¡Hola a todos! ¡Uf!, parece que ante mi incapacidad de iniciar fics nuevos, estoy decidiéndome a reinventar y terminar AL MENOS UNO de los que ya tengo publicados.

Esta historia es vieja. VIEJA, y como todos crecemos, he decidido hacer varios cambios a la misma a fin de amoldarla a lo que soy ahora y la forma en la que puedo escribir. Espero de corazón que les guste. Como supondrán, es el primer fic de Saint Seiya que escribo, así que por favor, sepan entender si esta algo mal.

Saint Seiya es una de mis series favoritas por sobre todas, y una de las series con la que crecí, así que le tengo un cariño muy muy especial.

Quería aclarar que para poder adaptar la historia como realmente quería, modifiqué solamente la edad de algunos personajes. Como bien sabemos, Milo (junto con otros personajes) consiguieron sus Cloth Doradas a los 7 años. En esta historia la consiguen a los 12. Es decir, nos situamos en este momento en el año 1976, cuando aún Shion es Kyōkō, pero solamente las edades de los Santos más chicos se modificó por 12. Gracias por la comprensión xD

Cualquier sugerencia y crítica constructiva es bien recibida. ¡Nos vemos!

"- ...¿Recuerdas cuando te dije que daría todo por verte sonreír?... -

- Si… -

- Lo mantengo… - "

Una alta figura llegó al Santuario de Athena una noche de invierno. La fría luna alumbró su silueta, dibujando el contorno de su rostro, perfilando a un hombre mayor, pero apuesto.

De pie sobre una roca, observaba silencioso el paisaje mágico y antiguo de las ruinas griegas extendiéndose ante él, majestuosamente. Una cálida sensación interrumpió la continua y fría llegada del viento.

Una joven muchacha había tomado su mano tímidamente, sin mirarlo. La capucha que llevaba puesta había caído sobre sus hombros, permitiendo que la larga y sedosa melena negra ondeara con la brisa nocturna. Sus ojos celestes, de luminosidad tal que rozaban el blanco, miraban con sumo asombro a la alta figura a su lado.

- ¿Dónde estamos, Maestro?...- Preguntó volteando su vista al frente. Llevó su mano libre a la unión de la capa que abrochaba en su pecho.

- Llegamos, mí querida Lena. Es aquí.- Su voz era hermosa, grave y armónica. La capucha del hombre cayó también por la llegada de una repentina ráfaga de viento.

Unos bellos ojos pardos dirigieron su atención a la delgada figura de la chica junto a él. Sus miradas se encontraron. Corban sonrió tiernamente. Galena lo miró confundida.

CAPÍTULO UNO: "Regresando a un nuevo hogar"

Los amplios aposentos del Kyōkō se extendían ante él, adornada con espejos, lámparas, estatuas y alfombras. Todo cuanto llegaban a ver sus ojos narraban la talla de la persona que habitaba allí.

Puso una rodilla en tierra y agachó la cabeza, cuando un hombre alto, llevando una máscara oscura se presentó ante él.

- Corban, Santo de Plata de Crux, mi Señor...- Dijo con voz grave y tono respetuoso.

- He estado esperando tu llegada, Corban. Bienvenido seas.- Respondió el Señor del Santuario, sentándose en su trono.- No te quedes tan callado, dime, ¿Qué noticias traes?

- Hizo un ademán con su mano derecha para que el Santo Plateado se pusiera de pié nuevamente. El alto hombre obedeció sonriendo levemente.

- Me complace traer noticia de que he cumplido con mi deber satisfactoriamente, Señor...- Corban levantó la vista haciéndolo foco de su mirada. El Patriarca se enderezó aún más en su lugar.

- Ya veo. ¿Y dónde se encuentra?- Preguntó sin alzar la voz.

- Tan solo es una muchacha. Dudo que intuya siquiera la verdadera razón por la que vinimos. Usted perdonará, pero decidí dejarla pasear un poco por los alrededores.- Por un momento temió que su impertinente acción le costaría, tanto a él como a su protegida.

- ¿No le has dicho nada aún?- Su voz se suavizó. Corban supo en ese momento que el Kyōkō jamás se opondría a ciertas libertades que Lena pudiese tener en la tierra donde nació. Aun cuando ella misma no lo supiera.

- No, mi Señor.- Comenzó a decir - He considerado que tal información debía ser manejada por alguien de mayor rango.-

- Lo entiendo.- Respondió calmo.- Tiene 12 años. Pronto será tiempo de explicarle quién es en realidad, si es que ella misma no se ha dado cuenta.-

El moreno rió para sus adentros. Conocía a esa chica mejor que nadie. Era brillante, pero jamás se daría cuenta de nada. El Kyōkō continuó hablando.

