"Cosas pequeñas son, cosas pequeñas son todo lo que te quiero dar.

Y estas palabras son cosas pequeñas, que dicen: yo te quiero amar.

Amar, ama, amar, solo vale la pena si tú quisieras confirmar, que para un gran amor no hay cosas pequeñas, que nada es mayor que amar.

La hora que esperaste la vida entera es esta..."

Coisas pequenas, Madredeus.

Capítulo 1. Pequeños accidentes.

-Fue un pequeño accidente- había dicho la voz a través del teléfono mientras el chico de los ojos marrones seguía mirando el nombre de la ciudad lejana en la que había sido aceptado como médico residente-. Sus documentos y los documentos de otro de los postulantes debieron mezclarse y...

- ¿Enviarme a Rusia es un pequeño accidente? - dijo el joven intentando mantener la calma a pesar de que tenía serios deseos de gritar-. Por favor, no puede decirme esto y esperar que yo acepte que todo fue simplemente un pequeño accidente. Estuve estudiando meses, años para lograr ser médico residente en el hospital de Tokio y no en un hospital especializado de San Petersburgo...

-Entendemos su molestia, doctor Katsuki- dijo el hombre al otro lado de la línea-. Mire, podemos intentar hacer el nuevo papeleo lo cual tomará al menos un año más...

- ¿Un año? - dijo el joven médico empezando a sentirse desesperado de verdad.

-Usted sabe que éste no es un proceso que se tome a la ligera- dijo el otro hombre-. La mejor decisión para usted en este momento sería considerar la posibilidad de viajar a Rusia. El hospital de especialidades médicas en el que ha sido aceptado allá es verdaderamente bueno, pocos médicos pueden jactarse de haber realizado ahí su residencia. Doctor Katsuki, en realidad es un honor poder estudiar allá, quizá no deba quedarse los cuatro años que dura la especialización que quiere tomar, quizá pueda ir solo uno de ellos y volver al hospital de Tokio lleno de la experiencia adquirida en un hospital internacional de renombre que sin duda hará de usted un profesional que...

Aquella plática se había extendido por lo que al joven médico japonés cuyo nombre era Yuri Katsuki, le había parecido una pequeña eternidad en la que había terminado perdiéndose puesto que la retahíla de argumentos de su interlocutor le había hecho darse cuenta de que la persona encargada de uno de los accidentes menos pequeños de su vida, no haría nada por remediarlo.

Aquella tarde, la tarde que debía haber significado el inicio de una de las etapas más importantes de su vida se había convertido de pronto en una contrariedad, en una noticia que lejos de causarle felicidad y orgullo, le había dado más dolores de cabeza de los necesarios aunque ciertamente, primero como estudiante y después como practicante de medicina, estaba acostumbrado al estrés y a que las cosas no resultaran del modo en el que él las había esperado.

Pero eso, el hecho de que él se hubiese acostumbrado a las sorpresas, no implicaba que no se hubiera sentido molesto, incluso decepcionado de sí mismo al recibir la noticia de que no podría especializarse como traumatólogo en el hospital de su país natal donde siempre había soñado hacerlo.

Y es que desde pequeño el sueño de cuidar de los demás se había instalado en su corazón como una constante que no lo había abandonado con el paso de los años. Al niño curioso y más bien tímido que él había sido, siempre le había apasionado de un modo admirable la mecánica del cuerpo humano, lo que sucedía en él, la completa perfección de un conjunto de procesos complejos que podían permitir algo tan maravilloso como la vida humana.

Yuri había pasado noches enteras sin dormir, días en los que había deseado renunciar al darse cuenta de que a medida que sus estudios en la facultad de medicina avanzaban, en lugar de saber más, iba descubriendo nuevas cosas que le hacían pensar que jamás sabría lo suficiente para ser un buen médico aunque de hecho, lo era.

Había sido el mejor estudiante de su generación en la Universidad y aunque el hecho de haber sido seleccionado para llevar a cabo su residencia médica en el extranjero había sido obra de la confusión y del descuido de otras personas, nadie dudaba de su capacidad en el hospital de especialidades de San Petersburgo en el que aquella tarde, la tarde en la que otro accidente cambiaría su vida para siempre, llevaba ya un año preparándose para convertirse en médico especializado en traumatología.

