Título:Love is death.

Autor:Crazy Cullen.

Summary: Un trágico y desconocido accidente arruina el día de su boda. A partir de ese momento su vida se volverá irreal, dándole golpe tras golpe sin tregua alguna. Un día decisivo, Bella tendrá que elegir entre la vida, el amor y la muerte.

Disclaimer: Los personas y algunas frases del texto son de la fantástica Stephenie Meyer. Yo solo cogí prestados los personajes para jugar con ellos un poquito.

Actitud:Historia con algunos temas fuertes que pueden incomodar a cierto público. Contiene una pequeña escena sexual y momentos un poco gores y otros dolorosos.

Númerodepalabras:Según lo que dice mi gran amigo y aliado "Word": 13.412.


~.~...*...*...: Love is death :...*...*...~.~

Preparativos para la boda:

-Fecha: Listo.

-Iglesia: Listo.

-Invitados: Listo.

-Restaurante: Listo.

-Menú: Listo.

-Arreglos florales: Listo.

-Decoración: Listo.

-Colocación: Listo.

-Vestido de novia: Listo.

-Complementos para la novia: Listo.

Bella Swan leía y releía una y otra vez la misma lista que había creado hace seis meses. Ahora el papel estaba claramente usado, las arrugas y pequeños rotos en los laterales eran imposibles de ocultar.

Pero no quería hacer uno nuevo, según Alice daría mala suerte… Bueno para ella todo daba mala suerte. No tenía remedio.

Volvió a leerlo por enésima vez en el día, todo estaba preparado, perfectamente organizado. Nada se escapaba de las garras de Bella Swan.

Se casaba en tan solo dos días y con las justas había podido poner la palabra "Listo" en cada uno de las líneas que ocupaba esa usada nota.

Con satisfacción la había ido llenando día tras días, era fantástico colocar esa exitosa palabra en su nota. Siempre que lo hacía brincaba de alegría por toda la casa. Esas simples cinco letras significaba que el gran día estaba cada vez más cerca.

Siguió leyendo detenidamente, empezando de nuevo dos o tres veces más. Cualquier fallo por pequeño que fuera podía ser un paso para el desastre.

-Algo nuevo: Zapatos. Ángela.

-Algo viejo: Collar. Rennée.

-Algo azul: Tiara con zafiros azules. Alice.

-Algo prestado: Liga. Rosalie.

Tenía ese pequeño apartado más que sabido, cada una de sus amigas y su madre se habían ofrecido para poder regalarle una de esas cuatro cosas que marcaba la tradición.

Los zapatos de novia se los había comprado Ángela cuando fueron a ver una tienda de vestidos.

El collar que su madre le había dado era increíblemente hermoso y delicado y había pasado por manos de todas las mujeres Swan. Alice se ofreció para peinarla y por lo tanto como toque final colocaría esa preciosa tiara sobre su elaborado peinado. Rosalie le prestó la liga, la misma que ella usó en su propia boda.

—¡Listo! —Gritó Bella con la efusividad de una niña de cuatro años. Le era inevitable no estar así de feliz y emocionada. Solo le faltan dos cortos días para poder ser Bella Cullen y estaba más que nerviosa.

Respiró tranquila cuando el peso de sus pensamientos cayó sobre ella. Todo estaba organizado y preparado. Ahora solo se dedicaría a disfrutar del trabajo bien hecho.

El único dato desconocido para ella era el traje del novio. Él no le había comentado nada sobre ello. Repentinamente un escalofrió atravesó su médula. Se puso de pie de un salto y corrió escaleras arriba para poder preguntárselo a Edward directamente.

—¡Edward! —Gritaba a toda voz mientras subía cada escalón. Tropezó en los tres últimos y el nombre de él le salió como un horrible alarido.

—¿Bella qué sucede? —Un Edward asustado y muy preocupado asomó corriendo por el pasillo en su busca. La cogió por los brazos y prácticamente la arrastró hasta el dormitorio.

—¿Qué ha pasado? —Le preguntó con el corazón en la mano por el susto que se había llevado.

—Na-da… —Dijo Bella entrecortadamente. Su respiración era agitada, haciendo que su pecho subiera y bajara exageradamente rápido. Los ojos de Edward la examinaron en busca de la mentira.

—¿Por qué has gritado? —Edward aún no se había conformado con su simple respuesta.

—El grito ha sido porque he tropezado, pero la cuestión importante es… —Antes de preguntárselo cerró los ojos para que su pesadilla no se hiciera realidad. —¿Tienes ya el traje?

Los ojos de Edward se abrieron súbitamente rápido y la miró con temor. Bella sintió que el alma abandonaba su pecho. Esto no podía estar pasando.

—Lo siento Bella, aún no he encontrado uno que me convenza del todo.

—Ohh Dios mío —Fue lo único que pudo decir. Dio vueltas como león enjaulado por todo el dormitorio.

—Nos casamos en dos días, ¡dos! —Casi le grito lo último. —No puede ser verdad. —Su respiración se volvió irregular, los latidos de su corazón imparables y una fina capa de sudor atravesó su nuca.

—Ohh Dios no, no, la lista… Y la boda… Y todo… —No hacía más que decir incoherencias a diestra y siniestra.

De repente escuchó una carcajada.

—No es gracioso Edward —Lo apuntó con su dedo índice.

Él se movió ágil por el dormitorio y poco después de abrir el armario en sus manos apareció un elegante traje negro. (1)

—¿Servirá con este? —La burlona sonrisa no abandonaba sus labios.

—Casi me da un ataque de histeria —Bella lo miró ceñuda.

—Tienes que tranquilizarte Bella o acabarás enfermando. Todo saldrá perfecto, nada puede salir mal. Recuerda que lo hemos hecho todo meticulosamente. Tienes que relajarte para que disfrutes de este momento —Comprendió sus palabras.

—Es difícil —Fue lo único que pudo decir.

Edward se acercó a ella y cariñosamente la abrazó, poco después sus labios se juntaron tiernamente.

—Todo será perfecto —Le susurró. Él lo sabía, sabía que todo iba a salir de maravilla. Nada podía fallar en ese importante día para los dos. Las cosas estaban organizadas con mucha antelación. Si algo salía mal sería un delito.

Poco a poco sintió como Bella se relajaba entre sus brazos, el roce de ambas bocas se hizo más demandante y la temperatura rápidamente subió su nivel. La apretó más contra su cuerpo mientras mordía suavemente su labio inferior. Sin mucho esfuerzo la sujetó firmemente para ponerse de pie, con una lentitud desesperante la tumbó en la amplia cama matrimonial.

Sin esperar mucho su cuerpo cubrió el suyo y su boca los labios de Bella. Se besaron hambrientos el uno del otro. Los dos sentían esa necesidad mezclada con deseo recorrer sus venas. La pasión era irrefrenable en este momento.

Sin querer dilatar más el momento levantó su roja camisa para poder observar su marmórea piel.

Las prendas de ambos desaparecieron en menos de unos minutos. Sus cuerpos desnudos se acariciaron lentamente. Dejando que cada una de sus terminaciones nerviosas cobrara vida propia.* No hacían falta las palabras entre ambos, bastaba con la muestra de amor corporal que se estaba desarrollando.

Las manos de Edward recorrían cada rincón del desnudo cuerpo de Bella. Sus caricias hacían que se estremeciera y que un para nada molesto escalofrío recorriera toda su espina dorsal.

Ella gimió en sus labios y se dejó llevar por el mar de sensaciones que él le causaba con tan solo un beso o una caricia en cualquier parte de su cuerpo.

Una divertida idea pasó por su cabeza. Quiso decirla rápidamente antes de que sus toques le hicieran perder toda la coherencia.

—¿Qué pasó con lo de llegar virgen al matrimonio? —Quiso sonar seria, pero su voz salió con un toque divertido imposible de ocultar.

—Ohh Bella, tú tienes de virgen lo que yo de pelirrojo. —Ambos estallaron en fuertes carcajadas por sus palabras. A Bella le sorprendió la contestación de Edward, pero decidió seguir con su broma.

—Quieres que te recuerde quien arrebató mi preciosa niñez. —Le dirigió una mirada mezcla de diversión y asombro.

—Ohh sí, fui yo y nadie más podrá tocarte. —Edward contestó con tono posesivo pero con un toque divertido.

—Tenlo por seguro. —Afirmó Bella.

Los dos se quedaron mirándose a los ojos por un prolongado minuto. Ninguno añadió nada, ese momento era tan mágico que parecía casi irreal. Se podían trasmitir todo lo que pensaban con tan solo una mirada. Su grado de conexión era increíble.

Sus cuerpos volvieron a la acción para entregarse de esa forma tan única que los dos poseían.

