Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen; son del sensual de Masashi Kishimoto, solo lo utilizo para mi entretenimiento y el suyo.
Advertencias: Mundo alterno.
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Despertar
Por: Meh18
Se dice que nacieron a la vez que el sistema solar. Sus carnes y huesos se formaron con los planetas. Acabaron ligados a la tierra. Conocieron el hambre y aprendieron a cazar, y a comer. El hambre les enseño conceptos como un antes y un después, amén del peligro y, placer.
El primero de ellos, quien desarrollo una mentalidad más allá del salvajismo de sus instintos. Fue nombrado Fugaku, de fuertes alas y hermosa complexión, desplego su poder en una ocasión en la que, hubo un choque por una presa en común.
Tras el hambre, descubrió la curiosidad. Llamado por su instinto de libertad, se alejó de aquellas tierras que lo miraron crecer. Comenzó a tener opiniones. Le gustaba el chorro de sangre cuando se atiborraba en la carne. Le gustaba desplegar sus grandes alas negras y volar por los cielos, y sentir en su piel la caricia de la brisa.
Cuando llego a una edad adulta, varios cientos de años después de su nacimiento. Las plumas de sus alas mudaron, y dieron paso a unas nuevas y peligrosas. Sintió dolor, en ese momento él conoció el miedo a lo desconocido. Se cortó la palma de su mano, al pasarla por su nuevo plumaje. Era como si el acero fuerte e inoxidable hubiera sido fundido en cada una de sus plumas, se ponían filosas cuando peleaba contra otras especies. El color ónix brillaba contra los rayos de sol.
La naturaleza le brindo garras con las que desgarraba la carne de sus presas, filosos dientes con los que arrancaba las pieles duras y macizas.
El encuentro con otra especie casi idéntica a ellos, lo tomo por sorpresa. La diferencia era que estos, tenían alas blancas, y su plumaje no era filoso como él. Se estudiaron con la mirada, aspiraron su aroma y encontraron grandes diferencias.
Aprendió el lenguaje de aquellos que se parecían a él. Practicaba las palabras mientras volaba entre los crepúsculos de las montañas.
Su cuerpo creo la habilidad de esconder sus alas, para así camuflarse ante los más débiles. Cuando por primea vez miro aun humano, no le despertó curiosidad ni interés, pues eran seres sin chiste. Eran fáciles de matar y el sabor de su carne era igual que el ganado.
Aunque al principio, los cazaba por deporte, los asustaba con solo pasar entre sus casas y espiaba a las mujeres cuando se bañaban en los ríos y aguas termales. Le llamaba la atención aquello a lo que llamaban libros, robo muchos de ellos y mientras se echaba contra alguna roca caliente se enfrascaba en aprender a leer.
Fugaku aprendió muchas cosas, muchas lenguas. En algún momento mientras se bañaba en alguna cascada, decidió regresar a las tierras donde nació. Como era de esperarse los de su especie, desarrollaron el conocimiento —no como él— le entendieron perfectamente cuando pidió que le hiciesen una casa.
Recordaba cuando se alejó, por aquellos tiempos no eran muchas criaturas lo de su manada. Ahora está había crecido, entre los de su especie encontraron su pareja, conocieron el amor y se aparearon, de la unión nacieron nuevas criaturas.
Un día llego a su olfato un olor diferente. Un aroma que jamás había respirado, era como un pedazo de sol, cálido y brillante. Recuerda que una llama de fuego se prendió en su cuerpo, su sangre se volvió lava hirviente que recorrió sus venas con rapidez. Se lanzó a los aires y miro desde aquella distancia su aldea, buscando de dónde provenía aquel delicado desliz de energía.
Lo encontró a las orillas de rio. Era una mujer, de una hembra provenía aquel aroma que lo estaba volviendo loco. Brusco y salvaje la levanto del rio cuando ella se bañaba, sin consideración de ella y ningún sentimiento de vergüenza, olfateo su cuello, su cabello. Miro anonado las manos delgadas y frágiles. Sus orbes oscuros se pintaron de rojo, al mirar los negros de ella.
