Hola. Buenas Tardes, noches o días (depende a que hora lean esto) n.n Me llamo Aixa y les traigo una novela que lei y que me encanto, es un experimento mi primer adaptación de una novela así que espero me digan que les parece. Al igual que a mi hermano me gustan los comentarios, no importan si son malos o buenos, solo quiero saber que piensan de lo que hacemos y si les gustan. Espero les guste para seguir con el siguiente capitulo. Por lo pronto espero lo gocen. n.n Bye bye...
Historia original: "Vuélveme loca"
Autora: Fiona Harper
Adaptación: Tisha Aixa Ketzalli
Capítulo 1
Lance una molesta mirada a la mujer que acababa de entrar en la cafetería. No solo había estado a punto de hacer que los dos vasos de café que llevaba se derramaran sobre mi mejor vestido, si no que ni siquiera se había molestado en sostener la puerta abierta para mí.
Probablemente, en su afán por escapar del mal tiempo que hacía en el exterior, ni me había visto.
Sin otra alternativa, trate de abrir la puerta con el brazo. De nada sirvió. Solo había una forma de conseguirlo. Suspire, gire 180° y empuje la puerta con el trasero.
Cuando salía a la calle levante la mirada hacia el cielo amenazador. Lo que debería haber sido una tranquila y soleada tarde de verano, se estaba convirtiendo en una sombría tarde de diciembre. Afortunadamente, solo tenía que caminar un par de minutos para encontrarme a salvo antes de que se desatase la tormenta.
La mujer grosera tenía algo más de que responder. Nadie se quedaría embobado viéndome salir. Nadie admiraría mi trasero mientras me alejaba con la cabeza alta y balanceando mis caderas como Marilyn en "Con faldas y a lo loco". Había visto la película al menos 50 veces antes de llegar a dominar la forma de caminar de su protagonista, y por lo menos merecía que se apreciaran un poco mis esfuerzos.
Cuadre mis hombros y alce la barbilla. Con o sin mujer grosera, pensaba hacer el viaje de nuevo a la tienda. Había tráfico de sobra para servir de audiencia. Coloque un zapato azul de tacón de aguja delante del otro y empecé a caminar.
Gire en la esquina y atravesé la calle. Sin embargo, la visión de la ordenada hilera de casas no me levanto el ánimo aquella tarde. Normalmente, cuando pasaba ante cada tienda y boutique sonreía y saludaba a los dueños mientras contaba los números de las puertas con creciente excitación. Primero estaba la tienda de productos naturales, a continuación la librería de manga, después la pastelería Midoriya, con su tentador escaparate, seguido de un restaurante tailandés, el puesto de periódicos y una tienda llamada Pinkie en la que se vendía de todo mientras fuera color de rosa.
Y, finalmente, estaba mi tienda, El armario de Nanoha, una tienda de ropa clásica capaz de competir con las mejores de Tokio.
Pero cuando entre y di la vuelta al cartel de "cerrado" estaba aún de peor humor.
¡No había escuchado ni un silbido, ni un bocinazo, en todo el trayecto! Aquello era otra novedad. No quería dar crédito a mis recientes dudas, pero aquello no estaba nada bien.
― ¿Por qué estas molesta? ― Pregunto Hayate mientras yo dejaba su café en el mostrador. Mi socia era una de esas mujeres de aspecto etéreo, castaña, de tez pálida y esbelta figura. Aunque en el presente no estaba precisamente esbelta. Estaba embarazada de 7 meses y, dada su delgadez, él bebe solo podía asomar en una dirección: hacia afuera. Parecía una pitón que se hubiera tragado mi compacto de desayuno.
Destape mi taza de café y sople.
― Esta mañana hay un problema con la población de la ciudad ― dije.
Hayate se rio. Me conocía demasiado bien.
A pesar de mis intentos de hacer un mohín, sonreí antes de tomar un poco de café. Hayate estaba apoyada contra el mostrador, masajeándose los tobillos demasiado hinchados.
― Pareces hecha polvo, Hayate.
Ella entrecerró los ojos.
― ¡No me digas!
Deje el vaso en el mostrador y fui al cuarto trasero. Cuando volví entregue a Hayate su paraguas y su bolso.
― Tienes que ir a casa. Llama a Vita. Puedo hacer el inventario sola.
Hayate quiso protestar pero no se lo permití. Saque el celular de su bolso, presione el botón de marcado rápido de su esposa y se lo entregue cuando empezaba a sonar. Quince minutos después, su adorablemente protectora esposa acudió para llevársela a casa, prepararle un baño y consentirle todos los caprichos propios de su estado hormonal.
Para eso están las esposas. ¿No?
¡Y no me refería a las náuseas matutinas! Aun no estoy lista para eso. Ni mucho menos. Aunque si lo estoy para las parte de los caprichos, por supuesto.