Se acariciaron todo lo que podían mientras se besaban desesperadamente.

Se entregaron al placer sin retorno. Se amaron como si fuera la última vez que lo harían. Él la llenó con todo lo que tenía haciendo que por poco y tocara el cielo con sus propios dedos. Era increíble como la pasión y las enormes sensaciones no se perdían. Cada vez que hacían el amor superaba con creces a la anterior.

Se acariciaron, besaron, mordieron, lamieron y todo lo que ese acto les permitía con total desenfreno. Todo se alargó hasta un punto incontable. Quedaron exhaustos en la blanda cama, abrazados con brazos y piernas.

No se podían imaginar jamás que por una acción cruel del destino esa sería la última vez que disfrutarían de la pasión que los envolvía. No sabían que la vida les deparaba la peor situación inimaginable. Inconscientemente se amaron como si no hubiera un mañana.

¬.¬ - ¬.¬ - ¬.¬ - ¬.¬

—Y… ¿Dónde iréis? —La voz de Edward sonó reticente y apagada.

—No lo sé exactamente, las chicas me dijeron que era un sorpresa, pero ya puedo imaginarme que clase de sorpresa. —Bella entornó los ojos en síntoma de obviedad.

—Seguro te llevan a ver un stripper. —Los deseos de Edward eran agarrar a Bella y retenerla dentro de casa para que nunca fuera a su despedida de soltera. Pero sería demasiado injusto y egoísta de su parte. A él, sus amigos, también le habían preparado una sorpresa.

—Es lo típico en estos casos, pero no estoy demasiado interesada en eso. No quiero trasnochar mucho o si no mañana tendré ojeras. —De solo pensar en eso su cuerpo se estremecía.

—De acuerdo. Te llamaré luego, ya sabes que desde que salgas por esa puerta no te veré hasta que estés enfundada en ese precioso vestido blanco camino de ser mi esposa.

Ambos sonrieron complacientes ante esas palabras.

—Lo sé. —Bella hizo un infantil puchero. Edward lo atrapó entre sus labios.

—Pórtate bien. —Le dijo mientras la besa posesivamente.

—Eso es algo que debería haber dicho yo. —Las palabras de Bella fueron entrecortadas, debido a que aún se estaba recuperando del avasallador beso que Edward le había dado.

—No haré cosas malas. —Edward dibujó una aureola sobre su cabeza con su dedo. Bella rió y se colocó su abrigo.

Atravesó la puerta de su casa con una extraña sensación que no pudo reconocer. Era como si algo malo le esperara después de la diversión que le traería su despedida de soltera.

Por muy extraño que sonase, algo, quizás el presentimiento, le decía que no todo estaba controlado.

Intentó borrar eso de su cabeza, nada saldría mal.

—Te veré mañana en el altar. —Le susurró Edward tentativamente cerca de sus labios.

—Yo soy la que va de blanco. —Sonrió.

—Muy convincente. —Contestó igualmente riendo mientras poco después besaba sus labios dulcemente. *

Estuvo tentada a cerrar nuevamente la puerta y dejarse amar por él. Pero ella, mejor que nadie, sabía que sus amigas no se lo permitirían. Ya estaban esperando en la entrada con algo de impaciencia.

Aún con la rara sensación sacudió su mano para decirle adiós a Edward y se encaminó junto a sus amigas. Ahora solo le deparaba su última noche como soltera.

—Toma ponte esto. —Alice le tendió un objeto que no reconoció en el acto. Bella lo sujetó y tras observarlo unas milésimas de segundos supo lo que era.

—No pienso hacerlo. —Su voz fue más alta de lo normal.

—Sí que lo harás. —Afirmó una muy segura Alice.

—No.

—Por las buenas o por las malas.

Bella suspiró rendida, de nada le servía luchar contra su insistente amiga.

Con la mirada enfurecida y los dientes apretados, cogió ese tipo de velo nupcial y de malos modos lo colocó sobre su cabeza. No podía creerse que la obligaran a llevar eso.

El velo en si, constaba de una fina tela de tul rosa con lunares blancos y coronando, como era típico, su cabeza con un gran pene de goma espuma.

Evitó mirarse al espejo, porque sabía que ese fatídico objeto acabaría en la papelera.

Miró ojiplática como todas sus amigas poseían un mismo velo igual al suyo. Ellas ya lo tenían sobre su cabeza y parecía que ese hecho les gustase. Todas reían y se hacían fotos sin parar.

Subió en el coche de Ángela, en el asiento del copiloto y esperó a que las demás hicieran lo mismo.

Pocos minutos después emprendieron marcha a un lugar aún desconocido.

Miró detenidamente por la ventana delantera del coche, vio como la carretera desaparecía velozmente a sus espaldas, sin detenerse ni un ápice. Al cabo de más o menos media hora el coche por fin se detuvo al lado de un vistoso establecimiento de fiestas. Un enorme cartel de neón se extendía en lo alto de la blanca pared. EroticFantasy Coronaba con un rojo chillón el luminoso cartel.

—¿Un boys? —Preguntó Bella rodando los ojos. —Demasiado típico. —Añadió.

—Mucho más que un simple boys. —La perversa voz de Rosalie fue la que habló.

—Esto será genial. —Una voz de la parte trasera del coche le llegó a Bella, reconoció a Jessica como su dueña.

—Seguro… —Pronunció Bella no muy convencida. Nunca le habían gustado los lugares así y nunca le gustarían.

Colocó su mejor sonrisa antes de bajar del coche y se enganchó del brazo de Alice, la cual estaba más efusiva que la propia Bella. Todas sus amigas hicieron una fila y esperaron su turno para entrar. En total eran seis mujeres, Bella, Alice, Rosalie, Ángela, Jessica y Bree. Todas eran las más cercanas de Bella, sus mejores amigas.

No tardaron mucho en ingresar al local. El propio estaba en una penumbra total, a excepción de los grandes carteles luminosos de varios colores chillones que había dispersados por el local, muchos de ellos con la función de indicarte en donde te encontrabas en cada momento.

Un exageradamente musculoso camarero se acercó a ellas con una gran sonrisa en su rostro y un blog de notas en su mano derecha. Traía puesto solamente unos pantalones de tela ajustados enganchados a unos tirantes que rodeaban sus fuertes hombros

—¿En que puedo ayudarlas señoritas? —Una sonrisa de suficiencia surcaba sus gruesos labios.

—Tenemos una reserva con servicio completo a nombre de Isabella Swan. —Bella se tensó en su sitio al escuchar esas palabras.

—¿Qué narices significa servicio completo? —Se preguntó internamente. Ella no se iba a acostar con nadie.

—Síganme. —Contestó el musculoso hombre antes de empezar a caminar por un amplio pasillo.

Se sentaron alrededor de una mesa grande y redonda, los asientos eran suaves y cómodos, se adaptaban perfectamente a sus cuerpos.

Una chica que vestía un mini-vestido rojo se acercó a su mesa y le tendió a Bella una banda rosa que en letras negras tenía escrito Mecaso. Y a las demás unas bandas azules con letras negras que decían Ellasecasa. Todas se las colocaron sin protestar.

Pidieron margaritas para todas y disfrutaron con su exquisito sabor. Poco después de eso, a unos pocos metros de donde se situaban unas luces se encendieron y una gran cantidad de humo salió disparado por todo el escenario. Rápidamente un grupo de tres hombres salieron a la pista. Todos llevaban puestos unos pantalones negros de tela, acompañados con chaquetas del mismo color y textura atadas simplemente por un botón central, en sus cabezas llevan un sombrero de copa blanco con rayas negra diagonales y una corbata blanca en sus cuellos.

Los tres, perfectamente coordinados, bailaron al ritmo de la sensual música mientras poco a poco las prendas iban desapareciendo de sus cuerpos. La coreografía era atrevida y junto a sus torneados cuerpos daba una exquisita escena erótica.

Las chicas aplaudían y silbaban efusivas por la escena. Bella no se quedó a tras y dejando de lado la dama que era, gritó a todo pulmón y golpeó una palma con la otra.

Cuando tan solo la corbata y un bóxer rojo ajustado, dejando ver claramente sus potentes miembros, acompañó el cuerpo de los hombres, todos perfectamente sincronizados bajaron del escenario y se dirigieron al público. Bella se escondió lo que más pudo para que no la sacaran a la pista, pero sus traicioneras amigas gritaron a todo pulmón su posición y uno de los hombres, el que ocupaba el centro, se acercó a ella y jaló su mano. Intentó negarse pero no se lo permitieron.

