Aclaración: Esta es la versión Yaoi del fic Marco Aurelio V, no es una secuela.

La edité especialmente para mis lectores de la página Amor Yaoi y ahora la subo aquí, para aquellos que no leyeron en su momento la versión original y también para aquellos que les gusta el Yaoi.

Como, algunos saben, ahora no estoy escribiendo fics debido a que me encuentro trabajando en un escrito original para un concurso, sin embargo me estoy dando tiempo para hacer este tipo de ediciones especiales.

Ojala sea de su agrado.

¡Saludos!

(Ah, hay escenas inéditas xD)


Marco Aurelio V

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Por Luna_sj

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Día viernes

Templo de Acuario: 7 am

Era un hecho: Milo era su camarada, su amigo, su hermano. SU NOVIO… En fin, toda esa sarta de cursilerías que la gente común utiliza para describir un afecto entre dos personas que no comparten la misma sangre, pero que aun así se estiman por encima del promedio ponderado de consideración. Punto aparte, insértese signos de exclamación mental: ¡Pero esto era demasiado!

Camus de Acuario sintió un tic en su ojo derecho. Se dejó caer en un sillón, que para suerte se encontraba justo detrás de él, apoyó su codo derecho en el brazo del mueble y dejó que su rostro descansara en su puño cerrado. ¿Qué tan malo podía ser después de todo?

Trató de pensar positivamente, a final de cuentas sólo serian tres días: viernes, sábado y domingo. Y luego todo regresaría a la normalidad. ¡Eso! ¿Por qué hacía tanto drama? ¿Él, un santo dorado?

Definitivamente se había estado ahogando en un vaso de agua, algo vergonzoso para él.

Se puso de pie nuevamente, esta vez decidido a convertir ese "pequeño" percance en una gran lección de vida. Cuidar de un ser indefenso, a simple vista bobalicón, fastidiosamente lambiscón, bastante mofletudo y patéticamente engreído sería su misión por los tres siguientes días. Le impondría la disciplina que no le habían enseñado, le mostraría lo básico para ser un espécimen civilizado y le brindaría una educación digna de exhibición.

¡Sí!

El santo cruzó los brazos, separó las piernas, se sopló los flequillos, frunció el ceño y fijó los ojos en aquello que tenía al frente.

—¡Guau! —ladró aquello.

Pesando 65 kilos y midiendo 75 centímetros, con pelaje abundante color negro azabache; musculoso, de patas gruesas y fuertes. Nadador excepcional y rescatista por naturaleza, con ustedes…

¡El Terranova!

Y si. Se trataba nada más y nada menos que de un perro. Pero no cualquier perro, ¡sino del perro de Milo! Es decir, un ser fuera de los estándares normales de sentido común. Porque bien dice el dicho: "Dime quién es tu dueño y te diré quién eres".

Camus meneó la cabeza en señal de desaprobación: ¿A qué ser humano sicológicamente estable se le ocurría adoptar un Terranova como mascota de jardín?

A Milo por supuesto.

¿Quién más sería lo suficientemente inconsciente, patológicamente desenfrenado y estúpidamente acogedor para hacerlo? Sólo él. No había remedio con el bicho: estaba rematadamente zafado.

¡Pero esperen! Si aquella enorme bola de maza y pelo era propiedad del honorable, nótese el sarcasmo, guardián del octavo templo; ¿qué hacía en el onceavo templo?

¡Eh ahí el detalle!

Sucedía que Camus, dueño y señor del templo de Acuario y altruista como sólo él, se había ofrecido amparar todo el fin de semana al tierno animalillo… Aja, ahora que nos cuenten una de vaqueros…

¡Primero se congela el infierno!

Sucedía más bien que se había visto obligado a cuidarlo después de oír un discursillo melodramático. ¡Ajá! Y todo eso a cuenta de que su "adorable amante" andaba en misión fuera de Grecia.

Pero, aquí viene la pregunta del millón: ¿cómo empezó todo?

Bueno…

Erase una vez en el Santuario del Nunca Acabar un día como otros, con la diferencia de que uno de sus santos dorados, desobligado y sin más deberes que ponerle cabe al espiritual Shaka de Virgo, decidió adentrarse en el fascinante ciberespacio para matar el aburrimiento. Iba y venía por links, clicleando a diestra y siniestra, hasta que por azares del destino se topó con una página titulada Colas y Patas. Sin otra cosa en que ocupar el tiempo le hizo clic y entonces se encontró navegando por una serie de llamados a la conciencia, al altruismo para con los animales… Resumiendo, lo invitaban a adoptar un animal, en este caso un perro.

Una semana después se estacionaba en el coliseo un camión de mudanza. Todos los habitantes se acercaron a ver llenos de curiosidad y grande fue su sorpresa cuando el conductor del vehículo preguntó por el Excelentísimo Señor Santo Dorado Milo de Escorpio, rascándose la cabeza después de asimilar lo que había dicho, y es que tenía un paquete para el mencionado y necesitaba que firme los documentos de entrega.

Al día siguiente Milo se paseaba orgulloso por los sagrados recintos con un gigante de cuatro patas, un ejemplar impresionante de Terranova negro de mediana edad. A cada paso iba presentando al animalote a sus amigos, los cuales se quedaban con la boca abierta de asombro, algunos hasta llegaron a pensar que les estaban jugando una broma porque resultaba inverosímil el tamaño del animal. Milo soltaba carcajadas y los invitaba a acariciarlo, porque lo que el canino no tenia de chiquito, lo tenía de bonachón.

Pero no sólo la apariencia del perro llamaba la atención, sino también su nombre, que a los oídos de un común mortal resultaba el colmo de la excentricidad: Marco Aurelio V de la Casa Real de Thutumumu. Toda una barbaridad de nombre, que según los archivos de Colas y Patas era producto de su linaje, porque Marco Aurelio V de la Casa Real de Thutumumu había nacido en cuna de oro, miembro de una familia de alta alcurnia.

Por esos días Camus había estado fuera de Grecia, de lo contrario seguro que devolvía al perro con todo y dueño, cosa que no fue posible gracias a que Marco Aurelio V, de lo más lambiscón, ya se había ganado el cariño de todos en ese fin de mundo, de la misma diosa Atena. La adolecente se derretía cada vez que lo veía tan grandote y bonachón, babosón para Camus.

—Thutu… ¿qué? —había preguntado el acuariano con cara de no creérselo.

Milo se echo a reír y le explicó el asunto del linaje perruno entre carcajadas, cada vez más divertido viendo como las facciones de su francés iban tornándose contradictorias, porque Camus quería reírse, pero también quería lanzar mil maldiciones. Al final sólo le advirtió a Milo que mantuviera lejos al animal. Nunca le habían gustado los perros y no iban a empezar ha hacerlo a esas alturas de su vida, mucho menos uno tan… tan… En fin, que lo mantuviera lejos de su templo y punto.

Fue así que Marco Aurelio V pasó a formar parte de esa curiosa familia denominada Orden Ateniense. Se volvió el engreído de algunos santos y amazonas, los primeros queriéndole enseñar toda clase de trucos, las segundas queriéndolo apapachar como si de un peluche se tratara.

Todo bien hasta ahí. El problema llegó cuando a Milo le asignaron una misión que lo obligaba a ausentarse por tres días completos. Varios santos se ofrecieron a amparar a su mascota, convencidos de que sería genial tenerlo por algunos días. El escorpión agradeció el interés, pero no concedió a nadie la custodia del perro porque, digamos, ya tenía a la persona indicada para cuidarlo.

¡Su hermoso y altruista Camus!

Claro que primero tendría que convencerlo, pequeño detalle.

Al primer intento, Milo y Marco Aurelio tuvieron que salir corriendo del onceavo templo a todo lo que les daba las piernas y patas para no terminar muertos de hipotermia. Al segundo ya fueron mejor preparados, mismos esquimales, hasta gorrito se llegaron a poner. Pero nada: Camus era un témpano duro de roer.

Pero como la tercera es la vencida, y además Milo es terco como una mula, como último recurso dueño y perro terminaron atrincherados en la entrada de Acuario, amenazando con encadenamiento y huelga de hambre.

¿Para qué contar el resto de la historia? Lo único importante aquí es que Camus aceptó quedarse con el terranova con la condición de que sería la primera y ultima vez que lo haría. Milo le agradeció diciéndole que siempre supo que podía contar con él, su amigo, su alma gemela, su cómplice. ¡Dios se lo pagaría!

"Dios ya me debe mucho", pensó el francés con resignación viendo como su compañero descargaba en su sala las pertenencias de Marco Aurelio. Un canasto de dormir y costal de comida, sin olvidar su bebedero, su plato, su correa de paseo, sus juguetes y su cepillo de pelo. Después de darle todo tipo de recomendación para el cuidado del tierno animalote, Milo se hizo humo.

