Abaddon debería estar trabajando en otras cosas como por ejemplo ¿la escuela? pero no, aquí esta.

Y bien, nuevo fic de Fate, la verdad es que, la idea nació gracias a una amiga usser de FF, Liara Princeton que me preguntó en mi pagina de FB ¿Y en la serie no explican el pasado de los personajes? Entonces yo pensé: ¡Abaddon! Necesitas hacer algo con eso, y aquí estoy, escribiendo una historia de 10 capítulos cortos, que repasan la vida de Gilgamesh. Todos conocemos su mito, lo que lo volvió el rey de los héroes, pero no sabemos nada de su infancia, de sus padres, de las personas que interactuaron en su vida (Ademas de Enkidu) para volverlo lo que es.

Hay cosas de su épica, y múltiples referencias a la cultura Sumeria. Aclaro esto no es con afán de justificar su manera de ser en la serie, esto es mero entretenimiento y una manera de conocer una faceta de Gilgamesh dada por mi, la autora del FanFic.

Sin otra cosa que agregar, quiero dar gracias de ante mano a quienes decidan acompañarme en esta aventura, escribo por mero y puro placer de hacer mi cabeza elaborar historias para que ustedes, personitas del otro lado de Internet las disfruten. Fanfiction es una pagina donde hacer realidad aquello que deseabas ver en tu personaje, siempre, respetando los parámetros del mismo.

Antes de comenzar, quiero dar Crédito a: Dietrich0614 creador/ra del FanArt usado como portada para esta historia. Imagen que contribuyo mucho a la inspiración para la creación de este fanfic.

Disclaimer: Los personajes de Fate No me pertenecen.

Advertencias: Semi UA, posible Ooc, e integración de OC

Raiting: K+ [Probablemente con el tiempo aumente]

Sabes que eres bienvenido a disfrutar de la lectura, y si te gustó no dudes por favor en dejar tu opinión.

Abaddon Dewitt


Prologo


La cuna había dejado de estar vacía, entre las suaves sabanas de seda vaporosa y los cojines rellenos de plumas, descansaba el pequeño cuerpo del futuro rey, los ojos clementes de su madre observaban su sueño, o más bien el futuro de grandeza que le deparaban los dioses.

Ninsun, diosa madre, diosa reina, bajo al mundo de los mortales después de enamorarse de un sacerdote llamado Lillah, de la unión nacería el más grande rey de Uruk, no, de todo Babilonia y Asiria, Nadie negaría que aun siendo madre, Ninsun, conservó la belleza de los dioses, pero su corazón era el de una madre, que con amor sostenía en los brazos, a ese ser de inocencia pura, si, existía algo más hermoso que ella, y ese era su pequeño.

El palacio erguido en su nombre, ahora estaba lleno de nodrizas que se encargarían de cuidar del semi dios, pues la diosa debía volver dentro de dos lunas más, al monte de los dioses, y desde ahí, velar por él.

Gilgamesh… un nombre fuerte y con carácter, digno de un futuro monarca, desde su nacimiento, sabían que el pequeño no era humano del todo, los cabellos dorados y la piel resplandeciente lo delataban, aún más la intensa mirada carmesí regalada por su madre. La ultima noche junto a Gilgamesh, Ninsun cantó las más tiernas melodías de cuna, estrujo contra su regazo el pequeño cuerpo y percibió la calidez del mismo, nunca es facil cuando a una madre se le arrebata la carne de su carne, pero no hay deidad o mortal, que pueda ir contra las reglas del cielo, y ello, era algo que la sempiterna conocía muy bien. Besó por ultima vez la frente del bebé dejando una suave marca dorada en su frentecita.

El amor de tu madre siempre estará contigo, hijo mío.

Coloco al infante en la cuna antes de cubrirse con un velo y dejar en el mundo de los sueños a Gilgamesh. Su corazón se quebraba conforme sus pasos abandonaban el palacio, aun que su postura recta no la delatara ante sus súbditos, miró con el rabillo del ojo, por ultima vez, aquella habitación de la que escapaba la tenue luz de las velas, y el vestigio de una lagrima rodó por sus tersas mejillas.

La historia de Gilgamesh había comenzado siendo abandonado.


Lo mejor de la infancia es que cualquier cosa en ella es una maravilla.

