Buenas señores y señoritas, soy Daniel, mejor conocido como FriendlyMushroom, el orgulloso autor de "Guerras Doradas", un MiloxSaori que tuvo bastante éxito, y actualmente tiene 54 capítulos. Pero bueno, también me conocen por sacarme parejas de la nada, y esta es una de esas historias. ¿Milo y Niké? Debo estar loco, pues sí, si lo estoy, pero quiero compartir mis locuras con ustedes.
Como nota adicional, esta historia sigue la continuidad del Episodio G, más específico, tiene lugar después del Gaiden de Aioros y Antes de que comience la Guerra de los Titanes. No necesitan leer el Episodio G para entenderlo, lo explicaré conforme sea necesario pero ayudará si lo han leído.
Por último, esta historia es principalmente encausada a explorar la mitología Egipcia. Han quedado advertidos, espero les guste.
Por si a alguien le interesa, esta historia tiene canción de Intro, jajajajaja: "La Momia" del grupo "Tierra Santa"
Tierra Santa y Saint Seiya no me pertenecen.
Prólogo:
Atenas, Grecia. Templo de Athena. 1 de Septiembre de 1973.
En la ciudad de Atenas, en un punto cercano a la zona arqueológica, existe una ciudad escondida del ojo de quienes no comprenderían las maravillas y tragedias que alberga en su interior. Es una ciudad donde el tiempo parece no haber corrido con normalidad, una ciudad donde no existe la tecnología, donde se niega su uso, una ciudad que desea anclarse a las viejas costumbres, a los tiempos de heroísmo, y de adoración a otros dioses. Una ciudad donde el tiempo se detuvo desde el año 1,200 A.C.
La Grecia moderna no conoce esta ciudad. El gobierno la ha mantenido oculta frente a las narices de los civiles. La ciudad es tan importante, que incluso el gobierno la ha respaldado. Es una ciudad donde los dioses existen de verdad y los mortales poseen la fuerza de ejércitos enteros dentro de sus puños.
Dentro de esta ciudad, los guerreros creen ciegamente en la existencia de una diosa de sabiduría y guerra a la cual le son fieles. Se entrenan en el dominio de una fuerza ancestral que según ellos existe en todas partes, el cosmos. Y quienes manipulan esta fuerza con mayor dominio visten armaduras que les dan la fuerza de las estrellas.
—Es el momento… diosa Atenea… es el momento de renacer… —sobre la cima de una montaña, rodeada de construcciones antiguas, se encuentra el templo en honor a esta diosa, la diosa Atenea, quién una vez cada 200 años aproximadamente, es bajada de la ciudad de los dioses, el Olimpo, para renacer como una mortal. En su templo se irguió una estatua, que sellaba en su interior un poder ancestral superior a los dioses mismos. En su mano derecha, había una estatua más pequeña, como si fuese un ángel en miniatura. De este ángel escapaban tenues destellos de cosmos dorado, así como una voz femenina—. Está aquí… —frente a la estatua, el cielo se ha abierto, y un hermoso ser de cabellera dorada, vistiendo prendas de sedas inexistentes en el mundo de los mortales, ha descendido. En sus brazos carga a una hermosa bebé, de cabellera violeta suave, aparentemente sin vida—. Mi señor Hermes… —la voz resonó desde la pequeña estatuilla.
—Es tiempo… Niké… —le habló el dios de los mensajeros—. Has cosechado el cosmos de Atenea, y es tiempo de introducirlo dentro del cuerpo creado por Hefestos a imagen y semejanza de su madre Metis. Atenea debe volver a caminar entre los mortales… —extendió su mano en dirección a la estatuilla.
—Y la diosa Níké le sonreirá con la luz de su victoria… —respondió la estatuilla, y la estatua de la diosa Atenea comenzó a resplandecer. Niké absorbió aquel cosmos sagrado, y lo redirigió al cuerpo de la bebé que en esos momentos respiró su primera bocanada de aire, mientras sus ojos azules brillaban de un dorado intenso momentáneamente antes de que se soltara en un sonoro llanto—. Atenea… mi eterna amiga. Aguardaré el día en que seas capaz de usar mi poder en tu beneficio… bienvenida a tu nueva vida… —terminó Niké, mientras observaba al Patriarca del Santuario llegar, y recibir de manos de Hermes a la diosa Atenea—. Mi victoria por siempre te sonreirá… Atenea… —finalizó Niké, quien agotada, se quedó dormida. El sueño de Niké sin embargo, llegó súbitamente a su fin al poco tiempo de Atenea haber renacido—. ¿Quién…? —se preguntó la diosa menor mientras despertaba, y encontraba a un joven de cabellera castaño-dorada y corta corriendo en dirección a la estatua de Atenea. En su brazo llevaba a la bebé, en su espalda cargaba la Armadura Dorada de Sagitario, en sus ojos estaba dibujado el pánico.
—La diosa Niké… Athena solo estará a salvo si llevo conmigo a la diosa Niké. Solo Niké puede ayudarme a sobrevivir a los otros Caballeros Dorados… —era uno de los Caballeros de Athena, nombre con que se conocía al recipiente del cosmos de Atenea. El Caballero Dorado de Sagitario había raptado a la diosa, horrorizando a Niké—. Perdóneme, diosa Niké. ¡Perdóneme! —gritó, y elevó su cosmos entorno a su brazo derecho.
—¿Perdonarte? ¡Has raptado a la diosa Athena! ¡Eso es imperdonable! —gritó Niké, pero el oído humano no podía escucharla. El de Sagitario alzó su mano envuelta en cosmos, y con esta se preparó para atacar a la diosa Niké—. ¡Detente! ¡Por favor detente! —pero su aullido de dolor y miedo era inaudible.
—¡Detente, Aioros de Sagitario! ¡Yo te lo ordeno! —resonó el grito del Patriarca, quien elevó su cosmos alrededor de su mano, lanzando una fuerza de cosmos en dirección a Aioros de Sagitario—. ¡Explosión de Galaxias! —gritó, impactando a Aioros, quien al perder control en lugar de tomar a la diosa Niké, la decapitó.
—¡Gyaaaaah! —resonó el grito de la diosa, y por vez primera Aioros escuchó su voz, reaccionó, y tomó la cabeza de Niké, y huyó con ella mientras rodeaba su puño de cosmos dorado, y lo lanzaba en destellos en contra del Patriarca.
—¡Diosa Niké! ¡Deme la fuerza para proteger a Athena! ¡Trueno Atómico! —enunció Aioros, encontrando su cosmos fortalecido por el de la diosa Niké en su mano derecha, y tras lanzar el poderoso ataque, ni el Patriarca fue capaz de retenerlo. Tras recibir el ataque, el Patriarca se debilitó, mientras Aioros huía con la bebé en sus brazos.
—¿Quién… quién soy…? —se quejó la estatuilla sin cabeza, viendo desde su maltrecho recipiente a Aioros desaparecer en la noche—. ¿Qué… qué soy…? —se escucharon sus sollozos—. ¿Porque… me siento tan incompleta? —continuó llorando.
Atenas, Grecia. Templo de Atenea. 08 de Noviembre de 1976.
—Así que… ¿está es la dichosa diosa Athena…? —tuvieron que pasar 3 años antes de que Niké pudiera despertar. Y su primera visión fue la de un niño de apenas 10 años de edad, vistiendo una Armadura Dorada, y con una cara de desilusión dibujada en su rostro—. Que aburrido… no está hablando enserio, Patriarca. ¿La diosa Athena no es más que una estatua? —preguntó.
—¿Athena? ¿Es ese mi nombre? —preguntó Niké, mientras miraba al niño frente a ella, y al Patriarca de hace 3 años, solo que esta vez usando un casco dorado en lugar del rojo que había usado hace tiempo—. ¿Quién eres? —preguntó Niké, pero nadie le respondió.
