---------------------------------------------INTRODUCCION-------------------------------------
Hacía
ya varias horas que la oscuridad de la noche se había hecho
dueña del distrito 44 de aquella ciudad del Rukongai Sur,
teniendo tan sólo como competencia a la luz de las estrellas
que observaban impasibles desde el cielo.
Un suave viento hacía
eco de la actividad que había empezado con el alba y que hacía
ya varias horas había cesado.
Las calles estaban
desiertas, ya que la mayor parte de los habitantes estaban en sus
casas entregados al sueño, mientras que la otra minoría
que daba el número al distrito no estaba a la vista, y sólo
algunas sombras en movimiento perfiladas por la luna delataban su
presencia.
Sin embargo algo aquella noche rompía lo usual.
Una figura pequeña, surgida de la nada caminaba
silenciosamente por la calzada. Sin llevar un rumbo definido y con la
mirada perdida, la pequeña se desplomó. Pronto la
inquietud y la curiosidad se fueron extendiendo por las pocas almas
cercanas. Lentamente, unas cuantas figuras se asomaron a contemplar a
una niña que, lejos de estar en su casa, yacía en medio
de la calle. Unas sonrisas curvaron los labios de aquellos que se
aproximaban, que imaginaban cómo podían sacar provecho
de la situación, quizás aquella mocosa no tuviese nada
de valor, pero seguramente su familia adoptiva del Rukongai estaría
dispuesta a pagar con creces por su bienestar.
Uno de los recién llegados se movió más rápido que el resto, quienes aún en las nubes maldijeron no estar más atentos, ya que era lógico que hubiese una pelea para ver quién tomaría a la niña como rehén. Para asombro de todos, aquel hombre que había sido más rápido, no se detuvo para registrar las ropas de la niña en busca de objetos valiosos, sino para medir su pulso. Pronto el alivio relajó su rostro que se volvió hacia el resto de los presentes.
-Alejaos, como alguno se acerque a esta niña lo lamentará.
Una estridente risa fue la respuesta de los otros cinco individuos que permanecían acechantes.
-¿Y qué vas a hacernos, eh?- preguntó uno de ellos- aquí cuenta le ley del más fuerte, no la del más rápido.
-¿Ah,
no? - susurró la voz del hombre detrás del bandido.
Habiéndose situado detrás de él como estaba,
podía haber aprovechado su ventaja, pero esperó a que
su contrincante se volviese. Éste intentó alcanzarle
con el puño, pero los movimientos de aquel extraño eran
rápidos y fluidos y, aprovechando el propio impulso de los
golpes de su adversario, consiguió desviar sus golpes y
desequilibrarlo para, de un solo impacto, tumbarlo. Los otros cuatro
individuos miraron a su camarada llenos de ira, él era la
competencia, pero si un extraño dejaba mal a alguno de ellos
sin sufrir un rasguño, la autoridad que inspiraban los
delincuentes del distrito mediante el miedo podía verse
afectada. DEjando de un lado el honor, los cuatro se dispusieron a
atacar al unísono. Sin embargo, pronto comprendieron que esta
vez la velocidad sí contaba, ya que incapaces de preveer o
siquiera ver el movimiento de aquel hombre, lo único que
hacían sus puñetazos y sus armas era agotarlos.
Un
puño fue esquivado, esta vez él contestó
impactando en el vientre de su adversario. Un rato después los
cuatro delincuentes yacían tendidos en el suelo,
inconscientes.
El hombre se volvió hacia la niña,
todavía tumbada en el suelo, y sacando una pequeña
cantimplora de sus ropas dejó caer unas gotas de agua sobre
los labios de la pequeña. Sus ojos, abriéndose poco a
poco, la retornaron a la consciencia, unos ojos oscuros que atraparon
su mirada. A pesar de no aparentar más de seis años, en
ellos vió reflejada la desconfianza provocada por la traición,
por las injusticias, pero que nunca había visto en alguien tan
joven, sin embargo aquel sentimiento que destilaba no la impidió
que hiciese un último esfuerzo para hablar antes de
desvanecerse:
-Tengo hambre.
-----------------------------------------------CAPITULO I -----------------------------------
Rojas, con pepitas, fresquitas, pero sobre todo deliciosas, o al menos así se le antojaban las sandías a aquella niña que unas horas antes había estado tumbada en la calle. Los rayos solares se filtraban por la ventana, creando un cálido ambiente que hacía que a la niña le apeteciesen aún más las frescas sandías que devoraba sin cesar. Acababa de despertarse unos minutos antes, en una habitación que le era desconocida y, junto a ella, había un plato con una enorme rodaja de sandía esperándola que desvió toda inquietud de su mente.