En cuanto Hayate salió, fui a la parte trasera de la tienda, tome mi sujetapapeles y me puse a trabajar. Normalmente no era una tarea pasada. Me encantaba mi pequeño tesoro de ropa clásica y accesorios. Algunos días llegaba a pensar que era una tragedia tener que abrir la tienda y dejar que otras personas se llevaran aquellas fabulosas prendas. Pero de algo hay que vivir.
Me concentre en el trabajo mientras afuera empeoraba el clima. Aún faltaba una hora para que la calle se ambientara. Hasta entonces nadie se detendría a contemplar mi maravilloso escaparate, con sus bolsos bordados y sus trajes de noche iluminados desde atrás para realzar su belleza.
Me senté en el suelo de madera, entre las hileras de vestidos, y aparte un mechón de cabello castaño rojizo que se había escapado de mi moño. Tenía que comprobar la lista de calzado. Tome un par de botas de plataforma plateadas para ver en qué estado estaban. Podría haber sentido la tentación de quedármelas pero, aunque a veces me visto así para divertirme, en el fondo soy una chica de los años cincuenta.
Según los estándares actuales, mi figura se considera algo común, carente de musculatura visible, demasiado pálida. Mis curvas pertenecen al pasado, a una época en que se consideraba que la figura ideal de la mujer era la de un reloj de arena… ¡No la de una tabla de Surf!
Volví a dejar las botas en el estante, y tome unos zapatos de noche con un lazo en la punta. Me quede un momento mirándolos sin verlos y de pronto recordé que no había marcado las botas en mi lista.
Suspire. No estaba disfrutando como otras tarde del terciopelo y el satén, de la ropa interior de seda. ¿Qué me pasaba? Había conseguido todo lo que me había propuesto en los últimos años. El Armario de Nanoha era todo un éxito y, gracias a una afortunada colaboración con la esposa de Hayate, nos habíamos convertido en la nueva tienda de ropa clásica del sur de Tokio.
Además de los clientes más fieles que había tenido antes en mi puesto de ropa en el mercado, había conseguido atraer a algunos jóvenes que pensaban que la ropa clásica era los más "chic" del momento, y que estaban dispuestos a pagar fuertes sumas por ella. Había conseguido todo lo que me había propuesto, de manera que, ¿por qué no estaba dando saltos entre las hileras de ropa, dando gritos de entusiasmo, en lugar de estar sentada en el suelo contando el mismo par de botas una y otra vez?
Tal vez se debía a que normalmente hacia ese trabajo con Hayate. Echaba de menos nuestros chismes y el placer compartido de encontrar alguna falda fabulosa o alguna blusa olvidada en algún estante. Pero la ausencia de Hayate era un síntoma de otro inquietante cambio en mi vida.
En otra época yo solía ser el centro de un grupo de chicas solteras, libres y sin compromiso, pero con el paso del tiempo me había convertido en una rareza. En la actualidad todas tenían pareja y estaban más interesadas en pintar habitaciones para niños que en pintar la ciudad de rojo. Aquello hacia que me sintiera muy sola y abandonada, un estado de ánimo con el que no me sentía para nada cómoda. Ya había visto cómo podía afectar el abandono a una persona.
Pero en realidad no estaba celosa ni sentía envidia.
Me probé a mí misma. Me imagine ser la dueña de una casita, una casita en la que me encontraría con el mismo rostro cada tarde, en la que me ocupaba de cocinar, de pagar los recibos… No. No resultaba un plan precisamente atractivo. Era demasiado aburrido, demasiado normal. La gente se marchitaba llevando aquella vida, que solo podía acabar de dos formas: o los miembros de la pareja terminaban entumecidos, anestesiados y aguantándose mutuamente, o una mañana uno de ellos despertaba para descubrir el otro lado de la cama vacío y con una dudosa nota de disculpa en la almohada.
De manera que no se trataba de un asunto de envidia o celos. En realidad no sabía lo que quería. No lograba identificar la ansiedad que sentía, pero cada vez que lo notaba sentía un intenso deseo de devorar algo dulce, aunque era consiente que tampoco serviría para aliviarla.
Baje la mirada hacia mis pechos, impresionantemente exhibidos por el escote en forma de corazón de mi vestido. Mis curvas afloraron cuando era muy joven, y no tarde mucho en darme cuenta que algunas chicas eran criaturas muy simples a las que resultaba muy fácil poner a babear con el estímulo adecuado. Unos pechos generosos sumados a un mohín en el momento adecuado podían lograr que una chica consiguiera prácticamente todo lo que quisiera.
