Observó el solitario paisaje que se extendía más allá del muro al que ni siquiera los animales se acercaban; después de todo, el lugar estaba al descubierto durante un trecho para impedir que los salvajes se amotinaran peligrosamente cerca del lugar de vigilancia de los cuervos. Hacía guardia en lo más alto, sin comprender muy bien qué o a quién se suponía que debía vigilar.

Le dolían las extremidades por estar en la misma posición tanto tiempo, y el horrible frío no ayudaba en nada; como tampoco lo hacía el pensar en aquella mujer cuya muerte había terminado por conducirlo hasta allí, a la eterna soledad y a ofrecer su vida en protección de aquellos que no le importaban en absoluto.

La fría e impasible Elia. Se fijó en ella por primera vez en el torneo en que Rhaegar coronó a su hermana como la reina del amor y la belleza; se maravilló con la elegancia con la que la princesa había soportado semejante humillación, sin histerismos, saliendo del lugar con la frente en alto, como toda una dama.

No había podido evitar seguirla hasta una habitación en desuso, aunque se arrepintió al encontrarla con las mejillas arreboladas de la ira mirando a la nada; hermosa e implacable, sin lágrimas. Después de todo, una princesa debía ser fuerte. Se acercó despacio a ella, como midiendo sus movimientos.

—¿Por qué lo soportas?—le increpó con fiereza—. Te ha humillado frente a todos los que son alguien en este lugar.

—¿Te importa a ti eso?—se sorprendió el desprecio que traslucía su voz, porque no se conocían de nada.

—Solo intentaba animarte a arreglar las cosas con el dragón —soltó a la defensiva la que sería la excusa más patética de su vida—, para que deje en paz a Lyanna de una buena vez.

—Las cosas ya no tienen arreglo—contestó con voz triste, pero contenida—quiero decir, si ya no le amo puede buscarse a quien quiera.

Él sonrío irónicamente al ver sus intentos vanos por rectificar una frase que obviamente se le había escapado, y, por primera vez, actúo por impulso. supo al fin a qué se refería su padre cuando hablaba de la sangre de lobo que corría por sus venas; la besó con salvajismo, sin rastro de ternura, simplemente porque encontraba humillante el verla así, tan desprotegida, intentando ocultar su orgullo herido bajo una mascara de desdén

Ella le había correspondido con la misma pasión, enviando el recuerdo de Rhaegar a algún lugar apartado en su mente, como la descendiente de mujeres guerreras que era.

—No te merece —había dicho él antes de salir de la habitación dando un portazo.

Fue la única vez que habló con ella, la única vez que la tocó, que probó la miel de sus besos, pero eso bastó para encender una llama en su corazón que ardería hasta su muerte.

Después estalló la guerra y él guardó en vano la esperanza de que, cuando todo acabara, cuando Rhaegar estuviese muerto y Robert apostado en el trono, podría tomar a Elia por esposa y darle el lugar que se merecía, sin importar nada. Inclusive había estado dispuesto a huir con ella y con sus hijos, a dejarlo todo por su seguridad.

Pero ella había sido mancillada y brutalmente asesinada por aquel a quien llamaban "La montaña que cabalga", y él pasaba sus noches custodiando el muro, congelando sus sentimientos, recordando.