Y algo por lo que seas –esperes, quieras o desees- capaz de moverte. Eso que hace que cada día del año, se convierta en único.

Valioso.

Aún cuando haya sido el peor día de tu existencia.

¿Cuándo descubrí esto? Hoy.

Ni siquiera lo tenía planeado. Aunque no es como si estas cosas pudiesen serlo, lo normal es olvidarlo. La mayoría de la gente lo olvida, le asusta pensar. Les asusta la verdad.

Otros… Otros como yo, no podemos evitarlo. Cuando el cielo se pinta de rojo y las nubes se vuelven negras, lo único que deseas es alcanzar el firmamento azul de arriba.

Y entonces piensas… ¿cómo puedo alcanzar a la preciosa ave, en las alturas, que me contempla aquí abajo, perdida entre la niebla fría y sucia?

Señora de las Cuatro Décadas
y pisadas de fuego al andar.

Mi esposo murió hace unos años, y continúe llevando la cafetería en mis manos; mis hijos, Miyuki y Kyouya, se fueron de la ciudad desde que iniciasen la universidad, y aún sigo manteniendo la casa limpia y ordenada; la más pequeña, Nanoha, está terminando la preparatoria mientras realiza sus misiones en alguna parte que desconozco del Universo, y yo sigo preparando su desayuno y almuerzo casi todos los días.

Jamás me molestó si la casa estaba llena de vida, o si estaba silenciosa. Era mi hogar, así lo había sentido y así lo había querido por mucho tiempo; sin embargo, bastó una sola mirada a la posada de enfrente para barrer con mi tranquila rutina.

No entró como un huracán para destruirlo todo, mucho menos puso de cabeza mi mundo.

Soy Momoko Takamachi –sonrío mientras acomodo un mechón tras mi oreja-, y la residencia que veo desde el alféizar de mi ventana, pertenece a la familia Testarossa.

O, tal vez, debería decir Precia Testarossa.

Al fin y al cabo, dentro de unos días nos quedaremos totalmente solas.

Su figura ya no es la de los quince…

Todos los días sale por las mañanas y recoge el periódico mientras su cachorro corretea alrededor suyo sin parar. Sin embargo, hoy es diferente.

Y es esa diferencia la que me obliga a quedarme quieta, observándola desde el marco de mi ventana.

Los ojos púrpuras brillan con una tristeza que sé, se debe a la soledad inminente que se avecina. La sonrisa, pequeña y quebradiza, tiembla en sus labios a medida que se agacha y acaricia la cabeza de su perro.

Suspiro. Sabes que es inevitable, Precia.

Los hijos crecen para irse a hacer sus vidas tarde o temprano, pero al contrario mío –que lo he experimentado más de una vez-, tú no estás preparada aún. Sufres en silencio.

Y por eso, lloras en las noches.

Basta verte a los ojos para saber que es verdad…


-"¡Estoy en casa!"

-"Nanoha, bienvenida."

Antes de poder decir algo más, me encuentro siendo halada de la mano mientras regaño a mi hija por dejar su mochila tirada en algún lado. Habla animadamente y sonríe, dirigiendo la vista hacia las jóvenes que están en el jardín del frente.

Me río.

A veces parece como si fuera sólo una niña de primaria… pero no es más que mi imaginación.

-"Alicia-chan y Fate-chan nos han invitado a almorzar con ellas –me explicó, arrebatándome las llaves para cerrar la casa ella misma-. Hayate también estará allí. Seguro que será divertido reunirnos todas."

-"Nanoha, no tengo duda de ello, pero al menos me hubieras dejado llevar algún postre –lamenté-. Ir nada más así…"

-"Nyahaha, ¡está bien, está bien! –batió las manos al aire-. Precia-san siempre ha sido muy buena cocinera, lo sabes –comenzó a empujarme por la espalda-. Anda, vamos."

Me pregunto… ¿para cuántos personas has de cocinar cuando esta semana acabe, Precia?