Y entonces regresamos al inicio de la historia.

Durante cinco minutos, Camus de Acuario y Marco Aurelio V de la Casa Real de Thutumumu se sostuvieron la mirada. El santo de pie, tieso como un pilar. El perro sentado y apachurable. Cada uno calculando la peligrosidad del otro, midiéndose el nivel de aguante y sobre todo proyectándose en una futura convivencia.

Al final Camus se arrepintió de haber cedido. Definitivamente el amor debía tener límites. Pero bueno, su palabra estaba en juego ¡y primero muerto antes que incumplirla!

¡Para un santo dorado nada era imposible!

Además, ¿qué podía salir mal?

Absolutamente nada estando él al mando.

El santo respiró hondamente y enfatizó su semblante serio.

—Se me ha encargado una misión y es la de mantenerte vivo hasta que tu dueño regrese —habló mismo militar en campaña de guerra—. Misión que pienso cumplir sin mayores contratiempos, para lo cual necesito tu colaboración

Se detuvo, viendo como el canino elevaba las orejas en señal de atención.

—Bien, como primera medida de convivencia me veo forzado a modificar aquel nombre ridículo con el que te conocen. Desde hoy responderás al nombre de Marc. ¿Entendido?

—¡Guau!

¡Señor, si señor!

Marco Aurelio ladró con entusiasmo.

—Sigamos —continuo Camus—. Para que estos tres días de convivencia sean soportables, te enumerare las reglas que tendrás que respetar… En realidad no sé porqué me molesto, eres un ser de limitado razonamiento. Pero bueno, si puedo comunicarme con tu dueño no veo porque no pueda hacerlo contigo

Una sonrisa furtiva asomó a los labios del apuesto caballero. El gesto duró apenas un microsegundo y luego fue reemplazado por una recia mirada.

—Regla No 1: No ladrar, ni de día, ni de noche, ni nunca. Simplemente limítate a abrir la boca para comer.

¡Señor, si señor!

Marco Aurelio seguía entusiasta.

—Regla No 2: No babear. El bueno para nada de tu dueño me aseguró que no lo haces, pero más vale la aclaración…

¡Señor, si señor!

Marco Aurelio seguía entusiasta.

—Regla No 3: No subirte a los muebles de la sala. Son de cuero importado.

Esto…

Marco Aurelio empezaba a tener dudas.

—Regla No 4: Por ningún motivo, razón o circunstancia te asomaras a mi habitación, de lo contrario regresaras a Escorpio en un decorativo ataúd de hielo.

¡Sáquenme de aquí…!

Camus, al ver la cara de espanto del pobre animal, sonrió satisfecho. ¡Así es como se educaba a los perros!

—Regla No 5: No morder, lamer ni chupar nada.

Por favor…

—Y por último, la regla No 6, la más importante: Finge que no existes.

Plop.

El enorme animal emitió un muy decente gemido y se recostó sobre la alfombra, apoyó su cabeza sobre sus patas delanteras, y desde allí miró al santo con sus apacibles ojos pardos. Parecía triste. Camus, con su sensibilidad y empatía característica, pasó por alto la congoja de su huésped y se dispuso a acomodar sus pertenencias donde no estorbaran. Empezó por llevar la enorme canasta a la cocina del templo, pasaría inadvertida bajo la barra de desayuno, además era un lugar idóneo para que el perro durmiera.

"Idóneo, carajo, pero qué culto soy".

A la cocina también llevó el costalote de comida. Lo dejó en una esquina y fue por las demás cosas. Recogió y criticó cada objeto. No podía creer que Milo gastara dinero en esas frivolidades. Ya gastaba una fortuna en alimentar al perro, ¿para qué comprarle un hueso de cuero crudo esterilizado, made in Taiwán? ¡Bah! La próxima vez que Milo le propusiera unas vacaciones en el Caribe aceptaría, a ver si así gastaba su dinero en cosas más productivas, como darle un merecido premio por aguantarlo todos, TODOS, esos años. Aunque claro, tampoco quería estar muy lejos del Santuario, mucho menos de Siberia, y es que las obligaciones, las responsabilidades, los compromisos, los…

A Camus le regresó el tic en el ojo.

Al fin terminó con su labor y regresó a la sala para asegurarse de que "Marc" no hubiera incumplido alguna de sus reglas. Lo encontró en la misma posición en que lo había dejado, muy quieto y somnoliento. Decidió no darle cuerda y pasó por su lado como si de un mueble más se tratara.

Era viernes y él tenia deberes que cumplir, uno de ellos era ir a entrenar con sus compañeros. Pero antes debía darse un baño, cambiarse de ropa, desayunar, presentar su informe… En fin, un día más en su perfecta vida de santo dorado.

Coliseo del Santuario: 9 am

Los santos, puntuales como de costumbre, ya se encontraban concentrados alrededor de la arena. Algunos platicaban, varios calentaban y otros simplemente esperaban, como Camus de Acuario, que sentado en la segunda escalinata se terminaba de vendar las manos. A decir verdad, no era el santo más popular. Su semblante inmutable resultaba intimidante, además de que sus fríos ojos azules daban cuenta de que no tenía sentimientos, algo que resultaba poco atractivo a la hora de hacer amigos.

Los santos de menor rango prefirieran guardar distancia de él, porque claro, pensaban que al primer contacto visual con el caballero de los hielos pasarían a mejor vida, y no de cualquier manera, ¡sino en trocitos de hielo! Tantos que ni Zeus podría componerlos.

Pero mientras los santos de plata y bronce preferían guardar distancia de Camus, los de oro buscaban acercársele, todo en son de la más buena camaradería. En ese momento, sin embargo, la prioridad de todos era entrenar. Fue así que las peleas se sortearon por el método infalible del "piedra, papel y tijera".

Por esas cosas raras del destino, a Camus le tocó enfrentarse a DM. Se suponía que las peleas de entrenamiento eran de lo más amistosas, es decir, todo estaba permitido excepto matar a tu oponente. Con lo caro que les había costado la fianza para salir del Limbo más de un santo no estaba en condiciones de afrontar otra cuenta con el Mas Allá. Sin embargo DM era un caso especial, pues podía ir y venir del inframundo como Pedro en su casa, así que no se molestaba en respetar las reglas de pelea. Era todo un caso el santo de Cáncer. Y además le tenía cierta tirria a Camus. ¿Por qué sería?

Con esos malos augurios, Camus caminó hasta el centro de la arena y esperó a su oponente.

—¿Listo para tragar polvo, Acuario? —le preguntó envalentonadísimo DM.

—¿Listo para que te reacomode el cerebro, Cáncer? —le respondió indiferente Camus.

Digamos que cuando se trataba de peleas, estos muchachotes no eran precisamente fraternales. Todos ya estaban atentos a los contrincantes, unos apostando, otros limitándose a observar.

—A la cuenta de tres iniciara la pelea —anunció Saga—. Uno… Dos…

Se quedo con el "tres" en la boca porque DM, como siempre, no esperó y se fue con todo contra Camus. Saga sólo dio un suspiro de desaprobación y regresó a su lugar en las escalinatas.

Y allí estaban los luchadores, patadas van, puñetes vienen, explosiones por aquí, estallidos por allá. Aparecían y desaparecían a la velocidad de la luz, algunas veces sin poder evitar que una explosión llegara hasta los espectadores, que muy preocupados se arrimaran hasta donde Shaka permanecía imperturbable rodeado por su poderoso "Khan".

En el momento más critico de la pelea el eco de un Guau hizo que Camus se desconcentrara y terminó incrustado en una de las columnas. Cayó a la arena inconciente y término enterrado por los restos de la columna. Un gran "!Oh!", de sorpresa salió de los espectadores. Un segundo después DM bajó a tierra firme esbozando una sonrisa victoriosa y caminó hacia el lugar de los escombros, haciéndose tronar los dedos para dar el golpe final. Los espectadores se pusieron de pie, no cabían en su asombro, algunos querían intervenir, pero no se atrevían porque Camus detestaba que se metieran en sus peleas.

El tiempo se detuvo cuando DM metió su mano entre los escombros y sin mayor remordimiento sacó a Camus del cuello. El acuariano dio señales de vida al tratar de zafarse del agarre, pero DM no lo iba a dejar ir tan fácilmente.

—¿A quién le ibas a reacomodar el cerebro, Acuario? —le preguntó con sonrisa cínica.

—A un idiota llamado DM —murmuró Camus, devolviéndole la sonrisa.

