Latin Hetalia y sus personajes no me pertenecen.

Rol con Juptercreek.

Setting: Inspirado en la película Moulin Rouge, más que nada el ambiente, menos por la trama.

Pareja: Martín Hernández (Argentina) & Miguel Alejandro Prado (Perú)


De amor también se vive

Primera parte

Miguel secaba vasos y los ordenaba, tarareando bajito la canción que la radio entonaba. Era un modelo de última, tenía dos canales y transmitía principalmente propagando antialemana, pero de vez en cuando se tenía la suerte de escuchar una canción y con más suerte, una que te gustase. Miguel igual la apagaba cuando comenzaban a llegar los primeros clientes, quienes acudían ahí a olvidar sus penas, no a recordar que estaban en la antesala de la guerra. Miguel opinaba que un poco de música los animaría, pero su jefe prefería que bebiesen.

Como ese escritor, el sudamericano. Le decían así, era un gaucho y Miguel le había agarrado simpatía a pesar de que usualmente ya llegase medio ebrio. Era difícil ser un literato en esos tiempos… Pero ambos eran latinoamericanos, tenían algo en común, por eso siempre era Miguel quien rellenaba sus vasos y de vez en cuando intercambiaba una que otra palabra con él. A veces Martín le hacía preguntas que tiraban para lo filosófico y Miguel respondía con su lógica y moral de pobre inculto.

-¿Viste cuando estás escribiendo un nuevo trabajo y de pronto la tinta se te acaba? Sentís mucha frustración… Mi vida lleva años sin tinta -murmuraba Martín.

-Bueno, yo no sé escribir, pero me imagino -respondía Miguel y le sonreía.

Se notaba de lejos que era una persona apuesta, podría haber sido un galán con su cabello rubio, su estatura, cuerpo alto y esbelto, los pómulos algo resaltantes pero elegantes. Era sin lugar a dudas todo un hombre, si le quitabas la barba de días y le dabas una ducha y un buen corte de cabello, se decía Miguel. No importaba que tan deshecho estuviese, para él Martín era el hombre más apuesto que había visto en su vida. Parecía más europeo que él sin lugar a dudas, de madre francesa sospechaba el peruano (cuyos abuelos habían sido catalanes), pero no era eso lo que lo atraía cada noche cuando lo tenía al frente, no era eso lo que lo hacía perderse en su cama y aprovecharse de la inconsciencia del argentino. Muchas noches fueron en las que Miguel lo tomaba de las muñecas y lo hacía tocarlo. Martín apenas respondía y jadeaba bajito, sin explicarse qué era lo que el otro le hacía, por qué lo hacía sentirse tan raro, tan inexplicablemente bien cuando su vida era pura mierda…

Martín no entendía por qué Miguel siempre le hablaba. El chico le sonreía cuando llegaba.

-¿Lo de siempre? -musitaba ya sirviéndole un vaso de ron.

Martín apenas asentía, apenas lo miraba. "Pareciera que te guste que me emborrache" bromeaba cuando estaba de buenas y Miguel se reía diciendo que alimentaba el negocio. Mas eso no era el caso aquella noche. Esa noche sólo sostenía la mirada fija en el vaso, observándolo y luego con disimulo alzaba la mirada y buscaba al otro chico. Lo veía caminar entre las mesas, el local ese día estaba lleno y había más trabajo del usual. Era un día feriado, o había alguna huelga, Martín no tenía idea ni quería saber. Para él todos los días eran iguales, igual de perdidos en el calendario, sin noticias buenas, sin amigos, sin éxito en su eterna lucha como escritor. No tenía una historia, no tenía quien quiera publicarlo, no tenía ni qué llevarse a la boca ni dónde caerse muerto. "De pasión sola no se vive" había dicho su madre, una bella mujer crecida en la Provence, cerca a Grasse, que de adolescente llegó a Buenos Aires. Se casó muy joven, muy enamorada y sin idea de la vida. Y creció y maduró, y preocupada tuvo que ver como en los ojos de su hijo se anidaba la misma luz apasionada y aventurera que una vez fue de ella.

-De pasión sola no se vive -murmuró Martín y Miguel lo miró curioso, observando como el rubio dejaba su vaso vacío-. No más por hoy…

-¿Qué dices? -musitó y le sirvió más-. Anda, un vasito y me cuentas qué tienes.

