Disclaimer: Los personajes pertenecen a Twilight de Stephanie Meyer, mi historia es totalmente ficticia.
Este OS ha sido incentivado por mi grupos, Metáforas para la Fantasía. Me ha encantado participar en esta actividad y ver como otras autoras lo hacen, uniéndonos para un mismo fin. Además, ha sido un honor incluir a Diana De Chiba, que fue nuestra ganadora del Adivina del mes de septiembre. Leanlo y verán su final, muchas gracias.
Capítulo beteado por Yanina Barboza, Beta de Élite Fanfiction (www facebook com/ groups/ elite . fanfiction) la cual adoro por cierto.
Now You See Me.
Acérquense. Más. Porque cuanto más crean que ven, más fácil será el engaño. Porque ¿qué es ver? Uno mira, pero lo que realmente hace es filtrar, interpretar, buscar significado. ¿Mi trabajo? Atraer el más preciado de los regalos que me hacen: su atención. Y utilizarla en su contra.
Capítulo 1
Saint Alice, Louisiana 2006.
—¿McCarty?
—¿Sí, Sheriff?
—Hay gente en el viejo caserón, quiero que investigues quiénes son y cómo lo consiguieron.
El alguacil McCarty miró a su jefe, sabía que cuando se enterara de que había gente nueva en el pueblo lo mandaría a investigar.
—Ya lo hice, Edward. —El sheriff Cullen se dio la vuelta y lo miró fijamente por varios segundos entrecerrando los ojos—. Perdón, Sheriff —se disculpó por llamarlo por su nombre en el trabajo—, ya he investigado un poco, solo es una mujer: Isabella Marie Swan, veintiséis años, de Forks, Washington. Graduada en Historia del Arte pero no ejerce, vive de las rentas de una herencia, la casona la heredó de su padre, quien la compró hace ocho años. Soltera, sin hijos ni novio, estudió en Yale y luego de terminar sus estudios, hace tres años, volvió a Washington, ese mismo año su padre murió y ella ha vivido itinerante, hasta que le entregaron su patrimonio hace unos meses, cuando cumplió años, y decidió trasladarse aquí.
Edward lo miró asombrado, no esperaba que Emmett tuviera tanta información en tan poco tiempo.
—¿Quiénes eran sus padres?
—Charles y Renée Swan, antes Renée Dwyer, ambos muertos: el hombre hace tres años por una enfermedad degenerativa y la mujer hace seis en un accidente de tráfico; por cierto, la mujer era de Louisiana. —Ante esto el sheriff Cullen se tensó y lo apremió a que continuara—. Solo pone que nació en Lafayette.
—Voy hacerle una visita a nuestra querida nueva vecina —dijo con una mueca siniestra en el rostro, sus ojos brillaban llenos de furia.
—No creo que eso sea conveniente, Edward. Además la mujer no está en la casa, por lo que sé llega en un par de semanas, ahora solo están los operarios que la están poniendo a punto, estaba casi en ruinas, y deben ser muy buenos para conseguir que sea habitable tan solo en unas semanas. Por cierto, los investigué a todos, nada relevante, y no son de este pueblo, sabes que nadie de este pueblo va o iría a esa casona.
El sheriff Cullen volvió a sentarse viendo salir al alguacil McCarty de su oficina.
Odiaba todo lo que tenía que ver con ese viejo caserón, era una casa antigua, que en otra época estaba en pleno esplendor, una mansión grande estilo colonial francés, aunque Louisiana contaba con una gran cantidad de caserones con ese estilo, éste en especial era la envidia de cualquier otro, sus grandes porches delantero y trasero, los pórticos, las azoteas inmensas, en fin, ese caserón era el sueño de cualquier familia.
Y por supuesto, desde que fue abandonado —hacía ya veinte años— nadie lo había vuelto a habitar, se decía que estaba embrujado y las personas de Saint Alice evitaban estar en él.
El sheriff Cullen se pasó el dorso de la mano por la frente para secar un poco el sudor, era un día especialmente caluroso y húmedo, combinado con el puñetero estrés que tenía porque su actual amante deseaba pasar a una relación más seria, se estaba volviendo loco. Esa mujer lo estaba desesperando, la quería, claro que la quería, era su relación más estable en veinte años, llevaba con ella casi tres años, pero no estaba enamorado ni dispuesto a tener una relación formal, no después de todo lo que le había pasado en estos años. Ya todos en el pueblo sabían de su relación, es más, hasta decían que era su novia, cosa que él nunca contradijo por no hacerla sentir mal, pero, joder, él no quería más problemas en su vida, más mierda, y ahora esto... alguien venía a esa casa del demonio, no tardaría en correrse la voz por el pueblo, si es que ya no lo sabían, y empezarían con sus supersticiones.
Tomó un respiro. «Que mierda», pensó, su cabeza iba a reventar, con lo bien que se había levantado hoy, durmió como un bebé después de pasar la noche anterior a hacer una visita a Diana.
Cuando llegó a casa de la mujer, ésta le tenía la cena preparada, luego vieron una película y por último la folló en su cuarto antes de ir a su casa, era una rutina, casi todas las noche que no tenían guardia hacían eso, y a sus treinta y seis años era lo más parecido a una estabilidad. Ella era tierna con él y siempre dispuesta, aceptó hasta cuando una vez, pasado de copas, la gritó, ató a la cama y la azotó durante tiempo indefinido, estaba cabreado, ella sabía que no podía hablar ni de los Cullen ni de sus anteriores amantes y aun así insistió hasta que él reventó, joder, él solo quería echar un polvo, no que lo psicoanalizaran.
Fue algo terrible para ambos, pero en él creció aún más la duda, por eso había dejado de tomar bebidas alcohólicas, ya que nunca recordaba los hechos de las noches que bebía, sin embargo muchas veces necesitaba evadirse y tomarse una copa o dos.
Al día siguiente despertó sentado en el suelo a un lado de la cama, con la cabeza embotada, algo mareado, solo con un recuerdo lejano de la noche anterior, pero recordó perfectamente cómo Diana le pedía que parase, miró hacia los lados y ahí estaba ella... Diana De Chiba, una mujer joven, treinta años, guapísima, cabello negro largo hasta los hombros, ojos marrones como el café, piel tostada exótica, se conocían desde siempre al haberse criado en un pueblo tan pequeño como Saint Alice; estaba en la cama desnuda de cintura para abajo, atada aún al cabecero con su cinturón, tenía su trasero al rojo vivo y no, no era por una noche de pasión con BDSM, no, esto lo había hecho por ira, tenía las marcas de sus manos en su culo y piernas, que ya se tornaban moradas, y arañazos que seguro fueron provocados por su anillo, en estos había una fina línea roja de sangre seca, sus muñecas estaban en carne viva, demostrando que puso resistencia e intentó liberarse. ¡Joder!, que le había hecho a esta pobre mujer, levantó un poco el cabello que cubría su cara y podía ver perfectamente el recorrido que hicieron las lágrimas, manchas negras de rímel cubrían su rostro, seguro se había dormido del cansancio, agotada y asustada, eran las dos de la tarde y aún seguía dormida. Se estiró un poco para liberar sus manos de las ataduras del cinturón, en ese momento ella abrió los ojos y huyó de su toque aterrada, era normal, se comportó como un salvaje, era un maltratador. A partir de ese día, hacía ya año y medio, se prometió no volver a beber y lo cumplió hasta el momento, aunque ahora le apetecía como el infierno un vodka, también se prometió no volver a tocar a una mujer para dañarla. A pesar de lo que le hizo, tiempo después ella lo perdonó y volvieron a su rutina.
