Eso había sido suficiente. Ya no más. Harry lo había tolerado todo en esta vida. Había tolerado una infancia marcada por el abuso y la pérdida, había crecido creyéndose menos que basura, convencido de que sus padres eran un par de fracasados. Luego había encontrado la felicidad en Hogwarts apenas el tiempo suficiente para aferrarse a ella y que la sombra del Señor Tenebroso amenazara todo lo que estaba aprendiendo a amar.

Amaba su escuela y a sus amigos. Pero también ahí parecía estar sumido en tragedia. En 6 años había sido víctima de sospechas, bromas, chismes, golpizas, accidentes, había visto amigos morir. Había pasado la pubertad con un demonio dentro y cuando finalmente lo destruyó tuvo que hacer recuento de todo lo que le había costado. A Sirius, a Lupin, a Hedwig, incluso a Dobby. Su legado estaba teñido de sangre y de dolor. Harry esperaba perder sus preciados dones, la legeremancia y el Parsel. Pero continuaban aferrados a su persona, podía sentirlos latiendo en su pecho. Aún luego de años de batallas, de dolor físico y emocional Harry nunca había sentido tanto miedo. ¿Y sí estaba marcado de por vida? Harry conocía bien sus cicatrices, por eso estaba seguro que la de su frente era por mucho la menos importante.

Había continuado con su vida. Había ayudado a reconstruir la escuela, el mundo mágico. La gente esperaba tenerlo como una guía, sus amigos lo buscaban como un ancla para explorar los caminos del luto que él conocía tan bien. Los comprendía, se había arriesgado a perderse a sí mismo en el sufrimiento ajeno y había dado cada hora de su tiempo para tratar de mejorar su vida y ayudar en su proceso.

Se había enamorado, a pesar de toda advertencia y para sorpresa de muchos, y había encontrado en Draco Malfoy el sustento y el cariño que tanto necesitaba. Tenía estabilidad, tenía amigos y dinero. Incluso mantenía contacto con Dudley, no era profundo ni afectuoso pero era algo.

Draco imponía en su vida un egoísmo saludable, lo invitaba a preocuparse por sí mismo, a buscar lo que él deseaba antes de sacrificarlo todo por ayudar a otros. Cuando se mudaron juntos le enseñó a ignorar lo que otros decían de él, a fundamentar esa estúpida confianza que siempre había sentido, no por ser el elegido, sino porque sin ella Harry no tenía virtud alguna.

No era el más inteligente, ni el más talentoso mago de la historia. Su épico viaje de heroísmo estaba plagado de errores y de ayuda, el jamás lo habría logrado solo. ¿Podía Harry Potter sin ayuda de nadie cambiar el mundo? Lo dudaba. Pero Draco no. Y eso fue lo primero en atraerlo.

Pero Harry estaba acostumbrado a sufrir. Era todo lo que conocía. Esperaba el momento en que algo saliera horriblemente mal y su vida diera una vez más un giro de 360 grados, así que estaba sorprendido por lo doloroso que fue cuando sucedió.

Harry no tenía empleo, ni quería uno. Se había alejado del ministerio, de las ambiciones y los grandes puestos que le ofrecían. Así que pasaba la mayor parte de su día leyendo, jugando Quidditch y transformando los muebles de su jardín en ciervos.

Ese día en particular Harry pensaba pasarlo en el Callejón Diagon, disfrutando del sol, comprando nuevas herramientas de mantenimiento de escobas y tal vez un regalo para su ahijado. Antes de salir había echado un vistazo a los suministros de Draco, que una vez más estaban peligrosamente bajos, y Harry reprimió una sonrisa pensando en cuantas veces le había recordado al rubio resurtirse antes de que esto se interpusiera en su trabajo como pocionista.

Pasaría por un helado de Florean y llegaría a casa listo para sorprender a Draco con frascos llenos de ojos de escarabajo y raíces de belladona. Pero no tuvo tanta suerte. Cuando llego a la heladería descubrió que había olvidado el dinero en la mesita de la cocina, y maldijo por lo bajo antes de buscar la chimenea más cercana para volver a casa.

Apareció en una llamarada de fuego verde, saliendo torpemente de la chimenea y sacudiéndose la ropa antes de cruzar la cocina para tomar el saquito de monedas. Tintinearon en su mano rompiendo el silencio. Harry creyó ver algo en su periferia, algo grande y negro. Sacó la varita instintivamente y se dio la vuelta para ver un enorme ciervo negro caminando escaleras arriba. La visión apenas duró un instante, Harry no podía estar seguro de haberlo visto. La Profesora Trelowny estaría orgullosa, pensó, de saber que podía vislumbrar guías para el futuro. Pasarían años antes de ver a ese ciervo nuevamente.