Una sonrisa ladeada y semi-amarga se dibuja en mis labios. De pronto me hallé sentada a la mesa, con mi hija y su amiga Yagami al lado mío. La familia Testarossa al frente de las tres.

Platos alineados y comida deliciosa y caliente dispuesta en tazones. Ensalada, carne, pescado, galletas…

Todas hablan alegremente, las manos y los tenedores viajan a cada rincón de la mesilla entre risas y sonrojos. Las miradas llenas de esa chispa de juventud y emoción, entusiastas por lo que el futuro ha de traer a sus vidas.

Excepto la de una persona.

Las pupilas apagadas, a pesar de la sonrisa amable que conserva en su boca. Y está feliz por sus hijas, yo también lo estoy por la mía. ¿Cómo puede una madre no estarlo?

Están en la mejor etapa, sanas, colmadas de energías y totalmente enamoradas. Ves tu reflejo en ellas, porque alguna vez viviste y sentiste lo que ahora viven y sienten.

Al contrario de todo cuanto esperábamos, Alicia acabó saliendo con Nanoha y fue Hayate la que terminó al lado de Fate. Las preocupaciones de que nuestra propia sangre fuese a sufrir quedaron atrás ante ese solo pensamiento; conscientes de que, el cariño que creasen a partir de ahora, estaba resguardado por ese lazo de amistad y confianza entre ellas.

Nada podía quitarnos el sueño ya. Las cuatro estaban en las mejores manos y corazones que tanto Precia como yo pudimos haber deseado.

Por supuesto, ninguna de ellas llevaría una tienda de pasteles, ni mucho menos trabajaría como científica en un centro de investigación. Nada remotamente parecido a un trabajo terrestre.

Se irán.

Pero el tiempo no sabe marchitar…

Cuando esta semana acabe y la graduación pase, abandonarán el nido para irse al campamento militar del que tan emocionadamente hablan en este momento. Mi Nanoha será Instructora de Combate, no tengo idea de qué será eso o del peligro que conlleva, mas no puedo evitar aplaudirle como toda madre hace.

Hayate quiere liderar su propio escuadrón, seguro que lo logra con la determinación y firmeza que es tan natural en ella. Alicia desea estar en la aviación y Fate en los buques de combate; aún con la alarma maternal en los ojos de su progenitora, ella les sonríe cálidamente.

Tus hijas quieren ser Enforcers, en lugares donde los riesgos son tan altos que cualquier día del año alguien puede venir y tocar a tu puerta, diciendo que el funeral es pasado mañana.

¿Pero qué puedes hacer?

La TSAB viaja por todo el Universo y tú sólo tienes un carro que viaja hasta la capital y de regreso a casa. Tú haces reportes de las pruebas de laboratorio, ya no creas escudos ni lanzas ataques que hacen volar cosas, ese tiempo murió hace mucho.

El cachorro y el gato contigo -¿familiares, cierto?- no combaten más a tu lado, porque se los has obsequiado a ellas. Es tu última manera de sentir que estás a su lado, y la única forma que tendrás de saber que hay alguien cuidando de ambas.

Es duro, pero mientras Alicia y Fate estén en casa, tienes que ser fuerte. Las madres deben ser fuertes, lo sabes, porque si no lo eres tus niñas podrían asustarse y perderse.

Y eso es algo que no podemos permitir. Aún si las asustadas y perdidas somos nosotras…

-"Tenemos que irnos –la voz de Fate rompe la conversación sutilmente a medida que jala su silla hacia atrás y se para-. Nos necesitan para una misión."

-"Yo… -Alicia contempla la pantalla de su celular-… no creo que podamos regresar para la noche."

Hay una sonrisa avergonzada en el rostro de ambas rubias, como si el dejarla sola les doliese en el pecho también. Tú sólo sonríes; no hay problema, es su trabajo, les dices.

Das una última caricia al cachorro y al gato antes de que salten de tu regazo y del respaldar de tu silla, respectivamente, para ir junto a ellas. Mi vista te abandona cuando siento el apretón de mi hija en mi muñeca.