- Pero no te preocupes. No es necesario que se presente aquí.- Se puso de pié, y bajando los pocos escalones que separaban su trono del suelo, dijo.- Eso es todo entonces. Puedes retirarte si así lo deseas, Corban.- Y había avanzado hacia la enorme puerta de bronce.

- Mi Señor...quisiera preguntarle algo, por más trivial que parezca.- Su voz cambió por completo la entonación. Parecía hasta avergonzado de lo que iba a decir.

El Kyōkō dio media vuelta, mirando al hombre a los ojos. Pudo leer en ellos a qué se refería. Sonrió imperceptiblemente bajo la oscura máscara que cubría la totalidad de su rostro.

- No. No es necesario que la use. No sería correcto obligarla a usarla.- Y volteó nuevamente, siguiendo su marcha.- Mucho me temo que has pasado de ser su Guardián, a ser su padre. Debes tener cuidado con ello, Corban. Tarde o temprano, ella se irá de tu lado, tendrías que saberlo.-

Esas últimas palabras fueron como puñales en el pecho del apuesto hombre de cabello castaño. Bajó la cabeza. Esa muchacha era como su hija. La había entrenado como una guerrera. Había entrenado junto a ella para que desde temprana edad supiese todo cuanto era necesario y pudiese enseñarle sobre su propio Cosmo, sin revelarle nada más. Sin embargo, su cariño no había podido ser de otra forma, más que el de un padre amoroso. La idea de que el deber se la llevara de su lado tan pronto lo hizo estremecer.

Caminó a paso lento y seguro fuera del recinto.

En la habitación contigua, el alto hombre con vestimentas adornadas elegantemente, se acercaba a la ventana mientras sus pensamientos no dejaban de buscarlo.

- Así que ya está aquí...-Dijo hablándose a sí mismo.- Llegó antes que la misma Athena.- Suspiró.- Sin embargo, no puede hacer mucho por si sola. Solo tendremos que esperar.-

- Ratas. Me pregunto cuándo demonios voy a marcharme a la Isla de Milos a entrenar. Que lata...-

La melodiosa voz del joven acostado boca arriba sobre una gran roca se hizo sonar por todos los alrededores. Movía con gracia una ramita seca en sus labios, mientras sus ojos azules como zafiros brillaban al sol, girando de un lado a otro frenéticos, buscando algo en que entretenerse, o moriría del aburrimiento más pronto de lo que pensaba...

El sol brillaba a pesar del inusual frío que azotaba en Grecia. Se frotó con pereza los brazos con las manos, buscando algo de calor.

- Definitivamente...que lata.- Dijo escupiendo con disgusto la ramita a un costado, casi con maestría. Fue entonces que algo definitivamente lo sacó de su concentración.

- ¿Qué cosa es una lata?-

El muchacho se sentó de golpe, dando un salto en el aire, y cayendo en cuclillas, mirando hacia dónde provenía esa voz. Su boca quedó a medio abrir, al encontrarse su mirada con los más hermosos ojos que jamás hubiera visto. De un celeste tan claro como penetrantes y dulces. La hermosa cabellera negra caía sobre sus hombros con gracia, y su rostro blanco era adornado por una pícara sonrisa.

- Oye, ¿Sigues vivo ahí dentro?- Preguntó riendo, al ver al inmóvil muchacho frente a ella.

- E...est...este...yo...- Tan solo podía balbucear el comienzo de la frase que trataba de formarse en su cabeza.

- Vaya que eres elocuente...- Respondió mirándolo con asombro, levantando una ceja y rascándose la mejilla. Ese chico comenzaba a asustarla.

Finalmente, el muchacho de sedosa cabellera azul por los hombros pudo pronunciar palabra, que fluyeron como agua de su boca.

- ¡¿QUE ACASO TE VOLVISTE LOCA?!- Gritó a todo pulmón. La joven dio un paso atrás, mirándolo con los ojos abiertos de par en par.- ¿¡Cómo se te ocurre andar sin máscara!? ¡¿Acaso no sabes lo que significa que un hombre te vea sin ella?!- Acto seguido, se cubrió el rostro con ambas manos.

