Manos vacías
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Manos vacías
Ninguno de los personajes me pertenece, son propiedad de Joanne Rowling, yo sólo escribo por recreación.
A las mazmorras llegaban muchos ecos, por la costumbre él casi podía adivinar exactamente de dónde provenían. Por lo general era del dormitorio de los niños de su casa, aunque a veces el ruido venía de mucho más arriba, Severus continuamente se sobresaltaba por cualquier ruido que lograra colarse hasta su despacho, los Carrow empezaban a salirse de su control. Supo de qué se trataba tras oír el grito repetirse, sin duda eran ellos. Gracias a Merlín, su insomnio se había convertido más en una cualidad que en un inconveniente.
Se echó la capa encima. Casi siempre los ataques eran contra Gryffindors que se negaban a obedecer alguna orden infame. Subió las escaleras sintiendo el palpitar de su cuerpo arremeterle en las sienes, esperaba poder detener el aquelarre de ése par sin despertar ninguna clase de sospecha, sin aparecer blando. Alecto desconfiaba de él por haber defendido a los tres jóvenes Gryffindor que intentaron robar la espada, él les había impuesto como penitencia pasar una madrugada en el bosque prohibido recolectando plantas útiles para la enfermería, Alecto en cambio había propuesto atormentarlos con cruciatus y encerrarlos en los calabozos de Slytherin. Pero él era el director, aunque le pesara a toda la plantilla de profesores y su palabra se cumplía al pie de la letra. Tenía que idear continuamente pretextos creíbles para su oposición contra los castigos físicos, tenía que cultivar un grado satisfactorio de crueldad para que los mortífagos depositaran su fe en él, pero con la acumulación de las semanas y la creciente hambre de violencia que mostraban los hermanos Carrow- y algunos de sus alumnos de Slytherin- Snape empezaba a sospechar angustiosamente que la fachada que había conseguido mantener terminaría deshaciéndose.
Llegó hasta la sala común de Gryffindor y encontró al traspasar la puerta la visión de los Carrow y tres jóvenes tendidos en el suelo, el primero al que reconoció fue a Longbottom, no se movía.
—¿Qué es lo que está pasando aquí?
—Éstas ratas traidoras de Gryffindor señor director han estado conspirando en nuestra contra, primero la espada y ahora estas reuniones nocturnas ¿no le parece demasiado atrevimiento?
Los ojos fríos del director destilaron una exasperación peligrosa y Alecto lo tomó como una buena señal. Chang y Weasley yacían boca abajo, sus varitas estaban regadas lejos de su alcance, la muchacha asiática lo miraba entre las hebras de su pelo extendido, parecía guardar alguna esperanza en él y eso a Severus le causó un reflujo quemante que le subió por la garganta.
—Creí que yo era el director de esta institución Alecto y que eso me confería el derecho de impartir los castigos según mi juicio ¿Es que te parece que estoy aquí como un adorno más, querida? ¿O alguien ha olvidado avisarme que ahora eres tú la encargada de la disciplina?
Los hermanos Carrow compartieron una mirada de confusión. Snape pudo notarla a pesar de la luz difusa. La respiración convulsiva de Longbottom impregnaba el aire denso de la sala. Chang estaba a la expectativa, con la cara deslavada, había estado llorando, pero al menos no compartía la situación de sus dos compañeros. Weasley estaba en el piso también y Snape no podía verle la cara. A causa de los crucios los Gryffindors se habían orinado, eso ocurría a menudo si no se estaba suficientemente acostumbrado a recibirlos. Un dolor así despojaba a la gente de todo su control, él lo sabía por experiencia.
—Pero señor… son unos defensores de la sangre inmunda y están intentando burlarse de usted y del señor tenebroso en nuestras caras ¿debemos permitírselos? — Decía Amycus, Alecto incitada por él comenzó también a cuestionar al alto mago oscuro.
—Señor, ha sido su débil disciplina y su suavidad la que los ha hecho creer que pueden engañarnos, porque usted no les ha dado lo que debería, no han aprendido a respetarlo.
—Al igual que tú no lo has aprendido. Tal vez no lo recuerdes, mi estimada, pero hay ciertas normas de comportamiento que no sólo los alumnos deben acatar, por ejemplo, quizás… —Fingió estar intentando recordar alguna cosa, mientras movía la mano con un desdén aristocrático que lograba revolverle el estómago a Amycus—.Obedecer al Director.