Yo sonrío igual, de manera menos afectada y visiblemente más tranquila. Nanoha ha crecido fuerte y segura de sí misma, aún cuando todavía lamente el no haber estado tanto con ella cuando niña por el trabajo de la tienda. No obstante, eso le ha dado cierta independencia.

Aunado a su carácter gentil, sé que la llevará lejos.

Y sin importar cuán lejos se vaya, puedo decir a través de mi asentimiento hacia ella y del abrazo que recibo, que siempre estará conmigo.

Desearía poder enviar a alguien para cuidarla, aunque no creo que Yuuno tenga tiempo como antes para hacer de niñera, je. Está bien, confío en Alicia.

La veo pasar su brazo por los hombros de mi hija, y el solo gesto me dice que la protegerá como yo no podré hacerlo cuando se vaya. Bueno, era de esperarse.

Mi lugar está aquí.

Ahora le toca a ella conocer el mundo…

-"Pareciera como si apenas fuera ayer cuando las llevaba a la escuela –la vi suspirar, levantando los platos y cubiertos de la mesa-. Qué rápido se pasa el tiempo. Qué rápido…"

Me puse de pie de inmediato, ofreciéndome a ayudarla. Terminamos fregando los trastes en la cocina, con el ruido del agua de la llave y la fricción de la esponja acompañando el silencio.

La observé de reojo de vez en cuando. Tenía una bonita sonrisa, triste y dolida, sí, pero era preciosa; los cabellos plateados caían en cascada por su espalda, largos y brillantes a pesar de la edad.

Y las manos, esas manos blancas y frágiles que debían de haber pasado por todas las dificultades que una madre, amante y compañera debía de pasar al menos una vez en su vida.

Por muchos días, vi a Precia Testarossa.

Pero hoy… hoy por fin la miré.

Ese toque sensual y esa fuerza volcánica de su mirar.
Señora de las 4 Décadas, permítame descubrir…

-"Los hijos son una bendición para nosotras –rompí la quietud, cerrando los ojos y sonriendo al sentir su vista fija en mí-. Sus logros se convierten en los nuestros, y sus caídas se sienten como propias. Cuando se cuida a alguien con cariño y esmero, cuando se recibe reciprocidad a cambio…"

Abrí los párpados y volteé a verla, notando una leve chispa desconocida en esos ojos apagados pero dóciles.

-"No hay nada qué temer –terminé de enjuagar el último vaso y me sequé las manos-, porque siempre volverán al lugar que les dio cobijo por las noches, cuando la tormenta era demasiado fuerte."

-"Ojalá fuera tan fácil para mí sentir de esa manera. Te ves tan calmada…"

-"Nanoha es mi hija más pequeña, confío en ella mientras temo por su seguridad. En estos momentos sólo queda creer en lo que por tantos años te esforzaste en moldear."

La vi cerrar los párpados en aquel instante, pasando una mano sobre ellos como si quisiese ocultar las furtivas lágrimas que ya subían por su garganta. Luego, posó su muñeca encima de su pecho, formando un puño, y me miró con sus ojos oscuros y brillantes.

Decían tantas cosas…

Sonreí débilmente en lo que desviaba la vista a un lado. Era normal. Era comprensible. Era miedo y soledad disfrazados de anhelo y orgullo sano.

-"Será mejor que empiece a cerrar todo… ¿Momoko?"

El apretón entre nuestras manos evitó que me pasase de largo. Ella me vio por sobre el hombro, sin girarse y dejando que los cabellos bruñidos mostrasen el esplendor que todavía conservaban.

El suave perfume, femenino, alcanzó mi olfato también.

No pude evitar trazar una sonrisa gentil, recuperando mi ánimo y el aura que tanto decían había heredado a mi hija más chica.

-"Ya que la siguiente semana seremos solamente tú y yo, sería bueno empezar a hacer buenas migas –solté sus dedos lentamente, acomodando después un mechón tras mi oreja-. ¿Por qué no vienes al Midoriya mañana temprano? En mi casa y en mi café, quiero que sepas que siempre serás bienvenida."