Todos lo conocían por su carácter afable y ciertamente tímido. Las enfermeras hablaban de él entre susurros, todas discutían acerca de lo guapo que el doctor Katsuki era y de cómo los pacientes lo estimaban y siempre se sentían agradecidos de haberlo conocido. Y aunque todo el mundo hablaba de él, Yuri apenas se daba cuenta del efecto que tenía sobre los demás y cuando las personas a su cargo se acercaban a agradecerle de manera más bien efusiva por su atención, Yuri no podía hacer otra cosa más que sonrojarse de forma profunda mientras una parte de él seguía preguntándose si de verdad era tan especial como los pacientes decían que era.

Había sido pues el trato que las demás personas le daban lo que había hecho que el muchacho se decidiera a quedarse en aquel hospital durante los cuatro años que duraba el programa de especialización. Con el paso de los días, Yuri había llegado a sentirse tan cómodo en Rusia y su clima gélido que le parecía que aquella confusión que lo había llevado a aquel país era cosa del destino. Incluso Hiroko, su madre, solía decirle que quizá él había llegado a Rusia por una muy buena razón que cambiaría su modo de ver el mundo para siempre y aunque él aún no había descubierto dicha razón, Yuri se había sumergido en una rutina que hacía de su vida algo más llevadero a pesar de las maratónicas jornadas de trabajo que el muchacho, quien en aquel entonces tenía veinticinco años, solía trabajar día con día.

De hecho, aquella noche, la noche en la que después Yuri pensaría como aquella en la que todo había iniciado, el joven médico estaba descansando unos minutos en la jefatura de enfermería del piso al que había sido asignado a atender durante su turno.

Yuri estaba revisando las notas de evolución de algunos expedientes en el justo instante en el que uno de sus compañeros, un joven de piel color canela que era también un médico residente de intercambio quien era originario de Tailandia y que respondía al nombre de Phichit Chulanont, llegó corriendo ante él con la cara llena de la excitación y del cansancio que acompañaban siempre a todos los médicos que atendían las emergencias nocturnas.

-Yuri, el doctor Cialdini nos necesita con urgencia en el quirófano- dijo el joven Chulanont captando en seguida el interés de su compañero quien se había convertido también en su mejor amigo en Rusia-. Al parecer atenderemos a una celebridad deportiva ¿puedes creerlo?

- ¿Celebridad deportiva? - preguntó Yuri levantándose de la silla en la que había estado descansando del modo inmediato en el que estaba acostumbrado a hacerlo y poniéndose en marcha al lado de Phichit quien lo guiaba con rumbo a los quirófanos del segundo piso del hospital.

-Un patinador artístico, el bienamado de Rusia- dijo Phichit Chulanont con una sonrisa ciertamente picara y algo fuera de lugar para la ocasión-. Todas las enfermeras están conmocionadas, dicen que alguien tan hermoso como él no puede haber sufrido la clase de lesión que sufrió, vamos, el hombre acaba de ganar su quinto título mundial y ni siquiera pudo estar presente en la ceremonia de premiación, se lesionó justo después de terminar su rutina ¿puedes creerlo?

- ¿Se lesionó gravemente y aun así fue capaz de ganar? - dijo Yuri realmente sorprendido-. Debe ser completamente bueno entonces ¿qué clase de lesión sufrió? ¿Por qué debe ser operado de emergencia?

- ¡Oh Yuri, siempre eres igual! - dijo Phichit riendo con algo de burla-. Te estoy diciendo que nuestro futuro paciente es el hombre más guapo de Rusia y aun así quieres que vaya directo al grano, directo a la información esencial para atender al paciente...

-Bueno, somos médicos Phichit eso hacemos ¿sabes? - dijo Yuri con esa mirada seria y profesional que siempre le daba idea a Phichit de que su amigo no estaba de humor para más bromas.