Alecto se mordía el labio inferior, pero los ojos le brillaban con la luz fría proveniente de los ventanales.
—En cuanto a estos… niños, su inmadurez difícilmente les permitirá llegar a algo más que a estas improductivas y necias reuniones de colegiales –Bajó la mirada hacia Neville, sus jadeos y espasmos empezaban a calmarse y Ginebra Weasley se movía, lo cual era un buen signo—.El toque de queda tendrá que iniciar un par de horas antes para evitar estas tonterías en un futuro y por supuesto que habrá una sanción. Lavarán a la manera muggle todos los baños del castillo durante un mes y claro tendrán prohibido en su sala común, no hay razón por la que deban pasar las tardes haraganeando como grupo—Luego se dirigió a Longbottom expresamente—. Espero que su estupidez no le lleve a tratar de revelarse nuevamente porque mi paciencia es poca y usted ya la ha tentado demasiado.
Neville dio por primera vez señales de vida, tembló a los pies de Snape y tomó una de sus botas con la mano como si fuera a pedir clemencia. Los hermanos rieron desde sus gargantas de hiena. El enlutado lograba ver la tenue vida de los ojos azules, por demás incómodo y trastocado por la mano que débilmente se sujetaba de su tobillo, Snape realmente creyó que Neville le suplicaría.
—Prefiero ser un estúpido que ser lo que es usted.
No había terminado de pronunciar la última palabra cuando un rayo rojo lo sacudió en un grito y Snape casi pudo sentir el dolor del crucio que había poseído al joven, la mano antes holgada le apretaba el inicio de la pierna con tanta fuerza que le dejaría marcas.
—¡Por favor, por favor haga algo! —Le gritaba Cho con un dejo de humildad en su voz ronca de indignación e impotencia.
Amycus se unió a la bruja y un rayo rojo se desató desde la punta de su arma. Neville le encajó las uñas, tenía ya los ojos en blanco y la boca empezó a espumearle.
—¡Por Merlín! —Vio el pelo rojo agitarse como la estela de un furioso cometa, el intento de Ginebra Weasley de recuperar su varita fue detenido por el crucio que Alecto le lanzó. Cho Chang se debatía entre permanecer inmóvil o arrojarse a la defensa de sus compañeros. Los alaridos estaban relampagueando en la cabeza del director quien recordaba los cientos de rostros desfigurados de dolor que había visto durante los últimos veinte años y empezaba a notar como su mandíbula se apretaba y se le crispaba la mano. Con los ojos de rendija miró aún sin moverse, sintiendo la mano cerrada en el inicio de su pierna. Severus Snape dejó que los muchachos fueran atormentados, ellos se lo habían buscado, su único deber era mantenerlos vivos y aprender un poco de las crudezas de la pelea no les caería mal, a veces eran estúpidamente optimistas. Aquello los haría más resistentes y menos confiados.
—¡Director Snape, por lo que más quiera haga que se detengan!— Le gritaba Chang en la cima del pasmo, pero dejó de pedir cuando cayó sobre su consciencia la forma impertérrita con la que el oclumante observaba las contorsiones de Neville. Entonces Cho viendo traicionadas sus esperanzas tuvo la idea descabellada de atacar al entonces dirigente del castillo, el rayo ni siquiera lo rozó, Alecto de inmediato alternó sus cruciatus desde Ginebra hacia ella.
—Pensé que los Ravenclaw eran más inteligentes. —dijo la mujer.
—Suficiente. — murmuró el legeremante. Los hermanos Carrow se detuvieron.
—¿Qué hacemos con ellos señor?
—Parece que los castigos en el bosque prohibido no surten mucho efecto. Usted señor Longbottom puede seguir jugando al hombre digno mientras talla los inodoros con un cepillo de dientes. Vigilaré personalmente que sea usted quien lo haga. Espero que esta vez aprendan algo sobre el respeto a sus superiores.
Neville no fue capaz de abrir la boca ni armar algún sonido con significado.
Los Carrow aún estaban allí, observando atentamente y con cierto morbo el desenvolvimiento de la situación. Snape cayó en la cuenta de su insistente presencia.
—¿Qué esperan?