La morena no pudo hacer otra cosa que mirarlo como quien mira a un lunático. Su cabeza cayó a un costado. Miró a ambos lados. No había absolutamente nadie en los alrededores. Nadie sin contar algunos pájaros anidando en las altas ramas de un árbol a metros suyo. El chico seguía sin mirarla. Ahora que lo veía de pie pudo notarlo. Su cuerpo trabajado, aunque delgado. Era poco más alto que ella, probablemente de su misma edad. Lo miró aún con más intensidad, esperando a que de una vez por todas bajara las manos de su rostro. Finalmente suspiró, encogiéndose de hombros hombros en una divertida mueca.

- Sin ofensas...pero no tengo ni la más remota idea de que demonios me estás hablando...- Dijo con voz monótona y ligera.

A pesar del susto, el muchacho contrajo la risa. No esperaba una respuesta así. Supo en ese momento que la chica no iba a atacarlo, pasara lo que pasara. Dejó libres sus ojos, y dirigió su mirada una vez más a la muchacha que tenía frente a él y contuvo la risa una vez más. Su mirada de asombro y espanto no había cambiado en lo absoluto.

- Oye, ¿Hice algo malo? ¿Por qué tengo que usar una máscara como dices?- Baylene lo miraba con verdadera preocupación en su rostro.

Los ojos azules del muchacho brillaron. Ladeó la cabeza, sin dejar de mirarla. Parecía nueva y totalmente ajena a las reglas del Sagrado lugar donde se encontraban. Esperaba de verdad que nadie los estuviera mirando en ese momento.

- Pues… los aspirantes a caballeros femeninos deben usarla...son reglas de las Onna Sainto...-Comenzó a explicar. Notó como la chica contraía su rostro en una mueca de sorpresa.-

- ¿Que?-

- Onna Sainto.- Dijo.

- … ¿Que?- Abrió más sus ojos.

- Santos Femeninos.- ¿De verdad?

- … ¿Que?- Y sus ojos se abrían más.

- ¿Que si un hombre te ve sin máscara, la mujer debe matarlo?- Terminó de decir. No sabía con certeza si era cierto o no, pero no tenía ganas de averiguarlo, pues muchas de esas Amazonas eran más agresivas que los mismos hombres. Aunque estaba totalmente claro y tenía por seguro que ninguna mujer podría siquiera hacerle daño, él no quería luchar contra ellas.

La joven lo miró una vez más. Repasó sus palabras una y otra vez en su mente. Su Maestro la había traído a ese lugar el día anterior.

Realmente sabía poco y nada de su pasado. Por su propio nombre, sabía que era griega, y su vida se había basado en viajar junto a Corban, quien sabía era un Santo de Plata al servicio de Athena. Y sin embargo jamás le había contado de la existencia de los Santos Femeninos. La realidad era que su Maestro no era la persona más afable a la comunicación del mundo. Cada pequeña cosa que sabía le había costado horas de molestas picaneadas hasta que por cansancio o insistencia, terminaba hablando. Frunció ligeramente el entrecejo, llevándose los brazos al pecho, y cruzándose allí.

- Pues vaya regla extremista y estúpida...- Dijo con toda naturalidad.

- …-

- …-

- …-

Y eso fue lo último. El muchacho se tomó el estómago y se echó a reír sin contemplaciones, ante la anonadada joven. Esa chica le había resultado demasiado chistosa en tan poco tiempo. Era como traída de otro mundo.

Solo cuando su estómago dejó de doler, el pecho de latirle con fuerza y la risa cesó, sintió los pasos de la muchacha acercarse a él. Levantó la vista, solo para encontrarse con la bella sonrisa de la joven de largo y sedoso cabello negro. Sus ojos sonreían de igual forma.

El muchacho se enderezó, quedando a la misma altura. Fue el quien pudo observarla en ese momento. Era poco más baja que él, y su cuerpo delgado tenía los músculos marcados como alguien con entrenamiento riguroso. Las ropas oscuras de la joven no eran para nada las que usaban las mujeres del Santuario. Salió de sus pensamientos cuando la joven le extendió la mano amistosamente, aun sonriendo.

- Mi nombre es Galena. Lena para ser más corto. Un placer conocerte...-

Miró su mano, y luego volvió a mirarla a los ojos. No supo porque, había algo en esa chica que le parecía extrañamente fascinante. Su mirada solo parecía expresar bondad. Se consideraba una persona extrovertida. Orgulloso hasta lo arrogante, pero extrovertido. Aun así desconfiado de todo extraño y no llegaban a caerle bien al instante. Y sin embargo, esa chica...

Sacudió la cabeza y sonriendo de la misma forma, levantó su mano uniéndola con la de la joven.

- Me llamo Milo, y soy aspirante a la Armadura Dorada de Scorpius. El placer es mío, Lena...-