—Apenas puedes respirar y todavía tienes ganas de fanfarronear —se burlo Cáncer—. A ver si te quedan ganas después de regresar al Yomutsu.

La suerte parecía echada para el acuariano, así lo pronosticaban los demás santos que veían atónitos la escena. Entonces, y de la nada, una gran sombra cruzó la explanada tan velozmente que los santos apenas pudieron darse cuenta.

¡Es un ave! ¡Es un avión! Es un… ¿puerco?

¡No, es Marco Aurelio V de la casa real de Thutumumu!

¡Sí! El gigante terranova, haciendo gala de una agilidad increíble, corría mismo perro de caza hacia donde DM zarandeaba a Camus, saltando rocas y esquivando hoyos, nada más le faltaba la capa y pasaba por superhéroe.

Cuando DM giró el rostro ya era demasiado tarde: ¡Marco Aurelio había clavado sus cuatro caninos en sus cuatro letras!

—¡Mamá! —gritó el santo de Cáncer y dejo caer a Camus.

Nadie daba crédito a lo que veía, ni siquiera Camus, que apenas distinguía a la enorme mole de pelo detrás de su contrincante. Cuando logró reaccionar balbuceó una orden inteligible y al instante DM cayó al suelo boca abajo, retorciéndose de dolor mientras se agarraba las pompas.

—¡Un medico! —gritó la amazona del Águila, que empujada por sus reflejos ya corría hacia el lugar de los hechos.

Todos se apresuraron a seguirla todavía confundidos, pero dispuestos a ayudar. Así el adolorido DM quedó rodeado por una pequeña multitud, entre ellos Afroditha de Piscis, que apenas podía contener las carcajadas.

—¡Ay mi pobre orgullo! —gimoteaba DM revolcándose en el suelo.

—¡Llevémoslo a la enfermería! —ordenó Dohko.

Varios santos se apresuraron a levantar al malherido y sin demora lo condujeron fuera del coliseo. Camus, sentando sobre la arena y con los ojos como platos, vio como la turba solidaria se alejó dejando una polvareda. Una brisa arrasó en el coliseo y el santo recién pudo pensar con claridad. Todavía no terminaba de creer lo que había sucedido cuando una agradable sombra se formó a su alrededor. Era Marco Aurelio. Se había sentado a su lado y le miraba con sus tiernos ojos marrones.

—Supongo que preguntar qué demonios haces aquí no tiene sentido, ¿verdad? —le preguntó Camus.

—¡Guau! —ladró el perro.

—¡Guau tu abuela! Yo tenía todo fríamente calculado. ¡No tenias porque meterte!

El santo parecía estar a punto de echar humo por las orejas viendo como el perro le miraba desde distintos ángulos, inclinando su enorme cabezota. En realidad no había sido para tanto, parecía decirle, apenas y le había dado una probadita a las pompas de DM, una mordidita muy decente. Sucedía más bien que Mascara era muy llorón.

Camus lanzó un par de maldiciones, deseando que un rayo le cayera a Milo dondequiera que estuviese. ¡Todo era culpa suya!

—Pobre DM, se llevó el susto de su vida —murmuró con una repentina sonrisa—. Debiste ver su cara, parecía un pejesapo a punto de explotar.

Marco Aurelio ladró eufóricamente, feliz de su hazaña. Milo seguro hubiera festejado, pero el que estaba a su lado era el inconmovible santo de Acuario, de quien se rumoreaba ser un témpano de hielo, un hombre que había reducido a polvo sus emociones, un poco más y lo acusaban de tener una cámara de tortura en su sótano.

—Esta gracia me va a costar caro —espetó con expresión sombría— Mejor regresamos a Acuario. A estas horas el Patriarca ya debe estar enterado y prefiero presentarme por mi cuenta antes de ser llamado.

Templo Mayor: 10:30 am.

Camus entró a paso firme al recinto portando su sagrada armadura. Una vez al pie de los escalones, se arrodilló.

—Camus de Acuario —dijo el hombre sentado en el trono, que no era otro que Shion.

—Excelencia —musitó con respeto el santo—. He querido presentarme antes de ser llamado al imaginarme que usted ya esta enterado del incidente de esta mañana.

—Lo estoy.

Shion hizo una pausa, escogiendo cuidadosamente las palabras

—DM lo acusa de ataque de alta traición… Dice que entrenó al perro de Milo para… bueno, para que lo mordiera en un lugar inapropiado de su cuerpo. Además, asegura que fue un ataque cobarde porque él estaba de espaldas.

—Nada más alejado de la realidad, Excelencia —apremio Camus—. No voy a negar que el terranova mordió al santo de Cáncer, pero le aseguro que yo no tuve nada que ver.

—Le creo, Acuario, pero naturalmente no puedo permitir que un perro atente contra la integridad de los habitantes del Santuario.

—Por supuesto, Excelencia.

—Por esta vez voy a pasarlo por alto, pero espero sea la primera y ultima vez. El daño que ha sufrido el santo de Cáncer es indescriptible, con decirle que el médico le ha prohibido sentarse una semana completa. ¿Imagina como será su vida en los próximos días sin poder hacer uso de una silla?

—Me supongo nada agradable —murmuró Camus.

—Exacto. Es por eso me he visto obligado a recomendarle sentarse apoyando sólo medias posaderas.

¿Ah?

Camus levantó el rostro y descubrió una sonrisa furtiva en los labios del Gran Pope.

—Eso es todo, Acuario, puede retirarse.

Sala de Acuario: 2 pm.

Camus meditaba viendo el acuario que adornaba la mesita de centro, adentro nadaba un pececillo dorado muy mono. A pocos metros, y recostado sobre la alfombra, Marco Aurelio tomaba su siesta de la tarde. Todo estaba muy silencioso hasta que un repiquetear inundó el pequeño recinto.

¡Era una cosmollamada!

El santo se concentró.

¿Milo? Ya decía que eras tú... ¿Cómo crees? Todo mal gracias a tu perro. ¿Por qué maldita sea no me dijiste que mordía?... Pues lo hizo y me metió en un gran lió al morder a DM… ¿Dónde? En un lugar poco apropiado, pero eso no importa. Aquí lo único importante es que por primera vez el Patriarca me amonestó… Déjate de estupideces, todo esto es culpa tuya… Milo, hablo en serio. No voy a dejar que un perro arruine mi desempeño de todos estos años… No estoy siendo exagerado… Yo no he dicho eso… Milo, no tienes que volver. Yo no dije que no podía con el perro… Claro que no… De acuerdo… Si… ¡Qué sí!… ¿Y ahora qué?... Al punto, Milo… ¿Qué? ¿Bromeas?... Ahora si que se murió la única neurona cuerda que te funcionaba. ¡Primero muerto!

Camus cortó la cosmollamada. Pasaron tres segundos y volvieron a hacer contacto. El silbó sin intención de contestar, pero finalmente lo hizo.

¿Sí?... He dicho que no.

Volvió a cortar, pero luego de tres segundos lo volvieron a contactar. ¡Joder, pero es que terminaría con dolor de cabeza!

Milo, esa fue mi ultima palabra... No gracias… No… No… ¡Dije que no!... No me vengas ahora con eso ¡No lo haré y punto!... ¿Cómo que abstinencia? ¡Eso es un maldito chantaje, bicho!… ¡Que no!... ¡Arg! Estas haciendo que pierda la paciencia… ¡Maldita sea, bicho, esta me la pagas!… ¡Arg! ¿A dónde?… Sí, claro… Es un perro, Milo, no un niño… No soy insensible, tú eres el idiota… ¿Algo más, señor?... ¿Qué?... Por la… De acuerdo. Sí, yo también te quiero.

La cosmollamada terminó, pero tan pronto Camus cortó, el teléfono empezó a sonar. Levantó el aparato y se volvió a mirar al perro.

—Te hablan, tontón.

Marco Aurelio se levantó pesadamente y se acercó al aparato. Camus rodó los ojos viendo como de pronto empezaba a agitar la cola con entusiasmo.

"Lo que me faltaba: sostenerle el teléfono a un perro".

El can ladraba emocionado al oír la voz de su dueño. Increíble, pero cierto. Ahora sólo faltaba que Milo le enviara postales.

¡Ajá! ¿Acaso alguien estaba celoso?

"¡Por supuesto que no! ¡Es un perro…!"

Por fin la llamada terminó y el teléfono se estrelló en el sofá. El santo observó detenidamente al perro.

—Sé que voy a arrepentirme, pero no tengo salida... Iremos a tu cita con el veterinario.

—¡Guau!

—Sí, si, como sea. Sólo déjame advertirte que no estoy de humor y a la primera metida de pata, literalmente, te regreso al Santuario sin tu revisión trimestral. Ahora espérame aquí, voy a cambiarme.