Los hermanos hicieron una leve reverencia, un tanto forzada y caminaron rudamente hacia la salida, por supuesto siempre debía lidiar él con el desastre. Snape miró a su alrededor, Los jóvenes aún se estremecían fuertemente, Ginebra y Chang se sujetaban las manos como damnificadas y él tragó su propia amarga saliva, le supo a óxido.
Los muchachos eran valientes, Longbottom parecía estar mutando en un enemigo temible a causa de su osadía, casi no podía reconocerlo y empezaba a sentir por él un respeto que jamás creyó que albergaría, respeto y recelo. Si habían llegado a ése punto era a causa de que él no había intervenido, si, era su culpa en cierto grado y tuvo que admitir como tantas veces lo había hecho, que en ocasiones el otro lado de su máscara resurgía desde el pasado, a veces disfrutaba hacerlos sufrir. Su odio hacia la comunidad mágica en general se había consumado la noche en la que Albus le había pedido que matara. Si él tenía que penar a causa de la guerra ¿Por qué los demás no lo harían? ¿Por qué no lo harían esos mocosos que siempre se habían creído mejores que él?
Los miró con desprecio por debajo de su hombro, Ginebra Weasley levantó la cabeza y por fin pudo verle la cara. Lo estaba mirando de una manera en la que no lo había mirado antes y eso a Prince no terminó de gustarle ¿Lo odiaba? ¿Le tenía miedo? "Una mezcla de las dos", apuntó el hombre para sí mismo. A veces le costaba entender que era verdad, que casi todos lo odiaban. Comprendía bien las razones, su lógica lo entendía, pero él a veces no se daba cuenta o prefería no darse cuenta. Sin embargo Weasley no dijo nada y volvió a meter la cabeza entre los brazos.
Supo que no serían capaces de levantarse por sí mismos. Si los dejaba allí, allí amanecerían, abrazándose entre sus estertores.
—Iré a llamar a Pomfrey.
Había a pesar de todo una cosa que le sorprendía de los Gryffindor, después de las torturas ellos como amigos se tomaban de las manos, no había tales gestos entre los mortífagos, realmente los Gryffindor sabían vivir mejor, en todos los aspectos.
Como predijo que sucedería la facultad entera se había reunido para reclamarle por lo ocurrido la noche anterior, a los ojos de sus antiguos colegas, él era el principal responsable de que Longbottom y Weasley hubieran caído en la enfermería.
Poppy enumeraba, casi sin darse tiempo para tomar aire, los nombres y las heridas de cada uno de los alumnos que había tenido que atender desde que Snape era director, un revuelo generalizado había tomado la sala. En esa especie de juicio informal Snape era el causante de todo infortunio sucedido dentro de los muros del castillo. Severus estaba bien consciente de que su punto de equilibrio pronto se derrumbaría, era claro que la irritación general se dirigía hacia él. Los mortífagos le consideraban sospechosamente permisivo, los maestros de Hogwarts sentían una mezcla insoportable de rencor, miedo y repulsión hacia su persona. Detestaba las miradas de McGonagall, detestaba escuchar sin querer sus comentarios punzantes sobre él. Realmente había momentos en los que sólo percibía el odio ebullendo en sus tripas, el odio por todos los que le rodeaban. A veces se veía poderosamente tentado a unirse por completo al Lord y callar las bocas de los otros profesores a base de cruciatus ¿Qué sabían ellos de él? ¿Cómo podían juzgarlo acertadamente cuando no veían la verdad de lo que pasaba frente a sus rostros? Eran miopes y simples.
—Silencio, todo éste teatro que han montado es una exageración, tanto Weasley como Longbottom estarán mañana incorporados a sus clases, así que tranquilízate Poppy, nadie ha muerto.
—Aún. —musitó Slughorn.
—¿Se supone que debemos esperar hasta que eso pase? —decía la voz anónima de alguien entre el profesorado.
—Seguramente esa es la propuesta del "director"
—No podemos considerar director a éste simulacro de ser humano y deshecho de mago, que no podría dirigir apropiadamente ni siquiera alguna de las tabernas de Hogsmeade. — escupió Minerva, en su tono se denotaba que le era ya casi imposible detener la virulencia de su desprecio. Los maestros giraron las cabezas para observar la respuesta de Snape hacia ése insulto, sorprendentemente el hombre se limitó a palidecer hasta la lividez, pero no abrió siquiera la boca, ni pestañeó. Era un desfachatado en toda regla.