La quería, claro que la quería, pero no se casaría con ella ni con nadie, no estaba preparado, y sus ataques de ausencias lo complicaban todo aún más, tenía miedo de dañarla, además los Cullen estaban malditos y él más.
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Cuando Isabella por fin entró en su nueva residencia tres semanas después, se sintió aliviada, todo estaba perfecto, habían hecho un excelente trabajo, la habían reconstruido casi por completo pero sin cambiar nada de la distribución y decoración original. Le costó una gran suma de dinero para que la dejaran con ese encanto sureño, había recopilado por fotografías antiguas cómo era la propiedad en el pasado y la habían dejado idéntica. Si obviaba el teléfono que estaba en una de las mesas, podía transportarse a los años 1800, y ver desde la cocina el jardín; si cerraba los ojos podía jurar percibir el olor a la dulce caña de azúcar de las plantaciones de esa época.
Era maravilloso, se respiraba paz. La casa era demasiado grande para ella sola, pero amaba ese lugar, era herencia de su padre, lo único que le dejó con un valor sentimental, las demás posesiones eran económicas, mas este caserón y su encanto no lo eran, su padre amaba esta propiedad desde que llegó a sus manos y ella lo hacía de igual modo, no recordaba mucho por qué, sin embargo sabía que esta casa era importante.
Después de acomodar sus pertenencias en la habitación principal se dirigió a la cocina a preparar algo de comer, no había absolutamente nada, decidió ir a comprar para rellenar la despensa. En el momento que salió por la puerta se asombró de ver un coche patrulla en la entrada del camino a la casona, pensó por un momento que tal vez había ido a presentarse o algo por el estilo, no había más casas en un kilómetro, así que solo estaría ahí por los dueños de la casona, no sabía cómo hacían las cosas en lugares tan pequeños como este.
Emprendió camino a su camioneta y paró justo enfrente de la patrulla, esperaba que el hombre saliera del coche y la saludara, pero esto no sucedió, el oficial se la quedó mirando fijamente, y con una expresión dura en el rostro. Era un hombre por lo menos en la treintena, atractivo, rasgos duros pero sensuales, y sus ojos eran verde azulado, como el mar caribe; sin embargo eso no impedía que se diera cuenta del desprecio con el que la miraba, se le enchinó la piel al ver como apretaba el volante, como deteniéndose a sí mismo para no atacar.
Isabella aceleró el coche para salir del camino de su casa y alejarse de ese hombre tan siniestro, dio gracias a que tenía sus gafas de sol y de este modo él no pudo notar el miedo en sus ojos, no entendía cómo un hombre con una sola mirada le podía producir tanto temor, se suponía que un agente de la ley debería infundirle confianza, pero este hombre le produjo angustia, no deseaba tenerlo cerca. Miró por el espejo retrovisor y comprobó que la patrulla seguía en el mismo lugar, respiró un par de veces para calmarse y siguió su camino, se estaba comportando como una estúpida miedosa.
Una hora después ya ni recordaba esa sensación, lo que sí recordaba era el color de esos ojos, vaya y ella con esa maldita tara cuando había personas con unos ojos tan bonitos, estaba tranquila hasta que llegó a la carretera que conducía a su casa para encontrarse con que la patrulla seguía ahí, el hombre no se había movido.
Esto ya no le gustaba, ¿qué coño quería? Siguió a su casa, sacó todas las bolsas del maletero para llevarlas dentro en tiempo récord, todo eso bajo la atenta mirada del agente, entró a la casona y estuvo mirando por la ventana, esperando a ver qué hacía el hombre, tenía el teléfono en la mano para llamar y pedir ayuda, ¿pero a quién? No conocía a nadie aquí y la fuerza del orden era quien la asustaba, decidió que si en una hora ese hombre seguía ahí llamaría a la policía del pueblo vecino, sabía que no tenían jurisdicción; aunque si les explicaba bien la situación tal vez le echarían una mano.
Había pasado casi una hora mirando a través de las cortinas, justo estaba marcando el número de la policía cuando el auto arrancó y ese hombre se fue, en ese instante respiró tranquila. ¿Qué le pasaba a ese hombre?
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El Sheriff sabía que lo que hizo estuvo mal, pero necesitaba ver a la dueña del caserón. Joder, en cuanto la vio supo que no era ella, aunque eso ya lo sabía, era muy joven para ser esa mujer, aun así no resistió el deseo inmenso de ver quién era. Una chica menuda con un cabello castaño en ondas con las puntas en tirabuzones de color rosa pálido que le llegaba más abajo de la cintura, su piel era blanca como el alabastro, no muy alta, al menos un metro sesenta y ocho, muy delgada pero con caderas anchas, iba vestida con unos vaqueros negros, una camiseta interior de tirantes blanca y encima una camisa de leñador roja al igual que sus Converse, no parecía que tuviese más de diecisiete o dieciocho años, aunque por su investigación él sabía la edad de la mujer, llevaba una gafas de sol que le cubrían casi todo el rostro y los ojos, sin embargo se podía notar que era bonita.
Se echó hacia atrás en la silla, frotando sus ojos con las palmas de las manos; escuchó un golpe en la puerta y se disponía a mandar a Emmett de paseo cuando una cabeza de cabello negro se dejó ver con una gran sonrisa.
—Perdón, Sheriff, pero necesito hablar con usted —dijo la mujer guardando las formas.
—Pase, señorita De Chiba. ¿En qué puedo ayudarla? —contestó formal pero con una sonrisa en los labios.
La mujer entró cerrando la puerta con seguro, cuando se iba a sentar en una de las sillas frente al escritorio, Edward le hizo un gesto con la mano para que se acercara a su lado.
—Perdón, cielo, no quería molestarte en el trabajo —hablaba mientras se le acercaba, cuando estuvo a corta distancia Edward estiró la mano y la sentó en su regazo, ganándose una ancha sonrisa de su amante—, pero me pillaba de camino y tenía que decirte que no podemos cenar juntos hoy, me cambiaron. —La mujer calló al instante al ver que su hombre metía la mano debajo de su blusa y acariciaba sus senos, se le escapó un gemido lastimero cuando bajó la copa del sujetador y acarició un pezón con el pulgar.
—Continúa —ordenó él con la voz ronca.
—Que... Que... ¡Joder, Edward! —chilló cuando éste le pellizcó con más fuerza, sin embargo se obligó a continuar—: Me cambiaron el turno, cielo, trabajaré toda la noche, no podré estar contigo —dijo todo de un tirón cuando sintió su camisa ser levantada por el Sheriff, el cual bajó la cabeza y se llevó el pezón moreno a la boca.