Algo nuevo lo invadió, algo que nunca había sentido. Sentía cosquillas en su estómago, descubrió en ese mismo instante que le gustaba el cabello negro en las hembras. La piel pálida y suave de ella, provocaba que sus dedos se inquietaran.
Ella lanzó un chillido cuando él la tomo del brazo y le dio una vuelta, para así ver cada centímetro de su desnudo cuerpo.
—Eres hermosa. — dijo Fugaku, aquella palabra la recordó de algún libro que leyó. La descripción le quedaba perfecta a esa mujer.
Ella no supo que decir, su rostro se encendió cuando miro esos orbes rojos.
—Podría pasarme mi ropa. — pidió en un susurro avergonzado.
— ¿Por qué? — protestó él. —. Así eres perfecta, no veré nada si te pones esos trapos.
Su nivel de sinceridad dejo en shock a la mujer, con sus manos trato de cubrir sus pechos y la parte baja de su vientre.
—Enfermare si no cubro mi cuerpo. — dijo, ella también sentía una atracción asfixiante por aquel macho fuerte y dominante.
Fugaku se sintió confundido, hasta este momento se dio cuenta que ellas no tenían alas, y que siempre se alimentaban de lo que ellos traían después de ir de caza. La miro de pies a cabeza y asintió estando de acuerdo en lo que decía, pues aquel cuerpo tembloroso era débil.
Con el paso de los días supo su nombre, Mikoto. Le era suficiente el solo verla, por las mañanas siempre iba a su casa y le dejaba carne fresca para que se alimentara. Tenía la creencia de que, si no la cuidaba moriría de frio o de hambre. El solo verla ya no lo satisfacía.
Se llenó de rabia cuando un macho la miro, rugió tan fuerte que todos los aldeanos se asustaron hasta el grado de esconderse en sus casas. Casi le arranco la cabeza de un solo golpe. Le exigió a Mikoto que no se acercara a ningún otro hombre, ella hizo lo que él pedía, sin rechistar ni rezongar, no era que le tuviera miedo si no que le daba pánico perderlo. Aquellos arrebatos empeoraron, una mujer de la aldea le dijo que todos ellos se ponían así cuando se apareaban, que no se preocupara que pronto pasaría una vez se entregaran en cuerpo y alma.
En una ocasión mientras Mikoto recogía frutos secos, un hombre se le acercó.
—Soy Madara, se mía. — impuso sin preguntarle nada. Ella paso de él y lo ignoro completamente.
Aquel hombre, irradiaba maldad pura. Lo demostró una mañana, se interpuso en medio de la aldea y grito con fiereza:
— ¡Los reto, venga y peleen! — todos los hombres lo miraban con fastidio. —. ¡Si les gano, seré el líder y Señor de sus miserables vidas!
Se enfrasco en una pelea de muerte, era rápido y al parecer tenía las mismas alas que Fugaku. Ese día a él le tocaba ir de caza, así que no estaba. Madara gano, Mikoto quiso esconderse pero no lo logro. Él la tomo de la cintura y le susurró al oído: —Serás mi mujer.
Para alivio de Mikoto, Fugaku llego en el preciso momento en que la transportaba como a un costal. Pelearon como salvajes, destruyeron casas y abrieron la tierra ante la fuerza de sus arremetidas.
Madara se llevó una gran sorpresa al ver las alas de Fugaku, a diferencia de las suyas, esas eran filosas y grandes. Sufrió una gran herida en su brazo cuando una de las alas de Fugaku se incrustó en su carne. No solo era más fuerte, rápido y hábil para pelear sino que, sus ojos cambiaron de color.
— ¿Qué eres? — pregunto Madara al ver la mirada de Fugaku, eran rojos y tenían marcas en sus irises.
Cuando Madara se rindió, Fugaku lanzó un rugido tremendo, ciego de los celos por haber tocado a Mikoto escupió fuego. Marco su territorio con ella a su espalda. Ante tremenda demostración de poder todos se arrodillaron ante él.