-Muy bien, doctor Katsuki, muy bien- dijo Phichit imitando el porte serio de su compañero-: la caída del señor Victor Nikiforov, paciente masculino de veintiocho años ingresado a las 22:30 horas del dos de abril, ha sufrido una lesión en medula espinal, debe atenderse de urgencia a petición de su entrenador, el pronóstico de Celestino es reservado, el paciente ha sido estabilizado, estaba inconsciente pero sus signos vitales son buenos, podemos intervenir tan pronto como el quirófano esté listo...

- ¿Medula espinal? - dijo Yuri sintiendo en aquellas palabras la gravedad de la lesión de su futuro paciente-. Phichit, es probable que él no pueda volver a patinar, vamos, puede incluso no poder volver a caminar ¿le han dicho ya de eso al entrenador?

-Creo que el entrenador lo sabe, por eso todo el mundo está conmocionado- dijo Phichit con un asentimiento de cabeza-. La caída del señor Nikiforov sobre el hielo fue terrible. Celestino cree que el impacto de su cuerpo sobre el hielo tuvo la misma fuerza que la de un auto estrellándose contra una pared de concreto debido a la velocidad de los movimientos del patinador antes de caer...

-Es tan triste, Phichit...- dijo Yuri quien a pesar de los consejos de sus superiores con respecto a separarse afectivamente de los padecimientos que veía a diario en el hospital, no podía dejar de sentir una empatía inmediata hacia todo aquel que sufría ante sus ojos.

-Lo sé, por eso Celestino quiere que estemos presentes en la cirugía, es un caso complejo y de hecho creo que quiere que tú participes de forma activa- dijo Phichit con una sonrisa orgullosa-. Celestino dice que tú eres el estudiante de traumatología más adelantado, incluso tienes más experiencia teórica y practica que los residentes de ultimo año así que, doctor, es hora de salvar otra vida ¿está listo?

A Yuri le hubiera gustado contestar que sí, que se sentía completamente listo para afrontar todo pero el miedo y aquella ansiedad que siempre solían acompañarlo antes de toda intervención estaban ahí. Sin embargo, Yuri sabía que a pesar de aquella intranquilidad que siempre lo acompañaba, él haría lo mejor para su paciente, para aquel paciente que no conocía y que sin embargo, había tocado su corazón con aquel trágico final para lo que sin duda había sido una legendaria historia en un deporte que si bien, Yuri no conocía del todo, aquel hombre debía ser uno de los máximos representantes.

Sin agregar nada más, los dos médicos entraron al vestidor del quirófano a prepararse para la intervención, intentando mantenerse serenos mientras el equipo de enfermeras preparaba el instrumental y los ayudaba a vestirse con aquel traje quirúrgico de color azul que los dos muchachos habían adoptado ya como una segunda piel.

Cuando los dos chicos entraron al lugar en el que se llevaría a cabo la cirugía, Yuri observó que el paciente ya estaba listo para ser intervenido y al ver su rostro inconsciente que lucía pálido y lejano, Yuri sintió con más fuerza un tirón en el corazón y se dijo a sí mismo que tenía que tranquilizarse, él era el médico, él tenía que estar en control de la situación porque en aquel lugar, la diferencia entre la vida y la muerte estaba entre sus manos y todo podía cambiar para mal en un solo segundo. Su corazón estaba latiendo con fuerza, sentía que su corazón temblaba dentro de su pecho y una parte muy profunda de él estaba diciéndole que aquello no solamente se trataba de los nervios previos a una cirugía mayor y peligrosa como la que llevarían a cabo en aquel momento.

- ¿Listos, doctor Katsuki, doctor Chulanont? - dijo el doctor Cialdini quien era un hombre de mediana edad el cual lucía sereno y estoico, cualidades que Yuri admiraba sobre manera en su mentor.

-Listos- respondieron los dos muchachos al unísono.

-La cirugía será larga. Doctor Katsuki, quiero que me asistas de forma directa, creo que estás listo para todo, Yuri...

Las mejillas del muchacho japonés se encendieron por debajo del cubre bocas azul que estaba escondiendo la mitad de su rostro. Yuri solo pudo asentir a las palabras de su superior y acercándose a él, mirando cómo Celestino se proponía a desafiar las leyes de la naturaleza las cuales decían que el hombre que yacía ante ellos, ajeno y más allá del dolor que invadiría su cuerpo y después, su vida entera, no tendría remedio jamás. Pero algo le decía a Yuri que quizá ellos sí que podrían hacer algo, que ellos podían evitar que el hombre aquel, quien sin duda era completamente hermoso incluso en aquel estado, saldría victorioso de aquella lucha que su cuerpo estaba a punto de librar.