—No importa, podemos hacer lo que haríamos esta noche justo ahora —habló con su boca a milímetros del pecho de la mujer.
Diana estaba perdida en las sensaciones que le provocaba su hombre, aun así recobró la compostura al darse cuenta de dónde estaba y que en quince minutos empezaba su turno en el hospital, era la enfermera jefe y debía dar el ejemplo, así que empujando su cuerpo del agarre del hombre le dijo que se tenía que ir. Edward estaba frustrado, no solo sexualmente sino también a nivel psicológico, aun así la dejó ir, debía guardar las formas y si pasaba demasiado tiempo en su oficina empezarían los rumores, que por otra parte ya existían varios.
Cuando iba a la mitad del camino a su casa se arrepintió y decidió pasar por el caserón, esa jodida propiedad era su ruina, lo llamaba e incitaba a ir hacia ella, lo hacía a menudo pero desde que se enteró de que fue vendida su ansia se había incrementado.
Isabella se quedó dormida casi al instante de meterse en la cama, estaba agotada, lo primero que soñó fueron unos ojos verdes que la miraban con ira, después escuchó pasos en la casa, entre la bruma del sueño no sabía si estaba soñando o si era verdad lo que percibía, escuchaba llantos de muchas personas, romperse espejos y como tiraban cosas en la planta baja; despertó tremendamente asustada, tomó un par de respiraciones y no escuchó nada, solo a sí misma con el aliento jadeante.
Esperó un rato y al final se volvió a quedar dormida, esta vez soñó con una niña y sangre, mucha sangre, no podía huir de esa pesadilla, cuando por fin despertó, se sentó en un impulso y se dio cuenta que ya era de día; se levantó y siguió su rutina normal mirando un rato sus extraños ojos, aunque no era eso lo que en verdad llamaba su atención, sino las enormes marcas púrpura debajo de estos.
Después se duchó y se dispuso a prepararse el desayuno, se detuvo en seco al entrar a la cocina, estaba revuelta como si alguien hubiese sacado todo de los cajones y esparcido por todo el lugar, había muchas cosas rotas y en el refrigerador una nota en letras grandes con lo que parecía pintalabios:
"MUERTE A LA USURPADORA"
Corrió rápido al teléfono y llamó a la policía del condado, aunque ella ya tenía un sospechoso, un oficial de ojos verdes.
Diez minutos después llegó el alguacil McCarty, se dedicó a hacerle preguntas de rutina y sacar fotografías, pero fue hasta que preguntó si conocía a alguien que le quisiera hacer daño cuando por fin pudo hablar de sus sospechas.
—No tengo enemigos si es lo que me está preguntado, apenas me mudé hace un día, así que no creo haber tenido el tiempo suficiente como para cabrear a alguien del pueblo, pero... —Se calló y tomó una respiración bajo la atenta mirada del oficial—, ayer un hombre estuvo merodeando la casa, estuvo aparcado en la entrada del camino durante una hora, tal vez más. —La chica no dejaba de sobarse las manos, claro signo de su nerviosismo.
—¿Y por qué no llamó a la policía?
Bella lo miró a los ojos por primera vez desde que él había llegado, McCarty al mirarla a los ojos soltó el aire y se quedó medio hipnotizado con la mirada de la chica.
—Es que si se lo digo seguro no me va a creer. —Aunque el oficial seguía callado mirando sus ojos, fue cuando ella bajó de nuevo la miraba que él salió de su trance. «Los ojos de esta mujer podrían descolocar a cualquiera y seducir a quien quisiera», pensó el alguacil y la invitó a continuar—. Era uno de los suyos, un policía, como de treinta y sus ojos eran verdes, no sé cómo era de alto porque nunca salió de la patrulla, era fuerte, o sea, sus hombros eran anchos y poco más sé, lo siento.
El cuerpo del oficial McCarty se tensó, joder, el Sheriff se podía meter en problemas por esto, sin embargo estaba seguro que Edward no haría algo así, ¿o sí? La verdad era que con lo que inmiscuía su pasado, su familia y esta casa, era un hombre impredecible.
—No se preocupe, Srta. Swan, seguro no fue nada —intentó distraer a la chica para que no siguiera por ese rumbo de ideas. Le aconsejó que llamara a su seguro para que le repusieran lo perdido, además de a la empresa que le instaló la alarma porque algo no estaba bien si no se activó la noche anterior.
Cuando Emmett salía de casa de la mujer, se encontró a su jefe apoyado en su coche; desde atrás suyo la castaña lo vio y salió hacia él hecha una furia.
—Es él, era quien estuvo merodeando por aquí ayer. —El cobrizo hizo un gesto de desprecio a sus palabras, cosa que la enfureció más, dándose la vuelta para mirar a Emmett a la cara le dijo—: No me extrañaría que hubiese sido él quien destrozó mi cocina.
—Eso está fuera de lugar, Srta. Swan. Él es el Sheriff del condado, nunca haría algo así, estamos para proteger y servir.
Isabella iba a hablar de nuevo, cuando ese hombre —el Sheriff— habló, le preguntó al alguacil qué había sucedido y se internaron en una charla sobre su trabajo y los hechos, ignorando completamente a la mujer. Cuando por fin se dignó a dirigirle la palabra, fue cortante, incluso borde y mal educado, ya que ni siquiera se presentó o preguntó cómo estaba.
—La espero en una hora en mi oficina. —Era una orden no una petición, se subió en el coche y se fue dejándola con la palabra en la boca, McCarty fue más comedido y pidió disculpas por la actitud de su superior.
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Edward estaba que hervía, ese tipo de cosas no pasaban en su pueblo, y era inaceptable. Lo malo de esto era que no recordaba lo que hizo la noche anterior, después de pasar por el caserón y estar un rato aparcado decidió ir a Amanecer, ahí se bebió un par de vodkas, el local le pertenecía, lo heredó de Aro Vulturi, aunque él se lo tenía alquilado a una pareja de Irlandeses, Siobhan y Liam; lo último que recordaba era pedir a Liam otra copa, no sabe ni cómo llegó a su casa. Ahora tenía a esta chica sentada frente a él con sus enormes gafas de sol, se le notaba asustada. Dios no permita y haya sido él quien allanó su casa.
Hermosa, una hermosa niñita, no podía dejar de observar cómo se restregaba las manos impaciente o tal vez nerviosa, después de un largo silencio por fin habló:
—Dígame, Srta. Swan, ¿está usted bien? ¿Vio algo? ¿Escuchó algo? —Isabella negó con la cabeza—. ¿Podría hacerme el favor de quitarse los lentes?
—No —contestó rotunda.
A Edward no le gustó que le llevara la contraria y apretó el bolígrafo Bic que tenía en la mano hasta que el plástico se rompió haciendo un chasquido. Isabella lo miró con miedo y se quitó las gafas de inmediato, pero no levantó la mirada de su regazo, el Sheriff se obligó a calmarse.
