Este fic es un bello(¿?) regalo de Santamatsu Secreto, dedicado con todo mi amor a Keniruta Konogei. Y sólo Zeus (y mi mejor amiga) sabe lo mucho que me costó sacarlo de mi retorcida mente amante del KaraOso.

Soy fiel partidaria de que no todo es la zona de confort y por esa misma razón traigo un OsoChoro que hará sangrar sus preciosos ojos (pido disculpas de antemano). Espero que te guste Keniruta.

Con sangre, sudor, lágrimas y mucho estrés post-traumático les presento:

An un-fantastic Adventure!

Disclaimer: Osomatsu-san y todos sus personajes son propiedad de Fujio Akatsuka, yo sólo los utilizo para cumplir mis más raras fantasías, sin fines de lucro.

Advertencias: Yaoi, no-incesto, AU, Ooc y un muy mal manejo del castellano.


Las aves volaban a través de los claros cielos matutinos de aquel viejo pueblo, en donde, como todos los días, el bullicio de la clase trabajadora no se hacía esperar. Los vendedores en sus puestos animando a comprarles, las mujeres acarreando ropajes pestilentes y las olorosas fuentes de excremento de los que olvidaron hacerlo por el atardecer, predominaban el espectáculo de ese día.
Mientras tanto, nuestro protagonista veía todo desde la ventana, admirando… bueno, tal vez no admirando nada, pero sí observando la vida diaria de su comunidad.

Osomatsu era un joven común de apenas 18 años que se reusaba a trabajar temprano con tal de ver la salida matinal de su amada Totoko, la chica más bonita del lugar. Una mujer cuyo busto prominente, era visible aún en medio de tantas capas de ropa.
A él le gustaba imaginarse como sería de bajo de todo aquello, y no le dejarían mentir sobre todos los mayos(1) que no se bañó con tal de espiarla entre los arbustos del riachuelo.
Y en medio de pensamientos libidinosos fue donde lo encontró su padre, quien con un buen porrazo en la cabeza lo saco de cavilaciones absurdas rumbo a trabajar.

Era bien sabido por todos en la casa que el día de la fonsadera(2) estaba cerca y vete tú a saber cuánto sería esta vez, así que tenían que ponerse en marcha para ir a recoger la siembra de esa temporada antes de que llegara el recaudador. Por lo que los hermanos salieron marchando rumbo al campo.

-No entiendo porque hay que pagar impuestos, si no hay guerra.- Gruñó el mayor.

-Es para seguirlos engordando.- Murmuró el despeinado.

-¡Engordar! ¡Engordar!- Gritó el chiflado, y el pequeño se limitó a mirarlos con asco.

-Callad insensatos, en vez de que agradezcáis la protección que os brinda nuestro señor. Sólo Dios sabe lo que estará pasando, así que cerrad la boca ¡y a trabajar!

Después del regaño del padre, no hubo más murmullos adelante, salvo el suave sonido de plantas arrancándose y los esporádicos gemidos de los flojos lamentándose.


El día que todos temían llegó en forma de porrazos a su puerta de madera. Matsuzo casi se cae de la silla y a Matsuyo se le resbaló el tazón al suelo. La mujer se apresuró a abrir la puerta, manteniendo una mirada baja y una sonrisa distendida que no concordaba mucho con los sentimientos de la mujer.
Apareció por la puerta un hombre larguirucho y flaco, de dientes terriblemente grandes que lo hacían parecer un conejo gigante.

-¿Es esta la propiedad de…- se detuvo a examinar el papel en sus manos –los Matsuno?

El patriarca corrió la puerta, bolsa en mano y sonrió al recaudador.

-Señor Iyami, que gusto verlo.

-Sí, sí, lo que sea… ¿Tenéis los impuestos para el rey? Recordad que nuestro señor y la corona sólo ven por vuestra seguridad.

-Por supuesto, aquí lo tenéis.

Los cuatrillizos se limitaban a observar la escena ocultando lo mejor posible el desagrado que les daba el ver a su padre subyugado ante aquel hombre espeluznante.

-¿¡Me estáis viendo cara de el tonto del pueblo!?- lo escucharon gritar.

-¿Q-q-q-qué? No, no, no, no, no.

-¡El impuesto ha aumentado! ¡Dadme lo demás!

-P-pero es todo lo que tenemos.- Habló Matsuyo.

-¿¡Qué!? Te atreves a dirigirme la palabra tú sucia cantonera(3).

-¡Parad! A mi mujer no la metas…

-¡Oh ahora vos también!

Al ver la discusión aumentar y a los guardias sacar sus armas, corrió hacia ellos el hijo mayor tratando de calmarlos antes de que se quedaran huérfanos.