-No, en serio no quiero…

-¿Entonces por qué la cara larga? -preguntó Miguel arrimándose a él, muy cerca.

Martín lo observó. Los ojos de Miguel se veían algo cansados y su sonrisa se le iba por las comisuras. Miguel le acariciaba el cuello con disimulo y Martín suspiró. Preguntó si se sentía bien cuando comenzó a jugar con su cabello. Miguel se rió y asintió, cuando al rato lo volvieron a llamar.

Martín lo observó alejarse, moviéndose un poco como una ola, de un lado al otro, del uno al otro. Miguel sólo se meneaba de esa manera tan provocativa cuando también había bebido un poco, aunque Martín no recordaba haberlo visto borracho. No se suponía que bebiese cuando estaba trabajando, pero lo que no espantase a los clientes no le molestaba a su jefe, por lo que éste lo dejaba ser. Como igual en ese lugar sólo acudían depravados… Martín lo observaba medio ido, frunciendo el ceño al ver como uno simplemente le metía mano a Miguel, dándole un apretón. El peruano soltó un respingo pero sólo terminó riéndose y guiñandole un ojo al sujeto. Aquello revolvió algo en Martín, quien apretó con fuerza el vaso. Las risotadas de la gente que lo rodeaba le daban tanto asco…

Cuando el sujeto no dejó a Miguel seguir con su camino y lo jaló sobre su regazo, Martín no lo aguantó más. Dejó su vaso, dejó su lugar y se encaminó hacia esa mesa. El sujeto apenas había soltado a Miguel y alzado la mirada, cuando Martín apretó el puño y lo estampó contra su rostro. El caos se alzó, junto con gritos y otros sujetos que corrieron a separar a los dos hombres que se estaban moliendo a golpes.

Por ahí oyó a Miguel gritar su nombre…

Cuando lograron separarlos finalmente, Miguel corrió a su lado y le ayudó a pararse, vociferando histérico. Martín no le hizo caso, se limpió la boca con el antebrazo y escupió sangre, tocándose la nariz para notar que ésta también sangraba. Sintió a Miguel agarrarlo con firmeza del brazo y tironearlo hacia la salida.

-Tienes que irte -dijo serio el chico y Martín frunció el ceño, separándose con brusquedad.

Miró a Miguel con enojo, sintiendo como había mil cosas que debería gritarle en ese momento, pero sólo se alejó.

-Chau -dijo seco y se fue.

Fue una noche triste y solitaria para ambos, para Miguel que estuvo sólo trabajando y Martín, quien se emborrachó en otro bar, que cuando volvió a su casa, rompió todo, gritó y lloró.


Los días pasaron y Martín no volvió a aquel pequeño bar parisino de mala suerte. Miguel, escondido en su silencio, lo esperaba en vano. No podía sonreír, siempre había sido alguien al que le costaba mucho fingir que todo iba bien, y es que nada andaba correctamente en esa vida. Miguel observaba a la gente y las noches pasar, servía vasos y los lavaba, abría botellas y en la mañana se desplomaba en su cama, agotado de todo aquello. Pero seguía pensando en Martín porque no podía evitarlo, porque sería un platónico homofóbico, pero Miguel lo amaba. Pensaba en él cuando trabajaba, cuando volvía a casa, cuando miraba el techo en silencio. Cuando se levantaba y se aseaba, cuando salía y saludaba a las vecinas, recibiendo la lista de las compras que necesitaban que hiciese por ellas…

Miguel solía hacer eso desde hace mucho, aunque fuese para ganar un poco más de dinero.

El mercado todas las mañanas era un gran ajetreo, con gente y animales corriendo de un lado para el otro, verduras, frutas, especias en oferta, gritos y berridos. Miguel usualmente se sentía cómodo en ambientes como aquel, pero considerando que siempre acudía luego de haber dormido sólo dos horas, era comprensible que no siempre le era fácil. Llevaba en cada mano una bolsa cargada, una por vecina, tratando de que nada se le cayese. Esquivaba gente y cajas, y no siempre se libraba de chocarse con alguien.

-¡Oe, mira por donde…!

Apenas Martín volteó, Miguel calló de golpe.

-Ah… Hola -lo saludó bajito, agarrando con más fuerza las bolsas. Martín apenas replicó el saludo-. ¿Cómo has estado?