—Agradezco sus útiles aportaciones. —dijo con una voz lenta y desprovista de algún tono—.Pero el asunto no tiene la importancia que le han atribuido, los alumnos están sanos dentro de lo que cabe, en todo caso quizás dejen de lado por una vez su amor por retar a la autoridad.
Aquí no hay autoridad alguna.- Susurró Sprout. Snape siguió hablando como si no hubiera oído nada.
—Doy por concluida esta reunión y lo referente a éste incidente. Pueden retirarse.
Los magos se levantaron sin mayor parsimonia y salieron del salón de juntas, volteando la cara para no mirar al director. Sólo Minerva permaneció hasta el final y después de observarlo fieramente dio un portazo, el andar furioso de sus tacones se escuchó todavía durante unos momentos.
Severus metió la cabeza entre las manos, todo se estaba cayendo y no podía arreglarlo, no estaba Dumbledore para convencerlos de darle una segunda oportunidad, no estaba porque él lo había matado.
A veces se preguntaba si después de todo Potter lograría ganar la guerra, a veces creía que perderían, entonces todo lo hecho habría sido en vano, todas sus acciones desde que se había unido a la orden a sus veintidós años habrían sido absurdas. Quizás había apostado demasiado a favor de Dumbledore y si al final Potter no sobrevivía, entonces habría perdido lo único que quedaba de Lily en el mundo, lo único que se la recordaba, porque aunque odiaba darse cuenta, le gustaba que Potter estuviera cerca, sólo para ver esos ojos y pensar en el pasado.
Se engañaba, su tiempo con Lily distaba de ser aquél paraíso inocente que solía reconstruir. Había olvidado detalles, había olvidado casi todo realmente. A veces se preguntaba si ella alguna vez lo había considerado su amigo de verdad, si había llegado a conocerlo como él creía conocerla.
Tenía grabados solo algunos momentos, algunas cosas que ella decía, la forma en que su pelo se agitaba tras ella, como la estela de un cometa y sobre todo recordaba lo que sentía cuando se tomaban de la mano, fue mucho tiempo el que lo hicieron, cuando niños parecía que iban de la mano a todas partes, hasta que crecieron y aquello de pronto les resultó bochornoso y se sonrojaban sólo al recordarlo.
Sus manos estaban vacías desde entonces y Snape solía pensar que permanecerían así.
Se veía impelido a un lado y a otro, fingiendo, ocultando. Los aires lo arrastraban de sitio en sitio como a un hierbajo sin raíz. Los demás ya conocían sus gestos frívolos y premeditados, no esperaban nada de él, ni un saludo caluroso, ni un amago de sonrisa genuina. No le extrañaba que hubieran aceptado con tanta naturalidad el hecho que de que era un mortífago y que los había traicionado. Incluso Minerva, quién mejor lo conocía después de Dumbledore, estaba convencida de su culpabilidad. Entonces Snape rememoraba todos esos muchos encuentros fríos en los pasillos y las conversaciones indiferentes en el comedor con sus colegas. Lo cierto es que había estado solo por mucho tiempo. A excepción de Albus, nadie sabía quién era.
Abrió los ojos y se encontró bajo ése techo irritante. El asiento en el que estaba aún olía como Albus. Detestaba eso. En realidad detestaba todo el despacho, los candelabros, la decoración de las paredes, los estúpidos directores de antaño mirándolo de fea manera desde sus cuadros. Y odiaba sobre todas las cosas fingirse director de esa escuela después de lo que había tenido qué hacer. Sin embargo estaba allí, usurpando el puesto del hombre al que había asesinado. Esa era la palabra con todas sus letras, sin excusas, sin razones. Él había matado a Dumbledore y ahora se quedaba con lo que había sido suyo y seguía siéndolo por derecho. A causa de eso Snape no hizo ni el más mínimo cambio en el despacho, ni tocó una sola de las plumas de Albus, ni desechó los dulces que guardaba en un cajón. Cada vez que entraba allí se sentía como un intruso, las miradas del profesorado peleaban por empequeñecerlo, por aplastarlo contra el asiento en el que no debería osar sentarse.
Al menos lo más difícil y bochornoso ya había pasado.