Subió las escaleras, dudando aún de lo que había visto cuando se dio cuenta de que la capa que Draco se había llevado esa mañana estaba cuidadosamente doblada en una silla frente a la escalera. Era extraño que Draco volviera tan temprano a casa. No fue necesario ver la puerta entreabierta de su habitación y tampoco escuchar las voces que venían de adentro para que Harry sintiera la piel de gallina, el cabello erizado en la nuca y las manos entumidas.

Ya era más que suficiente. Abrió la puerta de golpe y esta se azotó violentamente contra la pared. Draco, que hasta hace un segundo estaba convertido en un enredo de piel y fluidos con su viejo amigo Zabini, saltó de la cama cubriéndose torpemente con una sábana. Su rostro estaba enrojecido y miraba a Harry en una amalgama perfecta de sorpresa y horror. Harry no se molestó en mirar a Blaise. Sus ojos verdes estaban fijos en Draco, llenos de dolor y de resentimiento.

— ¡Harry! Escúchame, no es lo que parece…—Balbuceo mientras amarraba torpemente la sábana a su cintura. Blaise había desaparecido.

— ¿No lo es? Menos mal, Malfoy. Creí que había llegado a MÍ casa a encontrar a MÍ novio cogiendo con alguien más en la comodidad de MÍ cama. Pero ahora que me dices que lo que vi con mis propios ojos no es lo que parece puedo llegar a la conclusión de que te desnudaste para ayudarle a probar el colchón, siempre has sido tan considerado.

El veneno en su voz fue nuevo para Draco, la voz de Harry estaba seca y titubeante. Pero su mirada estaba fija, helada y se volvía más dura a cada excusa que trataba de arrojarle.

— En serio lo siento, las cosas se salieron de control… fue un accidente, nos besamos, no pudimos detenernos…

— ¿Cuántas veces?

— ¿Eso importa?

"¡Claro que importa, idiota!" Pensó Harry exasperado. Pero sin quererlo Draco se lo había dicho todo. Entró a la habitación y con un movimiento de su varita acerco su viejo baúl de la escuela y comenzó a meter en él todas sus pertenencias conforme se cruzaba con ellas en su paso huracanado por la habitación. Draco caminaba detrás de él, murmurando disculpas y tratando de obligarlo a detenerse.

— Harry, cariño por favor. No sé qué sucedió, yo no siento nada por él…

— No digas tonterías, sentir deseo funciona para mí como "sentir algo". Y coger con el cuándo tienes una pareja supuestamente estable a quien supuestamente amas me hace pensar que lo sentiste muy fuerte, Malfoy

— Harry, por Merlín deja eso. —Dijo Draco desesperado tratando de interponerse en su camino.

Harry no dejó nada. Arrojaba todo al baúl sin fijarse. Ropa, zapatos, libros. Su equipo de mantenimiento de escobas y las cartas de sus amigos. Arrojó a la chimenea sucia las túnicas de gala y la bonita agenda que Draco le había regalado en su cumpleaños y cuando este intento sostenerlo se alejó tan violentamente que se estrelló contra la puerta del armario medio vacio.

—Harry, te lo súplico, perdóname. No estaba pensando racionalmente, fui un idiota.

—Oh, fuiste el más grande de los idiotas, Draco, y así te vas a quedar. Confie en ti ¡Maldita sea! Todos me dijeron que no lo hiciera, que eras como todos los Malfoy, basura humana. Debí darme cuenta de que tenían razón.

—Harry, podemos arreglar esto… —Draco se había calmado, sentado en la cama mirándole con ojos suplicantes. Harry no cedería. Estaba herido, adolorido y tenía que irse antes de que las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos lo hicieran parecer débil.

— ¿Cuántas veces, Draco? —.Podía funcionar. Harry podía fingir que no había sucedido.

— Tres.

Draco no pudo continuar, Harry lo golpeó tan fuerte en el rostro que los nudillos le sangraron, lo golpeó hasta que estaba demasiado cansado para continuar, y él no se molestó en defenderse. El moreno permaneció sobre él, jadeante y furioso durante unos segundos antes de hechizar su baúl para seguirlo escaleras abajo. No volteó cuando Draco comenzó a llamar su nombre desesperadamente. Se metió directo en la chimenea, tomo su escoba que descansaba junto a esta y desapareció en una llamarada verde para no ser visto de nuevo.