¿Qué es lo que te detiene aquí? - Pensó Candy, al escuchar la propuesta que el director del hospital acababa de hacerle.
Candy llevaba dos años trabajando en el hospital Santa Juana, de Chicago, después de graduarse con honores, había obtenido una plaza para trabajar en ese hospital. Desde que Candy empezó a trabajar ahí, se había destacado de entre todas sus compañeras por la dedicación con que realizaba cada una de sus actividades, pero sobre todo, por su optimismo y su alegría, que contagiaba a todos los que estaban a su alrededor.
Candy había nacido en un pequeño poblado de Illinois, a orillas del Lago Michigan, su madre había muerto cuando era muy pequeña y ella, que no tenía más familiares, había sido mandada a un orfanato, Candy tenía 6 años en ese entonces. Los años pasaron y tal parecía que nadie quería adoptar a esa pequeña niña pecosa, ella vio con tristeza que todos sus compañeros se iban con sus nuevas familias, mientras que ella seguía viviendo ahí.
Cuando Candy cumplió 12 años, se dio cuenta que la única manera de salir de ese lugar, sería por sus propios medios. Ella enfocó todo su interés en los estudios, siempre se destacó por ser la mejor de su clase, nunca se dio el tiempo de divertirse, como lo hacían todos los chicos de su edad, mucho menos de tener novio. Su única motivación, durante su adolescencia, fue conseguir una beca para ir a estudiar enfermería en Chicago, y al final lo consiguió.
Cuando Candy terminó la preparatoria, se mudó a los dormitorios de la universidad de Chicago, ella compartía su habitación con Flanny, una chica muy malhumorada, que parecía disfrutar de hacerle la vida imposible. A pesar de los malos tratos recibidos por su compañera, durante los primeros años de la carrera, Candy siempre trató a Flanny con mucho respeto y tolerancia, cuando las dos terminaron sus estudios, se habían convertido en grandes amigas. Las dos estaban solas, así que se hicieron compañía durante sus últimos años en la universidad.
Al titularse, Flanny recibió una propuesta de trabajo de un hospital de Filadelfia y la aceptó. Candy se mudó a un pequeño departamento y siguió con su vida solitaria en Chicago, ella solo vivía para su trabajo. No era por falta de pretendientes que Candy estuviera sola, ella era realmente asediada por los hombres, tanto en el hospital, como fuera de él, pero hasta ese día, no había llegado el hombre que hiciera latir con fuerza su corazón.
Ese lunes, Candy se dirigió a su trabajo muy temprano, como todos los días, al entrar al hospital, saludó con una enorme sonrisa a todos sus compañeros y después se fue a su área de trabajo. Lucy, su compañera de turno, le dijo que el director deseaba verla, Candy suspendió por un momento sus labores y caminó hacia la oficina del director.
- Buenos días Dr. Leonard, me dijo Lucy que usted quería hablar conmigo - Dijo Candy, mientras asomaba su cabeza por la puerta.
- Así es Candy, pasa y siéntate, tengo una propuesta que hacerte.
Candy se sentó en una de las sillas colocadas enfrente del escritorio y esperó paciente a que el doctor Leonard comenzará a hablar.
- Candy, nos están ofreciendo una beca para que una de nuestras enfermeras estudie una especialidad en técnicas quirúrgicas, en Londres. La primera persona en la que pensé, fuiste tú.
- ¿En Londres?
- Si, en el hospital San Bartolomé. Tendrías que mudarte a Londres por un año, allá se te daría hospedaje en los dormitorios del hospital. Estudiarías 4 horas por la mañana y trabajarías 4 horas por la tarde. Al terminar tus estudios, existe la posibilidad de que te quedes a trabajar definitivamente en ese hospital. Se te pagaría un salario significativo para apoyarte con tus gastos, si decides aceptar, tendrías que presentarte el próximo lunes.
- Pero, ¿Por qué yo...?
Candy, eres una de nuestras mejores enfermeras, si no es que la mejor, he visto tu constancia y tu dedicación durante estos dos años. Sé bien que tú no desaprovecharías una oportunidad como ésta.
- Yo... yo me siento muy halagada con su propuesta... Pero...