Se convirtió en el Señor de las tierras, un Líder poderoso y de buen corazón. Esa misma noche, le hizo el amor a Mikoto como un salvaje, sus instintos animales lo impulsaron a morderla en el cuello cuando sus cuerpos llegaron al éxtasis. Colmillos salieron de sus encías solo para depositar su ponzoña en la sangre de su mujer, esa era la marca de pertenencia. Un lazo que los uniría para toda la eternidad.
Los años pasaron y con ello la pequeña aldea se convirtió en una fortaleza imposible de penetrar. Madara se hizo primer comandante de los ejércitos, habilidoso y solitario.
Los humanos les dieron un nombre, Akuma, los consideraban demonios. Dominantes y poderosos, era la especie más poderosa de entre todas las que habitan en la tierra.
Las especies se dividieron y nombraron a sí mismos. El Clan Uchiha, donde algunos de los hombres nacían con la habilidad de poseer alas de acero, suaves como plumas normales, pero letales como una daga. Solo un hombre las tiene filosas y ese es Fugaku. Clan Hyuga, ellos también poseen alas, a diferencia de los Uchihas, sus alas no son de acero y tampoco filosas, son de gran intelecto y saben combatir en el campo de batalla como todos unos guerreros, a pesar de no tener un camuflaje, tienen ojos extraños, las habilidades que esconden son desconocidas. Clan Uzumaki, ellos no tienen alas, pueden convertirse en bestias salvajes. Esos tres clanes se volvieron los principales de todas las especies, los demás eran de menor rango o menos interesantes, hasta el final de la lista estaban los humanos.
Mikoto dio a luz a su primer primogénito. Un macho, Uchiha Itachi. Con la apariencia de su padre, heredo la habilidad de un guerrero y el corazón bondadoso de su madre. Él tenía respecto por la vida, no atacaba a los humanos, le gustaba observarlos y de vez en cuando platicar con ellos. La inteligencia de un líder lo hace mucho más fuerte que todos los demás, pues sabe entender todo tipo de situaciones y tiene la fuerza para proteger a los suyos. Cuando él tenía 4 años, nació su hermano.
Uchiha Sasuke, hermoso como su madre. La piel pálida y la complexión más bella de su especie lo diferenciaban de todos los demás. A diferencia de su hermano, él era un salvaje y sumamente violento.
Tardo mucho tiempo en desplegar sus alas, dijeron los viejos del clan, que él no tenía la fuerza de un Akuma. Pero cuando era un adolecente, se perdió en las montañas donde salieron a flote sus instintos por la caza. Lucho contra un dragón, mostrando su verdadera forma. Sus alas negras se volvieron filosas cuando estaba al borde de la muerte, se hicieron grandes y la oscuridad invadió hasta la última pluma. El camuflaje de acero se fundió en cada hebra negra de sus alas.
Regreso triunfante con la cabeza del dragón en sus manos. Arrogante por naturaleza, le gustaba retar a todos los guerreros de las tropas, para jactarse de sus derrotas.
Su maestro, Madara Uchiha, lo entrenaba en ambientes imposibles de vivir. Tomaba todo lo que llamaba su atención, no sabe agradecer ni decir "Por favor". Las mujeres de todas las especies lo deseaban, se entregaban a él sin peros y sin esperar nada a cambio. Los guerreros se hincaban ante su presencia, lo adoraban e idolatraban como a un dios. Sus habilidades como guerrero lo posicionaron como el más fuerte de su especie, quitándole el título a su padre.
Su amarradura era como ninguna otra, de titanio puro, y hermosas ilustraciones en la parte de su pecho. Su padre le regalo dos espadas gemelas, el filo y color igualaban a sus alas. Sus pantalones de cuero, se acentuaban ante sus poderosas piernas. Un adonis imposible de creer que existiera.
Mataba sin consideración alguna, exterminaba aldeas con solo un movimiento de una de sus espadas. La vanidad lo cejo, provocando que un día cometiera una atrocidad. Tan grave fue su pecado, que su padre tomo una decisión.