Centro de Atenas: 4:00 pm.

Camus y Marco Aurelio salieron de un callejón inhóspito, el primero vestido como cualquier chico de veintidós años, el segundo con una correa al cuello. Había sido toda una lucha ponérsela, primero para agarrarlo y luego para asegurarle la hebilla; ahí Camus había llegado incluso a elevar ligeramente su cosmos para doblegar al enorme animal. Hacer eso le había tomado más de media hora y obligarlo a bajar desde Acuario hasta Aries otra media hora. Ya en el primer templo Mu los recibió con una sonrisa amable y Camus, que nunca pedía favores, le pidió que los transportara hasta el centro de Atenas. El lemuriano lo hizo con el mayor gusto y fue así que terminaron en esa callejuela.

—Haré raspadilla contigo si otra vez te niegas a caminar con la correa —había amenazado Camus. Su expresión no debió ser nada amigable porque el perro empezó a caminar muy correcto delante suyo, hasta parecía feliz de tener la correa alrededor del cuello.

Recorrieron apenas dos cuadras y llegaron hasta la veterinaria. Entraron y en la recepción los recibió una señorita muy guapa.

"Demasiado bonita para mi gusto. ¿Sera que Milo…? ¡Maldita sea, Camus, contrólate!"

Pero es que Milo era Milo, y soltero o comprometido nunca perdía el tiempo.

"Ese idiota…".

Pero mientras el pobre Camus se escurría el cerebro, la recepcionista buscaba la cita del perro.

—¡Aquí esta! —exclamó—. Su cita es a las cinco en punto, con el doctor Orejas. Aun falta media hora. Por favor tome asiento mientras llega su turno.

"Algunas personas le hacen honor a su apellido".

Camus caminó hacia los sillones. Detrás lo seguía Marco Aurelio, distraído con la fauna del lugar. Entre los pacientes que esperaban atención se encontraban perros y gatos de todos los tamaños y formas posibles, unos más extraños que otros, pero todos terriblemente mimados.

Con su carácter social de siempre, Camus terminó sentándose en el rincón más alejado y Marco Aurelio lo siguió hasta allí de lo más obediente, al parecer todavía recordando la amenaza anterior. El enorme perro no había pasado desapercibido entre los presentes y más de un niño se había acercado a acariciarlo, y es que no todos los días se veía a un terranova y además Marco Aurelio era un ejemplar impresionante con su abundante pelaje azabache y sus tiernos ojos pardos.

Camus al principio se sintió incomodo con tanto niño alrededor del enorme perro, pero después se relajó al ver que el animalote era muy cariñoso con sus admiradores.

A medida que los pacientes fueron llamados, llegaron otros y Camus se aburrió de solo pensar que tenía que esperar. En un intento de distraerse tomó una revista, pero, chanfles, ésta estaba dedicada a los perros. La dejó en su lugar porque para perros ya tenía bastante con Marco Aurelio. Pasaron unos minutos más cuando cierto personaje entró al local.

¡Helloooooooooooo!

El recién llegado saludó con un grito desquiciado y cual mariposa sin alas revoloteó hasta la recepción

—¡Maritza querida, aquí de nuevo para la revisión de mi Casandra!

La recepcionista sonrió divertida y se apresuró a buscar la cita. Cuando la encontró le pidió que esperara. El recién llegado giró sobre sus talones dispuesto a buscar un lugar cómodo y entonces, al fondo del recinto, divisó a Camus

¡Oh my god! ¿Pero qué veo? ¡Hombre divino a las nueve en punto!

Sin demora buscó en su carterita y sacó un espejo, se miró por todos los ángulos posibles y lo volvió a guardar. Se estiró la ropa y puso cara seductora:

—Ahí voy, papi. GRRRR.

Camus se había vuelto a acomodar por enésima vez en el sillón y ya empezaba a perder la paciencia cuando de pronto escuchó que le hablaban.

—¿Está ocupado?

Levantó los ojos y se quedó de piedra. Ahí delante se encontraba un muchacho vestido de forma un tanto extraña, con un pantaloncillo playero a la cadera, una remera rosa muy apretada, una pañoleta multicolor alrededor del cuello y un gorrito de lo más coqueto sobre la cabeza. En su mano derecha sostenía una jaula.

—¿Disculpe?

—Que si está ocupado el sitio.

—Ah… pues… no.

—Ay qué bien

El chico se sentó, dejó sobre el piso la jaula, cruzó las piernas y se empezó a dar aire con la mano.

—Este calor me tiene loco —le sonrió.

Camus frunció el ceño confundido y carraspeó un par de veces. Marco Aurelio en cambio miró de lo más intrigado al curioso personaje. El chico cayó en cuenta de su presencia y emitió un chillido de emoción

—¡Ay, pero que perrote más regio! ¿Es tuyo?

—No.

—¿No? ¿De quién entonces?

—De… alguien.

—¿Eh? Ya… ¿Y cómo se llama?

—Ha… Se llama Marc.

—¡Hola, Marc!

Saludó el chico al terranova. El perro inclinó su cabeza desconcertado, por su nombre y porqué no sabía cómo clasificar a su nuevo admirador. El chico por su parte estaba más que feliz viendo la forma de acortar distancia con Camus.

—¡Ay! Pero que volado estoy, ni siquiera me presenté —dijo, y extendió su mano—. Mau.

"Voy a matar a Milo".

Camus sostuvo la mano del chico, porque él podía ser todo, menos descortés.

—Camus.

—Mucho gusto, Camus —le correspondió Mau, feliz—. No es por nada, pero se me hace que no eres griego… ¡No me digas, no me digas! Deja que adivine… A ver, a ver —lo examinó de pies a cabeza—. ¡Ya sé! Francés, ¿verdad?

"Pero antes lo torturare".

Camus asintió.

—¡Lo sabía, lo sabía, lo sabía!

Mau festejó ante la atenta mirada del terranova. Camus ya no sabía qué cara poner para expresar sus pocas ganas de conversar. Cuánto más serio se ponía, el rostro del otro chico se iluminaba más, como si en cualquier momento se le fuera a lanzar encima. El asunto se estaba poniendo peliagudo cuando de la nada Marco Aurelio empezó a mostrar interés por la jaula que Mau había dejado a sus pies. El chico se dio cuenta y la levantó para ponerla sobre sus piernas. La abrió y con cuidado sacó a un gato ñato y peludo. Una esponja con moño.

—Marc, te presento a Casandra. Creo que pueden ser muy buenos amigos.

El terranova miró desde todos los ángulos a Casandra y finalmente dio un alegre ladrido. Se incorporó y con curiosidad se acercó hasta Mau para observar mejor a la gata. Camus miró de soslayo la escena teniendo un leve presentimiento de que todo terminaría mal, pero satisfecho de que el chico estuviera ocupado con algo más. Miró su reloj y eran las 4:50.

"Sólo falta diez minutos. Hay que aguantar".

Los minutos se hicieron eternos. Camus volvió a mirar su reloj y resopló con impaciencia; faltaban cinco minutos. Se incorporó y apoyó los codos sobre las rodillas.

—¿Impaciente? —le preguntó Mau.

—No me gusta esperar.

—¿En serio? Pues yo soy rápido en todo, bueno, casi en todo.

Camus de pronto se sintió desnudo y le dirigió una mirada mordaz al muchacho.

—Ay, pero que serio te has puesto, si hasta malo pareces… Y a mí que me gustan los malos malosos.

—¿Perdón?

—Decía que es muy malo que nos hagan esperar tanto.

El santo resopló y volvió a mirar su reloj. Estaba maldiciendo la hora en que había aceptado hacer de niñera cuando un alarido lo devolvió al presente.

—¡Perro malo! —Gritó Mau—. Camus, Marc lamió a Casandra.

"Que se la coma por mí".

—Marc, compórtate.

Pero Marco Aurelio no pareció conforme con el regaño y ladró a todo pulmón. Camus tiró de la correa levemente y con una mirada le advirtió que se callara. Marco Aurelio lo miró con impotencia. Sucedía que en un descuido de Mau, la gata había clavado sus garras en uno de sus cachetes y él, sin querer ser descortés, le había advertido con una lamida amistosa no volverlo hacer. Pero como los gatos siempre se la quieren dar de vivos, Casandra, de lo más fresca, le había vuelto a clavar las uñas. El pobre perrote estaba de lo más indignado y Camus que no lo entendía por estar mirando su reloj.

