Claim: Davos Seaworth/Marya Seaworth.
Notas: Pre-series.
Rating: T.
Género: Family
Tabla de retos: Histeria fandom.
Tema: 09. Centro
Marya Seaworth dejó que una sonrisa se extendiera lentamente por su rostro cuando escuchó —no sin que fuese extraño para alguien tan humilde como ella—, a su esposo ser anunciado por los pocos pero leales sirvientes que Stannis Baratheon le había enviado. Su corazón había albergado todo tipo de dudas cuando supo que Davos había partido hacia Bastión de Tormentas, hacia Poniente, donde todos los ríos estaban teñidos de guerra y sangre, pero el saberlo vivo, el saber que regresaba —y caballero además—, le hizo sentir más gratitud que por las tierras que el gran señor de Poniente al que había rescatado les había dado, junto con títulos que los elevaban de la pobre cuna donde alguna vez se habían mecido siendo niños.
—Marya —al igual que ella, el hombre parecía sentirse un poco incómodo en su nuevo hogar, no tan grande como un castillo pero ciertamente ostentoso comparado con su pequeña casa en Desembarco del Rey—. ¿Y los chicos?
El contrabandista y ahora caballero extendió sus brazos para abrazar a su esposa, que veía de cuando en cuando, cada vez que el oleaje lo llevaba a sus brazos. Siempre la encontraba más bonita, más afable, a pesar de las arrugas alrededor de sus ojos que indicaban que los chicos le daban problemas en ocasiones. A ellos, los veía cada vez más altos, ansiosos del mar y de aventuras, de un barco y un horizonte infinito. Cosas que planeaba darles, aún si eso significaba alejarlos de su madre.
—Te están esperando —contestó ella, mientras lo guiaba hacia el modesto jardín que venía con la propiedad, lleno de árboles frutales—. Quieren saberlo todo sobre cómo rescataste a Stannis Baratheon, quieren ir contigo —le dirigió una mirada preocupada, suplicante. Él negó suavemente con la cabeza, sin pasar por alto el hecho de que ella no parecía interesada en sus hazañas en Poniente.
—Tienen la edad suficiente —respondió, buscando a su alrededor pero sin encontrarlos. Sólo las hojas de las flores se mecían de cuando en cuando, presas de la suave pero casi inexistente brisa—. Es hora de que vean el mundo.
Tomó su mano, como si tratara de transmitirle un poco de su certeza, de su tranquilidad.
—La guerra casi ha terminado, Marya. Pronto Robert Baratheon gobernará desde el Trono de Hierro y las aguas quedarán en calma, no tienes de qué preocuparte —un nuevo apretón de manos, una sonrisa que ella no correspondió, sus ojos abriéndose desmesuradamente.
—¡Tus dedos! ¡¿Qué le ha sucedido a tus dedos? —parecía haberse olvidado de todo momentáneamente, la guerra, sus hijos, todo quedó relegado a un rincón de su mente cuando, al sentir su tacto, se dio cuenta de que Davos parecía incompleto.
—Stannis Baratheon los cortó como castigo por todos mis crímenes, como absolución de todos ellos —dudó un segundo, mirándola, sopesando el impacto que causarían sus palabras—. Ahora estoy a su servicio, Marya.
—Te vas —dijo, era una afirmación, no una pregunta—. Y te llevas a los chicos contigo.
Davos asintió, solemne.
—Le debo mucho a Stannis Baratheon. Esta casa, los títulos, él... Podrán vivir mejor, Marya —ella le dirigió una mirada que claramente decía que no le importaban ni los títulos ni la casa—. Estamos comenzando de nuevo.
De nuevo. Las palabras se convirtieron en viento y desaparecieron, como si fuesen un mal augurio que ella decidió ignorar. Davos era así desde siempre, lo sabía, zarpaba a la primera luz de la mañana, se dejaba llevar por el viento, vivía fiel a sus principios. Nada podía hacer para detenerle, sólo rezar, pedir a los Siete que lo guiaran por el buen camino y que nunca se arrepintiera de pagar con sus dedos, sus hijos y su vida, una lealtad inquebrantable hacia su nuevo señor.
