Capitulo IX: Resurrección
Un par de ojos ambarinos era lo único que alcanzaba a distinguir. El sueño se hacía de poco en poco más nítido. Afuera hacia un clima espantoso, lluvia y tormentas, más unos horribles rayos cayendo estruendosamente.
Arriba de la figura de ojos ambarinos había una enorme escultura con tres triángulos extraños y tres mujeres alrededor de este, como sosteniendo cada uno. Los ojos se completaban con un rosto tenebroso, lleno de codicia, maldad y sed de venganza, posando una distintiva sonrisa de burla.
– Hyrule… debe conocer su lugar, reconocer sus errores, y afrontar sus consecuencias. Y para eso estoy yo, el Rey de los Demonios…
– Tus motivos son delirios de grandeza, sueños de payasos, iguales a los de Zant.
– La comparativa me hace gracia, princesa Midna. Debes saber que Zant era un idiota que traicionó a su pueblo por anhelos ridículos. Yo, pues, podría comparar tus intentos empedernidos de mandar a un pueblo ignorante con los de Su Alteza hyliana. Un corazón como el de vosotras no es más que un desperdicio.
Un deje de rabia salió de ella, no de la chica llamada Midna, si no de ella misma.
– Entonces, Zant y tú no eran tan diferentes. Traicionaste a tu pueblo por un anhelo egoísta y vacío. Y es por esa razón que no conseguirás cernir las tinieblas sobre Hyrule, ni aunque muera hoy, ¡me asegurare de que caigas conmigo!
No entendía muy bien qué sucedía, pero la voz pequeña le traía una nostalgia indescriptible, a pesar de que no la conocía. Ella miraba a través de alguien, de un hombre. Sólo sabía que estaba ahí, presente. Y a la vez, sentía que ese cuerpo no era el suyo a pesar de estar en ese sitio. Ya no recordaba dónde estaba ni quién era ella, no en ese instante.
Despertó abruptamente, respirando agitada. Estaba sudando un poco y le dolía la cabeza.
– ¡Faith!... – Edward se acercó hasta ella, para revisarla. La chica no respondió a la primera y miraba al vació, hasta que su respiración se calmó y lo miró a los ojos, esos ojos color ámbar que la consternaron. La sangre se le heló, y con lo primero a la mano lo amenazó para que retrocediera. – Tranquila, soy tu capitán… Edward Lowell – La chica mantenía una peineta frente a él, amenazándolo. No fue hasta que regresó a su estado normal que bajó el "arma"
– Ca… Capitán – La chica cayó hacia su almohada nuevamente. Su brazo cubría su frente con suavidad – Lo lamento, señor. Tuve un mal sueño – comentó la muchacha con la voz áspera – Lo siento…
La joven se percató del lugar. Era la posada del bazar Sekken. Ahí sólo había Gerudos corriendo de un sitio para otro, Edward, que estaba con ella, y Koko.
– Kain… – se levantó despacio para mirar a todos lados – ¿Dónde está Kain?
Edward se hizo a un lado, pues estaba tapando la cama de la izquierda, donde estaba Koko revisando. Una vez término dirigió su mirada hacia Faith.
– Te desmayaste abruptamente. No sé qué te pasó, pero parecía grave. Tal vez la impresión y el dolor. Espero que estés mejor. – Comentó la chica de una manera suave y extrañamente amable.
– Entiendo. Muchas gracias por atenderme, señorita Koko. – Dijo Faith hacia ella. Luego su mirada se enfocó en Kain. – ¿Él está bien?
El muchacho se mantenía recostado y tapado con algunas colchas de colores extravagantes, muy típicas de la región de Gerudo. Tenía una venda sobre la cabeza y otras más que parecían empezar por su cuello. La chica casi deja caer unas cuantas lágrimas. Verlo en ese estado sólo le provocaba tristeza.
– Lo está, pero bastante herido. Tiene algunas costillas rotas y el brazo fracturado. Nuestro primer destino será Kakariko – Dijo Koko con tranquilidad mientras terminaba de revisar al muchacho rubio – Ahí podrán recuperarse con los inventos de la Doctora Prunia. Y no pasa nada, fue una petición del Rey. Los papeleos pueden irse al diablo esta vez.
– El Rey… él… yo – La chica estaba perdiendo fuerzas nuevamente, por lo que Edward le hizo recostarse de nuevo – Necesito hablar con Link… necesito…
– Qué forma son esas de hablar sobre el Rey. – Comentó la joven sheikah, tomando un poco de nervio ante sus palabras.
– El campeón debe saber quién es Sangre de Centaleón… – Dijo la muchacha a duras penas. Edward estaba confundido, pero Koko la miraba estupefacta. La tomó de una mano y la llevó a un lugar más privado.