Después de una breve disculpa y creyendo que todo estaría resuelto se hizo oír la aguda voz del mordaz hombre.

-Si no tenéis dinero, entregadme al muchacho. Seguro que le encontramos… alguna función.- Comentó junto con una voraz mirada de lujuria.

La familia palideció.

-¿N-no p-podéis darnos m-más tiempo?

-Imposible- chistó- mañana se entrega todo al rey.


Decir que fue el viaje más horrible de su vida se quedaba corto, o bueno, eso es lo que quería decirle al mundo.

Osomatsu se encontraba sentado en lo más apartado del carruaje, siendo observado por su captor, quién no se limitaba con las miradas sugerentes que le enviaba. Y es que después de tres intentos fallidos de conversación ese era su único método de "ataque sutil".

Sonrió relamiéndose los dientes, y decidido a no esperar más tiempo, se sentó a su lado.

-Esa cara de molestia no os favorece en nada.- Susurró junto a su oído.

-Apartaos o te arranco las pelotas.- Gruñó.

-Oh la lá, pero sí las de vos están bien puestas. ¿Quieres que lo compruebe?

Y sin más bajó la mano dispuesto a tomar tanto como quisiera. Sin embargo, al momento de sentir como sus testículos eran apretujados, Osomatsu saltó brindándole una patada, dejando al señor conejo -como lo había apodado anteriormente- retorciéndose en el suelo.
Bien, estaba en grandes problemas. Su teoría se comprobó en el mismo instante en el que Iyami se puso de pie sin ánimos de dejar pasar aquella insolencia.


Sin saber qué hacer, nuestro protagonista se vio en la desafortunada situación de salir huyendo cual vil ladrón. Abrió la puerta del carro en movimiento y saltó sin mirar atrás rodando unos cuantos metros colina abajo.

Antes de que los vasallos pudieran hacer algo, se largó con la cola entre las patas a ver en dónde quedaba, buscando un sitio lo suficientemente seguro para esconderse.


En medio de exhalaciones pesadas, supo que no era hombre de deportes y se lamentó largamente de no haber salido a ayudar con los trabajos pesados o a jugar la palma(4) siempre que su hermano, el loco del pueblo, se lo proponía. Sin embargo, jamás pasó por su cabeza el encontrarse en una situación similar, como prófugo de la justicia y traidor ante los ojos del Rey.

Aún podía oír los agudos gritos del pervertido detrás suyo, por lo que dándose ánimos continuo corriendo lo más rápido posible.

Sería el cansancio, la desesperación o un milagro, pero alcanzó a ver a lo lejos una vieja casucha hecha de piedra en medio de la espesura del bosque. Dando su último aliento se apresuró al lugar.

Tocó lo más fuerte que pudo, no fue una sino un montón de veces hasta que el dueño del lugar le abrió, y sin pedir permiso ni saludando, entró a la casa cerrando de un portazo mientras se dejaba caer de espaldas en busca de descanso.

-¿Pero quién te crees que eres? ¿¡El rey!? ¡Salid de mi casa ya mismo!

En medio de tanto griterío fue que se fijó en el habitante del lugar, un joven de su edad con una túnica que se arrastraba en el piso. Ligeramente apuesto pero no tanto como él, se dijo.
Fue cuando vio sus delgados labios que recordó por qué estaba ahí. Se arrojó encima del muchacho tapando su boca con su mano.

-Shhhhh que me están buscando.

Y aún más indignado que antes, el de la túnica verde se zafó con un pisotón.

-Fuera de mi casa.- Siseó.

Osomatsu no quería volver, quién sabe qué le haría ese hombre por haber osado golpearlo, seguramente sería serruchado en una plaza pública.

-¡Por favor no! Me matarán.

-Eso no es de mi incumbencia, algo has de haber hecho. Vete.

-¡No, no! Te lo suplico, déjame aquí. ¡Haré lo que sea!

La sonrisa maliciosa dibujada en el rostro contrario habría sido capaz de ponerle los pelos de punta al más fiero caballero, pero ya era demasiado tarde para arrepentimientos, el destino había sido sellado desde el momento en el que abrió su bocota.

-Bien, puedes quedarte. Pero no será gratis.

Nuestro protagonista no supo si hubiese sido mejor el haberse ido cuando se lo ordenaron.

.

.

.

1.- En la edad media, generalmente el primer baño anual se tomaba en el mes de mayo.

2.- Era el tributo que debían pagar los hombres libres y vasallos en concepto de contribución a la defensa del territorio.

3.- Prostituta que busca clientes en la calle.

4.- Juego que consistía en golpear con la palma de la mano una pelota confeccionada con piel de oveja. Sus practicantes se untaban la mano con aceite y luego con harina para evitar que la pelota resbalara.