—Milo de Escorpio —interrumpió los pensamientos de ambos el Patriarca—. Cuando se te preguntó cuál sería tu deseo de cumpleaños, pediste ver a la diosa Athena, y ahora la tienes frente a ti —le explicó el Patriarca, y Milo se mordió los labios con molestia, y se cruzó de brazos—. Las reglas son reglas. Hasta la mayoría de edad de Athena, nadie puede ver a la diosa. Confórmate con ver a la estatua que la representa y en la cual reside su cosmos. En estos momentos estás viendo lo que a ningún otro Caballero Dorado se le permite ver. Y si no vuelves a preguntar por Athena, te permitiré visitar este recinto cuantas veces quieras —terminó.
—Esto solo son ruinas y una estatua vieja. ¿Qué tiene de especial una estatua de los tiempos del mito y sosteniendo a una estatuilla decapitada? —se quejó Milo, y Niké se sintió sumamente ofendida, inclusive le gruñó, pero nadie podía oírla—. Soy el Escorpión Celestial… el guardián de Athena desde la era del mito, mi lugar está junto a mi diosa —insistió.
—Tu lugar está donde yo te lo ordene. No tientes a tu suerte, Milo de Escorpio —lo reprendió el Patriarca—. Eres el Caballero Dorado más joven que jamás ha existido, solo por eso te perdono tus insolencias. Comprenderás que soy un Patriarca flexible —le mencionó—. Esta… estatuilla como la has llamado, es la diosa Niké —explicó, y Milo miró a la estatuilla decapitada—. La diosa Niké, es la diosa de la victoria. Y mientras Niké permanezca en el Santuario, Athena no será derrotada en ninguna guerra. Tú, Milo de Escorpio… siéntete afortunado. Estás frente a una diosa… —terminó el Patriarca, y comenzó a retirarse.
—No es la diosa que yo quería ver… Patriarca papanatas… —se quejó Milo, y miró a la estatuilla—. Bueno… supongo que este lugar es menos aburrido que mi templo sin vecinos… Aioros es un traidor, y Dohko el viejo maestro nunca está en su templo. Que mala suerte… soy el único Caballero Dorado de los 12 que no tiene vecinos… —se fastidió Milo, y observó a la diosa Niké—. Bueno… supongo que estamos solos tú y yo. Al parecer tampoco tienes vecinos. Vamos a llevarnos bien, Niké. Te necesitaré para proteger a Athena —sonrió.
—¿Primero me dices inútil y ahora me pides ayuda? ¡No eres más que un mocoso grosero! —se quejó Niké, pero Milo no podía escucharla—. Pero… tener a un amigo… me haría sentir menos sola… Niké… ese es mi nombre… Niké… está bien, Milo de Escorpio… cuidemos a tu querida diosa Athena… juntos… —terminó Niké, contemplando a quien extrañamente se había convertido en su único amigo.
Saint Seiya: El Corazón de Niké.
Capítulo 1: El Mito de la Diosa Niké.
Atenas, Grecia. Templo de Atenea. 24 de Marzo de 1978.
—Es el día, hoy es el día. Estoy tan nerviosa —desde el día en que conoció a Milo, la diosa Niké no había sido capaz de entrar en su sueño, vagamente por su estado de diosa incompleta gracias a que Aioros de Sagitario le cortó la cabeza hace ya 5 años a la estatuilla en que estaba sellada, llevándose una porción importante de su cosmos, y vagamente por las constantes visitas de cierto joven a quien la diosa había terminado por admirar incontrolablemente—. Lo prometiste, tienes que venir. Lo prometiste, tienes que venir —oraba la diosa Niké, como siempre atrapada dentro de su estatuilla decapitada.
Los dioses sellados dentro de objetos inanimados como era el caso de Niké, quién estaba sellada en la estatuilla, comúnmente permanecían en un estado de hibernación hasta que dioses mayores los despertaban. Niké sin embargo, había sido profanada por el ataque de Aioros, y no recordaba siquiera su misión. Solo existía para el momento, y gracias a Milo, había decidido disfrutarlo, aunque Milo no la visitara todos los días.
Pero hoy era un día especial, Milo se lo había prometido, aunque no era exactamente una promesa, Milo solo subía cuando estaba aburrido, hablaba con ella claro, pero sobre temas que Niké sabía que Milo no esperaba una respuesta. Niké no podía hablarle de todas formas, así que se limitaba a disfrutar de su presencia solamente.
La oración de Niké continuó. De tener corazón, este latería rápidamente. Pero Niké solo era cosmos, y su cosmos solamente se estremecía dentro de la estatuilla. En algunas ocasiones Niké había tratado de elevar su cosmos para llamar la atención de Milo, algunas de las cuales Milo había reaccionado y había observado a la estatua con incredulidad. Pero a Niké se le partió el cosmos cuando Milo erróneamente pensó que se trataba del cosmos de la diosa Athena, que se encontraba satisfecha por su presencia.
—Soy Niké… como quisiera que lo supieras, soy Niké, no Athena… es Niké quien siempre está feliz de que vengas. ¿Por qué no puedo decírtelo? ¿Por qué no puedes escucharme? —lloraba el cosmos de Niké. Pero sus pensamientos se interrumpieron cuando los pasos de Milo de Escorpio, de ahora 12 años de edad, resonaron en el suelo del Templo de Atenea—. ¡Viniste! —gritó Niké, y Milo alzó una ceja, y miró a la estatua con cautela.
—Aprecio el agradable recibimiento, diosa Athena —habló Milo, y el cosmos de Niké se estremeció de dolor. Si tuviera ojos estaría llorando—. Pequeña diosa Niké. Como siempre es un placer verla también —reverenció Milo a la estatuilla, y el cosmos de Niké se recuperó de la punzante sensación de dolor—. Al parecer tenía más responsabilidades de las que creí. Por un momento dudé que llegaría a tiempo, pero me las arreglé. De cualquier forma, de los 12 yo soy quien tiene la mejor vista —miró Milo en dirección a la luna—. Hoy hay eclipse lunar, pero solo se verá en Asia. Nosotros estamos al extremo izquierdo del rango de visión del eclipse. En otras palabras, no veremos un eclipse, pero la luna tomará un color bastante interesante. Ponga atención, señorita Athena… usted también, Niké… —le sonrió Milo.
—No sabes cómo me duele siempre ser el segundo nombre que sale de tus labios. Una simple acompañante de la diosa a la que tanto amas. Desearía con todo mi cosmos ser por una vez solo Niké para ti —habló la diosa nuevamente a los oídos sordos del mortal al que admiraba, y se concentró en la luna, y en el cómo lentamente cambiaba su color. El blanco brillante tenuemente se coloreaba de un color anaranjado sombreado, ligeramente opaco, pero también brillante mientras la luna rosaba sus bordes—. Es hermosa… —suspiró Niké.
—Seguro que piensan que es una vista hermosa —se burló Milo, y Niké suspiró nuevamente, como una joven doncella mortal enamorada—. Pero tiene una explicación… la luna se ve de color naranja dependiendo de la cantidad de partículas que hay en la atmósfera —comenzó—. Pero en ocasiones como esta, por la posición del sol y sus rayos pasando por encima del zenit, el fenómeno óptico que se observa es el verla más naranja por la desviación de los rayos que llegan a la atmósfera de ese color —terminó Milo de forma arrogante.
—Eres tan poco romántico —se quejó Niké, y continuó mirando el fenómeno mientras la sombra terminaba de rodear a la luna en su totalidad. Y cuando aquello sucedió, la luna tomó un color rojo intenso, un brillo escarlata, sorprendiendo a Niké—. Ese color… —se impresionó Niké.
—La luna de sangre —explicó Milo como si pudiera escuchar su sorpresa—. El evento pasa varias veces alrededor del mundo, pero en diferentes partes. Es el momento en que el sol cubre por completo a la luna, generando ese brillo escarlata. Como las estrellas de mi constelación —continuó—. Seguramente ya saben la historia de mi constelación —continuó con orgullo—. Hace años cuando la diosa Artemisa aún cazaba en el mundo de los mortales con su compañero de cacería el gigante Orión, la diosa decidió tomar un baño en un rio cercano —Niké recordaba la historia, pero le encantaba tanto escucharla de labios de Milo, que la escuchó con atención como si fuera la primera vez que la escuchaba—. Artemisa es la diosa de la cacería y la luna, y solo Orión, el gigante hijo de Poseidón, era su igual al cazar. Artemisa también es una diosa virgen, por lo que no podía entregar su amor. Orión no quiso comprender aquello, y mientras la diosa se bañaba, intentó tomarla a la fuerza —Niké lo recordaba bien, pero siempre se sorprendía de todas formas, ligeramente avergonzada por la leyenda—. Artemisa no tenía su arco cerca, y era físicamente más débil que Orión. Pidió ayuda a gritos, pero nadie fue en su auxilio —le explicó.