—Señorita Swan, ¿cómo consiguió la casona?
Isabella arrugó el entrecejo, ¿que tenía que ver eso con lo que sucedió la noche anterior?
—La heredé de mi padre.
—¿Y su padre cómo la adquirió?
—No lo sé, era suya. Perdón, ¿pero qué tiene que ver eso con mi visitante nocturno? —contestó con sarcasmo.
—¿Cómo la adquirió él? Esa casa no se puede vender, es patrimonio arquitectónico y cultural, solo puede pasar por herencia, si la casona fue vendida, necesito saber quién se la vendió porque está cometiendo un delito, esa casa no puede pertenecer a nadie que no sea familiar directo por consanguinidad del hombre que la construyó —le informó, en su tono de voz se notaba que ese tema le molestaba y mucho, sería acertado decir que lo enfurecía.
—Ese patrimonio cultural y arquitectónico se estaba cayendo a pedazos mucho antes de llegar a mis manos y nadie más que yo lo restauró, claro está, respetando el legado de los primeros propietarios. Así que si hay algún problema con las personas que puedan pensar que se merecen la casona más que yo, están muy equivocados.
—Señorita Swan, por favor, conteste la pregunta, no se vaya por las ramas —habló condescendiente.
Isabella se enfureció por el tono, se levantó y se disponía a abandonar la oficina cuando lo sintió justo detrás de ella, agarrando su brazo de forma brusca, se giró a encararlo mirándolo fijamente a los ojos. Cuando lo vio tan cerca su respiración fue casi imperceptible.
—Mire, Sheriff, la casa era de mi padre, yo la heredé de él, es mía, me corresponde por derecho, él quería que yo la tuviera.
Edward estaba perdido en lo más profundo de sus ojos, eran extraños, pero a la vez hermosos, inconscientemente levantó la mano para tocar lo más próximo a ellos, rozando sus pómulos, Isabella se retiró de su toque como si quemara.
—Lo siento, de verdad lo siento, no quería tocarla, pero sus ojos... —Respiró profundo intentando volver en sí mismo, por el contrario no podía separar sus ojos de los de la castaña.
—Se llama heterocromía —susurró la chica.
Sus ojos eran diferentes, el derecho de un color verde intenso con un anillo interno de color miel, y el izquierdo era miel con un anillo interno de color dorado, extraños, pero hermosos, la castaña parpadeó y se rompió el encanto. Edward se echó hacia atrás y sacudió la cabeza como tratando de aclarar sus ideas, cuando por fin se sintió él mismo de nuevo, la miró y habló:
—No, Srta. Swan, esa casa no le corresponde por derecho, esa casa ha pertenecido desde que se construyó a los Cullen.
—¿Cullen? ¿Como usted, sheriff Cullen? Ya veo, entonces no estaba desencaminada en mi idea de que usted es el responsable de lo que sucedió anoche. ¿Qué quiere? ¿Que me vaya y le deje el camino libre para adueñarse de lo que es mío? —contestó con ira.
—¿Suyo? —Se rio a carcajadas—. Nada de eso es suyo, pudo haberla comprado su padre, pero no tiene ni idea de lo que es en realidad, no me haga reír por favor. ¿Sabe una cosa?, quédesela, puede quedársela, yo no la quiero, solo quiero saber quién se la vendió, punto —escupió con odio.
—No lo sé, ahora si me disculpa tengo cosas que hacer. —Cuando intentó salir, al agarrar la manija de la puerta y tirar, sintió como ésta se escapaba de sus manos y se cerraba con un golpe seco.
—Aún no acabamos, pero está bien, lo dejaremos para otro momento, solo no olvide una cosa: tarde o temprano me voy a enterar, algo ocultan usted y su padre, sino, no se explica que la venta se hiciera cerrada y no se pueda ver los documentos que acreditan al vendedor, y su negativa a contestar me lo confirma.
La morena decidida a no darle el gusto de decir la última palabra contestó:
—Masen Manoir es mío, la herencia de mis padres y es lo único que importa.
Isabella sacó rápidamente su brazo del agarre del hombre y salió de la oficina hasta el aparcamiento lo más rápido que le dieron sus pies, ese hombre la aterraba. «Joder, la había investigado, sino cómo sabría lo del cambio de escrituras secreto». Sin embargo no pensaba darle el gusto de hacerla sentir desvalida, aunque por dentro estuviera asustada.
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Los días en el pueblo eran tediosos, se repetían, nunca sucedía nada destacable a no ser por la llegada de la castaña. Todos querían saber de ella, conocerla, se la veía una chica amable, educada y dulce, además de muy guapa, y sus ojos tenían hechizado a más de uno; aunque nadie se atrevía a ir hasta Masen Manoir, los lugareños eran supersticiosos, más en esa zona del país donde había mucha cultura africana con creencias en el vudú.
Isabella estaba harta de que la miraran extraño cuando debía desplazarse al pueblo por víveres y gestiones, una chica morena de unos diecisiete años fue la única que se atrevió a hablarle, podía decir que se hicieron amigas, sin embargo el día que la invitó a su casa a tomar un té helado la chiquilla declinó la propuesta, así que su amistad quedó reducida a encuentros aleatorios cuando viajaba al pueblo. La chica era cajera en el supermercado, gracias a ella estaba informada de todo lo que sucedía en el lugar, no era chismosa, más bien comunicativa, además parecía no tener ningún amigo por su carácter dicharachero, se llamaba Alice Brandon en honor al pueblo y su santa patrona.
Ésta le explicó que la casona estaba maldita la gente que había vivido ahí siempre terminaba muerta de manera violenta, pero no dijo más, dejando a la castaña con la duda, le contó que si quedaban un día le contaría la historia, su madre la vivió de primera mano al ser prima lejana de los propietarios anteriores.
Isabella sabía que debía contenerse y no preguntar, sin embargo un día —casi dos meses después de su encuentro con el Sheriff en su oficina— este tema salió a colación mientras la chica le cobraba.
—Anoche vino Diana a casa para hablar con mamá, ¿sabes?, ellas son muy amigas, estaba disgustada porque discutió con el sheriff Cullen, no quiere que la deje y eso.
—Alice. —La chica levantó la cabeza de lo que estaba haciendo y la miró a los ojos dedicándole una sonrisa, en alguna ocasión le dijo lo mucho que le gustaban sus ojos que la hacían única y lo mucho que la envidiaba.
—Dime, Bella. —Esa era otra cosa, un día le dijo que Bella era el diminutivo bonito de Isabella, que lo había leído en un libro de vampiros, porque Isa era muy típico, desde ese día empezó a llamarla de ese modo, así hasta que la dueña del súper lo escuchó y tomó nota, cosa que ocasionó que otras personas en el pueblo la llamaran igual, al principio se le hizo extraño pero se había acostumbrado rápidamente.
—¿Qué sabes de él? Parece tan lleno de furia siempre.
La morena sonrió
—Espérame cinco minutos, le voy a informar a mi jefa que me tomo mi descanso para fumar.
—¿Fumas?