—Te amo, hijo mío. — Fugaku acariciaba el rostro de Sasuke, amarrado con cadenas de plata miraba a su padre. —. Espero… logres entender algún día… el valor de la vida.
—Padre, lo siento. — acepto su destino. No suplico, ni mostro ningún gesto de arrepentimiento.
—Hermano… — Itachi beso su frente. —. Esto acabara pronto.
Mikoto lo visito anoche, llorando a mares le dijo que lo amaba más que a su vida. Ahora lo miraba desde la puerta, gritaba para que se detuvieran. No soportaría vivir sin su hijo. Sasuke miro a su madre una última vez, asintiendo con la cabeza, le dijo con el pensamiento que todo estará bien, que pronto se volverán a ver.
Los guardias le quitaron las cadenas, Fugaku le entrego una copa de oro. Sasuke bebió todo el contenido, aquello era una poderosa solución para meterle en un profundo sueño. El castigo de sus actos lo condenaron a permanecer encerrado en la oscuridad de sus sueños, durante siglos. De esa forma no hará daño, ni a él ni a los que lo rodeen.
Fugaku lo beso en la frente, lo llevo hasta el cofre de piedras preciosas. Los orbes de Sasuke se cerraron con la última visión de su hermano y su padre mirándolo con tristeza. Estaban en una catedral extremadamente asegurada, donde quedara dormido durante cientos de años bajo el piso de mosaicos. Con la esperanza de cuando despierte sea alguien diferente.
El cofre se hundió en el piso, una cerradura se cerró con miles de candados dentro de ella. Quedaron solos de pie en medio del gran salón. Con el sonido de sus pisadas abandonaron el lugar.
Las puertas de aquel solitario lugar se cerraron, con el guerrero más fuerte de los Akumas… Uchiha Sasuke. Permanecería 500 años en la inconsciencia.
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El comandante en jefe de la primera cuadrilla del ejército, sube las escaleras hacia el gran salón del Palacio. Su expresión revela su preocupación, lleva su espada enfundada en su costado y su armadura de un color plata hace contraste con las vasijas de las vitrinas.
Toca la puerta y espera la orden para poder entrar. La delicada voz de su señora se oye a través de la puerta de madera. Mikoto se dirige a él y lo mira con insistencia.
Desde aquella mañana una opresión en su pecho la asfixia, presiente que algo anda mal.
—Mi señora. — Óbito se inclina y hace una reverencia. —. Le tengo noticas de Fugaku e Itachi.
Siente un salto en el corazón, hace tres días que salieron hacia el palacio del Clan Hyuga, tratarían cuestiones de última hora. Al parecer los mestizos están haciendo un ejército para derrocar a los clanes principales.
— ¿Sucede algo malo? — pregunta con temor.
Una gota de sudor baja por la cara de Óbito. —Me temo que así es.
Se cubre la boca con sus delgadas manos, nerviosa camina hacia el sillón del centro, Óbito la sigue.
—Ellos… ¿estás bien? — sus labios tiemblan al hablar.
— No lo sé con exactitud — no miente. —, los emboscaron en la frontera del norte, cerca del país de la lluvia. Los refuerzos están en camino.
—Oh…
Asiente tratando de controlar la angustia que se ha posicionado en su pecho. Óbito se aclara la garganta eso no es lo único que ha venido a decirle.
—Están rodeando la fortaleza. — suelta con pesar. Mikoto lo mira de golpe, se pone pálida en cuestión de segundos. —. Son alrededor de 400 mestizos.
— ¿Qué? — aquello le ha caído como un balde de agua fría, siente escalofríos por todo el cuerpo.
No puede ser, ¿Por qué contra ellos? , Mikoto se abraza así misma ¿Qué harán? Si invaden la fortaleza mataran a todos, camina hacia la ventana, desde ahí puede verse el pueblo que con tanto esmero levanto su esposo.
Era consciente de que esto pasaría en cualquier momento, pero nunca imagino que sería así de sorpresivo. Tenía que ser precisamente el día que ni su Hijo ni su Esposo se encontraban. Peor aún, ellos están peleando, solo llevaban una escuadrón como escolta… ¡Santo cielo! Los nervios le invaden la nuca.