- No me contestes nada ahorita, piénsalo bien y al final del turno ven a darme tu respuesta.
- Está bien, si me disculpa, voy a regresar a mis labores. Ah, y una vez más, muchas gracias.
Mientras Candy salía de la oficina, en su mente se repetía una y otra vez la misma pregunta "¿Qué es lo que te detiene aquí?" - Nada, nada me detiene aquí - Se respondió a sí misma.
Al terminar su turno, se dirigió de nuevo a la oficina del director - Dr. Leonard, ya tengo mi respuesta - Le dijo ella, cuando estuvo enfrente de él.
- Y bien Candy, ¿Qué has pensado al respecto?
- Acepto, acepto ir a Londres.
- Muy bien Candy, hoy mismo hablaré al hospital para comunicarles que el próximo lunes te presentarás con ellos. El pasaje de avión, correrá por tu cuenta.
- No tengo ningún problema con eso.
- No es necesario que te presentes a trabajar esta semana, arregla todas tus cosas para tu viaje.
- Gracias Dr. Leonard, por la confianza depositada en mí, le prometo que no le fallaré.
- Lo sé Candy.
Esa semana, Candy se dedicó a empacar las pocas pertenencias que tenía; los últimos días, antes de su partida, se dedicó a pasear por Chicago, era la primera vez, desde que había llegado a ese lugar, que se daba el tiempo de conocer a fondo la ciudad.
El sábado, a las nueve de la noche, Candy tomo el avión que salía para Londres, varias horas de vuelo la separaban de su nuevo hogar, ella se sentía muy nerviosa, siempre había deseado conocer esa emblemática ciudad y ahora la vida le regalaba la oportunidad de poder hacerlo. Candy llegó a la capital de Inglaterra el domingo, a las 11 de la mañana, tomó un taxi saliendo del aeropuerto, y éste la llevó hasta el hospital San Bartolomé.
Una vez que estuvo en el hospital, se dirigió a la oficina del director, un señor de unos 60 años la recibió.
- Buenas tardes, mi nombre es Candice White, soy enfermera y vengo en representación del hospital Santa Juana.
- Ah, sí, la señorita White... Buenas tardes, yo soy el doctor Raymond Wise, director de este hospital, mucho gusto en conocerla, señorita Candice - Le dijo él, extendiéndole su mano, ella hizo lo mismo y ambos se dieron un fuerte apretón de manos.
El Dr. Raymond llamó a Mary, su asistente - Por favor Mary, lleve a la señorita Candy a los dormitorios y después, dele un recorrido por todo el hospital. Srta. Candy, no dude en comunicarme sobre cualquier duda o cosa que necesite, yo estaré encantado de poder ayudarla.
- Muchas gracias, Dr. Wise.
Mary llevó a Candy hasta los dormitorios, al entrar a su habitación, ella se dio cuenta de que era muy pequeña, el cuarto solo contaba con una litera y dos pequeños burós, un ropero y un escritorio con una lámpara de mesa. Mary le informó que compartiría su habitación con otra becaria, que venía de un hospital de Nueva York. Después de que la asistente se fuera, Candy acomodó sus pertenencias y después salió a dar un breve paseo por los alrededores del hospital.
Antes de regresar al dormitorio, Candy pasó a una cafetería cercana a comer algo. Mientras cenaba, reflexionó sobre lo afortunada que era de poder mudarse a un lugar tan hermoso, después se prometió a sí misma que pondría todo su empeño para que al final de su pasantía, ella consiguiera una plaza en ese hospital.
Al día siguiente, Candy se presentó a su primera clase, todo lo que habló el profesor fue tan interesante, que el tiempo se le pasó volando. Una vez que terminó su clase, se dirigió con Beatrice Rigby, la jefa de enfermeras de ese hospital, para que ella le asignara su servicio. Cuando entró a la jefatura de enfermeras, se encontró con varias de sus nuevas compañeras hablando muy emocionadas sobre un paciente que había ingresado en la madrugada.
- ¿De vedad se trata de su hijo? - Comentó una de ellas.
- Sí, es él, no me queda la menor duda - Respondió otra enfermera.