-Bien -murmuró el rubio y se encogió de hombros, se veía cansado-. Sigo ofendido…

Miguel parpadeó.

-¿Por qué?

-Porque me echaste ese día…

-Iniciaste una pelea -murmuró Miguel suspirando.

-Tuve mis razones -replicó Martín resoplando fastidiado y Miguel alzó una ceja, soltando un "ajá" poco convencido.

Lo observó irritado y Miguel suspiró, acomodando su carga.

-Bueno… -murmuró antes de seguir caminando-. Te extraño.

Martín parpadeó sorprendido, no habiéndose esperado eso. Tardó unos segundos, viendo como el chico de cabellos azabaches se alejaba, pero finalmente logró reaccionar y echó a correr tras él, reteniéndolo del brazo.

-¿Por qué dejabas que el idiota ese te toque? -murmuró apretando su antrebrazo y Miguel lo miró sin inmutarse.

-¿Por qué no?

Martín hizo una mueca.

-Era un hombre… Es un asco…

-Yo también soy un hombre -rió Miguel-. Ya fue, Martín, a veces hay que sentirse deseado…

-Por otro hombre es lo mismo que nada.

Miguel rodó los ojos.

-Ya, lo que digas -suspiró y continuó con su camino.

-No te entiendo -murmuró Martín siguiéndolo.

-¿Por qué me sigues?

-Porque somos amigos.

Miguel se detuvo de golpe, sorprendido. Aquello no lo había esperado.

-¿Amigos?

-¿Qué? -Martín alzó una ceja-. ¿No?

Miguel se rió apenado.

-Es que no sé… Me tomas por sorpresa…

-Nada más te dije amigo.

-A mí eso me vale algo, no espero que llegue tan fácil -bufó Miguel-. Hace falta de mucho para que considere a alguien como mi amigo.

Martín suspiró.

-Para mí también significa algo… ¿No me considerás tu amigo?

-Te considero un conocido -admitió Miguel mientras continuaba caminando nuevamente, con Martín siguiéndolo pensativo.

El argentino lo miraba cargar sus bolsas y suspiró. Cuando Miguel le preguntó si iría esa noche, no pudo decirle que no. Por eso a la noche, una noche tristona y de lluvia, estaba sentado en su lugar de siempre, siendo saludado por Miguel, quien le regalaba una pequeña sonrisa. Bromeó a medias y Miguel se rió. No había mucha gente esa noche, sólo los borrachos de siempre, entre ellos pues Martín. Tampoco estaba muy avanzada la noche, apenas eran las siete. Mientras Miguel le conversaba un poco, en algún momento, se les acercó también su jefe a saludarlos. Martín sin embargo sólo respondía a medias, mirando siempre a Miguel de reojo.

-¿Y usted dónde andaba?

-Por ahí… Perdido.

-Ahh, bueno, pero que bien que hayas vuelto, que aquí nos impulsas el negocio -se rió el hombre palmeándole la espalda-. Que así como van las cosas tendré que comenzar a prostituir a Miguel o no llegaremos a fin de mes…

Y dicho esto, soltó una carcajada. Miguel se rió también, pero Martín sólo calló, frunciendo el ceño.

-Ah, ya… -se vio finalmente obligado a decir y el hombre siguió su camino y Miguel se puso a tararear bajito, sirviéndole más-. Es un boludo…

-Nah, buena gente… Me da trabajo.

-Lo que digas…

Miguel se sirvió también un vaso y se sentó con él.

-¿Qué sucede?

-¿Otra vez la pregunta?

-Yo que sé…

-¿Sabés que me inspiraste? -murmuró Martín luego de una pausa y Miguel lo miró, sonriendo.

-¿Qué cosa?

-Una novela… El protagonista.

Miguel se rió, jugando con su vaso. Soltó una pequeña exclamación de asombro y Martin no podía quitarle los ojos de encima.

-¿Y qué hace?

-Hace lo que voy, trabaja en un bar… Se llama Alejandro. Es una novela de amor…

-¿Conoceré a una chica linda? -se rió Miguel y Martín se encogió dde hombros.

-Aún no tengo el otro personaje, sólo tengo la historia en la cabeza.