Óbito frunce el ceño, contrariado se hinca en el piso, coloca su puño a la altura de su corazón y dice:
—De la orden y ahora mismo salgo a liquidarlos. — Mikoto gira y lo mira. —. La protegeré Mi Señora, no dejare que invadan nuestro territorio.
Es cierto, el ejército debe estarse preparando. Sonríe con delicadeza. Todos esos hombres tienen un fetiche extraño por ella, siempre que la miran la saludan con respeto y han declarado abiertamente ser sus guardaespaldas. Estira su mano y levanta a Óbito.
—Protege a tu familia Óbito… — susurra. —. Yo estaré bien, confío en ustedes.
El comandante no dice nada, posa su palma en la empuñadura de su espada. Hace un reverencia y toma la mano de Mikoto, con un delicado beso jura proteger a su gente.
—No salga Mi Señora, volveré con las cabezas de esos malditos.
Toc, Toc
Shisui entra al salón, vestido con toda su armadura saluda a Mikoto.
— Todo está listo. — avisa a Óbito. —. 420 hombres están preparados para el ataque.
Óbito asiente, se despide retirándose de la sala, no antes de mirar a Shisui. La orden muda es muy clara, no dejar a la señora desprotegida. El resto del ejército permanecerá dentro de la fortaleza, será un desperdicio si salen todos a combatir contra unos cuantos mestizos.
— ¿Hay noticias de mi Esposo e Hijo? — pregunta Mikoto una vez solos.
Shisui completamente erguido niega con la cabeza, ha visto las cosas allá afuera, parece que será difícil deshacerse de esos Mestizos. Son comandados por un hombre de nombre Sai, aun desconocen sus habilidades y de que raza viene.
Mikoto se sienta en el sillón, trata de permanecer tranquila, no quiere agobiar a sus guardianes. En momentos como este es cuando recuerda a su hijo, si él estuviera en el palacio, los enemigos ya habrían muerto con un solo golpe de sus espadas.
Paso largas noches llenas de llanto y dolor, suplicando para que lo liberaran de su condena. No tiene con que justificar lo que hizo en el pasado, sabe que él cometió una falta grave para la vida misma. Pero a pesar de todo ello… sigue siendo su hijo.
La herida de ya no verlo, le provoco profundas cicatrices. Quiso ir más de una a la catedral donde yace, pero su esposo no le deja acercarse. Dice que es mejor así, ya que él puede oír entre sueños el llamado de su presencia, que sería como retratarse de su castigo.
Con la esperanza de que pueda oírla, habla por las noches, mirando la luna. Le recita poemas y le cuenta cómo va la vida. Que han creado un polvo mágico que se llama Pólvora, que muchos seres se consumieron. Que hay doctores locos que conjuntan las razas, creando Mestizos. Abecés no puede evitarlo y lo llama entre lágrimas, pidiéndole que regrese con ella, que lo necesita a su lado.
Lanza un suspiro, faltan 200 años para su despertar. Cuenta las décadas y los siglos, para hacer menos dolorosa la espera. Ella ama a sus hijos por igual y el que no tenga a uno de ellos, la llena de tristeza e impotencia.
¡Bum!
Asustada se levanta de un salto, Shisui interpone su camino con un brazo, alejándola de la ventana. Hubo una explosión, mira fruncido hacia el pueblo, no hay daños. Parece que fue fuera de la fortaleza.
— ¿Qué crees que esté pasando? — Mikoto ya no puede ocultar la ansiedad.
—No se preocupe, no debe ser nada. — Shisui no despega su mirada de la ventana.
Ni por un ápice ella le cree, tiene que asegurarse de que sus soldados estén bien. Tump… se petrifica de la nada ha sentido agitación, recuerda el sentimiento, es el mismo que sintió cuando le dijeron que Sasuke había sido condenado. Sus manos comienzan a temblar ¿Qué está pasando? ¿Dónde está Itachi? ¿Dónde está Fugaku?