—Solo un escorpión… —el cosmos de Niké hubiese sonreído si tuviera boca, pero no la tenía—. Un escorpión más valiente que listo para enfrentarse a un gigante. Ojala algún día un escorpión de piel dorada pudiera venir en mi auxilio, y salvarme también —suspiró enamorada.
—Solo un escorpión tuvo el valor —continuó Milo sin escucharla—. Se dice que Orión lo aplastó y se encajó su aguijón y murió envenenado. Otros dicen que Zeus lanzó su relámpago y el escorpión creció y enfrentó al gigante. En ambos casos, tanto gigante como escorpión mueren —apuntó con orgullo—. Artemisa, conmovida, subió a Orión y al escorpión al cielo como constelaciones. Y en el cielo, Orión siempre huye del escorpión que por siempre lo perseguirá. A decir verdad, me enorgullece mucho mi signo por eso, y por otras razones —terminó.
—El signo más maravilloso de todos —suspiró Niké—. Tan entregado, tan enigmático, tan sacrificado —se dijo a sí misma—. Pero siempre eres así por Athena, solo por Athena. Desearía que fueras así por mí, realmente lo deseo —prosiguió la diosa.
—No es la única regla de mi signo. Algunas reglas son muy molestas —se desplomó Milo a los pies de la estatua, sorprendiendo a Niké, que soltó un gritillo de sorpresa por el rápido movimiento de dejarse caer sin importarle en qué podría caer—. Un Caballero Dorado de Escorpio solo puede perder una sola batalla en toda su vida, y cuando pierda esa batalla deberá ser la batalla que le cueste la vida. El de Escorpio no tiene derecho a perder, esa es la moraleja en la leyenda del escorpión y Orión… luchar… hasta la muerte —sentenció—. Cuando tenía 7 años, la isla de Milo en la cual nací fue asignada por Shion como el lugar donde se entrenaría al Caballero de Escorpio. 800 Escorpios fueron abandonados en la isla, yo ya vivía allí así que fui el 801. Recuerdo ese día. Shion hablaba de la diosa Athena y del cómo pronto renacería, y que el Caballero de Escorpio era el guardián de Athena desde los tiempos de Antares I, el primer Caballero de Escorpio. Por un año, 800 aspirantes y yo luchamos por sobrevivir. Solo quien quedara vivo al final sería el Caballero Dorado de Escorpio… he visto más muerte… que la mayoría de los mortales en toda su vida… —aceptó.
—Lo lamento tanto… —se disculpó Niké—. Todo ese sacrificio en el nombre de Athena. Si fuera por mí no sufrirías de esa manera —intentó decirle Niké—. Pero no es por mí. Mi amor siempre será no correspondido —sintió Niké que lloraría.
—Cuando me dieron la Armadura Dorada… odiaba a Athena… —admitió, y Niké se sobresaltó—. Pero no era su culpa, mi diosa. Usted no dio la orden, fue Shion. Entendí que el Caballero de Escorpio debía ser sanguinario y sin corazón, porque solo alguien así puede ser el guardián eterno de Athena. Por mantenerla pura, por mantenerla justa, debo ser el portador de lo sanguinario de mi diosa porque como el Caballero Dorado de Escorpio… solo vivo por mi diosa, solo vivo por Athena. Solo puedo amar a Athena y a nadie más —el cosmos de Niké volvió a estremecerse en ese momento. El amor de Milo por Athena era demasiado para ella—. ¿Entiende todas mis reglas, diosa Athena? —continuó. Y Niké notó, como siempre notaba, que Milo volvía a olvidarse de ella y que solo le dirigía su amor a Athena—. El de Escorpio es el más sanguinario, el que no puede perder más que una sola batalla que será la que le cueste la vida, y no solo eso, hay una regla incluso más mortífera que aquellas. La leyenda del Anti-Ares. Antares es la estrella más brillante de mi constelación, es el corazón de mi constelación, y desde el tiempo del mito, esa estrella ha sido el opuesto al planeta marte que es el planeta de Ares el dios de la Guerra. Un dios que no puede ser derrotado ni por la mismísima Athena. Un dios al que solo el Caballero de Escorpio puede derrotar, porque el de Escorpio es su opuesto perfecto, su antítesis. Ares no hace la guerra a Athena mientras el de Escorpio viva, así que esté tranquila, diosa Athena. Mientras yo viva, el dios de la Guerra no vendrá a hacerle la guerra, porque el malnacido me tiene miedo —se burló Milo con arrogancia, y Niké se sintió más y más deprimida—. Por los Espectros de Hades, estoy contándole mis penas a una estatua… —susurró, pero Niké lo escuchó—. Lo que intento decirle, mi señorita, es muy sencillo… —se repuso y se puso de pie—. Yo la protegeré… yo siempre la protegeré… Athena es lo más importante para mí. Así que por favor… baje y viva con nosotros los mortales… le juro que jamás dejaré que alguien le haga daño, solo baje. Daré mi vida por protegerla —insistió Milo, y Niké se conmovió.
—Milo… —comenzó Niké—. Olvida a Athena, ella no está aquí, yo estoy aquí. Athena no hace más que lastimarte, ella no te ha escuchado todos estos años, yo te he escuchado todos estos años. Athena no puede amarte, pero… yo sí te amo… te amo… Milo de Escorpio… te amo… —el cosmos de Niké lloró, y Milo de pronto forzó la vista—. ¡Te amo! ¡Lo gritaré tan fuerte como pueda para que me escuches! ¡Te amo! ¡Milo de Escorpio! —insistió la diosa, y la sorpresa se dibujó en el rostro de Milo—. ¿Me escuchaste? ¿Me has escuchado? —la esperanza llenó el cosmos de la diosa Niké.
—La luna… —comenzó Milo, y Niké se percató de que no la había escuchado—. El eclipse ya debería haberse acabado pero no se ha movido un solo centímetro desde que apareció la luna escarlata —se horrorizó Milo, elevó su cosmos, y sintió una terrible sensación—. ¿Cosmos? ¡Un cosmos oscuro ha comenzado a rodear al Santuario! —se horrorizó Milo, y el Reloj de las 12 Casas se encendió—. ¡Nos atacan! —gritó Milo, e intentó correr en dirección a su casa, cuando el Patriarca salió del templo para detener a Milo—. ¡Su excelencia! —comenzó Milo.
—Milo de Escorpio —comenzó el Patriarca—. Es bueno saber que insistes en demostrar tu devoción por Athena al visitar su estatua —comenzó—. Eso significa que podrás defender a la diosa desde aquí. Alguien deberá quedarse como última línea de defensa —explicó.
—¿De qué habla, Patriarca? —se quejó Milo—. ¿Pretende dejarme aquí a proteger una estatua? ¿Qué está pasando? ¿Quién nos ataca? ¿Dónde está Athena? —preguntó Milo, aparentemente irritado por el haber sido ordenado a cuidar una estatua.
—Harás lo que se te ordene —mencionó el Patriarca—. Athena está en un lugar seguro que solo yo conozco. Puedo asegurarte que estos invasores no han venido aquí por ella, han venido por alguien más —le explicó el Patriarca, posándose frente a la estatua de Athena—. Vienen por Niké. Por la diosa que vive dentro de esta estatuilla —le mencionó.
—Con el debido respeto, Patriarca. ¿Está hablando enserio? —se quejó Milo, y el Patriarca lo miró con desdén por su poco respeto—. ¿Intenta decirme que alguien invade el Santuario… por una estatuilla decapitada? —preguntó Milo, y Niké sintió que lloraría.
