Disclaimer: Nada me pertenece, todo a sus dueños.
Aviso: Este fic participa en el Reto #7: "Cuentos desde el infierno" del infernal foro la Torre Stark.
Sí, señoras y señores, otra memez mía. Tres inocentes drabbles cuyo título deja más angst el asunto; si no adivinan el pecado habré fracasado.
En cuanto a temporalidad, no se quiebren la cabeza. No es para nada exacta (sobre todo en el segundo, no sé, es extraño).
Escribí escuchando "Battle Cry" de Imagine Dragons, así que la recomiendo ampliamente antes o durante la lectura.
Sin más, lean, pastelitos, lean.
I. Alivio
Natasha ha aprendido a refugiarse en el frágil remanso de 'distracción y ausencia' que ha dispuesto para sí misma. Estar sin estar. Hacer como que no ve, y sí ve, pues, sabrás, no le importa.
El amor es para niños y consuelos de esos.
Estuve enamorada una vez, de un científico, un nerd, encantador, sí. Huyó. Murió. No sé. Nadie más después, ¿para qué? El amor es para niños.
Ese y los otros mil lenitivos y excusas que le saben a hiel en la boca y se sienten como un remolino en las entrañas. Nunca amó a Bruce, y él nunca la amó a ella. Sin embargo, aparentarlo era lo más parecido a sentirlo de lo que estuvieron nunca; igual, los verdaderos objetos del anhelo estaban fuera del alcance, y si para estar bien podían aparentar un sentimiento, que no se dijera más, se hacía y ya.
Natasha observa, asiente, tibia cortesía en su sonrisa. Engaña al vacío en el pecho con sus asuntos importantes, y sí a veces son en serio importantes, la cosa está fácil. Natasha está ocupada, a ella estos afanes no le merecen el tiempo gastado.
Se limita a contemplar… Ni siquiera eso: se limita a presenciar, a estar porque simplemente no puede dejar de ser cuando aquél par entra en la sala y lo manosea todo con luz propia, su complicidad que asfixia, sus maneras coordinadas, aquella consabida historia juntos. Si se le revuelve el interior y siente ganas de vomitar, pues verás, no la entrenaron para voltear el estómago nada más ver su simulacro de existencia sin Bruce y su enamoramiento con un vejestorio de noventa años, trocar en pura mierda ante la plenitud con que se desenvuelven esos dos en sus narices.
Serenidad —ausencia— en el semblante, ganas de saltar en pedazos en el interior. Porque, sabrás, para eso la crearon.
No es nada especial. No es nada del otro mundo. Es solo ésta molestia. Como angustia. Como amargura. Un vacío en el pecho, y el estómago hecho un nudo.
Como tristeza insondable. Es que tenía a Bruce, su apoyo, su amigo. Se fue y debe decirse a sí misma que no importa.
Como haber tragado veneno. Porque luego fue Steve… Más precisión: siempre ha sido Steve.
¿Problema? A Steve no le importa ella del modo que ese otro.
Como odio. Verás, nunca aprendió una mierda sobre resignación, se restringe a fingirla.
Aspirar a lo ajeno, la amenaza de implotar en cualquier momento, y un claro deseo de asesinar a alguien.
Nada especial.
La solución es una. Primero, la rechaza.
Romanov siente que se le marchita todo en el interior cuando Steve sonríe para James Barnes. Ella es quietud; se limita a eso, luego, es cosa de ahogarse en un trago de miseria y ganas de matarlo.
Verás, es que es más difícil a días. Los ojos de Steve no brillan igual cuando se trata de ella.
Una solución. Ahora, presta atención.
La guerra civil primero.
La muerte de Steve después.
Alivio precipitado entonces.
¿Lo han descubierto? Sí, acá han sido Nat y la envidia.
Palabras: 500.