Sin embargo, empezaba a pensar que estaba perdiendo mi toque especial, y los acontecimientos de aquella tarde solo habían servido para acrecentar mis temores. Porque lo cierto era que había una mujer que parecía inmune a mis encantos a pesar de lo mucho que me había esforzado por alentarla.
Suspire y mire las botas plateadas. Aún no había marcado la casilla. Aquello me hizo volver a la realidad. Estaba comportándome como una tonta. No me pasaba nada. Esa misma mañana, una mujer que estaba parada detrás de mí había derramado el café sobre su blusa cuando me había inclinado para levantar el cierre de la tienda. Y eso no era indicio de que estaba perdiendo mi encanto. ¿No?
Marque las botas en mi lista y volví a apartar el travieso mechón de mi frente. Hice lo mismo con mis sensibles pensamientos.
Ya había hecho medio inventario cuando oí que alguien golpeaba insistentemente la ventana. Trate de ignorarlo. Eran más de las siete y el cartel de "cerrado" estaba colgado en la puerta. Era imposible no verlo. Cuando llamaron por tercera vez, me puse de pie, me alise la falda y me dispuse a echar al intruso. A pesar de comprender la naturaleza obsesiva de algunos de mis clientes, naturaleza que, para ser sinceros, compartía en parte, no conseguir los mocasines adecuados para el baile de fin de curso no podía considerarse una emergencia.
Pero, al acercarme a la puerta, vi que se trataba de Fate.
― ¡Fate! ― Exclame mientras me apresuraba a abrir.
Y ahí estaba Fate, de pie bajo la lluvia y con una abultada bolsa blanca colgando de su brazo.
― ¿Qué haces aquí? ― Pregunte a la vez que tiraba de ella hacia el interior ―. ¡Creía que estabas en las profundidades de alguna selva!
― Y lo estaba ― contesto Fate mientras trataba de proteger su bolsa de mi efusivo abrazo ―. Pero ya he vuelto ― dijo, y me dedico una traviesa sonrisa que solía hacer que la mitad de mis amigas me rogaran que les consiguiera una cita con ella. La otra mitad se limitaba a abanicarse con la mano mientras murmuraban cosas como "chocolate derretido" y "ven con mamá".
Por supuesto, nunca había organizado una cita para ninguna de mis amigas con Fate. No es que no sea buena amiga, pero la situación tenía el potencial de volverse demasiado complicada. Más de una chica me había acusado de ser territorial en lo referente a Fate, pero en realidad no era más que el anticuado instinto de conservación.
Tras cerrar la puerta, aspire un delicioso aroma a especias y mire la bolsa que sostenía.
― ¡Has traído comida china!
Fate asintió y dejo la bolsa en medio del escritorio.
― Al no localizarte en casa le hable a Hayate y me dijo que estabas aquí haciendo inventario. Y supuse que estarías muerta de hambre.
Fate Testarossa es una de mis personas favoritas en todo el mundo. Y no solo porque posea una especie de radar interno que hace que aparezca con comida en el momento más oportuno; resulta más extraño aun que lo haga con la comida adecuada. Nunca trae comida india cuando estoy de humor para pizza, o kebabs cuando me apetece comida tailandesa.
Fate abrió los ojos de par en par cuando saque una canasta de picnic de un estante de un color rosado muy chillón.
― Existencias sobrantes de la tienda de al lado ― explique mientas abría la cesta ―. ¿Rosas o margaritas? ― Pregunte mientras señalaba los platos.
Fate arrugo la nariz. No había dejado de sonreír, pero se las arregló para hacer una mueca mientras se sentaba. A veces pienso que su cara está hecha de goma. No puede ser natural sonreír tanto.
― ¿No puedo comer directamente del cartón? ― pregunto, esperanzada. Al ver que yo negaba enfáticamente con la cabeza, suspiro y se dejó caer en el viejo sofá que tengo en el despacho. ― Elige tú. El que parezca que va a diluir menos mi atractivo.
Di un bufido.
― En ese caso te daré las margaritas. ― Dije con una traviesa sonrisa.
Fate se limitó a levantar una ceja y a sonreír aún más. Es imposible enfadar a Fate. Da igual lo pesada que me ponga; ni se inmuta. Solía molestarme no lograr irritarla, y puedo asegurar que me pase años intentándolo, pero en la actualidad me alegro que tenga un carácter tan despreocupado. Sé que tener una amiga capaz de aguantarme las 24 horas del día es un regalo del cielo.
Empezamos a comer con nuestras cucharas y tenedores rosas mientras nos poníamos mutuamente al tanto de lo sucedido en los últimos meses. Normalmente no pasábamos tanto tiempo sin vernos, pero Fate a estado trabajando fuera, aunque, más que trabajar, pienso que ha estado de vacaciones. ¿Cómo puede considerarse un trabajo serio trepar a los árboles y jugar con trocitos de madera y cuerda? Eso es lo que hace Fate. Y además es capaz de hacer la declaración de impuestos con expresión seria.