Era algo vago e inseguro, pero también era un comienzo que sabía deseaba hacer realidad. Cuando los años pasan, muchas preguntas asaltan la mente madura y adulta: ¿Habré encontrado lo que busco? ¿Estoy feliz? ¿Es esto lo que siempre quise?

¿Hallé por fin a alguien… alguien… que se atreva a regresar por mí…?

-"Tienes razón –sonrió cándida-, sería bueno estrechar lazos."

Al fin y al cabo, dentro de una semana seremos solamente tú y yo.

Dentro de 7 días, inevitablemente dejaremos de ser madres…


-"¡Ian, cuidado!" –el sonido de zapatos casi resbalar al suelo paró por fortuna.

-"¡Tranquila, Momoko-san! ¡Tengo los pedidos en la mano!"

Lancé un suspiro desde detrás de la barra, observando a mi atolondrado ayudante reír y dirigirse a servir las órdenes despreocupadamente. Desde que la cafetería quedase solamente en mis manos, he tenido que contratar algunas personas para ayudarme.

Mas ninguna tan interesante como la que ahora abría la puerta del local, haciendo sonar la campanilla.

-"Viniste" –no pude ocultar la alegría en mi voz.

-"Dije que lo haría, ¿no? –rió suavemente, y por breves momentos, comprendí porque Hayate estaba tan prendada de Fate…-. ¿Necesitas ayuda?"

-"Toda la que puedas brindar."

Le pasé un delantal mientras la observaba amarrárselo a la cintura con parsimonia –como si fuese cualquier otro día para hacer el desayuno o almuerzo- al tiempo que echaba un vistazo al local. Cuando el nudo final fue hecho con un silbido, se colocó detrás del contador y me miró expectante.

Eché una mirada a mis empleados, comprobando que todo estuviese en orden. Luego, me viré hacia ella y señalé con la mano la máquina de helados.

No pasaron ni diez segundos antes de que el ruido de la crema derramarse me hiciera reír ligeramente. ¿Podría ser posible –pensé divertida- que la gran cocinera no pudiera hacer un postre tan sencillo?

-"¿Necesitas ayuda?" –pregunté sonriente.

-"Supongo… -los ojos violetas recorrieron el aparato, y apenas encontraron mi vista, se desviaron en vergüenza rápidamente-. Es la primera vez que…"

-"Está bien."

Me coloqué detrás de ella de inmediato y desde allí sujeté sus manos, no importándome si terminaba su frase o no. La guié lentamente y empecé a explicarle lo que debía de hacer; por momentos divagué, dejé mi mentón descansar en su hombro y me di la libertad de aspirar la fragancia del perfume que se había puesto hoy.

Sentí las manos blancas, todavía suaves, pero que debían de haber pasado por tantos trabajos ya. Intercambiamos algunas palabras así como estábamos, en voz baja, entre susurros.

Tal vez porque en ese momento sólo éramos las dos, quizás porque se sentía como cuando años atrás tenías tu primer carro y sentías lentamente la emoción subir dentro de ti, al aprender a manejarlo.

O tal vez era solamente porque Precia siempre había conservado ese tono suave, el mismo que era más marcado en Fate.

-"¿Ves?"

-"Veo –la vi sonreír un poco-. ¿Todos tus empleados pasan por esto contigo?" –inquirió, volteando el rostro para verme.

A pesar de que eran escasos centímetros de diferencia, me limité a sólo descansar la cabeza en su hombro y a apreciar el retrato al frente mío. Si hubiese sido una adolescente, habría pensado que sería la perfecta oportunidad de dejar mi imaginación volar.

Pero soy una adulta, ahora sé que algunas cosas deben ser contempladas primero, para no quebrarlas más. Una risa nerviosa salió de mis labios al notar la mirada confundida dirigida a mi largo silencio.

-"No –alcé la cabeza y di un suave apretón a sus manos-. Sólo los especiales."

-"¿Especiales?" –alzó la ceja, extrañada y divertida.