Así andaban las cosas cuando a Mau se le ocurrió dejar sobre el piso a Casandra. La gata se paseó con la cola altísima, desbordando petulancia con cada paso y, aprovechando que su dueño andaba ocupadísimo arrimándose a Camus, le dio un disimulado arañazo al enorme perro.

¡Eso sí que le dolió al perro!

Reaccionó: de un solo tirón se liberó del agarre de Camus y salió corriendo detrás de la gata.

—¡Ahhhhhhhhhh! —Gritó Mau—. ¡Mi gata!

Camus fue tras el perro, pero en el camino se cruzó con un empleado y por esquivarlo terminó por perder de vista al par.

—¡En el baño, en el baño! —Gritó Mau. Y al baño fue Camus, pero al baño equivocado y terminó siendo echado a carterazos por una viejecita mientras era acusado de aprovechador, de enfermo, de pervertido.

¡De sucio!

Salió del baño de damas y entró al de caballeros. Allí encontró a Marco Aurelio. El perro tenía acorralada a la gata contra una de las esquinas y parecía dispuesto a todo.

Decidió acercarse sigilosamente para tomar su correa… cuando estuvo lo suficientemente cerca estiró su mano y la sujetó. Pero, carajo, justo en ese momento Marco Aurelio se lanzó contra la gata. Camus no pudo reaccionar a tiempo y fue arrastrado. Resbaló por el piso de loza hasta darse contra la pared y ahí quedó misma estampa.

"¡Mi nariz!, mi perfecta y hermosa nariz…"

El pobre sonrió mismo borracho de feria.

Mientras tanto el perro persiguió al felino fuera del baño. Maullidos y ladridos era todo lo que se oía en la veterinaria porque a última hora otros perros se unieron a la persecución y se armó la grande.

Cuando Camus salió del baño, adolorido y hecho una furia, se encontró con un espectáculo de circo.

"¿Por qué a mí?"

Quiso ir detrás de la manada, pero Mau se le prendió de la ropa.

—¡Sálvala, sálvala! —gritó histérico. Quiso hacerlo a un lado, pero escuchó un gran estruendo y al levantar los ojos vio como todos los perros se lanzaban contra la gata de un solo salto.

Mau lanzó un alarido.

—¡Ahhhhhhhhhhh!

Y ¡Zaz! Cayó desplomado en los brazos de Camus.

El santo miró al muchacho como si se tratara de un feo bulto y sin la menor consideración lo dejó caer al suelo. Ya libre, pasó por encima del desmayado y fue tras la manada de perros. Uno a uno los hizo a un lado, votándolos cual bolsas de basura para horror de sus dueños, y sacó a la gata del fondo. El felino ya no parecía una esponja con moño, sino un trapeador utilizado hasta compensar sus impuestos. Le faltaban mechas de pelo por todo el cuerpo, ya ni bigotes tenía y además su cola estaba torcida.

"Mierda. Está hecha una desgracia".

Cuando Mau despertó, media hora después, la trifulca había pasado, pero de su gata no había rastro. La recepcionista le informó que la estaban atendiendo y sin esperar mayor explicación se dirigió al consultorio principal. Allí encontró a Camus y a Marco Aurelio, ambos viendo como el veterinario trataba de componer la cola torcida de la gata.

—Ay, me da algo Pero, ¿qué fue lo que te hicieron, Casi?

—Al menos esta viva.

Camus se cruzó de brazos. Mau empezó a jalarse el cabello, mismo desquiciado.

—¡Ese! —señaló al terranova—. ¡Ese monstruo le hizo esto a mi Casandra!

—Si su gata está viva, es gracias a él —dijo el santo—. Al final la protegió de los otros perros.

—¿Bromeas verdad? Yo vi como se le lanzó encima.

—Porque quería protegerla con su cuerpo.

—¡Ay por favor, un monstruo como ese debe pesar más de cien kilos…!

—Le vuelves a decir monstruo y te arranco la lengua.

Mau se tapó la boca, espantado. Camus respiró profundo, pidió paciencia a los dioses y volvió a hablar.

—Tal vez fue un poco brusco, pero el terranova tuvo buena intención.

—¿Así? —Mau volvió al ataque—. Pues de milagro no me la aplastó. Mi pobre Casi… ¡Hay, pero eso sí, tendrá que pagarme una indemnización! ¡Mira nada más como me la dejaron!

Camus respiró profundamente y se acercó al muchacho. Lo tomó del brazo y ante la mirada desinteresada del veterinario lo arrastró hasta una esquina.

—Escúchame bien —puso cara de matón—. Por hoy ya tuve suficiente de animales. Pagare la consulta con el veterinario y eso será todo.

—¡Pues no! Mi gata necesitara un tratamiento especial, uno muy caro. Si no lo pagas te denuncio.

Mau se cruzó de brazos muy serio, pero luego sonrió de manera melosa y agregó:

—Aunque también podemos arreglarlo de otro modo.

El santo lo soltó como si de pronto fuera una amenaza global. Sacó su billetera y le pregunto:

—¿Cuánto cuesta ese maldito tratamiento?

Sala de Acuario: 8:30 pm

Camus se masajeaba las sienes sentado en uno de los sillones. No había pasado ni un día, pero a ya le parecía una eternidad. Era como si alguien estuviera poniendo a prueba su paciencia. Se suponía que ese tipo de cosas no les sucedían a hombres como él. Hombres honestos, responsables, maduros, inteligentes. Esas cosas le pasaban a seres patéticos como… bueno, no era necesario decir nombres, además ese era el asunto.

Era inaudito lo que le ocurría. ¿Quién le mandaba a ser tan bueno? ¿Quién, por Atena, quién? Y eso que el día aun no terminaba. No sabía bien por qué, pero presentía que su martirio se extendería un poco más y la sola idea le causó una jaqueca, jaqueca que empeoró cuando Marco Aurelio entró a la sala, feliz después de haber cenado un platón de comida.

El animalote pasó por su lado sonriéndole con los ojos, más cínico imposible.

¡Y después de haberle hecho pasar por todas esas vergüenzas!

A Camus le volvió el tic de su ojo. Pero Marco Aurelio ni se dio cuenta y caminó hasta el centro del recinto. Una vez allí se dejó caer sobre la alfombra y se dio unos cuantos revolcones, quedando finalmente sobre su espalda, con las patas extendidas y su cabezota vuelta hacia el santo. Parecía que esperaba algo.

—Ni siquiera lo sueñes —murmuró Camus—. No pienso rascarte la panza. Yo no soy como Milo, métetelo en la cabeza de una vez por todas.

Y diciendo esto se puso de pie. Había sido un día largo y necesitaba darse un baño, no sólo olía a perro, sino también se sentía como uno. Salió de la sala dejando a Marco Aurelio algo desilusionado sin su ración de cariñito después de la cena y se dirigió a la segunda planta del Templo. En su habitación se fue quitando la ropa de camino al baño y cuando por fin estuvo bajo la regadera, con el agua tibia sobre sus hombros, sintió que nacía de nuevo, tanto así que cuando salió de la ducha era un hombre nuevo. Se vistió con unos jeans y una polera, y decidió bajar a prepararse algo para comer. Todo ese lío en la veterinaria le había abierto el apetito.

"Tal vez una tortilla de vegetales y un vaso de jugo viendo la televisión…"

Pasó por la puerta de la sala y vio que el enorme perro dormitaba viendo el pequeño acuario de la mesa de centro, donde el pececito dorado nadaba feliz. Su nombre era Camilo y había sido un regalo de Milo por su cumpleaños veintidós.

Todavía recordaba el orgullo con que el escorpión le había anunciado el nombre del pez.

—"Camilo. ¿Qué te parece?"

—"Bonito, creo."

—"¿Sólo bonito?"

—"Bueno, no sé qué más decirte."

—"¡Camus tenías que ser! ¿No te das cuenta que Camilo es el resultado de la fusión de nuestros nombres?"

—"¿De nuestros nombres?"

—"No, de los vecinos. ¡Vamos, Camus, pon un poco más de entusiasmo!"

—"Ya… Sabes, no es por nada pero me parece un poco cursi."

—"¡Vete a la mierda!"

A veces Milo podía ser muy infantil. Pero bueno, también era cierto que era… especial.

Camus sonrió, inmerso en los recuerdos del escorpión. Sin embargo, su estomago le devolvió a la cruda realidad. Buscó en la refrigeradora y no encontró nada. Otra vez había olvidado llenarla con las provisiones de la despensa.

"Genial, ahora tendré que cruzar todo Acuario".

Salió de la cocina y volvió a pasar por la puerta de la sala, adentro Marco Aurelio se había incorporado y veía con paciente devoción el ir y venir de Camilo en el acuario.

"Tal vez sólo necesitaba algo con que distraerse".

