N.A.: ni los personajes ni la historia me pertenece, es la adaptación de un libro que me gusto mucho y me gustaría compartirlo :)
Capítulo 1
— ¿Bella, vas a venir a mi fiesta? —. Era la voz de su padre en su contestador automático que finalmente la despertó. —Mejor que vengas, muchacha. Estoy harto de tus ausencias. Llámame.
La línea se desconectó. Bella suspiró mientras abría los ojos. Ella prefería el sueño a la dura soledad que la esperaba cuando abría los ojos. Al menos allí, incluso en la oscuridad, luchando contra abismos de deseos demasiado oscuros para incluso nombrarlos, ella tenía un propósito, en vez de sus miedos.
Fijó la mirada en el gran gorila de paño que había abrazado al dormir. Un regalo de su padre cuando ella se marchó con su madre. Algo para mantener alejadas las pesadillas, había dicho él tristemente, aunque ella ya era adulta. Bella a menudo tenía pesadillas.
Quizá no debería haberse ido, pensaba Bella a menudo. Ella recién había entrado al colegio, y podría haber hecho su propia elección. Pero su madre la había necesitado. O Bella había pensado que lo hacía. Ahora no estaba segura sí su madre la necesitaba, o simplemente quería controlarla.
— ¿Bella, ya estás despierta? —. Su madre, Renne. Jamás la llamaba desde el piso inferior, su voz apenas penetraba la distancia.
Bella había instalado su propia línea telefónica ni bien había salido del colegio y había trasladado su habitación a la planta alta donde su madre raras veces iba. Ella necesitaba su privacidad, y su madre era propensa a acorralarla siempre que podía. Las escaleras le impedían aventurarse en la privacidad de Bella.
—Sí, mamá. Estoy despierta —le gritó, sentándose en la cama, imaginando la mueca de aversión de su madre. Era sábado, por amor de Dios. Tenía derecho a dormir. Ella podía imaginar la expresión de su madre si supiera que fue el llamado de su padre lo que la despertó
Resignada, Bella se levantó de la cama y se dirigió a la ducha.
Bella era consciente del disgusto de su madre por el estilo de vida de su padre. Charlie Swan no se quedaba en casa, ni mantenía horarios regulares. Él poseía una corporación electrónica nacional y vivía la vida como él quería. Daba cenas, asistía a obras de beneficencia y organizaba fiestas. Renne, su madre, prefería sus libros, su tranquilidad y todo lo que no involucrara a un hombre. Y había hecho todo lo posible para llevar a su hija por el mismo camino.
Bella realmente odiaba las fiestas. Siempre lo había hecho y sabía que siempre lo haría. Ella invariablemente terminaba yendo a las fiestas sola y siempre se iba de ellas sola. Tenía mala suerte para las fiestas. Tenía mala suerte con los hombres, la había tenido por años. Pero estaba obligada a ir a esta fiesta. Lo había prometido. ¿Qué más podía hacer que prepararse para ir?
Hizo una mueca, confundida mientras consideraba su carencia de vida amorosa. O quizás de vida sexual. Ella no era una gran creyente del amor o del "y vivieron felices". Raramente veía que funcionara, sus propios padres eran un ejemplo de eso. Y el segundo matrimonio de su padre parecía más inestable que sólido.
Frunció el ceño, como lo hacía usualmente cuando pensaba en la nueva esposa de su padre. Bueno, tal vez no nueva. Charlie Swan, su padre, había estado casado por casi tres años con Tanya. La mujer todavía insistía en que todos la llamaran Tany. Como si ella fuera todavía una adolescente. Bella gruñó con aversión. Por supuesto, la mujer tenía apenas treinta y cinco años, diez menos que su padre, y casi diez años más que Bella. Lo menos que él hubiera podido hacer, susurró, era casarse con una mujer que tuviera su misma edad.
Ella apenas podía tolerar estar en la misma habitación con 'Tany'. La mujer daba a la 'rubia tonta' un nuevo significado. Cómo había logrado relacionarse con un hombre considerado un genio, Bella no tenía idea. Edward Cullen era el hermano de Tany, y el padre de Bella juraba que Cullen había llevado a Swan Electronics al estado financiero que ahora gozaba, siendo uno de los principales fabricantes de electrónica.
Pensar en él causaba mezcladas reacciones en Bella.
Edward era un metro noventa y cinco de duro, compacto músculo y oscura belleza, con una cínica, burlona actitud que la volvía loca. Sus besos eran de lo que estaban hechos los sueños. Sus dedos eran malvados instrumentos de torturante placer; sus labios eran capaces de lanzarla a un hipnótico trance cuando la tocaban.
