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EL PRINCIPIO Y EL FIN

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Completamente fascinado, Ares contempló con un interés único la excepcional destreza de aquella bella jovencita que hacía piruetas en el aire, saltando con agilidad y esquivando los ataques con elegancia. Uno tras otro, con parsimonia, los soldados fueron derrotados por aquella adolescente, la protegida del nuevo Cesar: Livia. Nunca antes había contemplado tanto poder innato en una mujer desde su antiguo amor, Xena, que lamentablemente llevaba ya trece años muerta. La chica llegó a las provincias desde bebé, siendo educada con magnificencia, lujos y ostentosidad. Completamente acostumbrada a tener todo y ser la mejor, su arrogancia y su ambición no tenían límites algunos. La había observado todos esos años desde lejos, guardando su distancia.

Al principio no pasó de ser una mujer ordinaria, criada como una princesita mimada, pero conforme el tiempo avanzó, pudo captar el destello del inmenso poder que guardaba su sangre. Y la tentó a lo lejos, enviando a sus seguidores a influenciarla, a obligarle y orillarla al camino de la sed de sangre y poder. Dejó de jugar con arañas para maniobrar con espadas y, a su corta edad, después de los berrinches que hizo para que Cesar le permitiera ser una guerrera, era la mejor de todos. Ningún soldado podía ganarle; su destreza, su agilidad, astucia, inteligencia, combinada con la arrogancia y ambición hacían de ella una combinación exquisita. Un arma invencible que manejada adecuadamente le haría ser uno de los dioses más poderosos. Había fracasado con Xena al intentar hacerle su señora de la guerra, pero esa niña con tanto poder innato podía cumplir el lugar de su favorita. No igualarla, jamás nadie igualaría a la princesa guerrera, pero ciertamente sería inútil negar que Livia tenía bastante futuro como guerrera.

Había nacido para mandar, su liderazgo era completamente nato y respetado.

A sus trece años era temida y conocida por su nula piedad. Sus manos ya estaban manchadas de sangre, más que todo de los enemigos de Roma, pero ahora él la necesitaba para otra cosa. Él la descubrió y ahora quería que Livia hiciera lo que debía hacer, la razón por la que le obligó a sacar a relucir ese poder.

Matar y destruir a los seguidores de Eli.

Aunque la amenaza de Eva desapareció el mismo día de la muerte de Xena, los seguidores de Eli seguían existiendo y para su completo fastidio sólo se incrementaban cada día más, como una plaga.

Livia debía ser la destinada a arrasar con su especie.

Con toda esa hermosura arrasadora, con todo ese poder ilimitado, y la fina crueldad que llevaban sus victorias, Livia era la única que podía y debía servirle.

Por supuesto, Ares no tenía idea de lo irónica que era la vida.

Livia que arrasaría a sangre y fuego a los seguidores de Eli, y Eva la predestinada a ser el fin del Olimpo, eran una sola.

Livia era el fin y el principio de una nueva era.


Editado (29/08/17)