—Llévame, necesito mirar lo que está sucediendo. — pide al borde de una crisis.
—Es peligroso Mi Señora, no puedo llevarla. —. Shisui hace un gesto de disculpa.
Mikoto no se quedara ahí. —Llévame o iré sola.
Shisui no debe usar la fuerza con ella, derrotado extiende sus brazos. — Por favor no se suelte.
Mikoto se agarra al cuello del muchacho, Shisui abre las ventanas y sale hacia el balcón. Despliega sus hermosas alas grises y vuela sobre las casas del pueblo. Los únicos quienes pueden estar dentro del ejercicito son aquellos que pueden fundir el acero del poder sobre sus plumas.
Llegan ahí donde están los arqueros, expresiones de sorpresa ponen en cuanto ven a Mikoto, ella los saluda, recibe inclinaciones y reverencias de respeto. Se acerca a donde se escuchan los rugidos de la pelea.
¡Dioses!, se toma el pecho ante tales escenas. ¡Es una catástrofe!, algunos mestizos están escupiendo fuego, la tierra se ha partido. Mira hacia el cielo, Óbito pelea contra un mestizo, ese también tiene alas ¿Cómo puede ser posible? La respuesta llega casi de inmediato. Danzou debió experimentar con él. Los soldados Uchihas han extendido sus alas y atacan desde los aires. Hay bestias, cabezas de águilas con cuerpo de león, perros gigantes. Lo sonidos de las espadas al chocar es persistente, los arqueros lanza sus flechas contras las bestias más grandes.
Mira hacia un costado, por la puerta está saliendo una cuadrilla de soldados, Madara va al frente.
— ¡Madara! — grita por sobre el ruido de la batalla.
Madara frunce el ceño al verla con Shisui, con sus alas imponentes sube hasta ella.
— ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Regresa al palacio! — ordena con enojo. La toma del brazo y trata de jalarla hacia él, ella se aferra más a Shisui.
—Yo la llevare Señor. — dice Shisui.
—Tsk, no debes estar aquí.
— ¿A dónde vas? — pregunta Mikoto. Madara hace una expresión de seriedad, parece que piensa sobre que decirle. —. Dime la verdad.
—Escúchame bien, no quiero que te precipites. — demasiado tarde, con esas palabras ella sabe que algo grave esta pasando. —. Los refuerzos que mandamos han sido interceptados, no llegaron con Fugaku.
El alma se le ha caído a los pies, Shisui tiene que abrazarla de la cintura, pues estuvo a punto de caer.
—Voy en camino, así que regresa al palacio y espera por nosotros.
Con eso ultimo lanza una mirada fulminadora a Shisui y baja con su escuadrón, cabalga un caballo blanco, y se pierde después de la puerta. Mikoto le sigue hasta que los árboles cubren su trayectoria.
«No puede ser…», regresa su mirada a la batalla. Se están debilitando. La frontera de la lluvia está a dos horas a caballo, tal vez si vuelan lleguen más rápido. A un así… ¿Cómo se encontraran? ¿Están bien?
— ¡Rayos! — Shisui mueve sus alas y se aleja del lugar.
¡Bum!
Otra explosión de parte de los Mestizos. En cuestión de minutos están de regreso en el palacio, su mente perdida no escucha todo lo que le está diciendo el muchacho. El sonido de las ventanas al cerrarse la saca del shock, Shisui se ha ido.
Tiene que hacer algo, se rehúsa a perder a su familia. Tiene que proteger su hogar… pero ¿Cómo?... su corazón late muy rápido. Si Sasuke estuviera… una calidad sensación recorre su piel.
Su mente siente una luz llena de esperanza. —Sasuke… — murmura conmocionada.
Sale disparada del salón, en el camino llama a dos sirvientes. Apresurada se dirige hacia el cuarto prohibido. Es el lugar al que si le permiten entrar, ahí es donde descansan las cosas de su hijo.
— ¡Haruka!, prepara un balde de carne fresca. — ordena mientras abre la puerta.
