Prólogo.
La dicha de tenerla cerca, me fortalecía pero aquella dicha se había acabado en un cerrar de ojos, cuando todo lo que parecía mágico se había esfumado, aquel paraíso en el que habíamos jurado vivir los dos por la eternidad se había marchitado, nuestro amor, ese amor que parecía tan sagrado, tan indestructible había sido abatido por las más inesperadas fuerzas que acabo con todo, que incluso había acabado conmigo. ¿Qué podía hacer? No podía quedarme, no junto con ella más, ya me era imposible y doloroso, me había entregado a las fuerzas hipnotizantes de su humildad, de su belleza que todo ello me trajo hasta aquí, donde estoy, esperando de nuevo el tren para regresar a casa, de donde jamás debí huir.
Mi pie ya estaba sobre el escalón de la entrada al tren, mi boleto ya había sido marcado, lo único que quedaba por hacer era subir, mi cuerpo se arrastro con poca fuerza hacia el interior cuando su voz resonó por toda la estación en un silbido de impaciencia.
-¡Edward! ¡Edward!
Mi cabeza se giro momentáneamente al reconocer su voz y fue entonces cuando supe que no podía irme, que el intentar una vida sin ella no podía ser posible, porque el intentarlo sería una completa estupidez…