El santo cruzó ida y vuelta todo el largo de su Templo y regresó con una caja de huevos. Al pasar de nuevo por la puerta de la sala vio a Marco Aurelio más cerca del acuario, atento a los movimientos del lindo Camilo.

"Mientras este quieto…"

Camus siguió hasta la cocina. Puso sobre la barra de desayuno la caja de huevos y se volvió a buscar una sartén. Estaba en eso cuando recordó que había ido por huevos y jugo y había vuelto sólo con huevos. Soltó un par de palabrotas reservadas para ese tipo de ocasiones y salió de nueva cuenta al pasillo. Esta vez, al pasar por la puerta de la sala, vio a Marco Aurelio prácticamente apoyado al borde de la mesita, totalmente hipnotizado con Camilo.

"Vaya, lo que puede lograr un pez".

Camus sonrió. Fue y vino, y por quinta vez volvió a pasar frente a la puerta de la sala, esta vez algo distraído buscando la fecha de vencimiento en la caja de jugo. Ya iba a entrar a la cocina cuando recordó algo y se detuvo en seco. ¿Qué era? Frunció el ceño. ¿Qué es lo que antes estaba y ahora ya no?

¡Por todos los dioses!

Sus ojos se abrieron como platos.

Giró sobre sus talones y regresó sobre sus pasos hasta la puerta de la sala: adentro estaba Marco Aurelio, sentado sobre la alfombra, viendo fijamente el pequeño acuario con un brillo de desilusión en sus ojos pardos.

Sintiendo que el corazón se le iba a salir por la boca, Camus giró la mirada lentamente hasta la mesita de centro y fue como si le dispararan un tiro: ¡Camilo no estaba!

—¡Te tragaste a mi pez!

El grito resonó en todo el templo. Desesperado, sin pensar, entró a la habitación y se lanzó mismo energúmeno sobre el enorme perro. Pero como Marco Aurelio no tenía ni un pelo de tonto, se hizo a un lado antes de que pudiera ponerle las manos encima. Lo que siguió a continuación fue una persecución sin tregua por parte de un santo fuera de sí, contra un terranova grandote pero ágil.

Pasaron por encima de muebles y sillas y salieron al pasillo. Camus gritándole que lo mataría, que lo haría picadillo, que lo freiría vivo, que… que… ¡Que no huyas cobarde! Y el terranova patitas para que las quiero, corría como si el mismo demonio lo estuviera persiguiendo, algo que no estaba muy lejos de la realidad porque Camus tenía cara de psicópata asesino, ¡pero ya iba a ver el desgraciado cuando lo agarrara!

—¡Aguanta, Camilo! ¡Papi ya va al rescate!

—¡Guau, guau, guau!

De pronto el sacrosanto templo de Acuario era un gran caos con Camus gritando a todo pulmón y el perro ladrando. Infinidad de cosas salían volando al pasó de perseguidor y perseguido. Las estatuas de mármol se hacían añicos, las cortinas se arrancaban, los jarros volaban. Toda una hecatombe. A las nueve en punto hombre y animal se internaron a toda carrera en los oscuros recovecos del sótano, rodaron por las escaleras mismos costales de papa, aterrizaron en algo suave pero pegajoso y continuaron su loca carrera, dándose contra todo tipo de superficies, duras y blandas, ásperas y lizas, secas y húmedas. Cayéndose y volviéndose a levantar, arrastrando un sin fin de cosas, incluso una bacinica que se había trabado en el pie del santo y hacía un ruido espantoso con cada paso.

Unos minutos que se hicieron eternos, hasta que por fin Camus logró atrapar al perro gracias a que éste tropezó y se fue de frente contra un colchón de la época de Matusalén.

—¡Te tengo! —gritó victorioso y cual desquiciado empezó a sacudirlo—. ¡Escúpelo, desgraciado, escúpelo!

La situación se puso bastante fea, terrible, pero de pronto alguien prendió la luz y habló:

—¿Pero qué demonios ocurre aquí?

Era Shura.

Un acercamiento de la cámara mostraba a un Camus desfigurado por el coraje, escurriendo pintura por la espalda, salpicado de pelusas, envuelto en una tela agujereada, con telarañas hasta las narices y una bacinica atorada en el pie derecho. Mientras tanto Marco Aurelio lucía un bonito sombrero de mariachi, con su pelaje negro reluciente de cola a hocico, pero apenas respirando al tener a Camus apretándole el cuello.

—¿Camus? —preguntó Shura—. ¿Te volviste loco? ¿Qué le haces al perro de Milo?

La mirada de total desconcierto del santo de Capricornio hizo que Camus tomara conciencia de su estado. No sólo estaba envuelto en estropajos, sucio y con una bacinica atorada en su pie, sino también debía verse como un demente al estar aplicándole una llave letal a un indefenso animal.

Shura se indignó.

—¡Camus, suelta a ese perro inmediatamente! —ordenó—. ¿No te da vergüenza maltratarlo de ese modo?

—¡Pero él empezó! ¡Se comió a mi pez!

—¿Qué?

—¡Se tragó a Camilo!

—¿A Camilo? Pero si acabo de verlo en su acuario.

Camus abrió la boca para gritar, pero se paró en seco.

—¿Lo viste en su acuario?

—Sí, nadando, como siempre.

—Pero…

—Si no me crees, ve a ver tú mismo.

Camus dudó, pero finalmente se puso de pie y corrió hacia las escaleras. Subió arrastrando una turba de antigüedades y medio cojo por la bacinica. Pasó por el lado de Shura como un ventarrón y se perdió en el pasillo residencial, dejando un rastro de basura a su paso. Al entrar a su sala cayó de rodillas sobre la alfombra.

¡Era un milagro!

Allí estaba Camilo, con todas sus aletitas completas y nadando de lo más feliz alrededor de su castillo burbujeante.

—¿Satisfecho? —preguntó Shura desde la puerta.

—Pero yo lo vi, es decir no lo vi…

—¿No se te ocurrió pensar que se había metido dentro de su castillo?

Camus se volvió a mirarlo. Shura negó con el rostro.

—Demonios, Camus, ¿qué tienes en la cabeza? Pensar que Marco Aurelio sería capaz de tragarse tu pez. ¡Ese perro no mata ni una mosca!

—Pero…

––Pero nada. Ahora le debes una disculpa.

—¡No voy a disculparme con un perro!

Shura se cruzó de brazos. Camus pasó saliva. En ese preciso momento Marco Aurelio pasó por el pasillo. Además de maltrecho, se veía triste el pobre animal. Camus volvió a pasar saliva, miró a Shura y éste asintió. Entonces se puso de pie y se quitó los restos de telarañas que le quedaban en los cabellos. Quiso quitarse también la bacinica, pero ésta estaba tan atorada que ni siquiera logró moverla. Shura echó un suspiro al aire y se acercó a ayudarlo. Juntos lograron deshacerse del vergonzoso objeto y por fin Camus pudo salir del recinto en busca del terranova.

Recorrió todo Acuario, pero no lo encontró. Se detuvo a pensar y un foco se prendió en su cabeza.

¡Escorpio!

Salió de su Templo y bajó en dirección a Capricornio, primero caminando, luego corriendo, y llegó a Escorpio. El templo estaba sumido en el silencio sin su guardián. Caminó a tientas hasta la puerta residencial y tal como lo había imaginado, allí encontró al perro.

El enorme animal se había acurrucado contra la puerta y tenía la expresión más triste del mundo con sus pequeños ojos pardos perdidos en el vacío.

El santo se acercó sin hacer ruido y se sentó a su lado. Respiró profundamente y habló.

—Lo siento.

Esperó alguna reacción, pero el perro no se movió. Pensó que necesitaría algo más de empatía para solucionar tal metida de pata.

—¿Lo extrañas, verdad? —preguntó de pronto—. Yo también… Es decir, desde que tengo uso de razón Milo ha sido mi compañero, el único que tuve… Fue por eso que la idea de compartirlo contigo no me gustó. Sí, suena egoísta, pero sucede que cuando tienes tan poco en la vida, no puedes evitar tener miedo de perderlo.

Marco Aurelio se había incorporado y lo miraba como si entendiera cada una de sus palabras.

—Pero creo que me equivoqué. Después de todo, podemos compartirlo, ¿verdad?

—¡Guau!

—Hasta que nos ponemos de acuerdo en algo… En fin. Sé que no he sido el mejor anfitrión, pero tú tampoco haz sido el mejor huésped.

—¡Guau!

—Sí, estamos a mano. ¿Te parece si empezamos de nuevo?