Junto con otras dos mujeres, más mayores que ella, subieron al escenario y las sentaron en las sillas que allí había. El stripper se colocó delante de ella y movió sugerentemente su trasero, prácticamente en su cara. Sin moverse de donde estaba agarró sus brazos y los pasó por delante de su cuerpo, rodeándolo. Sin mucha dilación introdujo sus manos en sus bóxers, por más que Bella intentó frenar ese acto se vio acariciando "sin querer" su excitado miembro. Sus mejillas se tornaron de un rojo profundo.

Poco después la puso de pie y prácticamente se restregó contra ella, finalmente se relajó y se divirtió con lo que hacía. Rió eufórica y se dejó hacer. Los actos no duraron mucho, minutos después ya se vio sentada de nuevo en su sitio con las miradas de sus amigas puestas sobre ellas.

—Ahora empezará la verdadera diversión para todas. —Les dijo Alice mientras su mirada recorría todos los rostros de sus amigas.

—¿Qué has planeado? —Preguntó Bella.

—Espera y verás. —Una perversa sonrisa acompañó su rostro.

—¿Preparadas chicas? —Una desconocida voz emanó de la nada y las sobresaltó a todas.

—Preparadísimas. —Afirmó Alice.

La chica en cuestión llevaba un ajustado vestido fucsia de cuero y volantes de tul al final. Llevaba un gran maletín en su mano izquierda el cual terminó en la redonda mesa, sin esperar más abrió el maletín y su contenido alarmó a todas.

—Esto es un servicio completo. —Les dijo mientras colocaba un poco los objetos de su interior. —Esta noche seré su Tupper Sex. (2) —Informó mientras las caras de felicidad se extendían poco a poco.

Fue mostrando todos los objetos que poseía, prácticamente la gran mayoría eran objetos sexuales para mujeres y lencería atrevida. Muchas de las chicas eligieron juguetes sexuales que oscilaban entre lo más obvio y típico.

—¿No deseas nada? —Le preguntó la mujer a Bella.

—No…No… —Tartamudeó.

—Seguro que algo te gusta. —Le mostró más de cerca los objetos.

Bella los miró detenidamente y su mirada dio con algo que verdaderamente deseaba.

—Bueno… Me gustan esas esposas. —Cuando terminó de hablar se llevó silbidos de sus amigas.

—Aquí las tienes. —La mujer se extendió las peludas esposas rosas. Bella las observó y finalmente decidió comprarlas.

—Ahora continuaremos con la lencería. —Informó su Tupper Sex.

—Genial. —Contestó Jessica.

Prenda por prenda les fue enseñando la atrevida y sexy lencería, había de conjuntos a babydolls y disfraces.

Alice decidió quedarse con el disfraz de vaquera, Rosalie se quedó con un para nada casto conjunto de lencería roja, Ángela con un babydoll un poco más casto, Jessica con un disfraz de policía, Bree con un conjunto negro de encaje y Bella con un conjunto con estampado de leopardo y un precioso babydoll rosa con encaje. (3)

La fiesta siguió su recorrido, bebieron también piñas coladas, mojitos y caipiroskas de fresa. (4) El alcohol se notaba en su comportamiento, más desinhibido y alocado. Cuando todo acabó, estaban levemente ebrias y demasiado alegres. Ángela, que fue la que menos bebió, fue la que se encargó de dejar a cada una en su casa y a Bella en la de Alice, pues no podía ver a Edward hasta el día de la boda.

Por otra parte, la despedida de soltero de Edward fue igual de grandiosa, aunque sus amigos tenían poca imaginación. Habían contratado a varias chicas para que hicieran striptise, su baile erótico fue excitante, aunque no lo suficiente. Se echaron aceites corporales mientras insinuosamente se acariciaban, lo sacaron al centro de la estancia y lo sentaron sobre una silla.

Una de ellas, ya que eran cuatro, cogió sus manos e hizo que la acariciara, se restregó contra él más tiempo del que le gustaría e intentó besarlo pero él se negó. Una cosa era estar de despedida de soltero y otro tener un lío con otra mujer, ante todo respetaba a Bella.

Había estado un poco inquieto por ese pensamiento, el no saber que es lo que Bella y sus locas amigas hacían lo perturbaba y no ayudaba para nada el hecho de que las cuatro strippers estaran detrás de él todo el tiempo, olvidándose de sus otros amigos.

Bebieron whishy y algún cóctel desconocido que preparó Emmet. La noche fue de lujo, se divirtieron a lo grande y bebieron un poco más de lo debido, aunque no llegaron a emborracharse.

Todo acabó a las cinco de la mañana, Edward estaba exhausto aunque le costó dormirse sin Bella a su lado.

No había podido dormir en toda la noche, por más cansada que se sintiera, para cortar por lo sano, Alice había decidido darle un somnífero, alegando que al día siguiente tendría una horribles ojeras. Tuvo que tomarse dos además de una tila, estaba tan nerviosa que nada le hacía efecto ni conseguía calmar sus nervios.

Se despertó temprano, a las nueve de la mañana ya se encontraba en pie y tan solo había dormido cuatro horas. La radiante sonrisa de sus labios no se borraba con ningún esfuerzo, pero eso le agradaba, verse en el espejo y saber que trasmitía felicidad por cada poro de su piel. Despertó con fuertes meneos a Alice, la cual le propinó varios insultos y siguió durmiendo hasta que el remordimiento pudo con ella y se levantó.

Bella se dio una larga ducha de más de media hora. Llenó la bañera con agua tibia y sales con olor de fresa y se relajó dentro de ella. Enjabonó minuciosamente cada rincón de su cuerpo, depiló todo rastro de vello que tenía y se puso una exagerada cantidad de mascarilla en el pelo. Cuando al fin terminó secó su pelo pacientemente y se puso en manos de Alice para que la peinara.

Cuando después de dos horas interminables de jalones, pinchazos, laca, moldeador y cepillado pudo verse al espejo con su peinado terminado se sintió más feliz aún. Era simplemente perfecto, sencillo y hermoso. Constaba de un moño alto con rizos por toda su cabeza y decorado con la famosa y preciosa tiara de plata con zafiros de Alice. (5)

Primero exfolió su rostro, puso una suave capa de base y procedió con el resto del maquillaje. Un tenue gris perla adornó sus párpados, un poco de rubor en sus mejillas, eyeliner en sus ojos y un rosa pastel para sus labios fue todo el maquillaje que Bella llevó. Siempre al natural.

Después de terminar con la sesión de "Chapa y pintura" como decidieron llamarle, procedió a meterse dentro de su precioso vestido. Antes de haber empezado timbraron a la puerta. Eran todas sus amigas, las cuales serían las damas de honor, habían decidido vestirse en casa de Alice por lo tanto llegaban puntuales.

Solo tenían que colocarse sus vestidos, ya que venían peinas y maquillas desde casa. Primero se vistieron ellas y dejaron para el final el vestido de novia. Cada una de sus damas se colocó el precioso vestido azul eléctrico, (6) adornado con delicadas ondulaciones en el lateral derecho y con un broche de plata y brillantes en el hombro izquierdo. Se calzaron sus zapatos grises y estuvieron listas.

Todas esperaban detrás de la puerta del dormitorio de Bella a que ella saliera enfundada en su blanco vestido. Los nervios la habían vuelto repentinamente torpe y le llevó más tiempo del normal colocarse el vestido. (7) Cuando por fin estuvo lista, se miró en el espejo y amó lo que vio, el vestido simplemente era perfecto. Respiró varias veces y con manos temblorosas abrió la puerta.

—¡Ohhhh…! —Dijeron todas a coro al verla salir.

—Estás preciosa Bella. —Pronunciaron casi a la vez.

—Gracias. —La aludida se sonrojó.

—Colócate los zapatos, en quince minutos nos vamos. —Le informó Alice.

Se calzó los altos zapatos y estuvo perfecta del todo. Antes de poder decir palabra alguna volvieron a timbrar, esta vez eran sus padres.

—Estás hermosa hija. —Le informó su efusiva madre.

—Gracias mamá. —Ambas sonrieron.

—Mi pequeña… —Fue lo único que su padre pronunció antes de besarle la mejilla.

Renée le tendió el delicado collar familiar y su padre le ayudó a ponérselo. Era simplemente hermoso, de plata y brillantes a juego con unos pendientes similares.

—Te falta esto Bella. —Rosalie le tendió la liga y entre todos la ayudaron a ponérsela, debido a que la cola del vestido era muy pesada.

—Todas a la limusina. —Les informó Renée que ahora estaba de cabecilla del grupo. Las damas, una por una fueron ingresando en la espaciosa limusina, ocupando sus correspondientes lugares. Finalmente Bella avanzó por el camino de piedras que separaba su casa del coche e ingresó lo mejor que pudo en el. Cuando ya todos estuvieron preparados, el chofer que habían contratado los llevó rumbo a la iglesia. Llevó a Bella a cumplir su mayor sueño.