-"Nyahaha… en pocas palabras –me separé de ella y colocando las manos tras mi espalda, le guiñé un ojo rápidamente antes de irme tras el contador-: Sólo tú."

¿Qué hay detrás de esos hilos de plata
y esa grasa abdominal, que los aeróbicos no saben quitar?

El día transcurrió tranquilamente, entre charlas y risas amenas que hacían menos estresante el trabajo. Descubrí bastantes cosas de mi vecina esa mañana, cosas que durante los años en que nuestras hijas se habían conocido y juntado, jamás me había tomado la molestia de preguntar o escuchar.

Supe que había trabajado por varios años como científica en alguna base –cuyo nombre no logro recordar- de la TSAB, y que de vez en cuando era llamada. Me contó sobre los familiares que había pasado a Fate y Alicia –Arf y Linith-; así como también de su difunto esposo.

A grandes rasgos, me di cuenta que aún con los rastros de cansancio y esfuerzo en su rostro, aún con el brillo amargo de sus ojos… estaba feliz.

Mas el dolor de haberlo tenido todo, y estar a punto de perder lo poco que le quedaba, seguía allí. Quise comprender el sentimiento entonces, mientras la veía entregar algunos capuchinos y conos de helado; quise sentir esa melancolía, para poder acercarme con la excusa de decirle: "Lo entiendo perfectamente."

Te entiendo… perfectamente…

Pero sólo me limite a sonreír de lado, porque no podía compaginar mis sentimientos con los suyos, al menos no de esa manera.

-"¿Momoko?"

-"¿Uh? –parpadeé-. ¡Lo siento! No te escuché, ¿podrías repetirlo?" –reí nerviosa al pasar una mano tras mi cabeza.

-"Eres igual de distraída que la novia de mi hija –negó con una sonrisa, claramente refiriéndose a Nanoha, en lo que se desamarraba el mandil-. Te preguntaba si ya ibas a cerrar."

Seguí su mirada y me di cuenta que el local estaba completamente vacío, mis empleados probablemente se habían despedido y yo ni cuenta me había dado. Lancé un suspiró y puse las manos tras mi espalda, para quitarme el delantal también.

Pronto oscurecería.

-"¿Has recogido tus cosas? –la vi asentir mientras se acomodaba el bolso en el brazo-. De acuerdo, espérame unos minutos, por favor."

Acomodé lo que restaba en la tienda y finalmente volteé el letrero de abierto antes de poner llave a las puertas. La brisa fría nos saludó entonces, despertando ligeros estremecimientos en tanto intentábamos caminar de regreso a casa.

El sonido de las hojas caer al igual que los tonos cálidos en el cielo me hicieron desear, por primera vez en muchos años, caminar de esta manera. Acompañada.

Sonreí y cerré los ojos, aspirando el aire fresco y llenando mis pulmones con él. Al oír un soplido a mi lado, no pude evitar descubrir la mirada.

-"¿Frío?" –pregunté en voz baja.

-"Un poco –se sonrió, frotándose las manos-. Tal vez debí haber traído un abri…"

Sus palabras se desvanecieron en el instante en que dejé caer mi suéter marrón encima de ella. El otoño estaba terminando apenas, por lo que era normal que su aire congelante tomase desprevenido a algunos de vez en cuando.

-"Momoko, no tienes que…"

-"Mhn –negué con la cabeza mientras seguíamos caminando-. Yo te pedí que me ayudases en el café, así que al menos permíteme protegerte del frío, ¿sí?"

-"Gra… Gracias."

Sonreí al verla mirar el suelo, sus manos rápidamente cobijándose en el interior de mi abrigo. La idea de que su perfume agradable quedaría impregnado junto al mío en la sencilla prenda, me hizo cerrar los ojos en lo que el gesto en mi boca crecía un poco.

Qué cálido es poder caminar con alguien…

-"¿Crees que las chicas regresen hoy?"

-"No me parece –abrí los ojos y liberé un suspiro-. Por lo general, Nanoha siempre me avisa antes de zarpar de vuelta."