El sirviente asiente y sale corriendo a las cocinas. Si funciona, si logra despertar a su hijo, él estará hambriento. No sabe si sentirse contenta, o preocupada por lo que hará. Seguramente se enojaran con ella por despertarlo antes de tiempo. Ya no le importa, es su hijo, es su carne y sangre, y está vez ella decidirá su futuro.
Una cosa tiene muy segura y es que liberara a su hijo menor de aquella condena.
Tap… Tap…
Pasos apresurados se escuchan en todo el palacio, los sirvientes de la cocina se encuentran inquietos.
Lleva en sus brazos, envuelta en seda roja la armadura negra. Detrás viene el sirviente que trae ambas espadas en sus fundas de plata, a un costado el que trae una cacerola llena de carne recién cortada. Mikoto camina por un pasillo, sobre la seda lleva dos pequeños frascos con pedrería incrustadas.
—Mi señora, ¿Está segura? — pregunta preocupado el sirviente que trae ambas espadas.
—Por supuesto. — contesta con la mirada fija al frente.
Los latidos de su corazón amenazan con romper sus cotillas, las telas de su Kimono le estorban para caminar. Se siente al borde de una crisis nerviosa, cruza un pasillo, un infórmate le dijo que las cosas se están poniendo difíciles en el campo de batalla. No, difíciles no, todos los hombres de su clan están gravemente heridos.
— ¿Funcionara? — pregunta inquieto el de la carne. —. Ya son 300 años, mi señora.
Mikoto siente un retorcijón, aprieta los frascos entre sus dedos. Recuerda ese día como si hubiera sido ayer, las noches que paso llorando suplicando por su liberación fueron tormentosas. Se siente una egoísta al sentirse agradecida por esta situación, sabe que no debería sentirse así pero no le importa, esta es una oportunidad de oro para volver a mirar a su pequeño.
—Lo intentare, mi esposo y mi hijo están haya fuera peleando, necesitan su fuerza. — toma una gran bocanada de aire. —. No me rendiré hasta conseguirlo.
Cruzan un último pasillo y salen directo a unas grandes puertas de madera, el guardia la mira con sorpresa. Inmediatamente se inclina, haciendo una reverencia de respeto.
—Buenas tardes, por favor abra las puertas. — ordena Mikoto en un hilillo de voz.
El guardia duda, tiene completamente prohibido dejar entrar a alguien. Mira detrás de ella, se inquieta al ver a los sirvientes con cosas.
—Mi señora… yo… no tengo ordenes de…
—Te lo estoy pidiendo yo, por favor abre.
Mikoto mira directamente al guardia, las antorchas de las paredes se mueven ante una brisa. No le importa si es una locura, ya ha pasado mucho tiempo, confía en que su hijo haya cambiado. Su hermoso cabello negro cae en sus hombros, el Kimono rosado acentúa el color de su piel. El guardia asiente, desvaina su espada y la introduce en la cerradura de piedra que protege la entrada.
Se oye un crujido, Mikoto se acerca a la entrada. Se abren las primeras dos puertas, siente un latido en su corazón. Se muere por volverlo a ver. La última puerta se abre dejando ver la catedral que tantos años atrás estuvo cerrada para ella.
Sus piernas tiemblan al introducirse, sus sirvientes están más nerviosos. El guardia se queda afuera y cierra las puertas.
—Recuerden, no lo miren a los ojos. — la voz de Mikoto hace eco en las altas paredes llenas de pinturas antiguas. A su hijo nunca le gustó que alguien, que no estuviera a su nivel lo mirase directamente.
Los sirvientes asienten llenos de miedo y pánico. Han oído muchas historias sobre él, saben por experiencia de los antiguos guerreros, que él podría quitarte la vida con solo una mirada.
Las antorchas de las altas paredes de piedra beige, se prenden alumbrando el lugar.
Mikoto entrega la armadura envuelta en seda, al sirviente de las espadas. Apega a su pecho los frascos y camina hacia el centro. Se detiene ahí donde los mosaicos crean un circulo. Se muerde los labios, siente tantas ganas de sollozar, que le es difícil mirar hacia el suelo. Se aclara la garganta y extiende sus brazos.