Edward se levantó demasiado inquieto para su gusto, estaba más nervioso de lo normal y no era para menos. Al fin se casaría con Bella, al fin serían marido y mujer para toda la eternidad.

Se dio una larga ducha y relajó sus tensos músculos, dejó que su cabello se secara libre, ya que tenía más tiempo del esperado. Cuando estuvo completamente seco se enfundó en su elegante traje. Primero se puso la blanca camisa y por encima el chaleco de tela gris, abotonó desesperadamente cada botón y se colocó los pantalones del mismo material. Después de abrocharse el cinturón se puso la corbata de un suave gris plata y finalmente la chaqueta para dar por terminado su atuendo.

Sin poder soportar más los nervios y la necesidad que tenía de estar ya parado en el pasillo de la iglesia acordada, subió sin titubear en su amplio volvo plateado y con el mayor cuidado se dirigió por las extrañamente solitarias carreteras que lo llevarían a su destino.

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—Tienes que dar unas cuantas vueltas con el coche hasta que te avisemos de la llegada de Edward. —Sonrió complacida con las explicaciones de su madre. Asintió levemente, aún nerviosa y cerró con manos temblorosas la metálica puerta.

—Podemos ir por la plaza mientras esperamos. —Le dijo al chofer. Asintió y se dirigió a donde ella le había dicho.

Rodearon la preciosa plaza, maravillándose con los enormes y verdes jardines que la rodeaban. Rió al ver a los niños jugar en los balancines y se imaginó visitando esa misma plaza junto a Edward y a su hijo. Era increíble como su vida había dado un giro tan inesperado para darle la feliz vida en la que vivía y la que le esperaba.

Miraba su teléfono insistentemente, aún sin recibir ninguna llamada de Alice, ya que ella sería la encargada de informarle de la llegada de Edward. Habían pasado tan solo quince minutos pero para ella eran eternos. Aún faltaban veinte minutos para que la ceremonia iniciara oficialmente pero se imaginaba que Edward llegaría antes.

Conjeturó entre la gran cantidad de tráfico o quizás que se encontraba cansado de su despedida y por eso se le habían pegado las sábanas. Le informó al chofer para que se dirigiera al parque central de la ciudad mientras esperaba que el reloj avanzase.

El coche avanzó perezosamente por la amplia e interminable carretera, haciendo que el tiempo se tornara más lento e insoportable.

Bella apretaba fuertemente el filo del asiento trasero de la limusina. Sus nervios eran claramente visibles y palpables. Un mal presentimiento le recorrió la espalda, haciendo que un escalofrío atravesara todo su cuerpo. Bajó el cristal polarizado en busca de un poco de aire fresco, asomó su cabeza por la amplia apertura y dejó que el frescor inundara su rostro, removiendo levemente su pelo y dándole un toque de relajación a su alma.

Pero la necesitada sensación de tranquilidad le duró tan solo unos cortos minutos, no fue lo suficientemente relajante como para calmar su nerviosismo. Sus nudillos estaban blancos debido a la fuerza aplicada contra el inocente asiento. Repentinamente se vio con los dientes apretados y los labios en una fina línea, se sentía desesperada.

Volvió a sacar la cabeza por la ventana y respiró hondamente para disipar las tontas ideas que habían llenado su cabeza. No podía pensar en que Edward no acudiría a la boda, ese era el pensamiento más irracional del momento. Los dos se amaban, deseaban casarse y nada les detendría, simplemente él se demoraba un poco, nada grave.

Le dio indicaciones al chofer para que se alejara un poco más con su lenta conducción, quería saber si al ir más lejos el tiempo pasaría más deprisa y menos desesperante. Llegaron hasta un precioso campo abierto, en el cual había varios senderos que conducían a unas grandes cabañas de madera, en el centro, coronando el precioso paisaje, un majestuoso lago se abría imponente ante sus ojos.

El vivo azul del agua se perdía en sus marrones pupilas, el alegre y despreocupado cantar de los pájaros relajaba sus alocadas pulsaciones y la trasportaba a un mundo de más tranquilidad. Observó a las personas que lo habitaban, muchas de ellas haciendo barbacoas y riéndose con la compañía de sus familiares, de las personas que amaban.

Se había quedado absorta observando atentamente cada movimiento de las personas, que desde su posición se veían pequeñas. El brillante resplandor de los rayos del sol al chocar con la limpia superficie del lago impactaba directamente con sus ojos, encandilándolos.

Se dio cuenta de que había dejado de parpadear cuando un picor en sus ojos se hizo insoportable, movió su cabeza varias veces para volver a conducir sus pensamientos al principio y precipitadamente miró su reloj.

Sin contemplaciones, las finas agujas marcaban la una y cuarenta. Dio un brinco en su sitio, alarmada por lo que sus ojos veían. Se había quedado absortamente mirando el paisaje demasiado tiempo, más del debido. La ceremonia debería haber empezado hace quince minutos ya. Con manos de mantequilla miró su teléfono móvil y su mundo se derrumbo cuando no había ninguna llamada en la pequeña pantalla.

Apresuradamente y con una voz demasiado fuerte y temblorosa, le pidió al conductor que la llevara a una calle cercana a la iglesia. El oxígeno entraba y salía abruptamente de su nariz, quemando su pecho por la fuerza que lo hacía. Se removió incomoda en el asiento de cuero beige y pataleó con sus pies en el suelo, estaba tremendamente angustiada.

La limusina aparcó en el final de la calle en la que se situaba la iglesia, esta se encontraba en el centro, a tan solo unos trescientos pasos de su situación actual. Miró expectante que fuera no había nadie, ni una sola persona se encontraba en la entrada de la iglesia como había visto que se hacía en las películas.

Volvió a mirar su teléfono y su desilusión cayó aún más cuando vio que seguía en las mismas condiciones. Mordió sus labios furiosamente, el sabor a óxido le llegó en el centro de su rosada lengua, haciendo que una mueca atravesara su rostro. Intentó serenarse y ser paciente, esperaría diez minutos más, si en ese laxo de tiempo él no aparecía saldría a ver que sucedía. Todo era extraño y doloroso.

Su mirada fue directa a su reloj, había pasado el tiempo exacto que se dio de margen para salir camino a esa iglesia. Antes de hacer nada llamó a Alice, pero no cogió el teléfono. Desesperada informó al chofer de que ella misma iría a esa iglesia, que no soportaba más esa situación. El conductor, un poco reticente al principio, se negó y le dijo que esperara un poco más pero Bella se negó rotundamente.

Con pasos decididos pero para nada firmes, pues sus piernas temblaban y estaban más débiles de lo normal, abrió la gran puerta de la imponente limusina y la cerró tras su espalda en un acto demasiado llamativo. Antes siquiera de poder dar un solo paso la reconocida canción de su móvil que informada una llamada entrante le llegó directo a sus tímpanos. Apresuradamente contestó.

—Alice… —Su voz sonó desespera y débil.

—Bella… —La voz de Alice fue lenta y triste.

—¿Qué sucede? Dime qué sucede. ¿Dónde está Edward? —Desesperación, eso era lo que recubría sus palabras.

—Yo… No lo sé… Él no ha llegado… —Un sollozo se escuchó al otro lado de la línea.

—Alice… No… —Sin poder soportarlo más una cálida lágrima surcó su rostro.

—Hemos esperado todo el tiempo desde que salimos de la limusina y ni siquiera a aparecido por aquí. Sus padres están preocupados, saben que es imposible que no haya venido por su propio pie.

—¿Cómo?

—Creen que algo le sucedió. Bella, él te ama y anhelaba casarse contigo, es imposible que ahora no quiera.

—No… Dios… —Bella no pudo parar de decir incoherencias mientras tartamudea, esto la superaba.

—Iré a la iglesia, estoy cerca. —Colgó la llamada al no sentirse capaz de escuchar nada más.

Con pasos rápidos se dirigió a la gran iglesia. Los altos zapatos y el ajustado vestido le impedían avanzar todo lo rápido que deseaba. Su respiración era errática, las lágrimas le impedían ver con claridad el camino.

Finalmente pudo percibir la gran puerta de manera, un gran bullicio de voces se escuchaba dentro, unos altos, otros bajos. Con el corazón en la mano entró sin querer alargar más el momento.

En el instante en que sus zapatos resonaron contra el suelo, haciendo un profundo eco, todas las miradas se dirigieron a ella que en ese momento se sintió morir.

No le importó, nada le importó en ese momento. Ni las miradas que todo el mundo le dirigía, mezcladas entre la pena, la tristeza y la desesperación. Lo primero que sus ojos buscaron cuando el eco de sus pisadas frenó fue el final del largo pasillo cubierto por una gran alfombra roja. Sus ojos vagaron rápidos por todo el espacio hasta dar de lleno con lo que más se temía.