Ella suprimió un suspiro. Ningún hombre besaba mejor que Edward Cullen. Debería ser un crimen que un hombre exudara tanto sex appeal, y fuera tan idiota, además. Y era realmente un crimen que ella no pudiera superar ese único beso robado para poder disfrutar cualquier otro.
Luego de ducharse, rápidamente se secó el pelo, suspirando mientras se pasaba el cepillo por su pelo marrón, largo hasta por debajo de los hombros, una última vez antes de girarse hacia las puertas abiertas de su gran armario. Tenía suficiente ropa. Una cosa que su padre siempre había hacho era asegurarse de que estuviera bien provista.
Los profesores de escuela primaria no ganaban mucho en términos de dinero, y no era un trabajo glamoroso. Charlie Swan había pensado siempre que su hija debería dejarlo, pero era lo que ella quería hacer. Además la mantenía fuera de la esfera social en la que su madrastra y Edward Cullen se movían. Esa era suficiente razón para mantener su decisión.
Pero, ella le había prometido a su padre que se quedaría con él esta semana. Que se tomaría un tiempo libre del trabajo y regresaría a la gran casa familiar donde ella había crecido antes del divorcio de sus padres, y trataría de ser su hija.
No es que ella no lo quisiera, pensó mientras armaba su valija. Ella lo hacía. Amaba a su padre terriblemente, pero Edward estaba en la casa. Él se quedaba allí a menudo, y era a Edward a quien necesitaba evitar.
Después de embalar la ropa informal que iba a necesitar y su atesorado y oculto vibrador, Bella miró dentro de su armario para elegir lo que iba a ponerse en la fiesta anual del Día de San Valentín que su padre daría. Era además, el tercer aniversario de su casamiento con Tany. Si, ella realmente quería celebrar eso.
Tomó un vestido tubo corto de seda negra del armario y lo colgó del pomo de la puerta. De su aparador sacó una tanga negra, un sostén de encaje haciendo juego y medias de seda ahumadas. Los colores oscuros satisfacían su humor. El día de San Valentín era para los amantes, y Bella no tenía uno. Ella aún no entendía por qué iba a esa estúpida fiesta.
Su padre no la extrañaría. La casa iba a estar atestada. No la necesitaban allí. Ella no había asistido a ninguna fiesta de Tany en casi un año. Eran ruidosas, alborotadas y a menudo resultaban un poco salvajes para su gusto. Además, Edward siempre terminaba haciéndola enojar durante la primera hora de la fiesta.
Sus magnificos ojos verdes la mirarían, cínicamente lánguidos, siempre brillando con interés mientras los tontos a su alrededor le sonreirían con afectada adoración. Resopló. Si ella tuviera que sonreírle tontamente para retenerlo, entonces...
Suspiró desconsoladamente. Probablemente sonreiría tontamente si pensara que eso ayudaría. Si supiera como hacerlo. Su boca siempre parecía expresar sus pensamientos. El aire de superioridad de Edward sólo lograba irritarla. Después de aquel primer beso, su duro cuerpo manteniéndola cautiva contra la pared, mientras le susurraba lo que quería en su oído. Su cuerpo había estado de acuerdo, su mente, trastornada y aturdida por las imágenes, había entrado en escena con una defensa instantánea: su inteligente boca.
Habían pasado alrededor de dos años.
Ella se sentó sobre la cama, todavía desnuda, su vagina húmeda, palpitando con el recuerdo.
— ¿Puedes soportar el calor, nena? —le había susurrado él, sosteniéndola contra la pared mientras empujaba su miembro entre sus muslos. —No voy a mentirte, Bella. Te deseo demasiado. Pero no soy uno de tus alumnos al cual puedas manejar. Te deseo atada a mi cama, gritando, rogando por mí. Deseo bombear mi polla en ese pequeño y apretado trasero tuyo, quiero oír tus gritos mientras estoy entrando allí y te jodo con un consolador comprado sólo para ese apretado coño tuyo.
Ella tembló ante el recuerdo de la excitación y la caliente y desesperada necesidad.
—Seguro —había respondido ella socarronamente — ¡Y luego yo puedo follar tu trasero!
Él había osado reírse de ella. Reírse de ella mientras sus dedos se hundían en su apretada y mojada vagina y su orgasmo ondulaba sobre su cuerpo. Ella había jadeado, sintiendo el resbaladizo calor pulsar sobre su vagina, mojando los dedos de él. Luego los había deslizado al pequeño y apretado agujero que había prometido follar, un dedo hundiéndose hasta su primer nudillo, enviando una llamarada de dolor a su cuerpo que había disfrutado demasiado para estar cómoda con eso.