—¡Entiéndelo, Milo! —le gritó el Patriarca—. No puedes sentirlo porque la diosa ha sido herida anteriormente, pero Niké vive dentro de esta estatuilla. Athena es importante. Athena es la prioridad. Pero sin esta estatuilla, las posibilidades de victoria de Athena son escasas. No sé por qué, ni bajo órdenes de quién vienen al Santuario en busca de Niké. Pero te puedo asegurar que Niké es lo único de importancia en el Santuario en estos momentos. Athena está a salvo. ¡Obedece y protege a Niké! —le ordenó el Patriarca, y comenzó a retirarse.
—¿Protege a Niké? ¿Cómo es esto posible? ¡Solo eres una estatuilla! ¡No posees siquiera un cosmos! ¿Qué imbécil atacaría al Santuario solo por una estatuilla sin valor? —preguntó Milo con desdén, y Niké sollozó herida.
—¿Por qué? —sollozó Niké—. Era mi oportunidad de sentirme protegida y amada y tú la destruyes con tan crueles palabras a pesar de todo el amor que siento por ti. ¿Por qué? —continuó. Pero Milo únicamente se cruzó de brazos, y miró el Reloj de las 12 Casas.
Casa de Tauro.
—El Reloj de las 12 Casas se ha encendido —mencionó Aldebarán, el Caballero Dorado de Tauro, quien, a pesar de su joven edad, era imponente como todo hombre adulto—. ¿Quiénes son? ¿Qué es lo que quieren? Si el Reloj de las 12 Casas se ha encendido, eso significa que son Espectros. Pero no se parecen en nada a los Espectros. Tal vez a Cerbero —apuntó.
Frente a Aldebarán había un ejército de seres antropomórficos con cuerpos humanos envueltos solamente alrededor de sus cinturas por taparrabos amplios de lino. Las pieles de los invasores eran morenas, la de algunos bronceada, la de otros tostada. Todos llevaban anillos de oro alrededor de sus piernas, uno sobre otro cubriéndoles toda la pierna hasta llegar por debajo de la rodilla. Los brazos estaban también cubiertos por aquellos anillos hasta la altura del codo, y sus pechos presumían una protección de pecho y espalda alta hecha de oro.
Pero no eran las escasas vestimentas o el oro que los cubría en ciertas secciones lo que impresionaba a Aldebarán, sino que eran sus cabezas. Cada uno de los cientos de guerreros que estaban trepados de las columnas, o encorvados con las cabezas de frente a los pies de la escalinata del Templo de Tauro, no poseía una cabeza humana. Las cabezas eran de perros negros con ojos rojos y dientes que parecían chorrear brea. Era la primera vez que Aldebarán veía a semejantes criaturas, pero si estaba sorprendido, simplemente no lo aparentaba.
—Se los repetiré una última vez —se cruzó de brazos Aldebarán, subiendo su defensa—. ¿Quiénes son? ¿Qué es lo que buscan? —insistió, y entre los cientos de guerreros antropomórficos, uno se alzó más alto que los demás. Era incluso más alto que el mismo Aldebarán, y su cabeza de perro estaba rodeada por una especie de tocado de tela rayado en azul y dorado fijado a la cabeza con la forma de una diadema abierta en forma de cobra y con un buitre en la frente. La tela le caía bajando desde la cabeza hasta por detrás de los hombros. La piel de la criatura era inclusive completamente negra, no como la de sus seguidores que parecían más humanos—. ¡Ja! ¡Jamás me esperé encontrar a alguien más alto que yo! ¡Pero oye como estás de feo! ¡JA JA JA JA JA! —resonó la potente carcajada de Aldebarán.
—أين هي ربة نايك؟ —Aldebarán escuchó a la criatura hablar, movía su hocico y emitía sonidos, pero no eran aullidos, definitivamente estaba hablando—. الكلام، قل لي أين. أنه يطيع والإبقاء على الحياة —tristemente, Aldebarán no conocía el idioma—. أجبني يا رجل ، أنت قبل أنوبيس. —insistió el animal.
—No te entiendo nada, maldito perro —se quejó Aldebarán—. ¡2 pueden jugar ese juego! —sacó el pecho—. Eu sou o Cavaleiro Dourado de Taurus, e minha casa não vai passar, bafo de cachorro —se defendió Aldebarán en portugués.
—هل تحاول ربما يسخرون لي، بشري —le respondió el extraño ser con cabeza de perro—. اعترف أن لديك قيمة عندما تواجه بوجود الله، ولكن أنا قد غزت ليس له ملاذ بذر بذور الموت. وهذا هو التحذير الأخير الخاص بك —insistió, y Aldebarán fingió discutir con el ser en portugués, hasta que el ser enfureció de verdad—. كف عن هذا —alzó la voz en una especie de ladrido.
—¿Ah? ¿Qué has dicho sobre mi madre? Para tu información, ella era una señorita muy respetable —se burló Aldebarán apuntando al hocico de la bestia, y el animal rugió con fuerza, y sus subordinados se lanzaron todos sobre el Caballero Dorado de Tauro—. Bueno, admito que tal vez debí haber encontrado una forma más práctica de hacer tiempo. Pero con el Santuario así de desprotegido, al menos necesitaba reírme un poco. ¡JA JA JA JA JA! ¡Gran Cuerno! —gritó Aldebarán, y al menos la mitad de los antropomórficos invasores fueron derribados, mientras el líder de la manada resistió, se irguió, y le gritó a Aldebarán con fuerza, elevando su cosmos oscuro—. ¡Estén alerta, camaradas! ¡Estos invasores no tienen honor! ¡Atacan como la jauría de animales que son! ¡Intentaré mantener a cuantos pueda dentro de mi casa! ¡Gran Cuerno! —gritó Aldebarán ante la marejada de caninos, que lo rodearon, mientras otra centena seguía su asenso por las 12 Casas que estaban terriblemente desprotegidas.
Templo del Patriarca.
—¿Qué son esas bestias? —se preguntó el Patriarca, sentado en su trono, y concentrando su cosmos alrededor de la tercera casa—. No son humanos, sus cosmos están podridos y son oscuros, casi juraría que son ciervos de Hades. Pero eso es imposible. Los Espectros tardarán aún algunos años en volver a invadir la Tierra —se quitó la máscara Saga, quien posaba como el Patriarca, y comenzó a secarse el sudor—. Por si no fuera ya suficiente con la presión de Cronos en mi mente que intenta convencerme de liberar su sello, ahora tengo que lidiar con estas criaturas que nos atacan en hordas interminables —la preocupación de Saga era más que evidente, y miraba al final del pasillo, detrás del cual estaba el Templo de Athena, y la diosa Niké—. Maldito Aioros —se quejó—. Si tan solo no hubieras herido a Niké. Ella nos hubiera traído la victoria —se quejó—. ¡Nos has condenado a todos! —insistió iracundo.
Templo de Athena.
—Es increíble el cómo puede estar tan calmado en un momento como este —habló Niké para sus adentros mientras observaba a Milo, que concentraba su cosmos intentando saber qué era lo que pasaba en el Santuario—. No… no está tranquilo… —dedujo Niké—. Detrás de esa máscara de seguridad, la verdad es que está impaciente. Después de todo él es el Caballero Dorado que solo puede perder una sola batalla en toda su vida —terminó Niké, observando a Milo en su silencio.
Templo de Géminis.
Las bestias llegaron a la Casa de Géminis con sus números reducidos en una tercera parte, pero sin haber perdido una sola hora en el Reloj de Cronos. Gracias al Reloj de Cronos, era imposible desmaterializarse en el Santuario para ascender, y también era imposible recorrer los caminos a la velocidad de la luz. La única manera de atravesar las 12 Casas era a pie, a velocidad humana. Pero estas bestias no eran humanas, recorrían lo que un humano común 3 veces más rápido que cualquier mortal.
Una vez llegaron a la Casa de Géminis, sin embargo, el líder de las bestias detuvo a sus criaturas, y olfateó alrededor de la casa. Gruñó, y miró a 2 de sus criaturas, y señaló para que se adelantaran. Ambas obedecieron, entraron en la estructura, y fue lo último que supieron de ellas.
—السحر —se dirigió la bestia a sus criaturas, y todas se quejaron y gritaron en su idioma nativo. A las puertas del templo de Géminis entonces se posó una armadura vacía, la Armadura Dorada de Géminis, que había salido de su templo para enfrentar a la bestia—. أنت من استحضر هذه المتاهة —habló la bestia.