-Entiendo -musitó Miguel y su sonrisa, tan bella le pareció en ese momento, se ensanchó.

Le rellenó el vaso y Martín bebía, perdiéndose en el alcohol. Miguel llenaba, Martín vaciaba. Martín calla y lo admira, observa sus labios moverse, esos labios… Tomó una bocanada de aire y sintió que todo se movía. Sentía ganas de muchas cosas y sentía valor, un poco de estupidez dominarlo cuando tomó a Miguel de la camisa y le estampó un beso.

Miguel se sorprendió, mas no hizo nada por alejarlo, sino que lo dejó. Permitió que Martín lo besase con ganas, se dejó de manera sumisa y fácil mientras que Martín lo besaba con ganas y prisa, sin embargo al rato el rubio se separó de golpe al caer en la cuenta de lo que hacía, mirándolo. Miguel parpadeó.

-¿Qué sucede? -murmuró bajito y Martín negó con la cabeza.

-Mierda -puteó Martín y Miguel se encogió nervioso en su lugar-. No, mierda… Nada, olvidá eso, por Dios.

-Ah…

Sintió que se le iba el aire cuando lo vio pararse y tomar su abrigo. Martín se tambaleaba un poco mas logró mantenerse en pie, dedicándole apenas una última mirada antes de irse hacia la salida del local. Miguel apretó los puños, saboreando ese "olvídalo" amargo, y se puso de pie también, corriendo tras él, saliendo a la noche donde caía la lluvia a cántaros, empapándolo en menos de dos segundos. Martín se volteó sorprendido y lo miró confundido. Miguel exclamó su nombre, corriendo hacia él y Martín se detuvo, chocando con él.

-¿Qué? -susurró viendo al chico mojarse.

-No te vayas -lo retuvo Miguel tomándolo de la mano-. Martín…

-Volvé, vas a enfermarte -murmuró el escritor sonando apenado, pero Miguel no lo soltó.

-¿Por qué hiciste eso? -insistió y Martín se mordió el labio, desviando la mirada.

-Por nada, estoy borracho, ¿no ves? -fue su escueta respuesta, sintiendo que Miguel apretaba más fuerte su agarre, pero al rato éste lo volvió a soltar para abrazarlo sorpresivamente.

-Entonces ven -susurró.

Martín se quedó helado, sintiendo sus brazos rodearlo, y tímida y torpemente fue correspondiendo. La lluvia los estaba mojando hasta los huesos, pero eso no parecía importar cuando Miguel se puso en puntas y juntó sus bocas en un beso anhelante y desesperado. Martín no correspondió, pero tampoco lo apartó, sólo sintió sus labios moverse contra los suyos, acariciarlos en ese beso mojado. Miguel lo apretaba entre sus brazos y le comía la boca cada vez con más pasión, con más desenfreno hasta por fin lograr hacer que Martín se dejase llevar.

-¿Por qué haces esto? -jadeó el argentino, sintiendo el agua correr por su rostro, a sus labios y de ahí a los de Miguel, quien se rió, con esos ojitos dorados que brillaban.

-¿Por qué no?

Martín tomó su mano.

-No sé qué mierda hago…

-No tienes que saber -musitó Miguel bajito y le sonrió, siguiéndolo a Martín.

El rubio calló, pero en ningún momento lo soltó, caminando los dos en silencio por las calles, bajo la lluvia hasta llegar a un edificio viejo y que en parte hasta estaba en ruinas. En una que otra ventana había luz y en las rejas de la entrada principal unas cadenas, cerrándolas.

-¿Aquí vives? -murmuró Miguel y Martín asintió, abriendo la reja y luego la puerta de su apartamento-. Perdón por mojar todo…

Martín se encogió de hombros.

-No hay nada que cuidar igual -lo tranquilizó, riendo apenas y suspirando-. Perdón, se cae a pedazos…

-El mío no está mejor -replicó Miguel encogiéndose de hombros.

Martín lo miró.

-¿Qué… hacemos?

Miguel le devolvió la misma mirada, sabiendo que traía bastante la pinta de un perro callejero estando así de mojado y poco cuidado.

-¿Por qué me trajiste?

-Sácate la ropa -dijo Martín simplemente, encaminándose a su cuarto-. Esta mojada…

-Ok -suspiró Miguel y comenzó a desvestirse sin mucho problema.