—No, pero eso nadie tiene que saberlo, puedo coger quince minutos dos veces al día para descansar o dividirlo como desee, esa media hora al día es mía —contestó guiñándole un ojo—. Espérame atrás del súper, suele estar solo y hay un árbol donde podemos hablar.
Minutos después estaban sentadas bajo el árbol, cada una con una Coca-Cola en la mano y un paquete de patatas fritas para ambas, Alice sacó un cigarrillo electrónico, parecía muy real si no te fijadas con detenimiento, lo puso en su mano e hizo como si fumara de verdad.
—A ver, mi querida Bella, ¿qué quieres saber?
Isabella sonrió, pero luego un leve sonrojo llegó a su rostro, ese hombre la tenía encandilada, soñaba con él; es más, lo sentía. En su casa siguió habiendo incursiones nocturnas, al principio pensaba que estaba loca, encontraba cosas que dejó en un lugar en otro sitio, escuchaba ruidos extraños, al principio sintió miedo, pero al ver que no llegaba a más se calmó. Además estaba convencida que era él, todas las noches la visitaba, al principio era poco notorio, nada que ver con lo de la primera noche, después se hizo sentir, escuchaba sus pasos, ruidos, cosas esparcidas, cosas que antes no estaban, como fotografías. No sabía cómo describirlo, él estaba ahí con ella, siempre lo sentía. Habría las ventanas siempre, en un par de ocasiones se asustó por completo al escuchar como cerraba las puertas de la casa a golpes y azotaba las cosas, pero nunca la atacó directamente, solo estaba ahí. Pensó en volver a llamar a la policía, pero qué cuenta tenía, él era la policía, además era jodidamente bueno, ya que su alarma nunca saltaba.
—Todo, quiero saberlo todo, él es... enigmático, sí, esa es la palabra.
—Bueno, siempre ha tenido ese carácter de mierda, al menos desde que yo recuerdo, evita a la gente, es educado y eso en su trabajo, sin embargo cuando termina de trabajar parece otro, no habla con nadie y eso. Yo la verdad no sé cómo Diana lo soporta.
—Es muy atractivo.
—Lo sabía, te gusta, ya te tiene atrapada en su red —contestó con un deje de rabia—, pues, amiga mía, olvídalo, ese hombre no es para ti y no porque esté en una relación, que también.
—¿Por qué dices eso? Además no me interesa en ese sentido, sino como persona, ¿sabes?
—Sí, lo que tú digas —dijo cortante la chiquilla, como si tuviera celos.
—¿Te gusta, Alice?
La muchacha se rio, sin embargo era una risa triste.
—Digamos, Bella, que el sheriff Cullen está muy bueno, sí, lo puedo reconocer, es el hombre más atractivo de por aquí, sin embargo si me dan a escoger entre él y digamos... —dudó un momento— tal vez tú, ciertamente mi balanza se inclinaría hacia ti, eres más mi estilo, ¿me entiendes? —preguntó con sus ojos brillantes como en una súplica muda.
—Oh, Alice, no lo sabía, vamos, ni lo sospechaba, ¿qué puedo hacer?
—Nada, no vas a hacer nada y espero que sigas siendo mi amiga, ya soy lo suficientemente marginada por esto.
Isabella se acercó a su amiga y la abrazó.
—No va a cambiar nada entre nosotras —prometió—. Solo te digo que si no me gustasen los hombres, tú serías mi primera opción —dijo empujando el hombro de la otra chica—, y si algún día cambio de parecer te avisaré. —Sonrió coqueta, guiñándole un ojo, dejando a la chiquilla casi sin respiración—. Ahora continúa con lo del Sheriff, y no, no me gusta.
Alice la miró, no la engañaba, ese interés y esa forma de mirarlo decían más que sus palabras, así que decidió decirle la verdad, la quería mucho y no deseaba que le sucediera nada malo.
—Mira, él es peligroso, cuando bebe se pone muy mal y no tiene medida, además no quiere tener a nadie en su vida, yo escuché cuando Diana se lo decía a mamá, él es feliz solo, y las mujeres que están a su lado no terminan bien. —Se calló no sabiendo si continuar o no, miró a Bella preocupada, sin embargo pasados unos minutos y al ver que la castaña la apremiaba con la mirada a continuar así lo hizo—: Lo llaman el final de las amantes.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Él es su final, Bella, todas las mujeres con las que ha tenido una relación han terminado muertas. Hace como cinco años lo destituyeron del cargo y lo estuvo investigando el FBI, ¿sabes?, eso son palabras mayores. La mujer con la que salía, su abogada, fue hallada muerta degollada. —La chica se estremeció y la castaña no pudo evitar hacer lo mismo—. Los que investigaron su asesinato se dieron cuenta que las tres mujeres anteriores con quienes tuvo una relación sentimental murieron de igual manera a las pocas semanas de terminar su relación.
—Dios mío, Alice, eso es horrible, y ¿por qué sigue libre?
—No se encontraron suficientes pruebas, después dijeron que era alguien que lo odiaba y quería vengarse de él, muchos lo creyeron, pero yo aún tengo mis dudas. Él a veces da miedo cuando te mira tan fijamente. —La chica se volvió a estremecer.
—¿Y esa mujer, Diana, por qué sigue con él?
—Lo ama, él no quería tener nada con nadie al parecer, pero ella poco a poco lo fue ganando, y mira pues, ya llevan tiempo y sigue viva, lo malo es si terminan, digo yo.
—No sé qué pensar, Alice.
—Él no es bueno, Bella, aléjate de él.
—Es lo que hago.
El tiempo de fumar de Alice no dio para mucho más, sin embargo Bella necesitaba saber más de él, de su vida, era impulsada como polilla a la luz, debía mantenerse alejada, no obstante su deseo de aventura, de tener al chico malo era más fuerte. No tenía claro en qué momento su mente empezó a verlo como el objeto de su deseo, solo sabía que lo deseaba, él era un hombre muy atractivo, su cuerpo atlético, sus hermosos ojos, y ese cabello de rebelde la fascinaba, sin contar esa dualidad entre el bien y el mal que la tentaba. «Oh vamos, ¿a quién no le gusta el chico malo?», pensó la castaña. Ciertamente son por los cuales las chicas mojan sus bragas e Isabella no era la excepción a la regla, él mostraba ser un hombre de ley, bueno ante todos, recto, pero algunos habían visto en su mirada la rebeldía, la oscuridad, entre esos se contaba Alice, no obstante la chica le temía.
Isabella no se iba a mentir a sí misma, ella en ocasiones también le tuvo miedo, aunque no lo suficiente como para no alimentar sus fantasías con la imagen de él y su siniestra mirada.
Justo cuando se acercaba a su coche, se encontró de frente con una mujer mayor, al menos unos sesenta y muchos años, afroamericana, con el pelo blanco, que la miró de frente, analizándola de arriba abajo. La mujer en sí daba miedo, llevaba colgantes extraños, y sus ropas eran como una túnica, en su mano derecha tenía todos sus dedos llenos de anillos de plata, un habano del cual le echó el humo en la cara a la castaña, haciéndola toser fuertemente, cuando terminó de toser la miró a la cara y la mujer habló:
—Oh, carita de ángel, tú a mí no me engañas, traes el mal en tus venas, se respira a tu alrededor, lo veo en ti.