Su primer día como director de Hogwarts fue también unos de los peores que pudiera recordar. La indignación que todos sintieron al verlo plantarse frente al atril para dar su primer discurso, fue tan palpable que no pudo evitar sentirse atrozmente avergonzado, ni mirar el rostro de Minerva que parecía no poder creer que él estuviera allí y que se atreviera a hacer lo que hacía. No había deshonra mayor para un mago que la que Dumbledore le había orillado a experimentar.
Snape ya no podía dormir por las noches, bebía más de lo habitual, su carácter había empeorado mucho, quienes tenían que soportarlo lo sabían bien. Sus palabras eran más hirientes, hasta su cara había adquirido un color amarillento y repelente. Quizás por estar siempre a la defensiva se erguía de un modo exagerado y levantaba la barbilla con pedantería, mirando a todos como si fueran insectos caminando a sus pies. Y sin embargo en ocasiones daba la impresión de que hacía todo lo posible por no encontrarse con McGonagall bajo ninguna circunstancia, como si le temiera.
Una noche cualquiera Snape despertó en el despacho, se había quedado dormido revisando unos documentos. Raro en él que por lo general no conciliaba el sueño, ni siquiera con pociones. Había tenido una pesadilla perturbadora. El rostro de Albus lo observaba atentamente desde un marco de bella artesanía.
—Hijo ¿Todo está bien?
Snape se enderezó detrás del escritorio y siguió con el trabajo que había dejado a medias, como si no hubiera escuchado nada.
—Severus, no me ignores.
El hombre de negro empezó a escribir en silencio, un reloj de péndulo palpitaba en el fondo de la habitación, sólo iluminaba una vela sobre el escritorio.
—Severus…
El tintero se derramó sobre la madera fina por un movimiento errático de la mano del pocionista.
—Ya no tolero su presencia —La voz de Snape había salido apretada, apenas audible, como un gorgojeo en el interior de una caverna.
—No estoy presente, en realidad.
—Se me olvidaba que se está pudriendo en un agujero.
—Agradecería que no fueras tan explícito Severus.
La tinta goteaba hasta la alfombra y Snape la miraba caer con una expresión manchada de amargura.
—Todo se da como lo planeó, si eso es lo que viene a averiguar.
—No sé por qué, tengo la impresión de que estás molesto.
Snape limpió el derrame de tinta con un hechizo de su varita y comenzó a apilar los papeles, dando a entender que se marcharía si Albus no se iba.
—Severus, hijo…
—Ya… —Se levantó del asiento ruidosamente, haciendo chirriar la silla—Deje de fingir que no ha pasado nada, deje de actuar como si fuéramos amigos, no lo somos.
—No seas dramático Severus.
Snape, inclinado sobre el escritorio, se decidió a mirarlo por primera vez desde el día en el que lo había matado. Era verdad que su voz no había cambiado, ni la esencia de su rostro ni de su expresión, pero la falta de su cuerpo físico, ése espacio vacío de aire donde Albus debería estar parado, hizo que Snape se estremeciera. Y es que el verdadero Dumbledore sí estaba hundido en un pozo, desbaratándose.
—¡No debiste pedírmelo!
—Te lo pedí porque confío en ti.
Snape rió una risa sardónica y grosera, Dumbledore detestaba que hiciera eso, sólo lo había escuchado reír así un par de veces. Cuando Severus hacia eso, Albus se veía empujado a dudar de su estabilidad mental. El pocionista estaba encorvado sobre el mueble y la vela se estaba apagando ya, frente a su cara. Estaba dándose cuenta de que había sido engañado, usado, de que odiaba a Dumbledore tanto como a Riddle, quizás más.
—No recuerdo haberte amenazado de muerte si no me obedecías, no puedes culparme de algo que tú aceptaste hacer, porque tú aceptaste Severus.
—Y luego quise retractarme.
—Pero volviste a aceptar cuando te lo pedí en la torre, aceptaste de nuevo aunque podías no haberlo hecho, podías haberte negado, yo no tenía manera de forzarte.
—Usted también me tilda de asesino.
—Esta charla no nos llevará a ningún lado, hijo.
Snape salió de detrás del mueble, la vela estaba apagada y por la ventana entró un viento frío que voló algunos papeles. El enlutado empezó a gritar al cuadro que dejara de llamarlo hijo y lo insultó también un par de veces.