La puerta corredera se abrió lentamente, seguramente porque la persona que había detrás pensaba que ella seguiría durmiendo. Parando de comer y en alerta, la chiquilla aguardó a que la puerta fuese abierta completamente para encontrarse a un hombre de mediana edad. Era de constitución fuerte, con unos hombros anchos y unos brazos musculados que salían por las mangas de una camiseta suelta y holgada. Su pelo, moreno y corto se elevaba hacia arriba, de puntao, mientras que sus ojos, de un tono azul celeste se centraron en la pequeña. Ahora era él quien la examinaba cuidadosamente, observando a una niña que la miraba fijamente, aguardando a alguna acción o comentario por su parte. La cara infantil y redondita estaba llena de restos de sandía y pepitas, mientras que su pelo desaliñado se dividía en dos coletas castañas en lo alto de su cabeza.
- Veo que ya te has despertado, ¿está rica la sandía? - preguntó a la chiquilla, que contestó dejando la sandía restante en el plato, como quien ha cogido algo que no es susyo y ha sido pillado con las manos en la masa -no, no, sigue comiendo, esa sandía es para ti. Toma, te he traído ropa limpia, a lo mejor te queda algo grande, pero de momento servirá. Yo me llamo Darashin, vaya, te has manchado la cara...
Darashin aproximó su mano para limpiar la cara de la pequeña
-¡¡Aaahhhh!!
La chiquilla le había mordido la mano y seguía apretando sin soltar.
-¡¡¡Suéltame!!!- gritó él moviendo la mano en un vano intento por recuperar su mano lo más intacta posible -¡¡¡Bichooooo!!!! ¡¡Aaaahhh!!!
Por fin, cuando la niña soltó, Darashin miró su mano enrojecida, se había acercado demasiado a alguien que todavía no confiaba en él, no sólo por el poco tiempo que llevaban juntos (durante el cual, la mayor parte ella dormía) sino que él era un adulto cinco veces más grande que ella, lo cual debía haber tenido en cuenta.
-Bueno pequeña, quizás no debería haberme acercado tanto, pero no deberías haberme mordido - tras lo cual salió con airo ofendido de la habitación, a la vez que un chico joven que había observado la escena con interés se internaba en la habitación. No debería de tener más de quince años, con los ojos grises y un pelo oscuro que, cortado a la altura de los pómulos le confería un aire despreocupado y alegre.
- Tranquila, no le hagas caso, está sobreactuando - informó - yo soy Bosk.
Dejando una palancana de agua en el suelo,
introdujo un trapo para humedecerlo con el objetivo de limpiar a la
chiquilla un poco, pues con los restos de sandía quedaba arena
de la noche anterior, cuando había yacido sobre la arena.
La
reacción frente al acercamiento fue instantánea, con un
rápido movimiento la niña volvió a hacer uso de
su dentadura para castigar a aquellos demasiado atrevidos para
acercarse. Sin embargo, Bosk-kun no reaccionó como Darashin.
Con la paciencia y comprensión reflejada en sus ojos, los
mantuvo fijos en los de la pequeña. Ésta, al ver la
impasibilidad de él, apretó aún más,
hincando los dientes en la carne. Poco a poco, viendo que no surtía
efecto alguno, ella fue soltando. El paño recorrió su
cara, limpiándola y dejándola con una sensación
de bienestar que no esperaba.
-En vez de usar la boca para morder, ¿no crees que sería mejor que nos dijeses el nombre de tu familia adoptiva?Así podríamos ayudarte - dijo con una voz suave y una sonrisa.
Ella bajó la cabeza con aire avergonzado.
-Yo... no me acuerdo.
-¿Tienes nombre al menos?
Una sombra cruzó sus ojos, ¿cómo se llamaba?, no recordaba nada, el pensamiento menos reciente era el rostro de Darashin en aquella calle por la noche.
-N-no...- tartamudeó.
- ¿Tampoco nombre? - preguntó él impresionado, pero al ver la preocupación de ella retomó la calma - No te preocupes, puedes quedarte aquí hasta que encontremos a tu familia adoptiva. Respecto a lo del nobmre... ya pensaremos algo. Voy a hablar con el viejo, hoy es día de mercado y habrá que comprarte algo de ropa. Cámbiate, en un rato subiremos a buscarte - resolvió él sin dejar de sonreír, tras lo cual recogió la palancana y salió de la habitación.