Se miraron entre sí. La albina no sabía cómo comenzar la conversación. Hasta que Faith, que no sabía lo que pasaba, comenzó a presionar a la mujer sheikah con la mirada. Esta carraspeó la garganta y luego revisó a todos los lugares para asegurarse que nada ni nadie estaba espiándolas o escuchándolas sin desearlo.
– ¿Cómo sabes que el rey…? – Antes de terminar, Faith le interrumpió.
–… ¿es el Campeón Hyliano original? – Koko asintió con la cabeza, además de hacerle bajar el tono – Cuando era pequeña, mi padre y yo tuvimos la dicha de ver la batalla contra el Cataclismo – Sinceró la joven con un tono que no hizo más que convencer a la albina y dejarla con la boca abierta. – Y cuando conocí al Rey, y le confesé que sabía de él, y me lo afirmó.
La mujer dio vueltas en la habitación, sobando su barbilla y con un gesto inquieto. No fue hasta que Faith la hizo parar que volvió a sentarse sobre el asiento de piedra en ese cubículo.
– Ese hombre, el hombre del desierto. Era un Yiga y se enfrentó al Rey hace tiempo, cuando hacia su viaje para detener a Ganon. Lo dijeron los Yiga y luego él mencionó algo sobre un hombre de ojos azules. El Rey es la única persona que puede dejar sensaciones con su mirada – confesó la joven, recordando las palabras del hombre de ojos dorados, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda tan sólo de pensar en su silueta – Si el Rey sabe quién es, seguramente sabrá qué busca.
Cuando terminaron de hablar, salieron del cubículo. Edward seguía mirando hacia los muchachos. Faith recordó que no estaba sola y mirando a la sheikah tomó la palabra nuevamente.
– ¿Dónde están los demás? – La sheikah bajó la mirada y le hizo seguirla. Alan estaba sobre la cama con un gesto profundo. Samuel estaba a su lado, pero con él había muchos instrumentos extraños, todos de índole ancestral. – ¿Qué les pasó? – Cuestionó la joven, casi cayendo de rodillas sobre el suelo.
Koko dio un largo suspiro y se acercó hasta Alan – Puede que con muchos tratamientos la doctora Prunia le haga caminar de nuevo. Pero jamás podrá combatir otra vez – Faith se quedó de piedra, su gesto se oscureció – Y Samuel… yo – La mujer se cubrió el rostro con las manos, para luego frotarlo – Ni siquiera sé cuándo va a despertar de ese estado. Estaban en la entrada peleando, pero una cría de Moldora los atacó sin previo aviso. Fue cuando Frederick…
– ¿Frederick? ¿Dónde ésta él? – Preguntó observando a todos lados, sin encontrar rastro de su presencia, saliendo del trance.
– Desapareció en la tormenta de arena. Alejó a la cría de Moldora, pero desapareció con ella. – Faith sentía como si todo se acumulara. Las muertes, las mujeres en ese sitio horrible, el cuerpo de su compañera en el suelo, Kain casi muriendo por culpa suya.
– Necesito salir un momento – La joven se apresuró hasta las afueras del bazar, sin dejarle tiempo a Koko para responder.
Quien sabe cuánto habían dormido, pero ya se veía el anochecer aproximándose nuevamente. Seguro era el atardecer del día siguiente. La chica se perdió entre el meollo de la gente, sin saber a dónde se había marchado.
Pasaron unas horas, cuando Kain por fin parecía mostrar señales.
El sueño había reparado un poco las energías del rubio. Kain, además de sus heridas graves se encontraba aporreado por aquella pelea, y después de llegar al bazar Sekken sólo pudo cerrar los ojos para ser atendido por Koko, que también hacía de médico sheikah. Junto con otras mujeres de la ciudadela Gerudo, atendieron a Samuel, Alan, Kain y por ultimo a Faith, a quien en ese instante no veía.
– F-Faith – Gimoteó entre sueños mientras era atendido nuevamente por la sheikah.
– Tranquilízate. Ella está bien – dijo la sheikah mientras revisaba su vendaje – Es mejor que por ahora te enfoques en ti.
El muchacho hizo caso omiso y se levantó casi de golpe, mirando en todas direcciones. Pero Faith no estaba. El joven intentaba levantarse, de nueva cuenta, pero Koko le detenía.
– ¡Suéltame! Necesito verla… – Dijo Kain, encarándola hastiado. Sus energías estaban un poco recuperadas, al parecer.
– ¡Basta! Lo que necesitas es tranquilizarte, Highwind. – El joven aludido se acercó peligrosamente hasta Edward y le tomó de la camisa con fuerza y su único brazo disponible.
– ¿Dónde está ella? ¿Por qué la dejaste sola? En este instante, ella… – antes de decir otra palabra más, Edward negó con la cabeza – Ni pienses en intentar algo con Faith. Si realmente te importara no la habrías dejado a solas. – Le soltó con fuerza, arrojándolo con su camisa hacia el frente.