Gilberth Keith


Corría por los largos pasillos del palacio mientras sus agudos gritos resonaban con eco, los pequeños pies descalzos apenas hacían ruido, y la tunica corta ceñida a su cintura no le permitía correr del todo en libertad, sin embargo, se las arreglaba para poder dar batalla a las «Medusas» que lo perseguían y lo amenazaban con que si no tomaba un baño, terminaría castigado. Pero cuando se es niño, eso poco importa, siempre, de alguna manera, se consigue lo que se anhela, y ello lo sabía muy bien Gilgamesh, que a su escasa edad lograba ser un manipulador, pero uno inocente que carecía de cualquier indicio de maldad. Tal vez era por los encantadores ojos rubí que encantaban a las criadas, o por la tierna mueca de su rostro resplandeciente, siempre terminaban sometiéndose al capricho del pequeño príncipe.

— ¡Gilgamesh! —aun que existía alguien ajeno a la regla—. ¡Ven aquí!

La voz ronca y profunda de su padre sonó haciéndolo saltar del susto, sus pequeños ojos se constriñeron en una expresión de miedo. Lillah no era un hombre paciente, si hubiera una manera de describirlo en el vocabulario de Gilgamesh, ese sería «Aterrador» e incluso «Malo». A esa edad, los niños suelen enfatizar las cosas con menor juicio.

Gilgamesh se asomo por una de las columnas en la que se había detenido a respirar, sus ojitos bermellón buscaron el origen de la voz, y la encontró frente a él.

Su padre era un hombre alto, fornido, de un rostro curtido por los años, frondosa barba de color chocolate con canas, ojos negros de expresión tajante y cabello del mismo tono de su vello facial, atado en una coleta alta. A pesar de pasados los cuarenta, Lillah podía verse con juventud y brío, quizá no era tan atractivo físicamente, sin embargo su carácter reacio y seguro era algo a lo que las mujeres no podían resistirse, claro ejemplo era el harem que lo seguía a casi toda partes cuando no se encontraba tratando asuntos de los dioses.

El niño caminó lentamente hasta el hombre, era ciertamente intimidante y su relación distaba mucho de ser padre e hijo, se trataban con cordialidad osca prácticamente frígida, casi nunca convivían a menos que fuera necesario, y las pocas veces que eso ocurría era cuando había alguna festividad o festejo en honor a Ninsun u otro dios importante. Gilgamesh tenía conocimiento de su procedencia, Ninsun era su madre, la madre que jamás había visto salvo en sueños borrosos, voces lejanas y algunas pinturas en el templo principal al que tenía estrictamente prohibido entrar.

— ¿Si?... Padre… —el hilo de voz escapo temeroso, Gilgamesh ni siquiera se atrevía a mirarlo a los ojos— Lo siento —aquello ultimo lo susurró.

La severa mirada del sacerdote lo asfixiaba. La salvación llego junto a Kandra, la más joven de las doncellas y por supuesto la más cercana al pequeño Gilgamesh, prácticamente lo había criado desde que era un bebé. No poseía la edad para ser su madre, pero era igual a una, siempre implorando por evitarle los castigos, siempre ofreciéndole consuelo cuando su voz era ignorada en los días de poca paciencia de Lillah.

— ¡Mi señor! —reverenció a Lillah con sumisión—. Siento tanto lo ocurrido, estaba jugando con Gilgamesh a las escondidas —, improvisó con rapidez, mientras el silencio imperaba.

Lillah meditó, había amanecido de excelente humor esa mañana y nada arruinaría su día, ni siquiera los juegos de ese pequeño fastidio al que solo podía dedicarle miradas de dureza. Gruño por lo bajo, mientras una de sus tantas concubinas se le restregaba contra el cuerpo. Pasó de largo hasta desvanecerse en las sombras de los lúgubres pasillos, cuado la puerta chilló, Kandra dio un respiro de alivio, y enseguida haló de la oreja de Gilgamesh, en respuesta el niño se quejo mientras sus labios hacían un gracioso mohín.

— ¡Auch! Eso es doloroso Kandra… —le sacó la lengua y ella respondió con una sonrisa, finalmente lo recompensó con un calido abrazo, de esos que tanto le gustaban a Gilgamesh ¿Por qué Kandra no era su madre?