- Pero, ¿cómo fue que él vino a parar aquí?
- Al parecer, estaba paseando con su novia a medianoche, cuando un sujeto intentó asaltarlos, él se puso a la defensiva y le dispararon en el pie.
- Lo bueno es que fue en el pie y no en la cara...
- Sí, ya sé, Terrence es todo un bombón, igual de guapo que su madre - Contestó una tercera enfermera.
- Pues a mí me importa un carajo quién sea su madre, ese muchacho es un pelado, hoy en la mañana fui a atenderlo y se comportó cómo un verdadero idiota, le pediré a Beatrice que me cambié de servicio, no quiero tener que volver a lidiar con ese muchachito mimado y maleducado - Replicó una señora de unos 40 años.
- ¿Creen que su madre venga a visitarlo?
- No, no lo creo, Eleanor es una actriz muy ocupada y muy reconocida, no creo que se tome la molestia de venir aquí, además, su hijo no tiene nada grave.
- Qué lástima, me hubiera gustado pedirle un autógrafo.
Las cuatro enfermeras dejaron de platicar cuando notaron la presencia de Candy en la habitación. Ellas la miraron de pies a cabeza, haciéndola sentir muy incómoda.
- Buenas tardes, busco a la enfermera Beatrice Rigby, soy una de las becarias que viene de Estados Unidos.
- Betty no está, pero no creo que tarde en regresar.
- ¿Puedo esperarla aquí?
- Sí, claro, si quieres puedes sentarte.
- Gracias.
Las cuatro enfermeras salieron de la oficina, Candy espero cerca de diez minutos, antes de que Beatrice llegara.
- Hola señorita, buenos días, yo soy Beatrice Rigby, me comentaron que me estabas buscando - Dijo Beatrice al entrar a la oficina.
- Hola, buenos días, mucho gusto, mi nombre es Candice White, vengo a aprender técnicas quirúrgicas, por parte del hospital Santa Juana, en Chicago.
- Ah, eres una de las becarias que viene de estados unidos, ¿no es así?
- Sí, así es.
- Muy bien, el día de hoy estarás en la sala de recuperación, junto con Grace. Acompáñame, te voy a presentar con ella.
Las dos mujeres se dirigieron hacia la sala de recuperación, Grace era justamente la mujer que, minutos antes, se había quejado de su paciente maleducado.
- Grace, ella es Candice White, es una de las becarias norteamericanas, va a estar contigo esta semana. Enséñale lo que más puedas.
- Si Betty, no te preocupes, yo me encargo de ella.
- Gracias Grace.
Grace miró por un instante a Candy, después sonrió con un poco de malicia.
- Candy, necesito que vayas al cuarto 301, y le tomes la temperatura y la presión al joven que se encuentra ahí. El recibió un disparo en su pie derecho, durante la madrugada de ayer. Necesito que lo ayudes a bañarse y después le hagas la curación de su herida. Por último, dosifica estos medicamentos a través de su suero.
- Con gusto, señora Grace.
Candy se dirigió al cuarto indicado, entró sin hacer mucho ruido, pudo ver a un joven acostado en la camilla, él tenía los ojos cerrados y una gran cara de fastidio. Ella sacó su termómetro y caminó hacia su paciente.
- ¿Otra vez viene a molestarme? ¿No fue suficiente con la tortura que me hizo pasar por la mañana? ¿Ahora que quiere? ¡Señora cara de cerdo!
Candy sonrió levemente al escuchar como el muchacho llamaba a Grace, sin decir una palabra, tomó su brazo y colocó el termómetro en su axila - Le juro que lo que menos quiero es incomodarlo, supongo que ya tiene suficientes molestias con la herida de su pie, pero si usted coopera conmigo, le prometo que terminaré con mi trabajo mucho antes de que usted se dé cuenta.
El muchacho, al darse cuenta de que el tono de voz que acababa de escuchar, no coincidía con el de la enfermera que lo había atendido en la mañana, abrió los ojos de par en par y contempló la más hermosa visión de toda su vida. Por un momento se preguntó si ya había muerto, porque ciertamente, la mujer que él tenía enfrente le parecía un verdadero ángel.