― ¿Estas bien? ― Pregunto de pronto.
La mire.
― Estoy bien.
Fate frunció ligeramente el ceño.
― Para ser tú, has estado demasiado callada. He logrado pronunciar varias frases seguidas sin que me interrumpas. Y no dejas de suspirar.
― ¿En serio? ― Mi voz sonó distante incluso a mis oídos. Pero decidí darle largas. No estaba preparada para hablar con Fate sobre lo que me preocupaba ―. Mi abuela me dijo el otro día que mi reloj biológico se ha puesto en marcha.
Como esperaba Fate se hecho a reír. Yo me cruce de brazos.
― Solo son tonterías ― dije mientras simulaba sentirme molesta, con la esperanza de que picara el anzuelo ―. Aunque tuviera un reloj, cosa que realmente dudo, no puedo escucharlo… Y supongo que soy yo la que cuenta en ese guion. ¿No?
― Más que un reloj deben ser unas orejeras. ― Murmuro Fate sin apartar la mirada de su plato mientras seguía comiendo. Creo que estaba contando las bolitas de carne para ver cuantas podía comerse sin que me diera cuenta.
Fruncí el ceño y mire a mí alrededor. ¿De qué diablos estaba hablando? Supongo que debería sentirme agradecida; al menos había logrado distraerla de mi repentino ataque de desánimo.
Entonces me fije en una caja de cartón que tenía bajo el escritorio y que estaba llena de prendas para el invierno. Alargue un mano y tome unas orejeras azules para bebe.
― ¿Te refieres a este tipo de orejeras?
― No exactamente. Estaba hablando metafóricamente. Me referia a las orejeras que te pones para no escuchar lo que no te gusta ― dijo Fate tranquilamente mientras seguía comiendo ―. Creo que también hay unos tapaojos a juego ― me miro, entrecerró los ojos y añadió ―: El hecho de que no lo oigas no significa que el reloj no esté funcionando.
Arrinconada, decidí que había llegado el momento de dar por terminada aquella tonta discusión.
― La abuela se equivoca. Mi reloj biológico no está en marcha ― declare molesta.
― Al menos eso dices tú ― Fate sonrió tranquilamente, tomo las orejeras y se las puso.
Trate de hacerle ver lo equivocada que estaba, de asegurarle que seguía siendo la impredecible y nunca encasillada Nanoha de siempre. Pero Fate siguió comiendo mientras sonreía y asentía.
― ¡No puedo escucharte! ― Dijo a la vez que señalaba las orejeras.
Sentí ganas de arrancárselas de la cabeza y dárselas a comer, pero me contuve.
Finalmente, se quitó las orejeras y me las entrego con una traviesa sonrisa en los labios.
― No, no me lo creo ― dijo ―. A ti te pasa algo, y no tiene nada que ver con ningún reloj.
Mantuve la mirada fija en mi plato sin decir nada.
― Si fueras otra mujer pensaría que la causa era una chica, pero sé de buena fuente que Tokio está lleno de chicas a las que nada les gusta más que seguirte como gatitas falderas dispuestas a saltar cada vez que chasqueas los dedos.
Le dedique una mirada fulminante.
― ¿De buena fuente? ― Repetí.
No quería ni saber de dónde había obtenido aquella información sobre mí. Probablemente de alguna chica celosa que quería fastidiarme. Me sucede a menudo.
― Concretamente de ti. Así me lo hiciste saber orgullosa hace un par de años, la noche que se estropeo la furgoneta de Alto Krauetta cuando regresábamos de un desfile de modas y tuvimos que esperar horas a que llegara la grúa.
Supuse que era cierto. Esa es la clase de cosas que soy capaz de decir cuando estoy especialmente satisfecha conmigo misma, cosa que puede suceder tras un exitoso desfile de modas. Pero no esperaba que Fate fuera a recordármelo, aunque fuera cierto. Solo tenía que chaquear los dedos para que una manada de gatitas falderas acudiera a mi lado. Era muy satisfactorio. A veces lo hacía solo por el placer de ver sus anhelantes caras, no porque necesitara algo.
Fate se apoyó contra el respaldo del sofá y me dedico una mirada llena de diversión y cautela.
― ¿Qué pasa? ― Pregunte, molesta ―. ¡No te quedes ahí mirándote sin decir nada!
― Ahora lo veo todo claro ― Fate asintió lentamente varias veces.
Tuve la horrible sensación de que me había descubierto. Pero, en lugar de burlarse un poco de mí y hacer una broma, se había puesto terriblemente seria. Por una vez, quise que se riera de mí.
― Así que por fin has encontrado una gatita faldera que no está dispuesta a seguirte la corriente.
