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El sonido y el movimiento la despertaron, su cama tenía vida propia. El ruido era horrible, Candy se tapó con las sábanas y se enrolló sobre sí misma. En su mente y su boca, una sola palabra, un solo nombre, Albert.

Cuando todo cesó, rodó por la cama y corrió, descalza, hacia la puerta del apartamento. Abrió y frente a ella sus vecinos pasaron corriendo hacia la escalera. Bajó con ellos, la luz de la luna llena iluminaba la ciudad de Los Angeles que había quedado completamente a oscuras.

La gente del edificio donde vivía desde su traslado de hospital se reunió en la entrada y de a poco comenzaron a hablar. Algunos llevaron velas y otros vasos con agua para calmar un poco los nervios. Tras una hora de espera en la intemperie, Candy se decidió a subir a su departamento y cambiarse de ropa. Aunque sus vecinos estaban bien, había visto pasar un par de ambulancias y seguro su destino era el hospital.

Se puso su traje de enfermera, guardó una botella de agua en su mochila y partió. El conserje la acompañó un par de cuadras y se ofreció a contestar su teléfono apenas volviera la señal. La joven caminó las pocas cuadras; a cada paso el miedo atenazaba un poco más su sorprendida y asustada alma.

Todo oscuro, algunas paredes en el piso, gente en la calle, asustada, con linternas, abrazados, llorando, rezando. Durante su trayecto otro temblor movió el piso, se alejó de las paredes de las construcciones y apuró el paso. Sacó su teléfono móvil y marcó el número de Albert, nada… su móvil también estaba muerto.

Con el corazón en un puño, prácticamente corrió las últimas dos cuadras. Las calles estaban silenciosas y oscuras y eso era suficiente para alimentar sus temores, ¡ojalá Albert estuviera con ella! Pero se había portado como una tonta…

Mi celular comenzó a sonar, lo ignoré, luego de unos minutos, el teléfono de mi habitación empezó a repicar insistentemente. Saqué un brazo de la cama y levanté el auricular.

- ¿Si?

- Señor Andrew, tiene una llamada desde Chicago, dicen que es urgente.

- Está bien, pásemela.

Por el auricular se filtraba un llanto desconsolado, casi histérico,

después la voz de la tía llamando a la calma y finalmente Archie, dándome la noticia.

- Ha sucedido un terremoto en Los Angeles, la falla de San Andrés… tú sabes… perdimos contacto con Candy. No contesta sus teléfonos, CNN dice que la ciudad está sin luz.

Me levanté inmediatamente, calcé mis zapatillas de levantar y salí a

golpear la puerta contigua, un adormilado George apareció en el umbral. Le resumí la llamada de Archie y le pedí que pidiera nuestro avión particular, no lo uso nunca pero ahora era extremadamente necesario.

Regresé al teléfono, los gritos de Annie prácticamente cubrían las palabras de su esposo. Entre ellos pude entender la dirección del hospital donde trabajaba y el nombre del conserje del edificio donde vivía.

Mientras me cambiaba de ropa, George ingresó para decirme que el espacio aéreo estaba cerrado en nuestro punto de destino. Buscamos un lugar intermedio y pedimos un auto para ese lugar. Mi fiel ayudante estaba listo, había habilitado mi teléfono satelital y el auto ya estaba cargado con algunas provisiones sacadas directamente de la despensa del hotel, a veces es bueno ser el dueño.

Subí al auto y tuve que subir un poco el cuello de mi abrigo, ese halo frío era como el de mi corazón, de puro miedo. ¡Si hubiera hablado cuando tuve la oportunidad!