– De igual manera, no creo que yo sea lo que ella necesite ¿o sí, Kain?
El muchacho se tomó el brazo vendado y le miró decisivo – No, ella no te necesita – el joven salió del establecimiento para buscar a su compañera, aun aporreado y abatido por tan exhaustivo encuentro, como si buscara, más que una cura para sus heridas, una para el alma.
Paso de largo de su comandante directo, sin decir una sola palabra. Y la sheikah parecía exasperada. Después de todo, Faith parecía ser la única en importarle a ese par, aunque Edward parecía resignado. Kain era, después de todo, lo que más necesitaba la castaña en ese instante.
Kain buscó de arriba hacia abajo en el bazar. Sin mucho éxito se sentó cerca del lago en el oasis, sobre un pequeño tapete puesto ahí como zona de descanso. La noche era cálida, mientras el meollo de los mercaderes y sus compradores inundaban los oídos del hyliano.
A pesar de que ellos habían corrido con suerte, la alegría de vivir era tan poca que el muchacho estaba desconcertado, preguntándose constantemente el "¿por qué pasó así?"
Suspiró con un deje de tristeza y el orgullo destrozado. Si así se sentía él por el fracaso… ¿Cómo sería con ella? Aquella joven de carácter como los goron: fuerte, orgulloso y amable.
Miró el cielo estrellado reflejado en el oasis, y algo más. Arriba del bazar Sekken había una espada clavada, que reconoció de inmediato, y junto a esta un trozo de tela ondeando.
Como si no tuviera las costillas rotas, Kain subió al tejado, donde estaba ella, encontrándola ya observando muda hacia el este del desierto.
– Faith… – le llamó el rubio, pero la chica siguió en la misma posición, además de que había un silencio sepulcral.
Aun así, aunque le ignorase, este tomó asiento al lado de la joven quien mantenía una expresión lejana. No sonreía como de costumbre, ni estaba enojada. Su expresión tenía algo desolado y miraba a la distancia, como añorando algo. Kain sintió un vació al verle, era como si su espíritu se hubiera apagado y no estuviera viva. "Así que este es tu precio por fallar" Pensó el hyliano.
Pasaron unos minutos antes de que esta se atreviese a pronunciar palabra alguna.
– Pudimos haber evitado la muerte de Tora, si hubiéramos escuchado al Yiga… – comentó con la voz quebrada – Tora… ella tenía sueños, muchos sueños. Alan, Samuel y Frederick. Y sólo nosotros nos salvamos.
– Samuel y Alan siguen vivos – Comentó Kain – Es un alivio, al menos…
– ¡¿En serio lo crees?! – esta cambió el rumbo de su mirada al rostro de Kain.
Por primera vez observó unas cuantas gotillas de agua saliendo de sus ojos. El rostro de la desesperanza había sido remplazado por la rabia. Porque si, aquellos ojos demandaban justicia contra el hombre que les había hecho eso.
– ¡Frederick se sacrificó por nuestros compañeros! ¡Alan tiene las piernas rotas! – La voz de Faith, según la percepción de Kain, se sentía adolorida. Esta continuó – ¡Samuel está en coma! Ni siquiera la doctora Koko sabe cuándo va a despertar y… Tora está muerta. Fallé… – paró unos instantes y luego continuó – fallamos, y este precio es demasiado alto.
Finalmente la joven se derrumbó y comenzó a sollozar por lo bajo.
– Eres más sensible de lo que aparentas – Aquello sacó del momento a Faith, aunque aún lloraba débilmente – ¿Por qué no eres más sincera?
Tomó uno de sus brazos y la atrajo hacia él, quedando su cabeza sobre el pecho de Kain. Sintió un cálido sentimiento, besándole la cabeza y rodeando con el brazo que estaba libre entre la espalda de ella. Y ahí se desato todo el sentimiento de la joven. De un ligero sollozo paso a ser un torrencial de culpa, tristeza y un orgullo hecho pedazos. El abrazo duro más de lo que pensaba. En aquella noche estrellada, como casi nunca se ve en tierras hylianas, no se escuchaba nada más que la voz de una caballero lamentándose por lo perdido, y el meollo del mercado, que hacía pasar por desapercibido lo ocurrido, como si el fracaso fuera lo único que envolviera a ambos jóvenes.
Pasaron algunos largos minutos antes de que se pudieran despegar uno del otro. Faith sintió como la cabeza comenzaba a dolerle del llanto y la fuerza con la que había preparado su mente para la batalla por venir.
– Hay algo de lo que realmente le agradezco a la diosa – Comenzó a decir ella, y con un suspiró observó a Kain a los ojos – Me alegró de que estés vivo… – Kain sintió como una pequeña corriente de electricidad recorría su cuerpo, Faith continuó – Me alegra que estés aquí ahora, y de que seas mi compañero. Selmie y tú son lo único que tengo.