El perro movió la cola entusiasta. Camus extendió su mano hasta ponerla al alcance de su cabeza, pensando en una caricia, pero Marco Aurelio se abalanzó sobre él y le lamió la cara. Quiso poner objeción, pero al final se dejó hacer y terminó babeado por todos lados.

—Debo saber horrible después de pasar el sótano.

—¡Guau!

Sala de Acuario 10:00 pm

Después de la reconciliación, Camus y "Marc" regresaron al onceavo Templo pensando dar el día por terminado. Sin embargo, al entrar a la sala se llevaron una sorpresa cuando en vez de quietud encontraron un bullicio.

Se trataba de Shura, Dohko, Aioros, Aldebarán y Kanon. ¿Qué hacían ahí? Solo Atena lo sabía. El francés era cortes con todos, pero nunca se mostraba dispuesto a recibir a nadie en sus dominios. Al ver al grupo de santos casi sufre un paro al miocardio. Ellos por su parte ni se dieron cuenta de su presencia al estar concentrados en una plática al parecer importante.

—Así que tu madrecita, ¿no, Alde? —decía Kanon medio burlón.

—Pues sí, le dije que no se molestara, pero ya sabes como son las madres en estos casos —se reía el buen Alde.

Camus tosió un par de veces para hacerse notar.

—¡Camus! —exclamó Aioros—. Justo te estábamos esperando.

—¿Así? No parece.

Aioros sonrió.

—Sí. Lo que pasa es que, como sabrás, mañana es el cumpleaños de Aldebarán y él muy cordialmente nos esta invitando a todos a una reunión en su Templo.

¿Cumpleaños? ¿De Alde? Camus tenía que admitirlo, recordar fechas no era su pasatiempo favorito. Pero ahora que lo mencionaban, pues si, era Mayo, ¿no? Y se suponía que los Tauros cumplían por esas fechas.

—Se trata de una pequeña reunión —dijo Aldebarán—. Lo que pasa es que a mi santa madre se le ocurrió visitarme y llegara mañana para, según ella, festejarme a lo grande.

Camus asintió.

—Entiendo.

—Y pues por eso estoy invitando a todos —siguió Alde—. Lastima que Milo no está: le habría encantado la comida de mi madre.

Camus volvió a asentir.

—Seguro que sí.

—¿Y bien, Camus? —preguntó Shura—. ¿Iras a la reunión, verdad?

Ahí si Camus no pudo asentir. Ese tipo de reuniones, con abrazos, pastel y deseos, no le atraían en lo absoluto.

—Y por supuesto que Marco Aurelio también está invitado —concluyó Aldebarán.

El terranova ladró emocionado, poniendo a Camus en aprietos. Ahora no sólo tenía a sus compañeros esperando una respuesta.

—De acuerdo, iré.

Tuvo que aceptar al fin. ¿Le quedaba de otra?

—Ahora si me disculpan tengo que bañarme, de nuevo.

—Con confianza, Camus —dijo Kanon—. No te preocupes por nosotros, estamos muy cómodos aquí. Más bien, ¿no tendrás un vinito por ahí?

Camus tuvo que respirar profundamente para decirles que podían servirse de su minibar. Los santos le agradecieron de lo más frescos y le desearon un feliz baño mientras se ponían cómodos para seguir su conversación. El francés dio un suspiro antes de salir del recinto.

"¿Es mi impresión o de pronto mi vida se ha vuelto impredecible? Maldición, a este paso mi preciada privacidad estará amenazada".

Los visitantes platicaron amenamente, disfrutando su buen gusto en vinos. En medio de todo el bullicio Marco Aurelio se sentía feliz, recordando las noches en que Milo armaba fiestas en su Templo e invitaba a medio Santuario. Para el escorpión cualquier motivo era bueno para reunir a sus amigos y armar pachanga. A esas fiestas Camus por supuesto no asistía, por varios motivos, pero principalmente porque no le gustaba tomar de más y sus compañeros tomaban hasta el agua del inodoro. Sin embargo la reunión improvisada en la sala de Acuario no tenía esas proporciones, era una reunión inclinada a lo sentimental más bien.

Sucedía que Kanon, una vez más, se encontraba de capa caída después de haberse declarado a Aioria por enésima vez y haber obtenido un "te aprecio como amigo". Géminis simplemente ya no sabía en qué forma demostrarle su amor al león, lo correteaba por todas partes, se mostraba atento, siempre estaba pendiente de lo que le sucedía, se las ingeniaba para ayudarlo en sus misiones, etc, etc, etc. Pero Aioria nada, seguía diciéndole que lo estimaba como a un hermano más. Hasta Shura, que había empezado a cortejar a Shaina mucho después, ya era novio oficial de la Cobra. En cambio Kanon seguía echando suspiros al viento.

Por supuesto, uno podría preguntarse por qué exactamente Aioria. Después de todo el lio creado por los de Géminis, después de toda esa sangre y años negros, ¿por qué Kanon se había fijado en Aioria?

La respuesta: el gemelo no tenía idea. Simplemente había pasado.

Aunque la verdad, tampoco es que importara mucho las razones. Acá el asunto era que Aioria al parecer no quería nada de nada con Kanon. Y nada tenía que ver el pasado, era simplemente que, al parecer, al león no le atraía el gemelo.

Una verdadera desgracia para Kanon. Pero eso no era lo peor, sino que por ahí se rumoreaba que el felino tenía otro pretendiente. ¿Quién? Kanon habría pagado por saberlo, para darle de alma, pero el susodicho era escurridizo y no le daba la cara.

Una situación verdaderamente desesperante vivía el apuesto gemelo, hasta había llegado a pensar que en verdad no tenía oportunidad con el león, algo que le resultaba increíble porque, modestia aparte, él era todo un galán. Guapo, inteligente, con un rango envidiable y dueño de uno de los Templos más imponentes del Santuario, bueno, dueño a medias, pero a pesar de eso. ¿Qué persona podría resistirse a eso?

—En el mar hay muchos peces, compadre —trataba de animarlo Aldebarán—. ¿Por qué no pruebas conocer a otras personas?

—No lo sé. Al final todo resulta en simples aventuras y yo no estoy para eso.

—Pero no puedes cerrarte en un imposible —siguió Aldebarán—. Mira que ya no eres un jovencito.

—¿Disculpa? ¿Acaso me estás diciendo viejo?

Kanon se sintió ofendidísimo. Aldebarán tragó saliva con dificultad.

—¿Viejo? No. ¿Cómo crees? Es sólo que Aioria es muy joven y…

Kanon se cruzó de brazos.

—Mejor me callo —dijo el toro.

—Mejor. La casa de tauro necesita un guardián.

Dohko decidió intervenir.

—Bueno, yo creo que Aldebarán tiene razón. Kanon, deberías conocer a otra gente.

—¿Tú crees, Dohko?

—Pues sí. Dar vueltas alrededor de un mismo árbol no hace que éste de otros frutos. Conoce a otra gente, distráete.

Aioros, que no había querido intervenir, no pudo seguir callándose.

—Con todo respeto, Dohko, creo que te equivocas esta vez. Mi hermano no es ningún árbol.

—Pero no quiere nada con Kanon. ¿O quiere algo?

Todos se volvieron a ver a Aioros, interesados. Kanon más que todos.

—Bueno, esto… En realidad no es que hayamos hablado de ese tema.

—¿Entonces?

—Eh… No lo sé, quizás Kanon debería esforzarse un poco más.

—¿Lo dices tú que ya tiraste la toalla con Saga?

—Saga es un caso especial.

Kanon sonrió de lado.

—Claro, el pobre está medio loco.

—¡Kanon!

—¿Qué? Yo soy el que vivo con él.

Aioros negó con la cabeza.

—Como sea. Tienes que esforzarte más con mi hermano.

—¿Más? —preguntó Dohko—. Pero si ya lo intentó todo.

Shura había estado reflexionando y de pronto se puso de pie con expresión victoriosa.

—¡Tal vez no todo! —exclamó—. Vamos, Marco Aurelio, acompáñame al sótano.

El terranova, que había estado siguiendo la conversación muy atento, ladró con entusiasmo antes de seguirlo. Debió haber pasado menos de diez minutos cuando regresaron, pero no solos, sino trayendo algo con ellos. Se trataba del sombrero de mariachi que el perro había encontrado en su loca huida de Camus.

—¡Le darás una serenata! —anunció Shura.

—¡Qué!

Los santos simplemente no daban crédito a lo que acababan de oír. Shura en cambio parecía muy convencido.

—Aioria nunca esperaría algo así de ti, se llevara una gran sorpresa.

Después de pensarlo, a Aioros no le pareció mala la idea.