Isabella retrocedió tres pasos chocando contra algo, volvió su rostro y ahí estaba él, con su ceño fruncido como siempre.
—Sibila, deja a la señorita Swan en paz, la estás asustando —dijo sosteniendo a la chica contra su pecho, parecía que le daba una orden, pero en su tono se dejaba ver algo de comedia.
—Yo no le estoy haciendo nada, señorito Cullen, solo digo lo que veo y esta niña es una loba con piel de cordero.
—No sé de lo que habla, señora —contestó Bella, empezando a enfadarse con la mujer que se atrevía a hablar de ella sin conocerla.
La mujer pasó de largo por su lado y se acercó al Sheriff con una sonrisa en los labios.
—Mi señorito, pero qué guapo está —dijo tocando su rostro, la vieja bruja le acarició el rostro con cariño, lo conocía desde niño y sabía todo de él, ya que cuando sus padres eran jóvenes trabajaron para su familia antes de Carlisle mudarse ahí, al igual que ella, que trabajó para sus padres—. No te acerques a esa casa, tú sabes, mi niño, que esa casa está maldita y no hay espíritu bueno ahí, los buenos ya se fueron. —Miró a Bella de nuevo con suspicacia—. Y aléjate de ella si no quieres sufrir, solo te traerá dolor a tu vida, no tuerzas tu camino. —Edward le iba responder, pero ella lo calló solo con su mirada oscura—. Te conozco, señorito, no te dejes embrujar. —Diciendo eso la mujer se marchó.
—¿A qué vino eso? —preguntó Bella con rabia.
—No se preocupe, Srta. Swan...
—Isabella o Bella, así me dicen todos aquí —lo cortó la castaña.
—No puedo hacer eso, estaría mal visto en mi trabajo. —Su mirada no abandonaba la de ella.
Era vigorizante, cada vez que él la miraba de esa manera su cuerpo chispeaba, para el Sheriff no era nada diferente, en el momento en que sus ojos hacían contacto era como si estuviese imantado y necesitara ver sus ojos por más tiempo. Sin darse cuenta y gracias a ese magnetismo que tenían, se habían acercado hasta que sus cuerpos se rozaron, Bella jadeó por el roce y Edward cerró los ojos disfrutando del momento, pero justo al cerrar los ojos la cordura volvió a ambos que se alejaron como si nada hubiese pasado, a él volvió la mirada oscura y Bella pensó que esa vieja bruja estaba equivocada, si alguien debía tener cuidado era ella.
—No diga tonterías, Sheriff, a todos los llama por su nombre. —Se dio la vuelta y lo dejó con la palabra en la boca.
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Esa noche su visitante nocturno volvió, pero no fue bueno como las noches anteriores, se escuchaba cómo azotaban las puertas y se rompían cosas en la planta de abajo. Bella se levantó corriendo, cerró la puerta de su habitación con llave y tomó su teléfono móvil para llamar a la policía, esto ya pasaba de castaño a oscuro, el Sheriff se iba a joder, lo pensaba denunciar.
Cinco minutos después escuchó las sirenas y los golpes pararon. Poco después de Bella despertar, se asomó a la ventana y para su asombro, era el sheriff Cullen y junto con él, en otra patrulla, el alguacil McCarty quienes se bajaron de los coches.
Isabella estaba en shock, no era él, no era él quien irrumpió en su casa en las noches, vio como llegaba otra patrulla y se bajaba el oficial Newton y la oficial Hale.
Se empezó a sentir físicamente enferma al imaginar las posibilidades de quién podría estar acosándola, vio como Hale y McCarty entraban al porche de la casona mientras el sheriff Cullen y Newton la rodeaban.
Bajó corriendo las escaleras justo en el momento en que entraban, resbaló y cayó al suelo haciéndose un corte en la mano con cristales rotos del espejo del recibidor y otro en la frente al golpear con una punta de la pequeña mesa de éste.
Rosalie Hale la ayudó a levantarse, todo estaba por el suelo: jarrones y espejos rotos, muebles tirados por toda la estancia, como si hubiese habido una guerra en el lugar.
Minutos más tarde, mientras estaba sentada en la cocina contestando las preguntas de la agente Hale, entraron Emmett y Mike.
—¿Sabe quién pudo hacer esto? —preguntó la rubia mientras anotaba cosas en su libreta.
Bella sostenía en cada mano un paño para parar la sangre de las heridas, ya que rehusó llamar una ambulancia.
— No lo sé —contestó con lágrimas en los ojos—, desde que llegué han estado entrando, pero nunca había vuelto a ser como esa noche o como hoy.
—No existe constancia de eso —dijo Hale.
—Sí, la primera vez sí, cuando se mudó. —Esta vez fue McCarty.
—¿Y por qué no avisó a las autoridades de nuevo? —La rubia lo dijo con enfado.
—Pensaba que conocía a quien me acechaba.
—Entonces, ¿por qué dice ahora que no sabe quién es?
Isabella dudó un momento si contar sus sospechas.
—Pensaba que era el sheriff Cullen —contestó bajito.
—Eso es una tontería, él es un oficial de la ley, nunca haría algo así.
—Lo siento, era la única persona con un motivo para echarme de aquí, pero hoy cuando lo vi llegar con ustedes me di cuenta que estaba equivocada. —Emmett recordó que cuando tuvieron el aviso Edward no estaba en la comisaría, sino haciendo una ronda por el sur oriente del pueblo hacía casi una hora, y lo encontró justo fuera de la casa de la castaña, y para llegar desde ahí hasta aquí se tardaba por lo menos dieciocho minutos a toda velocidad—. ¿Dónde está? —preguntó la castaña.
—Fuera vigilando —respondió Mike.
—Lo digo en serio, señorita Swan, no puede ir por ahí acusando a las personas sin motivos ni pruebas —dijo enfadada Rosalie—, él Sheriff nunca entraría a esta casa, ya no solo porque es ilegal, sino también porque no le trae buenos recuerdos.
—Hale —la regañó Emmett.
—Lo siento, Alguacil, pero es verdad.
Viendo la acalorada discusión entre ambos agentes en susurros en una esquina de la cocina y que el oficial Newton estaba dando otro barrido a la casa, la castaña se levantó y salió de ésta, ahí estaba él, parecía desesperado, no estaba quieto en un mismo lugar y su espalda estaba en tensión.
Como si la sintiese detrás suyo se dio la vuelta.
Cuando vio esa mirada vulnerable en la chica no pudo más que ir hacia ella y abrazarla, en cuanto la rodeó con sus brazos la chica lanzó un sollozo.