—Es así como lo has dicho. Fui yo quién conjuró este laberinto —le habló la armadura, que entonces comenzó a elevar su cosmos, y extendió su enguantada mano en dirección a la criatura, que extendió su mano también, y el cosmos dorado y el oscuro se unieron—. No hablo árabe… y tú no hablas griego… pero ambos compartimos un idioma en común… —le explicó la armadura.
—Cosmos… —fue la respuesta de la criatura—. Lo he sentido antes. Nosotros lo llamamos Aj, la fuerza de los dioses. Ahora recuerdo que hace algunos años un blasfemo que vestía una armadura de oro como la de ustedes, invadió mi tumba y me liberó —le explicó.
—Aioros de Sagitario realmente sabía cómo causar problemas —le respondió la armadura—. Si te comunicas por el cosmos, o el Aj como insistes en llamarlo, estoy seguro de que incluso el resto llegará a entenderte —le mencionó la armadura.
—Tu amigo en el palacio anterior parecía no comprender mis intentos —la Armadura Dorada simplemente se burló—. Soy el dios Anubis, soberano de la Necrópolis, manipulador de los muertos y los ritos de embalsamamiento. No he venido a hacer la guerra por extraño que parezca. Si se cumplen mis exigencias, me retiraré sin dar más problemas —gruñó, lo que le hizo saber a Saga, quien manipulaba la armadura, que Anubis prefería que las cosas fueran más violentas.
—Dices ser un dios. Pero aquí no eres reconocido —le anunció la armadura—. Para los Caballeros Dorados eres un invasor. Todo quien pone pie en las 12 Casas lo es sea hombre o sea un dios. No tenemos por qué escuchar tus exigencias —anunció.
—Nada me gustaría más —amenazó Anubis—. Pero dispongo de poco tiempo, y no me refiero a aquel reloj —apuntó mientras la flama de Aries se extinguía—. Si no deseas que el mundo llegue a su fin, me dejarás pasar y me entregarás a la diosa Niké —amenazó.
—Este mundo está protegido por la diosa Athena. No llegará a su fin por la intervención de otros dioses —insistió Saga, y Anubis miró al cielo, y a la luna escarlata—. No pasarán. Soy el Caballero Dorado más poderoso, mi nivel es cercano al de un dios, y voy a demostrarlo. ¡Explosión de Galaxias! —gritó la armadura. Los planetas y planetoides se proyectaron en su cosmos, y las bestias de Anubis comenzaron a salir disparadas a los alrededores por el tremendo choque con las proyecciones de cosmos.
—No hay duda de que tu Aj es inmenso. Pero yo soy un dios —le respondió Anubis, colocando su mano frente a las proyecciones cósmicas, deteniéndolas con el poder de su cosmos—. Además, tu armadura es controlada a distancia, no eres capaz de desencadenar tu verdadera fuerza de esa manera. Así que acabaré contigo, de un solo movimiento. Me aseguraré de que no interfieras más. ¡Apertura del Duat! —conjuró Anubis, y tras él aparecieron unas inmensas puertas de oro. Las puertas se abrieron, dejando ver el reino de los muertos en su interior. La armadura fue atacada en su mente, y a distancia, se escuchó el tremendo grito de Saga, que comenzó a perder la cordura, mientras la armadura se desplomaba en sus piezas. Saga había sido derrotado de un movimiento, un ataque directo a su mente. Seguramente aquello no hubiera pasado si él mismo hubiera vestido su armadura, pero a distancia, era más vulnerable a un ataque mental—. Su mente era fuerte. Pero no era rival para un dios —comenzó. Pero de inmediato alzó la mirada al cielo, y a una luz dorada que salía disparada en forma de cometa desde el Templo del Patriarca, y que se avecinó en encuentro del dios de la Necrópolis—. En verdad es un guerrero formidable —sonrió Anubis, mientras el cometa caía y se estrellaba sobre el ejército de Anubis, que fue vaporizado a la mitad. Pero dejando a un orgulloso Anubis elevando su cosmos oscuro y resistiendo la agresión.
Templo del Patriarca.
—Así que… este es el poder de un dios… —se convulsionó Saga, con sangre cayéndole de los lagrimales, las fosas nasales, y los labios—. Usé todo mi poder inútilmente… el malnacido sigue en pie… debo… volverme más fuerte… no me convertiré en el dios de este mundo con esta debilidad —y Saga comenzó a vomitar sangre—. Niké… si se lleva a Niké… cuando Cronos y los Titanes lleguen… no tendremos oportunidad… —y Saga perdió el conocimiento.
Templo de Atenea.
—Ese cosmos… fue inmenso… —se sobresaltó Milo, e intentó correr en dirección al Templo del Patriarca desde el cual aquella ráfaga había sido lanzada. Pero apenas dio los primeros pasos, se detuvo—. No… tengo un deber… recibí una orden… —se retrajo, y observó a la estatuilla—. Debo proteger a Niké —finalizó.
—Por fin lo ha comprendido… por fin se digna a protegerme… —se estremeció Niké. Pero la mirada de Milo no era de satisfacción, era de odio—. No está contento… él lo daría todo por estar protegiendo a Athena… no a una inútil estatuilla… —Niké comenzó a deprimirse.
Casa de Leo.
—Este Santuario está demasiado desprotegido para ser el lugar de descanso de la diosa de la -Guerra. Los guerreros han luchado con valentía, y han reducido a mi ejército a casi cenizas. Uno pensaría que estarían mejor preparados pero siendo tan pocos, no pueden detenerme —se dijo a sí mismo Anubis, que llegó al templo de Leo, donde un joven de cabellera escarlata lo esperaba con una mirada sombría y repleta de odio—. Te recuerdo… ese olor… eres el mismo chiquillo que se enfrentó a mí en la tumba de Apofis en la región de Nubia —le sonrió Anubis.
—Ah… eres el perro de aquella vez… —se quejó Aioria, acariciándose su cabellera escarlata—. En ese entonces, mi cabellera era castaña suave, la cabellera de un traidor… ha pasado mucho tiempo. ¿Por qué has venido? —enfureció Aioria.
—Para salvar al mundo de la amenaza que tú y tu hermano liberaron hace ya 5 años en Egipto —le apuntó Anubis, y Aioria, el Caballero Dorado de Leo, se mantuvo firme e inexpresivo—. En otras palabras, he venido a reparar el daño que causaron tú y tu hermano al despertar a Apofis de su sueño eterno. No soy tu enemigo. Mi misión primordial es salvar al mundo de la destrucción conservando el Maat. ¿Me escucharás? ¿O cometerás el mismo error que los otros 2 y seguirás retrasando mi tarea? Déjame advertirte que no soy el mismo al que enfrentaste antes, en ese entonces no era más que una estatua guardián. Frente a ti, ahora soy un dios —lo amenazó.
—Mi hermano fue un traidor, todo mundo me lo ha dicho… —colocó su mano frente a su rostro Aioria, y la recorrió en dirección a su cabellera escarlata—. Yo no soy un traidor. Pero no tengo derecho a usar mi melena. Aun así gustoso le haría frente a los dioses. Pero ya me he equivocado demasiado… te escucharé… —finalizó Aioria, y Anubis le sonrió.
Templo de Athena.
—¿Qué demonios? —se sobresaltó Milo, y su grito espantó a la ya de por sí nerviosa Niké—. La bestia… esa cosa… ha dejado el Templo de Leo sin rasguño alguno—. ¡Maldito! ¡No eres más que un miserable traidor igual que tu hermano! ¡Infeliz! ¡No mereces la Armadura Dorada! —gritó Milo con fuerza, perdiendo la compostura—. Debería matarlo… debería, pero… las batallas entre Caballeros Dorados están prohibidas, maldito Aioria, maldito traidor… jamás te lo perdonaré… jamás. ¡Jamás te lo perdonaré, imbécil! ¡Malnacido! ¡Ojala te pudras en el Tártaros! ¡Aioria cobarde! ¡Eres un traidor! —continuó gritando Milo. Más en ese momento, lágrimas cayeron de sus ojos—. ¡Maldición! —lloró Milo—. Quería creer… que el hermano era diferente al traidor… en verdad quería creerlo… entrenamos juntos… pero ahora sé la verdad, eres un maldito. ¡Jamás te aceptaré como un Caballero Dorado! —gritó con fuerza, y se secó las lágrimas—. Maldito… maldito… —Niké cada vez se sentía peor. El temple del Caballero de Escorpio, se había perdido.