Allí, solitario, estaba el lugar que Edward debería estar ocupando en ese preciso momento. Pero él no se encontraba allí. Tan solo podía ver el gran altar centrado y detrás de el al padre que los casaría, mirándola con inmensa melancolía.

Ver ese lugar vacío, sin la presencia del hombre que amaba le quemó irreversiblemente el pecho y aguó sus ojos. Sus pesadillas se habían hecho realidad.

—¡Bella! —Se escuchó por su costado derecho pero ni siquiera se giró a buscar a la dueña de esa fina voz.

—¡Bella! —Volvieron a llamarla. El estruendoso sonido de los tacones al golpear contra el suelo le llenó los tímpanos pero no la hicieron reaccionar.

—¡Bella! —Repitieron por tercera vez. La diferencia de las otras dos anteriores fue que sacudieron fuertemente sus brazos, haciendo que todo su cuerpo se moviera bruscamente, pero aún así no apartó los ojos de ese lugar vació que le rompía el alma.

—Bella… Por favor di algo… —La que reconoció como la voz de Alice le suplicó porque reaccionara. No lo hizo, no quería hacerlo. Su cuerpo se había quedado petrificado, sin aparatar los ojos del lugar que ahora le parecía horrible. Sus lágrimas nublaron su vista, haciendo que todas las imágenes se volvieran borrosas.

—Por favor… —Una femenina y entrecortaba voz volvió a llamarla, pero no supo reconocerla. Sus sentidos habían perdido sus habilidades, convirtiéndola en un ser inerte, absorto en su mundo.

Repentinamente se vio acorralada por todos los preocupados invitados. Unos cuchicheaban cosas ininteligibles entre ellos, otros la miraban con absoluta tristeza y otros, los más cercanos como sus amigas y la madre de Edward, lloraban silenciosamente a su lado.

Un aborrecedor silencio llenó todo el interior de la iglesia, volviéndola tenebrosa. Todo había perdido sentido para Bella. Ahora no escuchaba nada, no sentía nada que no fuera el dolor interno que esta situación le estaba causando. Veía como algunas bocas se movían, hablándole a ella, mas no escuchaba sus palabras. Estaba tontamente hundida en un agujero negro sin final.

Para ese entonces las lágrimas ya bañaban silenciosamente su rostro. Los dos ríos de agua salada procedentes de sus ojos mojaban todo a su paso, hasta morir en el suelo o descender por su cuello.

El dolor de su corazón se hizo tan insoportable que se vio obligaba a apretar su pecho con la mano izquierda para apaciguarlo un poco.

Quemaba más de lo normal, desgarrándola por dentro sin piedad. Como si el espacio tiempo se volviera insoportablemente lento, los hechos que le siguieron fueron perfectamente visibles.

Su mano derecha, sin poder soportar más el peso del precioso ramo de novia, lo dejó caer al suelo con un sordo sonido que no pasó desapercibido para nadie.

Todos y cada uno de los invitados vieron como el ramo se desprendía de la mano de Bella y girando en el aire impactó contra el duro suelo, desprendiendo algunas flores por el mismo lugar. Las miradas horrorizadas fueron directas a su mojado rostro.

Sintió su cuerpo desvanecerse, su vista se tornó profundamente negra y sus sentidos se apagaron del todo. El dolor fue tan insoportable que la sumió en la inconciencia. Pero antes de dejar de sentir del todo, antes de sumirse en la completa espesura, el pensamiento de que Edward la había abandonado abordó poderosamente su cabeza haciendo que sus piernas se debilitaran más rápido aún.

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Bella caminaba parsimoniosa por la larga calle cubierta de pulida piedra gris. Avanzaba tan despacio, que tardó en llegar al gran arco de escayola el triple que una persona cualquiera. Ella no quería ir más rápido, no sabía si estaba del todo preparada para entrar a ese doloroso lugar.

Avanzó unos cuantos pasos más y se detuvo justo en la entrada. Se hizo hacia un lado para no molestar a los demás transeúntes que entraban y salían sin prejuicio alguno. Observó todo minuciosamente, como si fuera la primera vez que estaba allí.

Sus ojos divagaron tristes por todo el espacio que sus pupilas le trasmitían. Se apoyó en uno de las gruesas columnas y respiró varias veces antes de mentalizarse con lo que estaba decidida a hacer. Su lado cobarde le decía que saliera corriendo, que ese lugar no era el más propicio para su estado de ánimo, pero su lado racional, el valiente, la animaba a seguir con lo que había empezado.

Sin más reparo alejó su espalda de la gran columna y con paso titubeante atravesó el altísimo arco blanco. Se detuvo de nuevo después de haber avanzado unos veinte pasos aproximadamente. Sus ojos vagaron por todos los rincones y su cerebro reconoció en cuestión de segundos en lugar.

Respiró varias veces más e intentó sonreír. Todo lo que veía le traía hermosos recuerdos ahora lejanos. De momento el dolor era lo suficientemente soportable como para que su cuerpo soportara su peso y la mantuviera en pie.

Volvió a introducir oxígeno lentamente en sus pulmones, metió las manos dentro del gran bolsillo delantero de su sudadera y ordenó a sus pies que se movieran con lentitud.

Sus ojos observaba curiosos todo lo que alcanzaban a mirar, su cabeza se movía de izquierda a derecha acaparando todo resquicio de camino que la llevara a donde ella quería dirigirse desde el principio.

Su mala orientación y el enorme tamaño del lugar no ayudaban en nada a que lo encontrara.

Caminó despacio, casi contando cada paso que avanzaba, pendiente de que su traicionero cuerpo no la hiciera retroceder lo poco que había logrado avanzar. Sabía que con un solo paso en falso todos los intentos de seguir con su vida se evaporarían como la pólvora.

Para el resto del mundo no era más que una joven que caminaba despacio por el tranquilizador parque. No era más que otra persona en el mundo, sin mucha más importancia que los demás. Pero nadie se podía ni siquiera imaginar todo el dolor que esa indefensa mujer cargaba consigo. Nadie tenía la más remota idea de todo lo que su destrozado corazón había tenido que soportar y que aún soportaba.

Bella vestía tan sencilla que no destacaba para nada con el resto de personas que circulaban por el parque. Un fino pantalón deportivo de color negro, una demasiado grande sudadera de lana y sus inseparables converse negras eran las únicas prendas que cubrían su debilitado cuerpo. Una improvisada y sencilla coleta adornaba su cabeza y nada de maquillaje, quería estar lo más natural posible.

Avanzó un poco más decidida por el camino arenoso que había bajo sus pies. Observó todo disimuladamente, sin querer llamar demasiado la atención. Agachó la cabeza y obligó a sus piernas a ir más rápido.

Sin darse cuenta se había dirigido a la zona en donde los enamorados se concentraban para demostrarse su "amor".

Observó todas y cada una de las parejas allí establecidas con dolor, mucho más del saludable. Sus ojos se aguaron irreversiblemente cuando todos los recuerdos abordaron su mente sin piedad. Sin poder evitarlo él regresó a su mente para quedarse definitivamente ahí.

Recordaba vagamente que el lugar que ella buscaba en ese parque estaba más alejado del concentrado por los enamorados. Sin pensárselo dos veces eligió el camino de la izquierda por impulso y caminó por ahí. Quería encontrar ese lugar tan importante para ella, para los dos y lo primero que tenía que encontrar era un árbol que en el centro, al cerrarse sus ramas, formara una especie de corazón.

Mientras recorría el extenso camino, pudo reconocer la parte del parque en la que se hacían cuadros y esculturas de barro. Divisó, a lo lejos, el gran río que atravesaba de norte a sur el parque. Iba por buen camino.

Recorrió más el camino correcto y miró a los felices patos nadando libremente en el agua fría. Su despreocupación, su vida libre de problemas, libre de sufrimiento le causó envidia. No tuvo que caminar por más de diez minutos para divisar por fin el peculiar árbol.

Sin ser conciente de sus actos, de las acciones de su cuerpo, se vio corriendo hacia la posición de aquel árbol con tanto significado. En cuanto se vio cara a cara con él se detuvo, su respiración era errática y el aire salía apresurado de su boca. Lo observó atentamente, sin perder detalle de cada arruga, cada aspereza. Lo miró todo y se deleitó con sus recuerdos.

Toda la zona en la que se encontraba el árbol estaba desierta, nadie paseaba por ahí y tampoco se escuchaba ruido alguno. Era conciente de que era una zona apartada y un poco escondida del resto. Le fascinó la idea de estar sola, de poder estar sin ningún ruido que interfiriera en los recuerdos.