– Eh… – El hyliano no tenía palabras, estaba totalmente mudo hasta que se animó a decir algo – Siempre seré tu compañero, Faith.
Lentamente acercaron sus rostros, Kain rodeo con su brazo bueno la cintura de ella y la besó iniciando tiernamente, para luego ir atacando apasionado. Faith rodeo con sus brazos el cuello de Kain. Se separaron con la respiración entre cortada, observándose a los ojos intensamente y luego se abrazaron, sin importarle a ninguno el estado de sus cuerpos lastimados.
– Nunca voy a dejar que algo te pase, por eso voy a hacerme más fuerte – Comentó Kain con una mirada decidida.
– Y yo también me volveré más fuerte… para cuidarte – Respondió Faith con una sonrisa cálida, una que nunca, de tantas antes vistas, había presenciado en su ahora amada.
No había ni un ápice de duda en las palabras del joven, cosa que logró inmutar a Faith. Su mirada era áspera y segura de cada palabra. Pero ella comenzaba a dudar de su fuerza.
Tímidamente volvió a besarla, bajó a su cuello, sintiendo una enorme necesidad, pero paró en cuanto la observó. Ladeó la cabeza, no era el momento, y mucho menos el lugar.
La chica le observó con un rostro enrojecido. Le sonreí débil, pero hermosamente. Inclinaba su cabeza hacia él con mucha dulzura, manteniendo su cuerpo pegado al de Kain.
– Creo que desde que te vi por primera vez, sentí algo – mencionó ella en un tono muy bajo. El joven se sonrojó, rascó su nunca y soltó una risilla.
– Supongo que somos dos. – Hubo un pequeño silencio, delator del calor de sus mejillas, tan solo permanecieron apapachados.
– Espero que los sheikah puedan curarte el brazo con uno de sus inventos. Así no tardaras nada en recuperarte. – comentó la joven con una mirada preocupada; el joven le acomodo los cabellos y sonrió.
– Con la señorita Koko, supongo que sería posible. – El silencio calmó a la joven, así como a su amado. Cuando el frio comenzaba a causarles mella, los muchachos bajaron hacia la posada.
Ahí se encontraron con la sheikah de antes, Edward y…
– ¡Capitán! – Expresó una voz conocida, chillona y molesta, que le sacó una sonrisa a los recién llegados.
Los muchachos corrieron hacia el joven encamado y casi soltaron una que otra lágrima de gusto al saber que su compañero había despertado.
– Alan… – Susurró el rubio con una mirada conmovida.
Faith se abalanzó contra el pelirrojo, dándole un pequeño abrazo y terminando de soltar una pequeña lágrima.
– Oye, está aquí Kain, señorita Highwind – Los dos sonrieron con complicidad dejando confundido a Alan, hasta que los vio sujetos de las manos – Espera… ¡Diablos, doy miedo con las predicciones!
– No fueron predicciones. No importa. Lo único que importa es que estás despierto – dijo Kain, dándole una palmada en la espalda. – Aunque…
– Lo sé, Kain. No pasa nada – Dijo el muchacho, golpeando ligeramente sus piernas – La señorita Koko dijo que podría hacer algo para ayudarme a curarme. – El muchacho observó a Koko con una sonrisa, como si dijera que confiaba plenamente en ella. – Ella es buen médico. Sé que podrá ayudarme junto con la Doctora Prunia. No se preocupen y dejen esas caras largas.
Los muchachos asintieron, y esta vez, Kain también se unió para abrazar al muchacho. Por ahora, como él mismo dijo, de nada servía poner caras largas. Para todo había una solución, y más ahora que tenían la tecnología ancestral de su lado.
La ciudadela Gerudo estaría de luto ese día, pero ellos no podrían asistir. Samuel necesitaba atención urgente en un lugar más apropiado, y debido a las normas de la ciudadela Gerudo, él no podía ser atendido ahí.
La mañana llegó rápidamente sin previo aviso. Los muchachos amanecieron justamente para partir rumbo a Kakariko, que sería un viaje largo desde su ubicación, pero era crucial ir pronto. Una brigada de caballeros los esperaría en el rancho del cañón, y estarían más seguros así que sólo ellos. Unas cuantas guardias Gerudos les acompañaron hasta el cañón del desierto, ayudándoles a transportar al muchacho en mal estado hacia su destino. Cuando llegaron y encontraron a los hylianos en armaduras con una carreta y unos caballos, las mujeres volvieron de camino al desierto.
El viaje comenzó de nueva cuenta, hacia Kakariko en esta ocasión, esperando poder ayudar a su compañero a recobrar el conocimiento con ayuda de la tecnología ancestral.
…