Templo de Acuario.
—Ha hecho la elección correcta, ese pequeño Caballero de Oro es más listo de lo que aparenta —habló Anubis mientras miraba al cielo, y a la luna roja escarlata—. Solo bastó con explicárselo una sola vez. Aunque es ligeramente deprimente. Hubiera deseado batallar en su contra, pero es fuerte, incluso más que su hermano. Hubiera sido una gran molestia —terminó Anubis, y se adentró en el Templo de Acuario—. Aquí dentro hay un Aj muy poderoso. No saldré bien librado de esta batalla al parecer. Es inquietantemente seductor el querer entregarme a mis deseos de muerte y sangre —finalizó.
—الله الجنائزية لمصر القديمة، ماجستير في جبانة ونمط من امبالميرس، موضع ترحيب لمعبد الدلو وأنا الوصي —habló Camus, el Caballero Dorado de Acuario, que salía del templo con un libro en su mano—. Espero haberme explicado bien. Básicamente lo halagué un poco y le di la bienvenida al Templo de Acuario del cual soy guardián —reverenció Camus de Acuario.
—No ha estado nada mal, Caballero de Acuario. Pero flaqueaste en tu gramática al final —le mencionó Anubis, y Camus hizo una reverencia a manera de disculpa—. Realmente no sabes mi idioma, te preparaste para enunciar esa frase. Pero incluso ante tu sagacidad de mente, presiento que no entenderás razonamiento alguno como tu amigo en la Casa de Leo. A pesar de que tengan todo en contra —Anubis miró al Reloj, solo se habían consumido 3 flamas de las 12.
—Primero, mi señor Anubis. Aioria de Leo no es mi amigo, ese chico no tiene amigos en el Santuario —le explicó Camus—. En segundo lugar, pese al conocimiento de que usted es un dios. Estaría fallando a mi lealtad a mi diosa si le permitiera pasar. Es por esto, que le ruego su perdón. Me arrodillo frente a usted en señal de respeto, pero aun así no me apartaré. En el nombre de mi diosa lo tengo prohibido —terminó.
—Sabias palabras —aceptó Anubis—. Como recompensa, te perdonaré la vida. Ahora combate, caballero, demuéstrame el poder de los hielos —sin darse a esperar, Camus se quitó la capa, y reunió la fuerza congelante en su puño—. Brillante… igual que los caballeros de los templos anteriores, tu Aj es brillante.
—Es la luz de la justicia verdadera. ¡Y su nombre es cosmos! ¡Polvo de Diamantes! —gritó Camus, y Anubis lo evadió. No ocurrió lo mismo con sus lacayos, que terminaron en su mayoría congelados—. No tiene respeto por su ejército. Tal vez hice mal en halagarlo. Un dios que usa a sus lacayos como simples peones no puede ser considerado un dios de bondad —mencionó Camus, se giró, y lanzó un anillo de hielo—. ¡Ondas de Hielo! —gritó Camus, desprendiendo de su mano aros de hielo que atraparon a Anubis en su interior—. No es sabio menospreciar a un dios. Deberé usar toda mi fuerza desde el inicio. Prepárese a recibir mi técnica definitiva —prosiguió Camus, juntando las manos, elevándolas sobre su cabeza, y formando al cántaro en su cosmos.
—Tu valor y templanza son cualidades impresionantes. Pero no son suficientes para derrotarme —le respondió Anubis con calma, mientras un calor descomunal se desprendía de su cuerpo—. Soy oscuridad, pero también soy el calor del desierto. Tus hielos no podrán alcanzarme, soy un dios de infinito calor. ¡Aliento Solar! —gritó Anubis, lanzando de su hocico llamaradas infernales.
—¡Tendré que congelar las flamas de los dioses! ¡Ejecución Aurora! —se defendió Camus. Fuego y hielo chocaron, y una explosión dorada y oscura sacudió todo el templo. Una gentil llovizna comenzó a caer, y un abrazador calor que levantaba una nube de vapor rodeo las columnas del recinto. Camus cayó en su rodilla, su armadura brillante como metal hirviente. Tanto era el calor que sentía Camus, que terminó por arrancarse la armadura que, si bien no se derretía, le quemaba la piel—. Este calor… las Armaduras Doradas deberían ser capaces de soportar el calor del sol… —se quejó Camus.
—Lo ha hecho —le respondió Anubis, parado frente a Camus, tan alto que su rostro estaba oculto tras la neblina y solo le brillaban los intensos ojos escarlata—. Antes quien combatía durante los eclipses era yo y no mi padrastro. Yo defendía la Barcaza Solar en contra de Apofis, pero no soy bienvenido en la Barcaza ya. Solo 2 pueden defender la Barcaza mientras viaja por el cuerpo traslucido de Nut. Desde hace milenios yo perdí aquel derecho, mi Aj no es tan alto desde que fui destronado del Duat —le explicó Anubis, y Camus se incorporó, sudando pesadamente—. Pero mientras fui el guardián de la Barcaza, aprendí a manipular su poder. Mis llamaradas son tan intensas como el sol, otra armadura se hubiera derretido por completo… esta… absorbió mi calor… —admiró Anubis.
—Eso es porque las 12 Armaduras Doradas que existen alrededor de la elíptica solar fueron bañadas por miles de años por los rayos de luz del sol —explicó Camus—. Las 12 Armaduras Doradas unidas tienen el poder de un sol… mi armadura… es capaz de resistir una doceava parte del calor del sol… —terminó su explicación.
—Y sin embargo debería haberse derretido —respondió Anubis, y se percató de las partículas de hielo a su alrededor—. Así que eso fue lo que ocurrió. Este frio. Jamás había sentido un frio tan intenso —se maravilló Anubis.
—El Cero Absoluto —resopló Camus por la hirviente sensación que se sentía de su lado del templo por el vapor de agua que le dificultaba respirar—. Es el frio más perfecto, capas de congelar las llamas del sol mismo. He dedicado mi vida a acercarme a esa temperatura, pero, jamás lo he conseguido. No he sido capaz de perfeccionar esta técnica, pero… la alcanzaré… —alzó su mano Camus, con la palma extendida, y el brazo completamente vertical y mirando al techo del templo—. Elevaré mi cosmos cuanto pueda, llegaré al Cero Absoluto. ¡Y te encerraré en mi Sarcófago de Hielo! —gritó Camus, y su cosmos comenzó a rodear a Anubis, que se cruzó de brazos frente a su pecho, reuniendo todo su calor mientras el sarcófago crecía—. Será una derrota digna para alguien como tú, Anubis. Te encerraré en un sarcófago como encerraban a los embalsamados cadáveres del Egipto de dónde vienes —le aseguró Camus.
—Admiro tu esfuerzo, Caballero Dorado… —le mencionó Anubis mientras cerraba los ojos, y era totalmente cubierto por el Sarcófago de Hielo—. Pero es inútil… —elevó su cosmos, y el sarcófago se hizo pedazos, horrorizado a Camus que por vez primera perdió su temple mientras observaba el hielo caer en pedazos a los pies de la criatura—. Tu frio aún está lejos del Cero Absoluto —concluyó Anubis—. Es tiempo de que continúe mi camino, caballero. La próxima vez sin embargo, será un placer volver a enfrentarte. ¡Aliento Solar! —desató su ataque fulminante Anubis, y Camus, el Caballero de Acuario, fue expulsado de su templo en una bola de fuego que se estrelló a medio camino de las escalinatas entre Capricornio y Acuario.
Templo de Athena.