Se acercó más al árbol y contempló con dolor sus nombres tallados en la rama que colgaba hacia la derecha. Pasó los dedos por la áspera corteza y dejó caer alguna lágrima solitaria al pensar en todo lo que ahí habían vivido juntos. Guardó en su memoria la imagen de los dos nombres hechos con la fina letra de Edward. Sin poder soportar más seguir mirando se apartó un poco y se sentó en la mullida hierba, apoyando su espalda en el fuerte tronco.

Cerró los ojos, la brisa se daba de llenó en el rostro, meciéndole los mechones de pelo que habían escapado de su improvisada coleta. Se relajó todo lo que la situación le permitía y deambuló por todo lo que su mente guardaba.

Con pequeños flash backs, recordó como Edward la había llevado ahí cuando aún estaban en el instituto, con diecisiete años. Le enseñó ese impresionante árbol y le comentó que lo había encontrado de casualidad mientras hacía footing. Todos los días que se encontraban por las tardes iban hacia ese lugar que lo habían marcado como suyo y pasaban toda la tarde ahí.

Cuatro meses después de sus continuas idas y venidas. Él decidió dejar de ser su amigo para pedirle hermosamente que fuera su novia. Allí, bajo las floridas ramas se dieron su primer beso después de que ella aceptara sin dudarlo. Ambos se amaban inmensamente.

Era su lugar predilecto en el mundo, el que marcaba ese antes y después en su relación. Ese paso que habían dado dejando de ser amigos para convertirse en pareja. El verano llegó y con el una nueva tarde en el mismo lugar y fue esa misma calurosa tarde, el primer día del nuevo verano cuando él talló los dos nombres. Ese día ese lugar fue más suyo que nunca.

Sin poder detener a su acelerada mente, llegaron a ella los recuerdos posteriores al desastroso día de su "boda". De solo pensarlo el dolor se agrandó el doble y sus lágrimas cayeron con más velocidad, empapando su rostro de manera exagerada. Las dejó fluir, dejó que fueran libres, que acabaran su cometido. No se sentía con fuerzas ni para secarlas, estaba paralizada en la misma posición del principio.

Era difícil y duro recordar, cada acto que volvía a su mente le quemaba el corazón y le rompía el alma por la mitad. Dividía en dos su cuerpo sin reparo alguno. La dejaba sumida en un mundo cruel y despiadado.

Recordaba todo lo que pasó ese día, todos los acontecimientos estaban grabados a fuego en su mente.

Poco después de ser conciente de que él no aparecería nunca en la iglesia se sintió desfallecer. Se había quedado paralizada y sin saber como reaccionar. La presión, los nervios y el dolor acabaron con su poca fuerza y la sumieron en un mundo negro en el que todo estaba confuso.

Recordaba haberse despertado en una incómoda cama y cuando sus sentidos volvieron a la normalidad distinguió la habitación de un hospital. Estaba confusa y un poco asustada por no saber que hacía allí. Sus dudas no duraron mucho, pues sus amigas llegaron en su encuentro unos minutos después. Y fue cuando, al verlas, todo volvió a su mente abruptamente.

—¿Qué sucedió? —Preguntó alterada.

—Bella… —Una de ellas habló titubeante.

—¿Y Edward, dónde está? —Se levantó abruptamente de la cama y se dio cuenta de que ya no llevaba el hermoso vestido blanco.

—Ed…Edward… —Una Alice demasiado nerviosa quería hablar.

—¿Dónde está? —Su voz al igual temblaba.

—No saben que ha sucedido… Pero a desaparecido… —La voz de Alice al igual que el mundo de Bella se rompieron sin reparo.

Trastabilló en su sitio y tuvo que agarrarse firmemente de la cama. No sentía su cuerpo, ninguna de sus extremidades respondían. Se había quedado absolutamente paralizada.

Cuando pudo procesar lo que ella le había dicho sintió como el hueco de su pecho se hacía más grande aún.

—¡No! —Gritó enfebrecida.

—Be…Bella… —Rosalie tartamudeó incrédula.

—¿Dónde está? —Preguntó ilusamente, negándose a creer lo que había escuchado anteriormente.

—Des…Desapareció. —Un asombroso dolor de cabeza la atacó.

—¿Cómo? —Intentó asimilar todo.

—Como si lo hubieran secuestrado. —Esas palabras fueron el detonante perfecto para que no soportara más la agonía.

Bella se vio obligada a sentarse en la dura cama ya que sus piernas habían dejado de responder y se habían vuelto de gelatina. Su cuerpo temblaba notoriamente y tenía la mirada perdida. De nuevo, intentó asimilar las palabras que había escuchado hace tan solo unos minutos. Meditó cientos de veces en ellas y no llegó a ninguna conclusión lógica.

Una de las voces de sus amigas hizo acto de presencia y la llamó, pero fue en vano. Ni siquiera pestañeó ante el llamado. Nada, no hizo absolutamente nada. Tan solo podía hacer que el aire entrara a sus pulmones lentamente para mantenerla con vida.

—Necesito estar sola. —Susurró levemente aún dentro de esa frágil burbuja que en cuanto explotara se desataría el caos.

—No es bueno…

—Por favor… —Rogó cortando las otras palabras.

—Pero…

—Necesito pensar en todo esto. —Su voz se había tornado más dura y cortante. Sin más que poder hacer la dejaron sola en la pequeña habitación.

Encontró una bolsa de plástico y pudo distinguir que dentro había ropa. Movió su cuerpo lentamente y reconociéndola como suya se la puso con manos temblorosas. Nuevamente se sentó en la cama y se quedó mirando a la nada, en shock por la información recibida.

Sin ser conocedora de ello, se vio por fin teniendo reacciones normales. Cuando reaccionó sus mejillas estaban encharcadas y su pecho dolía como si estaran quemando su corazón. Lo apretó fuertemente, intentando mitigar el dolor. Pero no dio resultado alguno.

Volvió a pensar en las palabras de Alice, en lo poco que se había dicho en esa habitación, en todo. Y se vio sufriendo una especie de crisis nerviosa. Sentía que se ahogaba, que no había oxígeno suficiente entrando en sus pulmones. Comenzó a dar vueltas alrededor de cama pero no surtió el efecto que esperaba.

Cayó bruscamente al suelo de rodillas, sin poder soportar la situación en la que se veía envuelta, sin saber que hacer, como actuar o que pensar. Lo único que llenaba su cabeza era su nombre, que ahora le parecía lejano. Las últimas imágenes que tenía de él abordaron a su mente de una forma dañina. Los recuerdos de su último día juntos quemaron su alma, la destrozaron interiormente.

Tenía su recuerdo tan fresco, tan real que parecía poder tocarlo. Su cerebro aún no podía desarrollar la idea de que no volvería a verlo más, de que él había desaparecido, de que ya no estaría a su lado nunca. Se sentía agotada, física y mentalmente. El shock en el que se había sumido tras las últimas noticias aún no desaparecía de su cuerpo y la había dejado como un simple ser inerte.

Lloró agónicamente sobre sus rodillas, abrazándose ella misma porque pensó que de un momento a otro se rompería en ínfimos pedazos irreconstructibles. No supo cuanto tiempo pasó, no fue consciente del avance del tiempo. La tortura que estaba viviendo era tan grande que no era consciente de nada más que de pensar en él. Intentó sin logro alguno reconstruir su perfecta imagen en su memoria, pero sus recuerdos no se comparaban en nada con lo que él era.

Sintió una enorme necesidad de salir de la habitación, no soportaba estar ahí por más tiempo. Necesitaba aire fresco para poder pensar con un poco más de claridad y coherencia.

No lo pensó dos veces y salió con paso desganado al largo pasillo del hospital. Tuvo la imperiosa necesidad de apoyarse en las paredes, sus piernas aún se negaban a complacerla.

Le faltaban tan solo unos metros para llegar a la puerta de cristal, pero un agarre en su brazo la detuvo en seco. Se giró con la ira recorriendo sus venas por el inapropiado e inoportuno agarre. Su duro rostro se relajó en segundos cuando se dio cuenta de que la dueña de la mano era Esme, la madre de Edward.

Ella al igual que Bella, tenía el rostro inundado de lágrimas y el sufrimiento era notable a varios metros de distancia. Bella no pudo contener las lágrimas al recordar los verdes ojos de Edward tan similares a los de Esme. Las dos se fundieron en un abrazo mínimamente reconfortante mientras lloraban.

—¿Cómo te sientes? —Le preguntó Esme.

—No puedo soportarlo… —Secó una lágrima que escapó de su ojo derecho.

—Es difícil, lo sé.

—¿Qué ha pasado exactamente? —Su traicionero corazón aún aguardaba la esperanza de que todo fuera una mentira.