Ella era una chica de piel blanca y tersa, con unos ojos grandes y expresivos de color esmeralda, una nariz pequeña y respingada, sobre la cual posaban decenas de pecas, sus labios pequeños, pero carnosos, parecían querer invitarlo a besarlos. A pesar de que tenía el cabello amarrado, pudo ver que era rubia, su cuerpecito de gitana lo enloqueció por completo, era de estatura baja, pero tenía todo en su lugar, a través de su uniforme, pudo notar sus curvas bien pronunciadas. El muchacho tragó saliva y habló.
- Discúlpame nunca quise ofenderte, es solo que pensé que se trataba de otra enfermera, una muy diferente a ti... Dijo él, con su perfecto acento inglés.
- No se preocupe, en ningún momento me sentí ofendida por su comentario, sé bien que no tengo cara de cerdo...
El joven comenzó a reír al escuchar su respuesta, Candy notó que dos hoyuelos se marcaban en sus mejillas.
- No, por supuesto que no. Disculpa, ¿cuál es tu nombre? – Preguntó Terry
Ella observó con detenimiento la cara de su paciente y se dio cuenta de que era un joven muy, pero muy guapo, él tenía el cabello ondulado, de color castaño, que le llegaba hasta la altura de su cuello, su piel pálida, contrastaba con el azul intenso de sus ojos, su nariz perfilada, armonizaba con el resto de su cara y sus labios grandes y bien definidos, eran como un imán para su vista.
Candy retiró el termómetro y vio que el joven tenía una temperatura corporal normal, luego hizo las anotaciones pertinentes - Me llamó Candice, pero puede decirme Candy – respondió ella, después tomó el tensiómetro, lo colocó en el brazo del joven y comenzó a medir su presión.
- Mucho gusto Candy, mi nombre es Terrence, pero puedes decirme Terry.
- Mucho gusto Terry.
- ¿Por qué no me hablas de tú? Cuando me hablas de usted, me haces sentir como un viejo. Perdona mi atrevimiento, pero, ¿Cuántos años tienes? – Preguntó él de nuevo, mientras la recorría con la mirada, él hubiera jurado que su pequeño ángel blanco, no tenía más de 20 años.
- 24, los acabo de cumplir en mayo.
Terry no pudo ocultar su asombro – Vaya, luces mucho más joven, yo también tengo 24 años, pero yo los cumplí en enero.
Cuando Candy terminó de medir su presión, guardo sus instrumentos y después se dirigió de nuevo hacia él - Muy bien Terry, ahora te voy a dar un rápido baño de esponja, espero que mañana ya te permitan levantarte, para que te puedas bañar en la regadera. Terry la miró con angustia, él tenía miedo de que si la bella enfermera lo tocaba, el no sería capaz de controlar sus deseos más primitivos.
Candy comenzó a preparar todo lo necesario para el baño de Terry, una vez que todo estuvo listo, ella le retiró los vendajes de su pie y le ayudó a quitarse la bata, ella no pudo evitar observar su bien formado cuerpo, aunque había visto muchos hombres desnudos en su trabajo, era la primera vez que veía uno con una apariencia tan perfecta. Mientras Candy lo bañaba, Terry trató con todas sus fuerzas de poner su mente en blanco, lo que menos quería, era tener una erección enfrente de ella, él se sintió muy aliviado cuando ella terminó de bañarlo.
Antes de irse, Candy curó su herida y le puso sus medicamentos en el suero – Nos vemos mañana – Le dijo ella, antes de retirarse.
- ¿Mañana? ¿No vas a venir a verme en la noche?
- No, yo solo estaré trabajando cuatro horas después del mediodía – Respondió Candy, después siguió caminando hasta la puerta.
- Disculpa, ¿no sabes si alguien ha venido a verme?
- Según esto, no se te tienen permitidas las visitas hasta el día de mañana.
- Mmm, qué lástima, es horrible estar solo y encerrado en este lugar…
- Adiós Terry, descansa – Dijo Candy y salió del cuarto.
- Adiós Candy – Murmuró Terry, deseando con todas sus fuerzas que llegara el siguiente día, para volver a verla.