—Ya fue suficiente Severus, tú has querido jugar este juego desde que eras estudiante, te involucraste con las artes oscuras, te enredaste con Riddle y sus seguidores a sabiendas de lo que ellos planeaban, le contaste la profecía y has participado en esta guerra, te has hundido en ella hasta la cabeza como todos los otros, así que no vengas a reclamarme a mí por tu integridad cuando has sido tú desde el inicio quien ha querido corromperla, quien siempre ha hecho todo lo posible por viciarla. Deja de fingir que sólo has sido arrastrado por las circunstancias, las circunstancias no han elegido por ti.
Snape quedó tieso como una vara, pareciera haber envejecido de golpe. Albus contempló en silencio sus párpados cerrados y la palidez grisácea que había en su cara.
—Sé que es mi culpa. Por eso sigo aquí, aún a pesar de lo mucho que odio este castillo y a usted.
Dumbledore escuchó unos pasos alejarse.
—El plan seguirá como usted lo trazó, yo me encargaré de ello hasta que acabe. No vuelva a aparecer cuando yo esté aquí, podrá hacer lo que quiera cuando me haya ido.
Albus intentó hablar pero la puerta se cerró.
Nadie hablaba durante la cena, las velas de antes no brillaban y el techo del Gran Comedor no mostraba ningún cielo estrellado, sólo una vigas grisáceas. Imperaba el ruido tenue pero continuo de los cubiertos y los platos, además de algún susurro perdido en el espacio. El director estaba sentado en medio de los Carrow.
En un principio Minerva había estado sentada a su derecha, Snape había buscado que fuera de esa forma pues no le agradaba la idea de estar rodeado por los hermanos, pero la bruja al percatarse de que él pretendía ése asiento al lado suyo se movió hacia el otro extremo de la mesa y Alecto ocupó el lugar donde antes hubiera estado ella.
Ninguno de los profesores hablaba, el incómodo silencio apenas era rasgado por el ruido que producía Amycus con su cuchillo al intentar partir la carne que había en su plato.
— ¿Dónde están sus modales Carrow? Haga silencio —Sentenció el director mientras le daba un sorbo a su copa con una afectada elegancia. Sprout hizo un raro sonido de desaprobación con sus labios. Siguieron comiendo y nadie más habló, hasta llegado el postre.
El director estaba llevándose una cucharada a la boca cuando un dolor punzó su antebrazo. Supo de inmediato a qué se debía.
—Recordé que tengo un asunto impostergable que debo tratar, con permiso.
S e limpió la boca con una servilleta y se levantó con parsimonia. Caminó por el espacio que había entre los respaldos de las sillas y la pared, sin embargo uno de los profesores, el señor Flitwick no se hizo a un lado para dejarlo pasar tal como los otros habían hecho.
—Con permiso —El director sonaba apremiante e irritado, pero el jefe de Ravenclaw se recargó en su silla como si no hubiera oído ninguna voz y bebió de su copa lentamente, con aires de desafío.
—Necesito pasar, mueva su silla — Snape sonaba incluso más enojado que la primera vez, los alumnos habían comenzado a voltear y miraban curiosos la escena, apoyaban en silencio la actitud de los profesores hacia el supuesto director. El pequeño mago siguió sin moverse, ignorando por completo al otro. Con un movimiento de su varita Snape hizo que la silla se apartara bruscamente de su camino, Flitwick se golpeó duramente contra la mesa y el contenido de su copa le cayó todo encima del saco. Severus escuchó las expresiones de asombro mientras caminaba hacia la salida, antes de atravesar la puerta lo detuvo la voz de Minerva quien lo observaba con unos ojos fijos e inflamados de indignación y odio.
—Un poco de respeto, señor director, no está en una de esas reuniones a las que asiste con tanta urgencia, está en Hogwarts.
Snape compuso una imprevista expresión de amargo reproche que descolocó a Minerva durante unos segundos, por inusual y hasta incoherente con quién él era.
El director se dio la media vuelta deseando no tener que regresar, ni verlos de nuevo.
Hola, hacía años que no publicaba una historia y creo que ésta será la última que suba, es una especie de Sevmione. Espero que disfruten tanto leyéndola como yo disfruto al escribirla. Todo review es bienvenido y apreciado.
Un abrazo.