Martín le lanzó una mirada por encima de su hombro y se mordió el labio, viendo como se abrazaba a sí mismo parado desnudo en el cuarto que era algo así como su sala, estudio y cocina.

-Vení -murmuró tratando de no mirarlo-. Te doy ropa.

Miguel asintió y lo siguió. Tiritaba y ahora Martín podía ver que en realidad no estaba tan rellenito como parecía en un inicio. Lo guió a su cuarto, aunque no era como si se hubiese podido perder en el pequeño hueco que tenía de apartamento. Le dio un cambio de muda y Miguel se vistió lentamente. La ropa se humedeció un poco, pero era mejor que nada, pensó Martín, quien luego también se desvistió. Miguel se sentó en la cama y lo observó, musitando un pequeño "gracias".

-De nada -murmuró Martín poniéndose a buscar ropa interior seca y limpia, de paso dándole la espalda porque aquello se estaba volviendo incómodo.

Miguel al notarlo se mordió el labio y desvió la mirada. Cuando Martín terminó, se volteó y se acercó a su cama. Miguel le sonrió, pero era una sonrisa algo insegura.

-Sigo sin entender por qué golpeaste a ese sujeto.

-Porque se comportó como un idiota -murmuró Martín con rabia.

-No es cierto…

-Sí, y vos lo dejaste.

Miguel notó el reproche en su voz, lo cual lo hizo suspirar y encogerse de hombros.

-¿Y eso qué tiene de malo? -quiso saber.

Martín lo miró entre incrédulo y confundido, pero finalmente negó con la cabeza.

-No sé.

-¿Entonces?

-Ay, no sé -bufó finalmente el argentino-. Sólo no me gustó la cara de baboso asqueroso…

-Bueno… ¿Y si me acostaba con él, te hubieras molestado?

-Sí… Lo habría matado -masculló Martín, aunque mentalmente añadió un "de no ser porque habría perdido cualquier pelea contra ese".

-Pero habría sido mi decisión -bufó Miguel rodando los ojos, ante lo cual Martín entrecerró los suyos y se le acercó más.

-¿Y estar aquí no es tu decisión también?

-¿Qué quieres decir? -farfulló Miguel mordiéndose el labio y teniendo que alzar la mirada para poder verle a los ojos.

-Porque… me confundí.

-Ah… ¿Te molesta que esté acá?

Pero Martín no respondió, sino que se sentó junto a él en la cama, tomándolo de la nuca para besarlo con ganas, y Miguel no pudo más que derretirse en ese beso, derretirse aún más por Martín. Éste lo atrajo hacia sí, besándolo con ansias, con la intensidad de un beso desesperado, sin entender ese calor que se formaba en su pecho y en su estómago.

Miguel sin embargo terminó alejándolo.

-¿¡Por qué haces esto!? -resopló pasándose el dorso de la mano por la boca.

Martín rodó los ojos.

-¿Te importa? Porque no pareciera que te molesta lo que hago…

-Igual -bufó Miguel-. ¿No se suponía que no te gustaban los hombres?

Pero el rubio no respondió, sino que volvió a besarlo, tumbándolo esta vez en la cama. Miguel sentía que aquella actitud del argentino lo dejaba hecho mierda, mas no quitaba el que no pudiese detenerlo una vez más, no quitaba el que lo dejase acomodarse encima suyo y tocar su cuerpo con lentitud. Miguel suspiró su nombre débilmente y sumiso, acariciando sus hombros. Martín le mordió el labio, cuestionándose si es que no era porque llevaba demasiado tiempo sin acostarse con una mina…

Le besó el cuello y fue deshaciéndose de su ropa nuevamente, tocándole el trasero. Miguel se estremeció porque sus manos estaban frías, le erizaba la piel, y gimió en su boca, aferrándose a Martín cuando éste comenzó a restregarse contra él. "La puta madre, Martín, detenete…" penso el rubio desesperado, mas su mente se fundía cada vez más y cuando Miguel volvió a gimotear su nombre entrecortadamente, toda su cordura se fue al carajo.

-Mierda, Miguel, ¿qué me hiciste? -gruño y le mordió la boca al aludido, quien tuvo que tragar.

-¿Y-yo? -jadeó desviando la mirada, no pudiendo hacer frente a esos ojos verdes.