—Es cierto, mi hermano se sorprendería muchísimo. Y además puedes contar con nosotros. Shura y yo tocamos la guitarra, sólo faltaría uno más y estaríamos completos.

—¿Completos para qué? —preguntó Camus entrando, haciendo que todos los santos se volvieran a mirarlo.

"¿Por qué creo que no fue buena idea preguntar?"

Antes de que pudiera decir algo, Aioros y Shura intercambiaron miradas.

—¡Amigo! —Lo abrazó Shura de un lado—. ¿Por qué no me refrescas la memoria y me haces recordar lo bien que tocas la guitarra?

—¿Yo?

—¿Quién más? —lo abrazó por el otro lado Aioros—. Una vez te escuchamos por casualidad en la casa de Escorpio. Le estabas enseñando a Milo.

"Entupido escorpión. Sus ideas siempre me meten en problemas".

Camus se libró del abrazo doble con un movimiento ágil.

—Me gustaría complacerles, pero mi guitarra está averiada.

—Qué raro, yo la veo muy bien —anunció Aldebarán detrás de ellos.

Los tres santos voltearon y vieron al toro revisando al derecho y al revés la guitarra en cuestión. Camus caminó a trancos y le arrebató el objeto.

—En realidad esta desafinada —dijo.

—¡Yo soy el mejor para afinar guitarras! —anunció Shura—. Dámela, Camus, que en menos de lo que canta un gallo te la dejo como nueva.

Trató de tomarla, pero Camus no la soltó.

—Vamos, Camus, no seas terco.

Al final el francés tuvo que entregar su preciada guitarra. Shura revisó cada una de sus cuerdas y cuando las halló en perfecto estado lo miró con mala cara. Al parecer ya no tenía escapatoria, tendría que tocar o se ganaría la indignación absoluta de los presentes. Ahora el asunto era para qué querían que tocara. Si se trataba de una simple demostración, entonces todo perfecto. Pero si se trataba de algo más entonces… Todos esos pensamientos rondaban su cabeza cuando Aioros y Shura anunciaron que ya volvían y sin más salieron de la sala. En lo que tardaron, Camus no se cansó de maldecir su suerte. Cuando Aioros y Shura regresaron traían sus guitarras con ellos.

—¡Listo! —Dijo Shura —. ¿Qué tal un breve calentamiento antes de ir a la guerra?

—¿Guerra? —preguntó Camus— ¿Qué guerra?

—Luego te explicamos —respondió Aioros, acomodándose en una de las sillas––. ¿Conoces "La balada del pistolero"?

—Milo me tenía harto con esa canción.

Aioros se echó a reír y después les preguntó a los demás si la conocían. Los santos sacaron pecho, si hasta la misma pregunta ofendía. ¡Esa canción era un himno para ellos!

—Entonces nos acompañaran en los coros —dijo Shura, también buscando una silla donde apoyar el pie—. ¿Listo, Camus?

Al acuariano le habría gustado decir que no, pero eso iba en contra de su naturaleza porque él había nacido listo para casi todo. Además, tenía sobre él los ojos chispeantes de Marco Aurelio. Milo acostumbraba tocar para el perro, hasta le había enseñado a aullar en los coros.

—"La mejor manera de conquistar es cantando."

Si como no. A Camus no le gustaba nada que las doncellas se apiñaran en la octava casa cada que Milo se ponía a tocar.

"Felizmente soy una persona de mente bastante amplia…"

Cuando terminó de acomodarse, apoyando el pie derecho en una silla, anunció que ya podían empezar. A una señal de Aioros, Shura pasó los dedos por las cuerdas de su guitarra y lentamente le fue dando forma a la enérgica melodía de "La balada del pistolero". Aioros le siguió a los pocos segundos y Camus fue el ultimo en entrar.

— "Soy un hombre muy honrado que me gusta lo mejor, las mujeres no me faltan, ni el dinero ni el amor" —empezó a cantar Shura—. "Jineteando en mi caballo, por la sierra yo me voy, las estrellas y la luna, ellas me dicen dónde voy".

— "Ayayayayay, ay ay mi amor, ay mi morena de mi corazón"

El resto de los muchachos lo acompañaron en el coro, todos muy machotes.

— "Me gusta tocar guitarra, me gusta cantar el so, mariachi me acompaña cuando canto mi canción. Me gusta tomar mis copas, aguardiente es lo mejor, también el Tequila Blanco con su sal le da sabor".

— "Ayayayayay, ay ay mi amor, ay mi morena de mi corazón".

La mano diestra de Aioros hizo que la guitarra respingara con una armonía admirable.

— "Me gusta tocar guitarra, me gusta cantar el so, mariachi me acompaña cuando canto mi canción. Me gusta tomar mis copas, aguardiente es lo mejor, también el Tequila Blanco con su sal le da sabor".

— "Ayayayayay, ay ay mi amor, ay mi morena de mi corazón. Ayayayayay, ay ay mi amor, ay mi morena de mi corazooooonnnnn"

Marco Aurelio cerró con broche de oro aullando al final de la canción. Los santos se felicitaron por tan estupenda demostración y para festejar decidieron brindar con Tequila, el propio Camus parecía animadísimo con el asunto, ¡y que sigan las canciones caracho!

Shura fue a buscar la botella de Tequila que había comprando en México en su última misión. La había estado guardando y esa era una ocasión perfecta para abrirla. Mientras tanto Camus y Kanon fueron por los limones y la sal. Fue ahí donde el gemelo le contó el asunto de la serenata, ilusionado hasta la espinilla con la idea, haciendo que Camus no se pudiera negar a la petición de tocar junto con Shura y Aioros.

"Si esta en tus manos ayudar, ayuda".

Shura regresó con la preciada botella de Tequila y sin demora la abrió para deleite de sus compañeros.

—¡Seco y volteado, muchachos! ¡Salud!

Un poco de sal y limón y de un sólo golpe todos vaciaron sus vasos, terminando con la cara crispada por el fuerte sabor del Tequila.

¡Pero para machos quién más que ellos!

Se sirvieron otra ronda más y otra vez seco y volteado, y así siguieron hasta que en la botella no quedo ni una sola gota. Durante todo ese tiempo Marco Aurelio había estado muy tranquilo, viendo como Camus de pronto ya no era el hombre frío e inmutable de siempre, si hasta hizo un par de chistes graciosísimos, todo porque no había cenado y el alcohol le había sorprendido con el estomago vacío. El pobre ya estaba medio picachu, pero no importaba porque la estaba pasando genial y además iba ayudar a Kanon en la causa de conquistar a Aioria.

Ya bien anestesiados con el alcohol, el grupo de santos salieron de Acuario envalentonadísimos, dispuestos a cantar hasta quedarse sin voz o caer dormidos, lo que sucediera primero. Y por supuesto que con ellos fue el terranova, muy presentable para la ocasión luciendo el sombrero de mariachi. En su bajada por los diez Templos, los santos iban cantando a voz en cuello, dándole ánimos a Kanon. Al llegar a Virgo encontraron a la pareja más espiritual del Santuario: Mu y Shaka, ambos en plena conversación trascendental.

Desconcertados, Aries y Virgo salieron a ver a qué se debía tanto bullicio y grande fue su sorpresa cuando se toparon con un grupo de santos cantores, entre ellos Camus.

—¿A dónde se supone que van? —les preguntó intrigado Shaka.

—Shaka, amigo mío, no me detengas por favor —pidió Kanon, borracho y trágico—. Han querido las estrellas que esta noche de mansa luna, yo, Kanon de Géminis, tenga una cita con el destino.

—¿Eh? Pero si yo sólo pregunté —dijo Shaka—. Además, ni luna hay.

Terminó confundido el espiritual Virgo, pero bueno, cada loco con su cuento. Lo que si se le hizo muy raro fue ver a Camus formando parte del estrafalario asunto, y no era el único, Mu todavía no creía que se trataba del mismo hombre.

—¿Crees que estén bien? —preguntó Shaka cuando el grupo de santos atravesó la entrada de Aries.

—Si lo dices por las fachas de Alcohólicos Anónimos que traían, pues supongo que si, a lo mucho se darán contra una pared —respondió Mu.

—Ejem… ¿En qué nos quedamos?

—Ah sí. Te decía que los antiprotones no forman parte del núcleo atómico…

Mu siguió con su discurso y Shaka se concentró para no perder detalle. Por lo visto no tenían nada mejor que hacer. O más bien, no se habían dado cuenta que podían hacer cosas mejores. Como sea, unos metros más abajo el grupo de borrachos se dirigía hacia Leo, dispuestos a dar una serenata legendaria.


Nota final:

Subiré la continuación la próxima semana. Hasta entonces.

Lima-Perú, 12 de Agosto del 2012.