-Victor, se llama Victor...- susurró Yuri sin dejar de mirar el rostro de su paciente mientras Celestino empezaba con la intervención-. Tu nombre es fuerza en sí mismo. No te rindas, no te rindas por favor...


Su mente salía y entraba de una nebulosa extraña en la que él se encontraba perdido sin saber cuánto tiempo había pasado. Él sabía que había algo raro estaba sucediéndole porque a veces, cuando la nebulosa parecía disiparse por completo, le parecía escuchar voces rodeándolo y sobre todo eso, sentía una pesadez en el corazón que no lograba entender del todo, como si él supiera que algo no andaba bien pero no recordara qué demonios había pasado.

La última imagen que se repetía en su cabeza una y otra vez, era la pista de hielo del Ice Palace de San Petersburgo sobre la cual había estado presentando el programa largo que lo había consagrado como una leyenda del patinaje artístico, aquella aria italiana que llevaba por nombre "Quédate a mi lado". Victor, porque él también estaba seguro de que aquel era su nombre, recordaba claramente el rumor de las voces y los aplausos que lo habían acompañado en cada salto, en cada una de las piruetas que había llevado a cabo delante del mundo entero.

Él se había deslizado por el hielo del mismo modo experto y dominante en el que lo había hecho durante casi su vida entera y de pronto, en el último salto, aquel salto que era su firma y que ningún otro patinador podía llevar a cabo como él, algo salió mal, algo definitivamente había salido mal porque su cuerpo había caído sobre el hielo de forma estrepitosa. Él sabía que había logrado el salto final de su rutina, estaba seguro de ello pero después, el impacto ensordecedor que pareció terminar con todo el oxígeno y la luz se llevó todo hasta sumergirlo en una vorágine de dolor, desconcierto y oscuridad de la que aún no podía salir del todo.

Y ahí era donde seguía, en medio del vacío, en medio de esa nada que en aquel instante iba convirtiéndose en un algo doloroso y a la vez, perturbador. Porque una parte de su cuerpo se sentía llena de una sensación dolorosa mientras que la otra, ese lugar donde antes habían estado sus piernas, no se sentía para nada en absoluto. Él sabía que aquello debía haberlo asustado pero su cerebro, dormido por aquellas sustancias que causaban la vorágine, no alcanzó a comprenderlo del todo. Alguien, seguramente Yakov, su entrenador, había gritado que lo que le había sucedido había sido solamente un pequeño accidente, nada de qué preocuparse ¿para qué preocuparse si en aquel momento se sentía tan ajeno a todo, incluso a su propia situación?

Victor sonrió internamente sintiéndose satisfecho con la conclusión a la que había llegado y en el justo instante en el que estaba a punto de rendirse a las suaves olas de aquella extrañeza artificial y apacible, el ruido de unos pasos dentro del lugar en donde estaba, hicieron que abriera los ojos apenas un poco, como una pequeña rendija por la que entraban rayos dorados de un sol sumamente intenso, rayos de luz que se desprendían del rostro de un chico de cabello negro y ojos marrones, quien acababa de acercarse a él y aunque la sonrisa de los labios de aquella gloriosa aparición era un tanto triste, Victor tuvo ganas de sonreírle a aquel extraño también.

-Parece que estás bien- dijo la aparición celestial mientras las manos de ésta acomodaban lo que parecía ser una pequeña manguera transparente por la que transitaba una sustancia liquida del mismo color-. Hice lo mejor que pude, lo juro...

Las manos del ángel, porque definitivamente era un ángel - todos los ángeles visten de blanco, usan anteojos de color azul y lucen infinitamente cansados y celestiales ¿no era así? - comenzaron a levantar las sabanas que lo cubrían, sabanas que Victor ni siquiera había sentido en aquel entonces y los dedos del ángel eran como una caricia fresca deslizándose por su piel. Victor sintió una ráfaga de dolor por un segundo ante la presión de aquellos dedos y después, volvió a ser consiente de aquella nada preocupante cuando las manos del ángel siguieron bajando por sus piernas.