-"Tienes razón –susurró apenas-. Alicia y Fate habrían llamado también."

Avanzamos unos pasos más, viendo los árboles soltar sus hojas cobrizas, que crujían ante la suela de nuestros zapatos. De pronto, un agarre en mi brazo me impidió continuar, por lo que me volteé extrañada.

-"¿Qué pasa?"

El silencio llegó a mis oídos mientras veía los dedos deslizarse hasta mi muñeca, sujetándola con ligera presión. La preocupación alcanzó mi mirada al intentar ver el rostro de la madre de dos grandes magas, sólo para notar que su posición cabizbaja cubría sus facciones.

Señora, no le quite años a su vida, póngale vida a los años,
que es mejor...

-"Precia –cubrí su dorso con mi otra mano-, ¿qué pasa?"

-"Ya debería estar acostumbrada –la oí murmurar, débil-; la verdad que es te sonará muy estúpido viniendo de alguien que ya está grande."

-"No puede ser estúpido si te pone así –respondí suavemente, tocando con mi palma libre la cabeza de mechones oscuros-. ¿Qué tan malo puede ser para no decirme? No nos hemos tratado mucho pero… -aparté el flequillo que ocultaba su mirada-… me gustaría que quisieras acercarte a mí y aceptar mi confianza. Tenemos tanto en común, ¿sabes?"

Una risa baja y triste escapó de sus labios, una que trató de sofocar al soltar mi mano para cubrirse la boca.

La vi negar después lentamente, como si se burlase de sí misma.

-"Es sólo que… no quiero sentarme sola a la mesa esta noche."

Un sentimiento de culpabilidad y gentileza se mezcló en mi interior al verla restregar las lágrimas imaginarias de sus ojos. Seguramente era el cansancio y la pena de saber que aquella rutina probablemente se haría algo permanente en un par de días.

Su cuerpo se estremeció y la contemplé acurrucarse dentro de mi abrigo en tanto retomaba el camino y me pasaba de largo. La miré alejarse de espaldas, lo suficiente como para darme cuenta de que una mujer como ella no estaba hecha para andar sola; era como una pintura desgastada o mal coloreada, donde algo hacía falta.

Una pieza no permitía que todo el rompecabezas encajase, y en su lugar, le hacía perder sentido hasta desmoronarse lentamente.

Muy lentamente…

-"Encantada."

La detuve. La solté del brazo para poder coger su mano derecha, para poder acompañarla tal y como debía de ser. Ella me miró confundida todavía, un dejo de melancolía aún asomándose en las comisuras de sus ojos.

-"Estaré encantada –repetí, sonriendo lo más sincera que podía- de cenar contigo esta noche."

Aquella mirada de profundo agradecimiento junto a la tímida sonrisa valió la pena. Fue como si la chispa de una vela que alguna vez ardió alto y fuerte, se encendiese por fugaces segundos e iluminase con más calidez que el mismo ocaso.

Continuamos la travesía, sin prisas, con los dedos rozándose y empalmándose una y otra vez, en pequeños gestos llenos de amistad y confort.

El frío pronto desapareció de nuestro alrededor, con las hojas del otoño flotando perezosamente y el perfume de los cabellos plateados calmando mis sentidos. Adormeciéndolos.

Y era un sueño tan real…

Porque nótelo usted, al hacer el amor,
siente las mismas cosquillas que sintió hace mucho más de veinte.

Por momentos, creí que volvía a tener diecisiete años. Los sentimientos tan susceptibles como en aquel entonces, donde los colores del mundo se perdían en una misma y el anhelo de alcanzar algo invisible, llenaba la mente y el corazón.

Me pinté la imagen de las dos, jugué con las facciones y los gestos, recreando nuestras figuras adolescentes y lozanas tal cual una vez en antaño lo fueron. Recreé las hebras brillantes y oscuras, la piel más blanca y suave, así como la intensidad de mis pupilas azules.

Reí dentro de mí.

Realmente no se necesitaba volver al pasado. Con esto me era suficiente.