Solo se puede liberarlo con la sangre de aquellos que lo encerraron. Su esposo y su hijo mayor, son los únicos que tienen el poder para despertarlo. Afortunadamente trae consigo sangre en los frascos con pedrería, pondrá todo su amor y fuerza para poder lograr su cometido.
—Hijo mío… — siente un nudo en la garganta. —. Cuanto tiempo ha pasado sin poder entrar aquí… contigo… No sabes todo lo que mi corazón sufrió por tu ausencia.
Siente algo cálido deslizarse por su rostro, son lágrimas llenas de esperanza y cariño. Los sirvientes miran de reojo y escuchan con atención.
— ¿Recuerdas cuando eras pequeño… y cortaste Jazmines para mí…? — se aclara la voz. —. Me llene de felicidad al ver tu esfuerzo por hacerme sentir mejor. Siempre me protegiste e impusiste el respeto que ahora todos me tienen.
Abre el primer frasco con la sangre de Fugaku, desliza las valiosas gotas de sangre en el círculo. Las líneas profundas se llenan de inmediato, forman la mitad de una media luna.
— ¡Te necesito!... ¡Tengo miedo… sé que tú protegerás al Clan y a mí! — el eco de sus gritos retumba en las paredes. —. ¡Tu padre te necesita! ¡Itachi está en peligro!... sé que me oyes… así que por favor… ¡Despierta!
Abre el segundo frasco y limpia sus lágrimas. La sangre a completa la Media Luna.
—Perdóname… cariño…, quiero verte, quiero abrazarte y llenarte de besos. — se aleja del circulo y se acerca a los sirvientes. —. Es momento de tu despertar… Sasuke.
Junta sus manos en su pecho y mira con incertidumbre la catedral. Su corazón late con velocidad, Por favor… Por favor… despierta. Cierra los ojos, siente una pulsada de dolor.
—Te necesito… — susurra con los labios apretados. —. Sasuke….
¡Clack!
Los sirvientes abren los ojos como platos. Mikoto da dos pasos hacia donde se encontraba el círculo, su estómago da un fuerte tirón, pueden oírse el abrir de las cerraduras.
—Oh… dios mío…
Al borde de las lágrimas reprime gemidos de su llanto. La media luna se abre a la mitad, de la profundidad del suelo de mosaicos, comienza a salir un cofre dorado lleno de piedras preciosas. Está segura que su respiración se ha detenido, con pasos temblorosos se acerca al cofre.
La última cerradura se abre, una ráfaga de viento apaga las antorchas e inquieta a los sirvientes. Mikoto estira su mano y sonríe agradecida, llena de lágrimas y sollozos espera el tacto que durante siglos dejo de sentir.
Tap…
Se cubre la boca y ahoga los gemidos de emoción. Su piel es fría y pálida, su corazón vuelve a latir con velocidad, esos hermosos orbes negros se miran aturdidos.
—Oh… cariño…
Conmocionada e invadida de sentimientos que reprimió durante mucho tiempo, se lleva aquella mano a su rostro y da carisias sutiles a sus dedos. Sasuke está de pie frente a ella, completamente desnudo la mira directamente, el guerrero dormido ha despertado.
¿Reviews?
¡Saludos Terrícolas!
Les traigo un nuevo proyecto, debo decirles que este Universo me fascinan pues siento que en estos tiempos es cuando el verdadero erotismo y sensualidad se daban en todo su esplendor.
Por como vayan los capítulos se ira revelando más cosas de estos Akumas sexys :3 Se sabrá el pecado que cometió Sasuke y por si tenían dudas es Sasusaku. Sakura aparecerá en el siguiente capítulo. Si leíste Banme Kirai o si no… sabrán que la actualización de los capítulos es cada tres días.
Hay muchas cosas que tengo en mente, espero me den su opinión de lo que creen que pasara. Este primer capítulo ha sido como una introducción para que miren de lo que va la cosa. *3*
Besos y Abrazos Meh.