Martín volvió a comerle la boca y sus manos lo desnudaron, descubriendo ese cuerpo que temblaba y se erizaba debajo suyo. Miguel apretó los párpados y gimió bajito.

-¿Qué harás?

-Lo que me dejes hacer -susurró Martín.

-¿Qué quieres hacerme?

-De todo…

Siente como se le va el aliento y las tripas se le revuelven cuando el rubio le da esa respuesta. A su débil "¿Por qué?" Martín respondió con un "no sé". Quién estaba más confundido era difíl decir.

Notando que tenía frío, Martín se apresuró a desnudarse también. Se fue desabotonando rápido la camisa y Miguel lo observaba, coloreándose sus mejillas. El argentino ladeó la cabeza.

-Me gusta como te ves -admitió y Miguel enrojeció.

-¿Cómo me veo?

-Lindo -susurró Martín acariciando sus piernas.

Sonrió y lo besó, inclinándose con cuidado sobre él. Miguel lo abrazó del cuello.

-Martín… ¿Por qué me haces esto?

-¿Por qué no hacerlo?

-Me matas…

-Pero me gusta…

Terminó de desnudarse y volvió a acariciarle las piernas, separándolas esta vez. Miguel suspiró bajito, entregándole todo su cuerpo, agarrándose de las sábanas mientras le abría más las piernas, rogándole que se apurase.

-¿Estás con poco tiempo? -preguntó Martí y Miguel asintió.

-Algo así.

Martín suspiro y guió sus dedos a la entrada del otro chico, comenzando a prepararlo. Miguel se retorcía debajo suyo, gimiendo bajito hasta que comenzó a obligarlo a subir más el volumen de sus gemidos. Tijereaba en su interior mientras besaba su cuello y su pecho, lamiendo su clavícula, cosa que enloquecía especialmente al peruano. Sus expresiones excitaban mucho, cada vez más a Martín, quien se apresurón en dilatarlo lo más rápido posible.

Los brazos de Martín lo rodearon y Miguel se sintió arder entero cuando el argentino comenzó a penetrarlo lentamente. Martín lo sujetaba por la cintura y Miguel le enroscó las piernas en la suya, hundiéndolo más en él. Se tensò unos segundos y jadeó, escondiéndose en su cuello cuando el más alto inició su vaivén. Lo sujetó de las caderas y sus embestidos fueron aumentando, haciéndolos gemir y gritar. Miguel se arqueó y aulló su nombre al borde del éxtasis.

-¡Ahh, Martín! -gritó Miguel en el momento en se que vino, juntos como en un cuento rosado.

Martín sentía un leve ardor en la espalda, mas lo ignoró y volvió a besar a Miguel. Éste yacía lacio en su colchón, jadeando apenas mientras Martín lo abrazaba y se echaba a su lado.

"Mierda…"

Cerró los ojos, oyendo como la respiración del peruano se iba calmando hasta estar otra vez normalizada. Afuera se oía todavía la lluvia repiquetear en su ventana. Martín suspiró…

-Tengo que irme -susurró Miguel separándose de él.

-No te vayas.

-Tengo que -murmuró el peruano, levantándose y vistiéndose con su propia ropa-. Gracias por todo…

-No, Miguel -lo detuvo Martín-. Quedate, por Dios.

-En serio tengo que irme -replicó Miguel zafándose.

-¿¡Pero te das cuenta de lo que hicimos!? -exclamó Martín-. ¿¡Así de fácil te vas a ir!?

-Tengo que verme con alguien.

Miguel lo soltó así de cortante y Martín se quedó helado, mirándolo.

-¿Alguien? -susurró soltándolo.

Miguel se mordió el labio.

-Martín…

-Andá.

-No, escú…

-Vete.

Miguel tragó, susurrando un "gracias" aún. Se terminó de vestir y Martín puteó, acompañandolo a la puerta. Un seco "chau" fue lo último que le dijo antes de empujarlo de regreso a la lluvia. Miguel igual logró estirarse hacia él, alcanzando a besar la comisura de sus labios.

-Chau -susurró y echó a caminar rumbo a donde le habían arreglado una cita con un rico empresario, la posible salvación del negocio de su jefe y de su propia vida.

Martín esa noche rompió cada hoja que había escrito de aquella novela de amor.