—El último de los Caballeros Dorados que permanecían en el Santuario ha sido derrotado —se sorprendió Milo, y Niké también estaba asustada—. Aldebarán de Tauro, Saga el Caballero de Géminis incluso lo intentó, pero el invasor incluso sobrevivió a una ráfaga lanzada por el Patriarca desde su templo, pasó por Leo sin que el inútil de Aioria ayudara en nada, y también derrotó al prodigio y sabelotodo de Camus de Acuario. Es verdad que solo estamos presentes 5 de los 12 Caballeros Dorados, pero, aun así no debió haberle sido tan sencillo —Milo entonces viró la vista en dirección al Reloj de las 12 Casas, y descubrió que la flama de Leo era la siguiente flama en intentar extinguirse—. Maldito gato cobarde… te brindé el beneficio de la duda y escupiste en mí rostro… fui el único de los Caballeros Dorados que no te dio la espalda y me pagas con esta traición… eres un miserable… —finalizó Milo, que entonces caminó a las escalinatas.
A lo lejos, Niké podía ver gracias a su cosmos a Anubis continuando su ascenso, colocando un pie sobre la senda de las rosas, y marchitándolas todas sin esfuerzo alguno. El temor era evidente en el cosmos de Niké. Anubis estaba cerca, y no solo eso, venía por ella.
Templo del Patriarca.
—Me cuesta creer que incluso después de mi ataque, continúes con vida… —le mencionó Anubis a Saga, que se convulsionaba en un charco de su propia sangre—. Debiste cooperar. Solo tengo el bienestar de la humanidad como objetivo. Tan solo debías entregarme a la diosa Niké —insistió Anubis.
—Una amenaza… superior a ti… pronto llegará al Santuario… —escupió sangre Saga, intentando ponerse de pie en vano—. Seres antiguos… primordiales… dioses creacionistas… los he sentido en mi cabeza… Cronos pronto despertará, y sin Niké no tendremos posibilidad —intentó explicar Saga inútilmente.
—Esos dioses no encontrarán una tierra que conquistar —le mencionó Anubis—. Si no te has percatado, el fin del mundo es hoy —abrió su boca, lanzó una llamarada, y agujeró el techo para que a través de este Saga pudiera ver la luna escarlata—. Y habrá otro fin del mundo… el 7 de Abril de 1978… y después el 16 de Septiembre de 1978… la última oportunidad del fin del mundo este año será el 2 de Octubre de 1978… pero el próximo año, habrá 4 oportunidades más. El mundo siempre está en peligro, eternamente. Y yo conozco las fechas en que puede acabarse el mundo —le explicó Anubis.
—¿4 oportunidades al año para que se acabe el mundo…? —preguntó Saga, y sus ojos se abrieron de par en par—. 2 eclipses lunares… y 2 eclipses solares… hay aproximadamente 4 eclipses al año, los eclipses son entonces batallas por la continuidad de la existencia en la Tierra… —lo comprendió Saga.
—4 guerras por la continuidad de la existencia humana. 4 veces, todos los años. Todo por culpa de Aioros de Sagitario que despertó a Apofis de su sueño eterno al cual Horus lo sentenció —explicó Anubis—. Pero Horus murió en esa misma guerra, Apofis no puede ser sellado nuevamente. Necesitamos a la diosa de la victoria de los Griegos, ella es la clave de la existencia continua de la humanidad —terminó Anubis.
—Niké es necesaria… para triunfar contra los Titanes… —por fin se incorporó Saga—. Sin Athena… solo tenemos a Niké… y quien tenga a Niké siempre será victorioso —intentó elevar su cosmos Saga, pero Anubis cruzó sus brazos y elevó la temperatura de su cuerpo con las flamas escarlatas de su variación del cosmos, el Aj.
—Ese es exactamente el punto de apoderarnos de esa diosa —le confesó Anubis, elevó su Aj que creció oscuro y sombrío, y la puerta del Duat, el inframundo Egipcio, volvió a abrirse detrás de él—. ¡Apertura del Duat! —gritó Anubis, y Saga fue abatido por la fuerza descomunal del dios.
Templo de Atenea.
—Ya solo quedo yo… —se preocupó Milo, y una gota de sudor le recorrió el rostro—. Solo puedo perder una sola batalla en toda mi vida, y te aseguro que no será esta, Niké —la diosa en la estatuilla miró a Milo, que cerraba su mano en un puño, y después la abría con su aguja afilada brillando de escarlata—. Aún tengo un deber a con Athena… aún debo protegerla… no me rendiré hasta conocerla… —terminó Milo.
—Solo te interesa Athena… —sollozó Niké—. Solo Athena, siempre todo se trata de Athena. ¿Qué hay de mí? ¿No merezco tu devoción también? ¿Acaso mi amor no es suficiente? Ya no puedo sonreírte… Milo… —continuó sollozando Niké.
Los pesados pasos de Anubis resonaron, y la inmensa criatura por fin se posó frente a Milo justo en el momento que la flama de la Casa de Leo se extinguió. Anubis miró hacia abajo a encuentro de Milo, quién lo miró hacia arriba con molestia.
—La diosa Niké… —comenzó Anubis, elevando su Aj—. Entrégala, y no saldrás lastimado —le mencionó Anubis, y Milo le sonrió de forma arrogante. Aquella sonrisa impresionó a Niké—. Me pareces familiar… —susurró Anubis.
—No lo creo —le respondió Milo a Anubis de forma arrogante—. Si lo fuera sabrías que jamás debes subestimarme —Milo elevó su cosmos, que no era ni la mitad de alto que el Aj de Anubis, y sin embargo, había algo en aquel cosmos que llamaba la atención del ser antropomórfico—. ¡Filo Escarlata! —anunció Milo, y en un abrir y cerrar de ojos, Anubis retrocedió, mientras un corte de color escarlata partía el suelo saliendo de la aguja que Milo había blandido como una espada—. ¡Tsk! ¡Malnacido! Todo parece indicar que no podré rebanarte la garganta con mi aguja —sonrió Milo.
—Palabras valientes para un mortal… has decidido hacerme frente, a mí, a un dios… te mostraré la fuerza de mi Aj sagrado —abrió la boca Anubis, y Milo sintió la sensación intimidante de las llamaradas que se formaban en su hocino—. ¡Aliento Solar! —lanzó su ataque Anubis, y Milo logró evadirlo por muy poco, aunque su armadura comenzó a brillar al rojo vivo—. Esta velocidad… jamás había visto a alguien moverse con semejante flexibilidad y rapidez.
—¡Aguja Escarlata! —escuchó Anubis a Milo gritar, y la primera de las agujas se clavó en su oscura piel, llenando los ojos de Anubis de sorpresa—. Soy el más veloz de los Caballeros Dorados en el combate cuerpo a cuerpo. Hay un sujeto, Shura de Capricornio, que me supera en velocidad a galope. Pero mi ataque de proyección de cosmos y mi flexibilidad son los más veloces en todo el Santuario —apuntó Milo, preparó su aguja, y corrió en dirección a Anubis—. ¡Es tu fin! ¡Aguja Escarlata! —gritó, y desató 4 destellos, de los cuales Anubis evadió 2, pero otros 2 lo alcanzaron—. Aunque tú eres bastante rápido también —sonrió Milo.
—Agujas Escarlata… —se impresionó Anubis—. No… no lo creo posible… —se dio la media vuelta Anubis, sin que las agujas que aún brillaban en el sitio donde fueron clavadas lo detuvieran—. Caballero Dorado que vistes al Escorpión Celestial, ¿cuantas agujas eres capaz de lanzar? —preguntó Anubis.
—¿Y eso qué Espectros te importa? —se molestó Milo, y Anubis lo miró fijamente—. Si en verdad quieres saberlo, la constelación de Escorpio tiene 15 estrellas… así que puedo lanzar 14 Agujas Escarlatas, y después al corazón de mi constelación… Antares —sonrió Milo de forma arrogante, apenas y prestándole importancia al hecho de que estaba enfrentando a un dios.