—Acompáñame. —Bella se temió lo peor y por poco se niega a ir con ella. Pero fue demasiado tarde, Esme ya tiraba de su brazo.

Caminaron en silencio durante unos agonizantes minutos, el silencio que las envolvía era enloquecedor y frustrante. Atravesaron una verde puerta y entraron en un iluminado lugar, pequeño y con tan solo unas medianas estanterías blancas.

—Unos policías pasaban por la carretera cuando vieron una prenda de ropa en el suelo. Bajaron a comprobar que todo estuviera en orden y se encontraron con esto. —Esme le tendió, con manos temblorosas, una negra chaqueta de tela. Bella la cogió extrañada.

—Es la de… De la bo… —No puedo terminar y todo encajó para Bella. La apretó fuertemente entre sus manos.

—No… No… —Pronunciaba inconscientemente.

—Los policías… —Esme continuó con su relato. —Extrañados por el lugar en que se encontraba decidieron investigar un poco. Unos metros antes vieron las negras marcas que dejan las ruedas al frenar bruscamente. Llamaron a la central para informar sobre ello, estos extrañados porque no sabían nada hicieron una llamada al hospital que les confirmó que se estaba tratando un caso así. —Esme respiró un par de veces.

—Cuando tú te desmayaste todavía no teníamos noticias de Edward y decidimos poner una denuncia por desaparición porque todo era demasiado extraño. Dudo mucho que Edward se marchara por su propio pie. —Bella escuchaba atentamente las palabras de Esme, aún sin poder creérselo.

—Nos dijeron la típica frase: "Hasta que no pasen cuarenta y ocho horas no se puede hacer nada, porque no se considera desaparición". No sabíamos que hacer, pero yo sabía que algo malo había pasado, me lo decía mi instinto materno. Una media hora después nos volvieron a llamar para avisarnos de la aparición de la chaqueta. En cuanto nos la enseñaron supe instantemente que era de Edward, yo misma lo acompañé a que se probara el traje por última vez.

Por instinto Bella apretó fuertemente la chaqueta que antes tenía en sus manos contra su pecho. Aspiró levemente y se dio cuenta que estaba impregnada en su característico olor. Esa chaqueta era la única muestra de que toda su pesadilla era realidad y nada dolía más que la pura realidad.

—Pero… ¿Y él… Y el coche...?

—No saben nada, no hay rastro de Edward y aún estamos esperando una llamada para que nos avisen de las novedades. Hay varios policías investigando la carretera en la que encontraron la chaqueta y… —La miró extrañada por su silencio.

—También encontraron esto… —Esme sacó del bolsillo izquierdo de su pantalón una pequeña caja de terciopelo. Bella supo enseguida de que se trataba.

Abrió su mano al brazo tendido de Esme que le tendía la pequeña caja. La sujetó con miedo, con dolor. Titubeante levantó la tapa superior y allí, dentro, en perfectas condiciones se encontraban dos delicadas alianzas de oro. Las cogió entre sus dedos y los observó más de cerca, no pudo contener las lágrimas que se negaban a irse.

—Son preciosos… —Susurró Esme rompiendo el incómodo silencio.

—¿Por qué Esme… Por qué? —Preguntó Bella.

—No lo sé cariño, pero hay que ser fuertes y tener esperanza. No está todo perdido.

Esperanza… Eso era lo que a Bella le faltaba, no tenía las fuerzas necesarias para pensar en que todo se arreglaría, en que él volvería y todo sería como siempre. No podía hacerse ilusiones porque no podía vivir a base de sueños y mentiras. Viviría la realidad, tal y como tenía que ser y aguardaría con ilusión la llamada que le informara de la aparición de Edward.

Nunca llegó, esa llamada jamás hizo acto de presencia. No tuvieron noticias buenas o concretas.

Unas semanas después les habían dicho que no habían encontrado nada, ni su coche siquiera y que por eso lo dejarían como un caso de marcha voluntaria.

Seguirían buscando alguna pista, pero no con la misma insistencia.

Habían pasado ya seis meses, seis largos y agonizantes meses. Para ser exactos ciento ochenta días, días de sufrimiento y frustración. De una no-vida para Bella, ya que nunca volvió a ser la misma desde ese día en que su corazón abandonó su pecho y desapareció tal y como lo hizo Edward.

Una fría brisa recorrió su cuerpo, creándole un escalofrío que la hizo temblar. Abrió sus ojos decidida a irse, porque ya no tenía sentido permanecer ahí, soñando con volver a verlo y haciéndose tontas ilusiones que sabía solo eran mentiras. Una extraña sensación recorrió toda su anatomía, un presentimiento extraño habitaba en ella y no supo reconocerlo. Era como si la estaran observando, a lo lejos.

Tontamente recorrió todo el lugar con ojos veloces y como se imaginaba no vio nada extraño o diferente. El cielo se había oscurecido y la temperatura bajó apresuradamente. Se puso en pie y volvió a introducir las manos en su bolsillo delantero para que se calentaran un poco.

Dio unos pocos pasos y un extraño ruido de entre los arbustos la alarmó. Regresó su mirada y le pareció ver a alguien salir corriendo a una velocidad que no podía ser normal. Sacudió la cabeza y disipó esos pensamientos. Recordar el doloroso pasado le había afectado más de lo normal.

Con paso apresurado, aún con la sensación de que alguien la vigilaba, recorrió de nuevo el mismo camino que por la tarde. De vez en cuando regresaba su mirada hacia atrás y no veía más que el desierto parque lleno de enormes árboles.

El tiempo siguió su recorrido habitual, las agujas del reloj avanzaban sin detenerse a pensar en las consecuencias que ocasionaban. Cada día era peor que otro para Bella, que se sentía cada vez más débil y desganada. Nunca se imaginó viviendo sin Edward a su lado y ahora que eso le sucedía sabía a ciencia cierta que era lo peor que le pudo haber pasado.

Llegó nuevamente el invierno, de nuevo la blanca nieve se extendía por la calle y los tejados de las casas. Los días avanzaban más lentos de lo razonable pero aún así nunca se detenían y traían consigo nuevos meses. Llegó Diciembre, acompañado del cumplimiento de los siete meses que ya habían pasado desde que él desapareció. La navidad regresó y con ella nuevamente las calles adornadas por luces con formas típicas de la época. Esa navidad sería la más oscura para Bella, no pensaba celebrar nada, no tenía ni ánimo ni ganas para hacerlo y tampoco era adecuado.

Tan rápido como comenzó, acabó y llegó la primavera. De nuevo en los árboles crecieron las hojas caídas en el otoño y la temperatura era adecuada, con algunos rayos de sol por las tardes y suave brisa por las noches.

Diez meses habían pasado y para Bella era todo igual, para ella, el hecho de que llegara la primavera, no era más que un simple acontecimiento, no tenía significado alguno y tampoco importancia.

Ese día se despertó con una rara sensación en su cuerpo, un escalofrío le recorría toda su anatomía y la hacía tener pequeños temblores. Despertó llorando, como cada día, después de haber tenido una horrible pesadilla con Edward siendo el centro de todo. Sabía que algo pasaría, que ese día no era igual a los demás, que aún le quedaba mucho por sufrir aún después de todo.

Una llamada la sobresaltó, su móvil vibraba fuertemente encima de la mesilla de su dormitorio. Asustada estiró su brazo para contestar, era raro que alguien llamara tan temprano, apenas eran las siete de la mañana.

—¿Quién?

—Bella… —La voz llorosa y entrecortada de Esme la alertó.

—¿Esme?

—Han… Han encontrado su… Su… —No pudo terminar la frase, un alarido de dolor salió de su garganta.

—¡¿Esme? —Dijo Bella alterada.

—Ven por favor. —Colgó y se vistió rápidamente, temiéndose lo peor.

Casi corrió por las transitadas calles de la ciudad. La casa de los padres de Edward quedaba a unos cuarenta minutos pero corriendo llegaría en la mitad. No lo pensó dos veces y corrió como si su vida dependiera de ello, aunque era así realmente. El resto de transeúntes le lanzaban miradas interrogantes, extrañados por su comportamiento.

Timbró bruscamente y enseguida abrieron la puerta. Una desolada Esme se tiró a sus brazos y la abrazó con todas sus fuerzas, casi asfixiándola. Su pequeño cuerpo se movía a consecuencia del terrible llanto que la envolvía.

Miró el resto de la entrada y se encontró ahí, a unos cuantos metros más atrás, a Carlisle, Alice que se abrazaba desconsolada a Jasper y a Rosalie que prácticamente hacía lo mismo con Emmet. La situación era cada vez peor.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó alarmada.

—Ohh Bella… —Pronunció Esme separándose de su cuerpo.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó más alterada.