—Está bien, Bella, está bien, lo vamos a encontrar, te lo prometo. —Cuando la apretó más contra él la escuchó quejarse suavemente, la retiró un poco y la vio a la cara, fue en ese momento que se percató de la herida en su frente que chorreaba sangre, no demasiado pero esta era muy aparatosa, también notó la herida en su mano. «¿En qué coño estaba pensando para no verlo antes?»
La metió en su coche no escuchando sus protestas, no pensaba dejarla así.
—No sabía que estabas herida, ninguno me lo informó. —La chica estaba callada, empezaba a dormirse, pero escuchó un lejano perdóname.
Tomó la radio del coche y les echó un rapapolvo a todos sus subordinados por no haberle informado de las heridas de la chica, también les dijo que la llevaba al hospital y que ya se encargaba él de todo lo que quedaba por hacer. Cuando terminó, desvió la mirada a donde estaba ella, no perdiendo mucho tiempo de vista la carretera, la chica lo fascinaba con esos hermosos ojos, y estaba preocupado por el golpe de la cabeza.
—Hey, Bella, no te duermas, abre los ojos —intentó despertarla cuando llegaron a Urgencias—. Señorita Swan, despierta —dijo con voz de mando, pero la chica seguía semiinconsciente—, venga, pequeña, abre esos bonitos ojos para mí.
Pero no consiguió su objetivo, así que se bajó del coche y cargó con ella hasta dentro del hospital.
Cuando Diana vio la escena corrió a ayudarlo, le preocupaba la chica y Edward también, estaba manchado de sangre, cuando él explicó que no era suya respiró más tranquila. Sin embargo notó algo que no le gustó nada, la preocupación de Edward por la chica era desmedida, la miraba como si fuera su sol y la necesitase para continuar, no la dejó ni un momento hasta que lo obligaron a salir para hacerle análisis.
Todo quedó en un susto, los siguientes días todo estuvo más tranquilo, Isabella se hospedó en un hotel hasta que instalaban el nuevo sistema de seguridad, pero en verdad era extraño, ya que la alarma nunca había sido desactivada, así que no sabían cómo entraban en la casa, se decidió por colocar cámaras fuera de ésta, con un ángulo donde se pudiera ver perfectamente las posibles entradas.
El sheriff Cullen se encargó de hacer rondas por los alrededores, ella ya confiaba en él, aunque tuviese ese pasado tan tormentoso.
Isabella comenzó a trabajar en la biblioteca del pueblo, ayudando a la señorita Cope que pronto se jubilaría, se había hecho con todo el pueblo, era respetada y querida.
Un día, en su trabajo, se enteró de la verdad. La señorita Cope era un poco cascarrabias y gruñona, pero le había cogido cariño a la chica, por eso cuando la oyó hablar por el móvil con Alice, contando que había vuelto a escuchar ruidos extraños en la casona, decidió decirle a qué se enfrentaba.
Cuando ya no quedaba nadie en la biblioteca, la mujer invitó a Bella a que se sentara con ella y se tomara un té.
—Mira, niña, sé que pensarás que soy una entrometida, pero te escuché hablando con esa chica del supermercado sobre lo que sucede en tu casa, además quiero prevenirte sobre tu relación con el Sheriff. —La castaña iba a hablar, pero la mujer siguió antes de que pudiera vocalizar una palabra—: Y no te empeñes en negarlo, últimamente siempre están juntos y con esas miradas... soy vieja, no estúpida.
Bella la miró con detenimiento, tenía curiosidad de saber lo que diría la mujer y ésta continuó:
—Esto es muy antiguo, ¿sabes? Las personas que construyeron la casona eran unos ingleses, el dueño, Alistair Masen, tenía veintiocho años cuando se enamoró perdidamente de su prima, hija de la medio hermana de su madre, una francesa llamada Charlotte que tan solo contaba con diecisiete años. En cuanto la miró a los ojos por primera vez no pudo volver a sacarla de su mente, era hermosa, sin embargo la mujer estaba mal de la cabeza, vamos, que estaba loca, lo celaba y hacía escándalos, lo dejaba en ridículo delante de toda la sociedad londinense, eso era una gran humillación en ese entonces.
La mujer paró y dio un trago a su té, Isabella se preguntó qué tenía que ver eso con su acosador, continuó callada escuchando con atención, tal vez no era lo que ella esperaba, pero le intrigaba saber qué pasó.
—Así que decidió trasladarse aquí y cultivar algodón. Mira, niña, te hablo de hace más de trescientos años, no es que lo haya vivido aunque lo parezca por lo vieja que soy, solo que investigué la historia del pueblo y encontré datos sobre Masen Manoir, es la obra arquitectónica más importante de este pueblo y alrededores, así que me interesé en su historia.
»Cuando se trasladaron a América, compraron una casa en Georgia, después de un tiempo todo les empezó a ir mejor, así que Alistair decidió construir una mansión como la que tenía en Inglaterra para ella, lo mejor para su amada esposa, solo que pensó que sería mejor en Louisiana, ya que la caña de azúcar estaba dando mejores ganancias que el algodón. Para cuando se terminó la casona, Charlotte ya esperaba su segundo hijo, y cuando Alistair le regaló la casa se dictaminó en las escrituras, por orden de Charlotte, que ésta no podía ser vendida, no queriendo que una propiedad tan regia y significativa del amor de su marido quedara en manos de cualquier persona, solo quien tuviera línea sanguínea con ellos podría poseer la casona.
»Eran felices, hasta que Charlotte volvió a sus locuras porque Alistair permanecía más tiempo en el campo que en la casa, decidió que una de sus esclavas, Kebi, se ocupara de su mujer, ya que ésta sabía de plantas medicinales y le preparaba un bebedizo para mantenerla calmada, pero al trasladarse la esclava a las habitaciones de empleados de la casona, el capataz tuvo vía libre para estar con la chica, la esposa de éste no tardó en darse cuenta lo que hacía su marido y culpó a la pobre esclava, a quien acusó con Charlotte de ser amante del patrón.
»Día a día iba llenando la cabeza de ésta con mentiras, y como Alistair se reunía a diario con Kebi en su despacho para que le contara cómo fue el día de su mujer y sus hijas, o si tenía algún ataque de ira nuevamente, puesto que la preocupación por su esposa era desmedida y él la amaba intensamente, ayudaba a que la celosa mujer se creyera sus mentiras. Charlotte empezó a vigilarlo y una noche escuchó cómo su esposo le decía a la esclava que nunca se olvidara de darle el bebedizo que le preparaba, debía mantener el engaño que era para volver a concebir, ya que ésta después de que naciera su segunda hija no lograba tener más niños y dar el tan anhelado varón.
»La mujer empezó a hacer cavilaciones sobre envenenamiento y mil cosas más, sumado a los engaños de la mujer del capataz, causó que dejara de beber lo que la esclava preparaba y su estado mental empeoró. Cuando el médico del pueblo le propuso a Alistair delante de ésta comprar a Kebi, ya que su conocimiento en yerbas le sería de gran ayuda, y éste se negó porque solo confiaba en ella para cuidar de su mujer, es más, ya apreciaba a la pequeña chica de quince años de piel negra, su esposa lo mal interpretó todo, asumiendo que no quería deshacerse de su amante.