Era apenas una adolescente, quince años, había llegado a los seis para trabajar como criada, una pequeña niña esclava sin familia la cual si moría no sería llorada, su nombre se olvidaría como los nombres de otros desdichados igual a ella. Desde pequeña había quedado encantada con Gilgamesh, lo que más le encantaba eran sus ojos de un rojo intenso, tan intenso como el crepúsculo, y su cabello dorado como el sol, apostaba a que eran finas hebra de oro invaluables. Prácticamente aún con seis años, Kandra le había cambiado los pañales a Gilgamesh, y ahora, mantenían una relación más parecida a la de una madre con su hijo.

— ¡Pues no vuelvas a hacer eso! —suspiró resignada mientras lo tomaba de la mano para conducirlo a sus habitaciones—. Sabes que al señor Lillah no le gusta que juegues por el palacio—. Gilgamesh opaco su mirada, Kandra se conmovió por ello—. Ven, vamos por algunas frutas ¿Si?.

Ambos se tomaron de las manos, mientras Gilgamesh suspiraba aliviado, era preferible escuchar los regaños de Kandra, antes que la severidad de ese hombre que se decía su padre, él poco sabía de la maldad humana, era solo un niño que anhelaba descubrir el mundo, más cuando Kandra se sentaba por las noches a orillas de su cama para relatarle un cuento, su preferido era el de la bestia sagrada Humbaba. Amaba las muecas del rostro de su «madre» cuando intentaba imitar extraños sonidos que alegaba, eran los de la bestia. Amaba su sonrisa, su hermosa sonrisa que le servía como un medio para evitar los terrores nocturnos, amaba la suavidad de sus manos, incluso el aroma de su cabello, que inhalaba con fuerza para calmar el llanto, Kandra era todo para Gilgamesh, era una amiga, una hermana, una madre.

—Kandra —la llamó con sus ojitos llenos de inocencia, ella se giro suavemente para observarlo—. Un día seré un héroe.

La oración había escapado de sus labios de manera espontánea, prácticamente sin otra intención más que la de sacarle una sonrisa a su nana. Kandra se coloco de cuclillas frente a él para quedar a su estatura, la mirada chocolate de Kandra se ablandó.

—Entonces lucha por ello—. Lo abrazó y Gilgamesh se sintió invencible.

— ¿Prometes que estarás ahí para verlo? —Kandra asintió mientras depositaba un beso en su frente.

—Prometo que siempre estaré a tu lado, mi pequeño Gilgamesh.

Pero algunas promesas se rompen con el tiempo, y los mortales no son eternos, aun que eso era algo que Gilgamesh de apenas nueve años no sabía, la muerte era desconocida, y la primera vez que la enfrentó, había sido de manera cruda e inesperada, peor aún en su cumpleaños.

El niño solo observó la pira funeraria consumiendo el cuerpo de la mujer que fue su madre, las lágrimas rodaron por sus mejillas, escociéndolas, no hubo nadie para consolarlo, no hubo nadie para contarle historias fantásticas ni arroparlo en las frías noches del invierno desértico, los pasillos habían perdido la vida de sus sonoras carcajadas y sus juegos infantiles. A veces, hay personas que deben crecer de golpe.

Apretó los puños con fuerza, él debía ser fuerte, porque ese era el último deseo de Kandra, porque ese era su deseo. Aun que su corazón se ahuecara y las piernas le temblaran, aun que un nudo molesto en su garganta y estomago lo hicieran enojar, aun que la verdad, ni él sabía por qué estaba enojado. ¿Porque Kandra lo abandono? o ¿Porque no fue el héroe capaz de rescatarla?, pero... de cualquier manera, para Gilgamesh, era más facil culpar a Kandra, ella lo abandono, ella prometió estar a su lado, y no fue capaz de cumplir su promesa, una parte de él dejo de creer en las personas, a pesar de que en el fondo deseara abrazarla fuerte y volver a inhalar el aroma de su cabello.

Desde el cielo, Ninsun lloraba junto al corazón roto de su pequeño, deseó ser una mujer simple para abrazarlo, mientras él se acurrucaba en un rincón de la cama, su sollozó era tortuoso, casi mortal para la diosa que solo se abstenía a contemplar. ¿Cuántas veces más se rompería el corazón de Gilgamesh?.