—En Egipto hay una leyenda, sobre una guerra entre los dioses: Seth, el dios de la guerra, los desiertos y las tormentas, partió el cuerpo de Osiris el señor de la reencarnación y la vegetación en 14 trozos y los envió al Nun donde quedaron clavados —comenzó Anubis, mirando al cielo y apuntando a la constelación de Escorpio—. Ya renacido por la reconstrucción de Isis, la diosa madre y señora de la fertilidad, de la unión de ambos nació Horus el dios celeste, quien vengándose de Seth por el descuartizamiento de su padre, le hizo la guerra a su tío, y en esta batalla Seth le mutiló el ojo izquierdo a Horus, lanzándolo al cielo, clavándolo en el Nun, como una estrella roja en la bóveda celeste que chorreaba la sangre del dios celeste, estrella de la cual Horus obtenía todo su poder —terminó Anubis—. Así que era eso… Horus no fue asesinado en la batalla contra Apofis… fue herido y enviado a la Tierra. Tú eres Horus, el hijo del dios Osiris y la diosa Isis… eres mi hermano… —terminó Anubis.
—¿…Ah…? —hizo una mueca Milo, y Anubis cruzó sus brazos, y reverenció—. Déjate de tonterías, dios inútil. Hermano de un perro rabioso, que tontería. ¿Yo? ¿Hijo de un dios? No tengo la menor idea de en qué tonterías estás pensando, pero las estrellas de mi constelación definitivamente no son los restos de ese tal Osiris, y como puedes observar, conservo ambos ojos —finalizó Milo apuntándose al rostro, y después volvió a apuntar su aguja en dirección a Anubis—. Escúchame, Anubis… este será tu fin, solo puedo perder una sola batalla en toda mi vida, y te aseguro que no será esta. Mi gran batalla es contra el dios de la guerra, Ares. No contra un hijo perdido de Cerbero —se burló el de Escorpio.
—Te pareces a Horus, incluso en su infinita arrogancia… pero no tienes el Aj de Horus… tal parece que me he equivocado… —fue la respuesta de Anubis, que comenzó a elevar su Aj—. Eso significa que no hay razón para contenerme. Ahora despídete de este mundo, Caballero de Escorpio —el cosmos y el Aj continuaron elevándose, Milo preparó su aguja, Anubis abrió su hocico, y Niké lo observó todo desde el interior de su estatuilla. Ambos estuvieron a punto de atacarse, cuando la tierra se estremeció, y sangre comenzó a atravesar a la luna por la mitad—. ¡No! —gritó Anubis.
—La-la-la luna está sangrando. ¿Cómo es eso posible? —se sorprendió Milo, mientras el cielo se manchaba por un anillo de sangre que ahora rodeaba a la luna escarlata—. Era solo un eclipse… ¿cómo puede la luna sangrar así? —se preguntó.
—Si mal no recuerdo, su cultura cree en la existencia de Artemisa como la diosa de la luna —mencionó Anubis—. Esto no es diferente. Si la luna hoy sangra, es porque su diosa está herida tras la batalla entre Seth y Apofis que usan a la luna como campo de batalla
—¿La luna como campo de batalla…? —se sorprendió Milo—. Pe-pe-pe-pero… ¿cómo puede existir una guerra en la luna? ¿Acaso combaten en el espacio? —preguntó, y Anubis lo negó y retrajo su Aj, indicando que no continuaría con la batalla.
—En nuestra cultura, el espacio no es más que un inmenso océano por el cual surca la Barcaza Solar de Amón-Ra —explicó, y Milo miró a la luna con detenimiento—. Su luna, la diosa Artemisa, existe en el espacio, pero la Barcaza surca ese océano, y las guerras de la Barcaza, hieren a su diosa. Antes las batallas de la Barcaza las libraban Seth, el dios de la guerra y la muerte de nuestra cultura, junto a Horus el dios celestial —prosiguió Anubis—. Alguna vez yo mismo participé, pero mi Aj ya no es tan fuerte, no puedo volver, igual que tú, Horus, no puedes volver tampoco. Tu Aj se ha despedazado, ahora usas eso que ustedes llaman cosmos —lo señaló Anubis—. Seth ahora pelea solo contra Apofis, la serpiente gigante del caos que Aioros liberó. Pero no podrá continuar con estas guerras por más tiempo, necesita ayuda divina, necesita a Niké —se aceró Anubis a la estatua de Niké, y la diosa se horrorizó.
—¡No dejaré que te acerques a Niké! —la defendió Milo, corriendo a toda velocidad frente a Anubis, y por vez primera alegrando el corazón de Niké al ver que Milo iba en su defensa—. Recibí una orden… y me importa un Espectro si eres o no un dios… yo solo puedo perder una batalla, así que gustoso acabaré contigo, dios parásito… —insultó Milo.
—¡Detente, Milo! —le reclamó el Patriarca, que milagrosamente se había levantado y había vuelto a vestir su casco—. Si Seth, el dios Egipcio de la guerra y la muerte no derrota a Apofis en batalla… no habrá una Tierra que defender… te ordeno que te hagas a un lado, y permitas a Anubis reclamar a Niké —la noticia sobresaltó a Milo, y Anubis se limitó a reírse de la desesperada situación del Patriarca—. Y como prueba de buena voluntad, apagaré las flamas del Reloj de Cronos —elevó su cosmos el Patriarca, y apagó las flamas—. Pero te advierto, Anubis… si no regresas a Niké tras la batalla… el Santuario ira a la guerra contra Egipto.
—No me amenaces… mortal… —se molestó Anubis, pero de inmediato viró la cabeza para observar a Milo—. En cuanto a ti… hazte a un lado —Milo se mordió los labios, pero como fiel caballero que era, obedeció, y se hizo a un lado.
—¡No! —gritó Niké—. ¡No me dejes! ¡No dejes que me lleve! ¡Por favor! ¡Te lo suplico! ¡Milo! —lloró Niké, y Anubis se posó frente a ella—. ¡No te me acerques! —sollozó la diosa.
—No vale la pena que te quejes, Niké —mencionó Anubis, sorprendiendo a Niké, quién por fin era escuchada—. Qué es esto… tu poder… está incompleto… —susurró Anubis, y Niké continuó llorando—. No importa… este poder deberá ser suficiente… —elevó su Aj, y clavó la mano dentro de la estatuilla de Niké, y comenzó a tirar con fuerza.
—En el nombre de Athena —se sorprendió Milo, mientras Anubis sacaba del interior de la estatuilla a una bella joven de la edad de Milo, con cabellera dorada y ondulada, vistiendo sedas de un blanco muy puro. La niña lloraba, con sus ojos dorados derramando lágrimas continuamente—. ¿Niké? ¿Esa es Niké? —preguntó.
—¡Milo! —gritó ella, intentando liberarse de Anubis—. ¡Te amo Milo! ¡Te amo! ¡Por favor no me dejes! —gritó varias veces, dejando a Milo en shock—. ¡Suéltame! —intentó liberarse del monstruoso ser.
—Nos vamos, Niké… —comenzó Anubis, elevando su Aj—. La Barcaza Solar espera a su nueva campeona, la diosa de la victoria —una puerta apareció a espaldas de Anubis, se abrió, y llamaradas infernales salieron de su interior. Niké lloró, estaba horrorizada, extendió la mano, intentó alcanzar a Milo, que reaccionó, corrió en su auxilio. Sus dedos se rozaron, pero Anubis entró en la puerta llevándose a Niké, y la puerta se cerró frente a Milo, que azotó sus puños contra estas, antes de que las mismas se desvanecieran.
La Barcaza Solar.
—¡Miloooooooooo! —gritó Niké con fuerza, pero encontró un rio de fuego a su alrededor mientras al parecer navegaban sobre una barca de oro sólido. Ya no estaba en el Santuario. Alrededor de la Barcaza, los remos subían y bajaban salpicando polvo de estrellas de una belleza infinita, pero Niké no podía disfrutar aquella belleza, estaba aterrada. Un anciano con cabeza de águila permanecía enfermo y moribundo en el trono al final de la Barcaza. Se veía solemne, a pesar de su inmensa vejez. Al centro de la Barcaza, una sombra negra, con sus ojos brillando de escarlata, combatía a una inmensa serpiente de sombras y relámpagos que rodeaba a la embarcación. Era Apofis, y la sombra era Seth—. Sálvame… Milo… —lloró Niké—. Por favor sálvame, por favor… sálvame… —pero nadie atendió a sus súplicas.