—Han encontrado su coche. —Cuatro palabras, no hizo falta más para que definitivamente su alma abandonara su cuerpo.

—¿Qué? —De nuevo su cerebro se había quedado en blanco.

—Nos han llamado hace una hora para decírnoslo. Lo han encontrado a cinco kilómetros de distancia de donde estaba lo demás y está en horribles condiciones.

—No… —Negó con su cabeza y sintió la conocida sensación de sus ojos llenándose de lágrimas.

—No… Por favor… No… —No podía decir nada más.

Esme intentó acercarse a ella pero instintivamente se echó para atrás.

—Bella…

—No es posible. —De nuevo su cerebro había creado esa barrera para autoprotegerse, se negaba a creer lo que había escuchado.

—Han encontrado su… Su cuerpo… —Esme no pudo soportarlo más y lloró sobre sus manos.

Bella se quedó paralizada, absolutamente quieta en donde estaba. Se sintió morir, no podía soportar el dolor que esas palabras le habían causado, no podía soportar más esa situación.

Lo que siguió después no fueron más que lágrimas por parte de todos, gritos de dolor por parte de Bella, que le pareció escuchar como se rompía la última unión que mantenía a su corazón con vida. Todo fue tan agónico y torturante que se sumió en la inconsciencia, nuevamente.

Los hechos posteriores fueron los peores de toda su existencia. Se creía incapaz de sufrir un poco más, pero cuando fueron al hospital a reconocer su cuerpo, supo que no podía haber nada más doloroso que ver a la persona que más amaba en ese estado.

El cuerpo estaba prácticamente irreconocible, pero llevaba el traje negro de Edward, el traje con el que el había acudido camino a su boda.

El entierro fue más de lo mismo. No había fuerza humana que pudiera detener el dolor que ella sentía, que todos sentían. Pero Bella lo vivía todo con más fuerza, lo amaba con todo su corazón y nunca se podía comparar el amor familiar y el amor de pareja. Ella sentía todo el doble de fuerte que los demás. Era un pensamiento egoísta pero era lo poco que podía razonar.

Cuando le dijo el último adiós a Edward, poco antes de que procedieran con el final del entierro estuvo segura de una cosa. No podía vivir sin él a su lado, era imposible que lo hiciera y por ello había tomado una decisión y no tardaría más de un día en cumplirla.

Fue a su casa solitariamente, lo que menos quería era a alguien a su lado. Necesitaba la soledad para poder vivir su dolor libre, sin nadie que interfiriera. Era todo más sencillo estando sola. Podía ser ella misma, llorar cuanto quisiera, gritar su nombre sin prejuicios.

Lo primero que hizo al llegar a su departamento fue sentarse en su negro sofá y mirando a la nada pensar en cual sería la mejor manera de hacerlo, la más rápida y un poco "digna", si es que había algo de digno en lo que planeaba hacer.

Habían miles de formas de terminar con todo, unas lentas y agonizantes, otras rápidas e indoloras. Pero no quería que todo fuera demasiado sencillo, prefería sentir la sensación de vacío antes de que todo acabara.

No tuvo que meditarlo mucho, su mente la llevaba hacia el camino correcto, su propio cerebro la guiaba a que lo hiciera, además la ayudaba su corazón, que ya estaba harto de sufrir tanto, se había cansado de tanto dolor asfixiante.

Hizo lo correspondiente sin prisas, no eran tan sencillo después de todo, pero sí lo mejor. Ya no había nada que la atara a este mundo, nada que le impidiera terminar con lo que había planeado.

Edward había muerto y junto a él se había llevado lo poco que Bella podía tener, la poca cordura que le quedaba, el poco raciocinio. Ya nada le importaba, su única razón de vivir ya no existía y por lo tanto todo había acabado para ella. Su vida no tenía sentido sin Edward a su lado. Se había cansado de llorar, de sufrir y la única manera de acabar con todo eso era con lo que tenía planeado.

Agarró una hoja de papel y un bolígrafo y escribió las palabras más duras de toda su vida. Se despidió de todos aquellos a los que quería, les pidió perdón por sus actos y alegó simplemente que ya no se sentía con fuerzas para continuar viviendo.

Formuló su último deseo y la dejó sobre la pequeña mesita que había a la entrada, visible para todos. Cuando la encontraran ya todo habría acabado para ella.

Eran exactamente las doce de la noche cuando salió de su departamento, más decidida que nunca con lo que había planeado. Decidió ir caminando, para meditar por última vez en todo. Sus pensamientos no fueron más allá de lo que había tenido en mente toda la tarde. Además él no la abandonaba nunca, siempre permanecía en su mente.

Una sonrisa surcó su rostro cuando pensó en que esa era la manera más fácil de reunirse de nuevo con él además de ser la única que existía.

Le llevó una hora recorrer la distancia que había desde su casa hasta el parque de la vez pasada. Lo haría todo allí, en el lugar de ambos, en la representación de su amor.

En media hora atravesó el parque, divisó el significativo árbol y le mandó una última mirada. Caminó unos metros más allá, justo detrás de ese árbol había un enorme muro de más de quince metros de altura. Algunas personas lo usaban como puente, ya que tenía unas preciosas vistas hacia la espesa maleza, repleta de árboles y erosionadas piedras y en el centro, el imponente río.

Subió las improvisadas escaleras que había en la parte derecha y con paso decidido avanzó hasta el centro del muro, que era lo suficientemente ancho como para caminar libremente sobre él. Se situó en un lugar más o menos apropiado, en uno que al caer fuese lo suficientemente letal para que no quedara consciente, aunque era muy improbable nunca se sabía.

Respiró varias veces, elevó su rostro hacia arriba y se deleitó con la hermosa imagen que las estrellas le mostraban. Parecían tan cercanas desde donde ella se encontraba, era hermoso ver lo que esos pequeños puntitos podían formar. El cantar de los grillos la envolvió y se meció levemente en su sitio. Pensó en todo lo que había vivido junto a Edward y sonrió melancólica por ello.

Todas las primeras experiencias habían sido a su lado. Juntos descubrieron la vida, avanzaron por su camino. Juntos aprendieron a amar intensamente, descubrieron el placer y su significado de la mano y pasaron muchas anécdotas memorables.

Nunca se imaginó amando así, nunca creyó en el amor que se contaba en los preciosos poemas de época, en ese amor primitivo y visceral del que tanto se hablaba. Nunca lo hizo hasta que apareció él.

No quiso pensar más en el pasado junto a Edward porque quería acabar lo antes posible con todo. Volvió a abrir los ojos, observó el tenebroso lugar que le pareció más alto que al principio, pero eso no la echó para atrás.

Sacó la foto que había guardado con ella antes de salir y la observó largo y tendido.

Edward salía exquisitamente hermoso en aquella imagen. Sus increíbles ojos verdes tenían un brillo especial y su perfecta sonrisa hacía de ideal acompañante. Pasó sus dedos sobre la foto y recordó el momento exacto en que la hizo, sonrió y la llevó a sus labios. Le dio un tierno beso y la apretó contra su corazón.

—Lo siento. —Le susurró. Verdaderamente sentía que las cosas se hubieran desarrollado así, tan repentinas. Sentía también su acto de cobardía por huir de los problemas de esa manera tan fácil, pero no soportaba un día más sin él.

Volvió a acariciar su rostro sobre la foto y la apretó nuevamente contra su pecho.

—Te amo. —Le dijo y sin más espera se lanzó al vacío.


Hello People! :)

Bueno les dejo esta loca idea que pasó por mi cabeza. Verdaderamente llevaba mucho tiempo ahí y poquito a poquito, según me lo permitían los estudios, la fui escribiendo.

Siempre quise hacer algo así y más o menos me gusta el resultado, ahora es cosa suya decirme como me quedó. :)

No me maten por ese final ni por todas las incógnitas que quedaron abiertas, esta historia es un two-shoot.

Las estrellitas que acompañan a algunas frases son debidas a que son frases de la célebre mente de Sthepenie. :)

Los números 1-3-5-6-7 que acompañan son fotos de lo que describen que están en el perfil. :)

2.- Tupper Sex: Es un término anglosajón que hace referencia a una reunión entre amigas (principalmente) junto a una asesora con experiencia en sexualidad que se dedica a mostrar una gran variedad de juguetes y artículos relacionados con el sexo entre las asistentes. La finalidad es enseñar y transmitir aquello que se sabe sobre sexo, en un ambiente ameno, mostrando una gran gama de posibilidades eróticas y, en último término, vender productos, siendo así una técnica comercial.

4.- Caipiroskas de fresa: Es una variedad de Caipiroska, que es un cóctel a la que se le añaden fresas trituradas.

Muchos Muerdi-Kisses.

By: Crazy Cullen.

Los requiero! :)