»En un arranque de ira, Charlotte entró esa noche al despacho para ver qué hacían ahí aparte de confabularse para intentar envenenarla, su esposo aún no había llegado a hablar con la esclava. Mientras Kebi esperaba al amo, para su reunión diaria, la mujer notó que la esclava estaba embarazada, cosa que no había visto antes, pero esta vez sí porque la chica acariciaba su pequeño vientre, fruto de su romance con el capataz, un hombre de veintiséis años, muy apuesto.
»Charlotte al notar el embarazo de la esclava se abalanzó contra ella, cogiendo el abre cartas y enterrándoselo repetidas veces hasta dejar a la muchacha irreconocible. La madre de Kebi, Senna, otra esclava, era una sacerdotisa vudú y los maldijo, maldijo a todos los que habitaran esa propiedad, por ende a todos sus descendientes, no habría felicidad para ninguno hasta que no hubiese ninguna mujer más de su sangre.
»Nadie hizo caso a la bruja, mas poco tiempo después hubo una plaga que contaminó toda la plantación, solo la de los Masen, todos los negocios de Alistair se fueron a pique arruinándolo y Charlotte cada vez más demente, se suicidó lanzándose por la ventana de su cuarto junto con su hija menor, ya que el fantasma de Kebi la atormentaba y pedía pagar por su muerte y la de su bebé con su vida y la de su hija. Alistair murió tres semanas después, cayendo del caballo se partió el cuello, iba borracho, desde que vio a su amada esposa y su pequeña de tres años en el suelo cubiertas de cristales y sangre no dejó de beber.
»La niña mayor, Tanya, de seis años, fue llevaba a Londres de nuevo con su abuelos paternos. Casi sesenta años después volvió un hombre que decía ser hijo de Tanya, James, y se estableció ahí, cinco años bastaron para que él y su familia murieran de la peste, quedando solo su hijo pequeño con vida.
Isabella no sabía qué decir sobre esto, tenía todos los bellos de su cuerpo erizado.
—Durante años han ido y venido a reclamar esa propiedad y todos han tenido muertes prematuras y trágicas, muchas a causa de la locura y los celos que llevaban a asesinatos y suicidios. Te podría contar más historias como esta, Bella. La última fue la de los Cullen, se dice que en realidad la casona no les pertenecía, el abuelo de Carlisle, Vladimir, se la quedó porque le pertenecía a su primera esposa, la mujer murió joven y no tuvo descendencia, así que ésta debería haber pasado a una hermana bastarda que tenía la mujer. La chica tenía doce años y se llamaba Kate, ella era la única pariente de sangre que quedaba, pero él no podía permitir que la hija de una criada que se había criado con los africanos se quedara con semejante propiedad, así que con malas artes y demostrando que él era heredero de sangre, al ser primo lejano de su difunto suegro, se la apropió.
»Su hijo mayor, Stefan, el tío de Carlisle, se enamoró de una chica, Irina, que resultó ser nada más y nada menos que hija de Kate, parecerá una locura pero a veces el destino se confabula para que se cumpla lo que está escrito, esas familias llevan unidas en esos amores y tragedias durante siglos —dijo la señorita Cope, palmeando las manos de Isabella encima de la mesa al ver la cara de incredulidad de ésta—. Tuvo dos hijos con ella que deberían haber heredado la casa, pero no pudieron. Su madre murió en el parto y, aunque no lo creas, Stefan se ahorcó porque creyó que sus hijos habían traído la ruina y deshonra a su familia, éste no pudo soportarlo y decidió quitarse la vida en el despacho de la casona.
»Nadie volvió a habitarla ya que Marco, el padre de Carlisle, se había ido a vivir a Georgia con su familia, donde también tenían una propiedad, Carlisle debía tener unos diecisiete años por esa época, cuando Marco murió, su único hijo lo heredó todo.
»Muchos años después Carlisle decidió mudarse con su familia: su esposa Esme, Edward su hijo mayor de siete años y el pequeño Jasper de tres, eran felices como todos los que se han mudado ahí.
»Poco les duró la felicidad, dos años después de mudarse, las cosas empezaron a ir mal en el matrimonio y se divorciaron, Esme se volvió a casar con Aro Vulturi con quien tuvo otro pequeño, Félix, y Carlisle conoció a otra mujer, se enamoró de ella, una mujer exótica con los ojos más hermosos que él decía haber visto jamás, mucho más joven que él, casi dieciséis años de diferencia, se decía que era hermosa, vivía en un pueblo cercano, él decidió dejarle la casa a su ex mujer hasta que los chicos crecieran e irse a vivir con esta chica.
»Unos años después, Esme se divorció de su segundo esposo e hizo todo lo posible por volver con Carlisle. Decían las malas lenguas que él seguía enamorado de la mujer con la que estaba, sin embargo ella lo asfixiaba con los celos hasta de sus propios hijos, además Esme, valiéndose de su pasado, sus hijos y conjuros de amor, consiguió su propósito, así que éste decidió dejar a la mujer con la que estaba y volver con ella. Sin embargo la mujer no lo tomó muy bien, estaba muy enamorada y un poco mal de la cabeza, como casi todas las mujeres de esa familia, ella era la bisnieta de Kate y por lo tanto la verdadera propietaria de la casona. Al enterarse Carlisle de esto, él que sabía lo que había hecho su abuelo, decidió poner la Masen Manoir a nombre de ella y devolver lo que legítimamente le pertenecía, aunque solo con las condiciones que él ponía, dejar a sus hijos ésta hasta ser mayores; no obstante la mujer no quería la casona si no era con él dentro. Un día, haciéndose pasar por una vendedora, se hizo amiga de Esme, y cuando ya le tenía confianza se coló en casa de los Cullen que fueron drogados por ésta, se dice que encontraron un pie de limón con escopolamina, estaba fuera de sí, los ató a todos en sillas alrededor del salón.
»Carlisle, Esme, Jasper y el pequeño Félix, los mató a todos degollados, el Sheriff se salvó por ser un chico rebelde, esa noche se escapó de casa para irse a una fiesta con sus amigos, cuando volvió a casa se encontró con esa fea y terrible estampa.
»Fue horrible y algo que se recordará por mucho tiempo en este lugar, todos pensaron que fue el chico quien asesinó a su familia, aunque poco tiempo después se descubrió que fue la amante de Carlisle la asesina. Desde ese día lo acecha, lo persigue y hace todo lo posible porque el chico no sea feliz.
Isabella estaba consternada por la historia que le contó la mujer, todas esas muertes en su casa, el Sheriff...
—¿Usted cree que es verdad lo de la maldición?
—Llámalo maldición, brujería, vudú, maldad o simplemente locura, lo que está claro es que nunca ha sucedido nada bueno en esa lugar.
Un beso inmenso a mi Prima Carolina Baeza que me soporta las locuras y me ayuda con a encarrilar las ideas y a mejorar mis fallos.
Me encantaría saber que les pareció, Gracias por dedicarme unos minutos de su tiempo
Maze2531
