Buenas!
Aquí estoy de nuevo, esta vez publicando una historia de varios capítulos. En un principio no sé ni cuantos serán ni cuanto tardaré en escribirla entera. Espero que los estudios me dejen tener un poco de imaginación xD
Decir que es un AU y es posible que haya algo de OCC aunque siempre intento mostrar a los personajes tal y como son en Bleach. Algunos me cuestan más que otros, por eso es posible que a alguno no lo describa igual que en la serie.
Este capítulo me parece algo soso y aburrido pero espero que los demás sean muchos mejores ^^
Estaba sentado en el césped, apoyando su espalda en uno de los múltiples árboles que adornaban aquel enorme jardín. Era otoño y hacía frío, pero prefería estar fuera, le cansaba estar tanto tiempo encerrado en su casa. Bueno, si es que aquello podía llamarse casa…
- Espero que tarden en venir –se decía a sí mismo mientras cerraba los ojos y se relajaba.
Por fin le dejaban tranquilo y solo. Lo necesitaba, sentir esos minutos de silencio era como una medicina para él. No tenía que escuchar el ya clásico: "Ponte a estudiar", o "tienes que ser el mejor", o "recuerda que no eres una persona cualquiera".
Claro que era una persona cualquiera, solo que con un apellido distinguido. Pero, ¿para qué tener tanto dinero si eso no compra la felicidad? A él no le importaba ni su fama ni su prestigio, ni tampoco su cuenta bancaria. Gracias a eso lo único que conseguía era que todos quisieran juntarse con él para ver si ganaban algo de su fortuna.
- Que idiotas.
Solo ella, solo ella le miraba a los ojos con aquella sinceridad, pero lo más seguro es que nunca más volviera verla. Quizá eso fuera lo mejor, sus padres nunca la hubieran aceptado a ella. ¿Una chica de baja clase social?… Seguramente la repudiarían.
Pero Byakuya la quería y no podía dejar de recordarla.
- ¡Nii-sama! –gritó una chica de baja estatura, delgada, con el pelo corto y tan negro como el suyo.
- Hmph –se quejó Byakuya al ver que ese silencio había durando tan poco.
- Nii-sama –se acercó y le sonrió dulcemente-. ¿Qué haces?
- Aprovechar que ni padre ni madre están en casa para descansar.
- Ah, pero hace frío.
- ¿Y?
- Te resfriarás.
- Sabes que me gusta el frío Rukia… ojalá lloviera.
-¡No! –dijo cerrando fuerte los ojos-. La lluvia es horrible, luego no puedes salir.
- Como si fueran a dejarte salir.
- Ya…
Rukia se sentó al lado de su hermano, abrazándose las rodillas y con una expresión de tristeza. Byakuya se sintió mal consigo mismo al verla así pero aquello era cierto y ella tenía que asimilarlo.
- Ya sabes como son.
- ¡Es injusto! –Se quejó ella-. Solo es una fiesta de cumpleaños pero a ellos les parece como si fuera algo prohibido.
- Más bien es por la gente que va.
- Son mis compañeros y son personas normales.
- Rukia…
- Si ya, para padre no son personas que se puedan equiparar a nuestro nivel social, aparte que yo soy muy enamoradiza y podría gustarme uno de ellos –dijo renegada.
- Bueno, eso último es verdad.
- ¡Yo no soy eso!
Byakuya la miró muy serio a los ojos y ella se asustó por esa mirada tan intensa que podía llegar a dar miedo.
- A mí no me engañas, eres muy enamoradiza y Kaien irá.
- Pero…
- ¿Me equivoco?
- …no –Rukia suspiró triste.
- Es un cabrón.
- ¡Nii-sama! ¡No digas eso!
- Digo lo que es. Siempre te fijas en los mismos.
- Él no es así, ya lo verás.
- Sí, siempre dices lo mismo.
- ¿Acaso no puedo tener esperanza?
- Sería mejor que le olvidaras.
- No puedo… le quiero.
- Espero que no hayas hecho ninguna locura.
- ¿Y qué si la hago?
- Rukia, razona de una vez. Te estás engañando a ti misma y eso hará enfurecer a nuestros padres.
- Que se enfaden todo lo que quieran.
- Claro, pues luego no vengas llorando.
- ¡Es injusto! ¡Ellos ni siquiera le conocen y ya le juzgan!
- Pero yo sí le conozco y me alegro de que no te dejen ir.
A Rukia se le cayó el mundo encima. La única persona que tenía, su único hermano estaba en su contra. Sus lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos, ¿cómo podía hacerle eso? Sentía rabia, frustración pero sobre todo sentía que nadie la apoyaba.
- Algún día te darás cuenta de que tengo razón –dijo Byakuya.
- Tú le dijiste a padre que Kaien iría, ¿verdad? –preguntó Rukia muy seria.
Byakuya suspiró, sabía que tarde o temprano ella se enteraría.
Sus padres la habían castigado por sus malas notas en el colegio, pero al saber que era Shiba el que organizaba una fiesta de cumpleaños en su casa ese viernes, la negación fue aún más rotunda. El señor Kuchiki no iba a permitir que esos Shiba se aprovecharan de su hija para arrebatarles su posición, y Byakuya no iba a dejar que engañaran a su hermana.
Aunque para ello él tendría que hacerla sufrir.
- Sí –dijo tras una pausa-. Yo se lo dije, por eso estás castigada.
Rukia se levantó en silencio y al pasar por su lado le dijo:
- Siento no ser tan perfecta como tú.
Se fue de allí corriendo para que él no la viera llorar. Estaba sola, aquella casa era su prisión, nadie la dejaría salir de allí. Subió las escaleras, se encerró en su cuarto y se tumbó en su cama llorando desconsoladamente, recordando las pocas veces que había estado a solas con Kaien.
- Kaien –suspiró. Necesitaba velo, quería estar con él-. Me escaparé.
Byakuya comenzó a caminar hacia la salida pero justo en ese momento apareció su padre.
- ¿A dónde vas? –le preguntó seriamente.
- A dar una vuelta, padre.
- ¿Con qué permiso?
Byakuya se mantuvo en silencio y le miró a los ojos. Nadie podía negar que eran padre e hijo, su parecido era más que evidente.
- Responde –insistió.
- No haré nada, volveré a la hora de cenar. Solo quiero caminar.
- Ya… ¿y tu hermana?
- En su cuarto supongo.
- Bien, te quiero aquí en media hora –Byakuya intentó hablar pero le cortó al momento-. He dicho que en media hora, ¿entendido?
- Sí, padre –dijo resignado.
Byakuya se fue sin insistir más, sabía que no conseguiría nada. Se colocó el abrigo y salió de aquella casa. Por un momento se sintió libre aunque aquello duraría poco, solo tenía media hora…
Caminó lo más rápido que pudo hasta llegar a aquel parque. Los niños jugaban alegres, sus padres reían con ellos y alguna pareja caminaba de la mano, pero ella no estaba. Byakuya se sentó en uno de los bancos y miró su reloj.
- Son las ocho… pero hace tiempo que no vienes a verme, Hisana.