Bella recordó su miedo, palpitando tan caliente como su lujuria. Ella lo había empujado lejos, temblando, asustada por el caliente pulso de hambre que se había encendido dentro de ella, diferente a todo lo que había conocido antes. Y él la había observado, su pene grueso, duro bajo sus pantalones, sus ojos oscuros mientras ella pasaba por delante de él temblando.
— ¡Pervertido! —lo había acusado ella.
Los labios de él temblaron y sus ojos llamearon de cólera
— ¿Y tú? —le preguntó él. — ¿En qué te convierte esto a ti, nena? Porque tarde o temprano, tendrás que admitir que lo deseas.
— ¿Qué, que me violes? —había siseado ella.
Sus ojos de repente se ablandaron, una extraña sonrisa apareció en sus labios.
—Nunca violación, Isabela. Tú rogarás por esto. Porque los dos sabemos que lo deseas tanto como yo. Mi pene deslizándose en tu apretado trasero mientras gritas que me detenga, luego gritando que nunca me detenga. Tú eres mía, Isabela, y yo sé cómo darte lo que necesitas. Cuando estés lista para aceptarlo, házmelo saber.
Bella sacudió su cabeza. Desearlo y aceptarlo eran dos cosas diferentes. Ella había soñado con eso desde entonces, demasiado humillada para pedírselo, y él rechazó ofrecérselo una segunda vez.
Ella tocó su suave, acalorado coño, sus ojos se cerraron mientras se acostaba sobre la cama. Pensar en lo que él deseaba la aterrorizaba, excitándola al punto que dolía. Pensar en su pene, tan grueso y duro, entrando cuidadosamente en su trasero mientras penetraba su húmedo, suplicante coño con un consolador, atada, incapaz de luchar, incapaz de escapar, a merced de sus deseos, la había empapado de necesidad. Él no la lastimaría. Ella sabía bastante sobre Edward para saber que él nunca le haría daño, pero podría mostrarle cosas sobre ella misma que no estaba segura de querer conocer. Él podía mostrarle una parte de ella que no estaba segura de poder manejar. Ese era un pensamiento escalofriante.
Sus dedos entraron en el poco profundo, estrecho pliegue de su vagina, rodeando su clítoris. Él había prometido comerla allí. Deslizar su lengua alrededor de su clítoris, succionarlo, comerla como si fuera miel, una lamida a la vez. Ella se estremeció, gimiendo, imaginando que sus dedos eran la lengua de él, chupando su coño, lamiendo el resbaladizo calor que empapaba su vagina. Ella rodeó su clítoris, susurrando el nombre de él. Luego movió sus dedos hacia abajo, al desesperado dolor de su vagina. Ella penetró el apretado canal con dos de sus dedos, mordiendo su labio, preguntándose cómo se sentirían los gruesos y largos dedos de Edward dentro de ella. Él tenía las manos tan grandes, él la llenaría, haciéndole gritar por más.
Él había susurrado la oscura promesa de follar su trasero, tomándola allí, haciéndola gritar por él. Mordió sus labios, sus dedos moviéndose, uno insertándose en ese pequeño, oscuro agujero, mientras deseaba no haber empacado su vibrador tan rápidamente. Mientras sus dedos pasaban por la apretada entrada, ella permitió a dos de los dedos de su otra mano hundirse en su vagina. Podía oír la voz de él en el fondo de su mente, sentir sus dedos, más gruesos que los suyos, lanzarle un dardo de dolor placentero mientras él perforaba su trasero. Y él le había dicho, le había advertido que la follaría por allí.
Sus rodillas se doblaron, sus caderas empujaron más fuerte contra sus propios dedos mientras imaginaba a Edward entre sus muslos, lamiéndola, follándola con sus dedos, conduciéndola hacia el borde mientras la follaba; su coño, su trasero, hasta que…
Ella gritó mientras la suave ondulación de su liberación la cubría. Su vagina apretó sus dedos, su útero temblando de placer. No era la liberación que ella hubiera experimentado con los dedos de Edward o con su vibrador, pero se llevó el pico de lujuria que parecía crecer con el tiempo.
Bueno aquí de nuevo yo trayendo una nueva historia, depende de la aceptación la continuare aunque debe decirles que está muy interesante
Espero sus review *=_=*