Entonces una soledad tremenda inundó a la pequeña, sin recuerdos, sin sandía que llevarse a la boca, sus pensamientos se centraron en una cosa: no quería estar sola. Lentamente, se incorporó para cambiarse.
- Bueno, bichito, nos vamos - dijo Daishin unos minutos después de que dejara la habitación. Una nueva mirada de reproche se dirigió hacia él - ¿qué pasa? No me miers así. Bosk-kun me ha contado que no tienes nombre, y debido a tu afición por morder a la gente, creo que el nombre te pega bastante, al menos hasta que te acuerdes del tuyo o encontremos otro mejor.
- Grrrrr...- gruñó ella
-Bueno, bueno, no sigas así que al final tendré pesadillas y todo, venga bichito, nos vamos, que Bosk-kun está esperando abajo. Ah, una cosa, bajo ningún concepto te apartes de nosotros. Vámonos.
El sol
que antes entraba por la ventana, se ceñía por las
calles del distrito. A diferencia que la noche anterior, numerosos
habitantes caminaban por las calles. El ver a tanta gente junta hizo
que la chiquilla mirase constantemente a todas partes, lo que
obligaba a sus dos acompañantes a vigilarla de cerca para que
no se perdiese, ya que tan reticente como era al contacto físico,
no podían darle la mano. Cuando entraron en la calle del
mercado, sus ojos se abrieron aún más. Decenas de
puestos se situaban a los lados de la calzada, dejando a la vista de
los transeúntes numerosos objetos de todos los colores. Bosk
se separó para comprar algo de provisiones, mientras que
Darashin se quedó con la niña en busca de ropa.
Deteniéndose constatemente en cada puesto debido a la
fascinación de la pequeña por todo lo que veía,
pronto llegaron al que deseaban. Mientras Daishin elegía un
par de camisetas y pantalones, la chiquilla se dio la vuelta y se
acercó al puesto que había en frente, donde había
expuestos anillos, pendientes y otros accesorios que pocos habitantes
de aquel distrito podían comprar.
Una de las vendedoras
gritó informando de las rebajas en su puesto, de una
superoferta 2x1 en ropa interior. Una oleada de gente salió
corriendo en esa dirección, con la mala suerte de pillar a la
niña por medio.
Habiéndose separado unos metros de Daishin, fue empujada
por la marea de gente, intentando mantener el equilibrio y en un vano
intento por localizar al hombre. Un escalofrío recorrió
su pequeño cuerpo cuando un nuevo pensamiento se introdujo en
su mente "¿y si los pierdo y no los encuentro?",
frenéticamente intentó ir contracorriente, a pesar de
que cada vez se alejaba más de su posición original.
En ese momento, su espalda chocó con algo sólido
que la detuvo.
- Ey, ¿qué haces aquí? Te has separado demasiado - era Bosk-kun - no debiste separarte de Daishin, venga, vamos a buscarle, debe estar preocupado.
Él hizo un ademán de ir a agarrar su mano, pero pronto la retiró recordando las reacciones de la pequeña. Ésta lo advirtió y un sentimiento de culpa cruzó sus pensamientos cuando observó la mano vendada del joven donde unas horas antes hubiese mordido con fuerza.
- Te he comprado algo, toma - la dijo poniendo un paquetito en su mano que ella desenvolvió rápidamente. Era un anillo de adornos sencillos, similar a los que había estado mirando cuando se separó de Daishin.
-Quizás te quede un poco grande, no lo he encontrado más pequeño, pero he pensado que te gustaría.Venga, vamos.
Esta vez fue la niña la que hizo un gesto para agarrarse a la mano de Bosk. Éste, un tanto sorprendido, apretó suavemente la mano de la chiquilla y volvieron a buscar a Daishin. No tardaron mucho en dar con él, y tras expresar su alivio, los tres se encaminaron a casa.
- ¿Qué pasa bichito? - preguntó Daishin al ver que la niña se rezagaba, quedándose totalmente quieta.
- Yo...¿puedo quedarme? ¿con
vosotros?
En los rostros de los dos hombres se dibujó una
sonrisa sincera.
-Claro que puedes- contestaron a la vez que comenzaron a caminar.
-Jijijiji - se rió la niña
-¿Por qué te ríes, bichito? - inquirió Daishin
- Es que cuando te mordí pusistes una cara muy graciosa, jijijiji.
-¡¡¡¡Eeeehhh!!! ¿Y eso te hace gracia?
- ¡¡¡AAAahhmmmm!!!! - ella mordió de nuevo con fuerza la mano del hombre.
-¡¡¡Bichitooooooooo!!!!!!