-Despierta pronto, necesito saber si sientes algo- dijo el ángel con la voz más triste del universo y por un segundo, Victor quiso despertar solamente para que quien lo acompañaba pudiera sonreír una vez más -. Aunque... ¿sabes algo? Tendrás un despertar muy triste, lamento no poder evitarte ese dolor también. Si yo pudiera hacerlo, si pudiera evitar que sintieras más dolor, lo haría, definitivamente lo haría porque nadie merece lo que te ha sucedido a ti...

El corazón de Victor comenzó a latir de modo extraño al escuchar la voz llena de pena de su ángel, sí, ese ángel era suyo en particular. Victor quería decirle que no había ningún dolor en él, claro, era una pequeña molestia, casi nada, algo que sin duda alguna Yakov se encargaría de curar con la visita de un fisioterapeuta y horas y horas de terapia acuática. No había dolor, claro que no, Victor Nikiforov era inmune a una cosa tan estúpida como el dolor.

- ¡Doctor Katsuki! - dijo una voz femenina de pronto y Victor se sintió algo molesto de que alguien se atreviera a interrumpir la visita de aquel ángel-. El doctor Cialdini quiere verlo en su consultorio ahora.

-Gracias Irina, iré en seguida- respondió el ángel y a Victor le alegró sobre manera escuchar su voz otra vez.

-No tarde y no se preocupe por su paciente especial, sigue mejorando a pasos agigantados, yo me encargaré de él de forma personal...

- ¿Mi paciente especial? - dijo el ángel y Victor tuvo ganas de sonreír al ver al ser celestial sonrojándose de forma violenta, algo que sin duda hacía del ser al lado suyo algo mil veces más hermoso.

-Los demás médicos no dejan de decir que la operación del señor Nikiforov ha sido el primer gran triunfo del doctor Yuri Katsuki- dijo la molesta voz femenina-. Todos nos sentimos orgullosos, doctor, usted es un médico único en su especie ¿no lo sabía? Es por eso que todos llaman al señor Nikiforov su paciente especial, ha cuidado de él de un modo maravilloso aunque claro, suele hacer lo mismo con todos sus pacientes...

- ¡Oh! - dijo el ángel con una sonrisa avergonzada que terminó por quedarse a vivir en el alma de Victor sin que él pusiera resistencia-. Iré a ver al doctor Cialdini ahora, por favor Irina, avíseme si el señor Nikiforov despierta en seguida ¿está bien?

-Por supuesto, doctor...

Él ángel, quien también era un médico (¿quién lo diría?), volvió a mirar una vez más a Victor y aquellos ojos que parecían estar hechos de chocolate dulce y claro, se quedaron quietos sobre él, haciendo que Victor tuviera ganas de poder abrir los ojos por completo para evitar que su ángel se fuera, él no quería que el doctor... ¿cómo se llamaba? Yuri, estaba seguro de que la voz molesta lo había llamado Yuri, bueno, Victor no quería que el doctor-ángel-Yuri se fuera de ahí.

-Solo el tiempo dirá si mi intervención fue o no un triunfo, Victor- dijo el médico volviendo a sonreír con una esperanza que, aunque era pequeña, iluminaba sus ojos de modo adorable-. Pero por lo que me han contado de ti, jamás te rindes, jamás dejas de luchar y si tú lo decides así, yo luchare a tu lado, yo te daré armas para que no tengas que luchar solo...

Sin agregar nada más, yéndose como había venido, el ser de la bata blanca salió de lo que sin duda era la habitación del hospital donde seguramente estaba recuperándose de aquel pequeño accidente que lo tenía postrado en una cama pero vamos, no debía ser nada grave. Claro que no.

Además, un ángel-médico que se llamaba Yuri le había prometido quedarse a su lado, él había hablado de una lucha pero Victor decidió no pensar en eso ni un minutos más, no tenía caso preocuparse porque la vorágine venía de nuevo a por él por medio de suaves olas que lo alejaban del mundo y cuando sus ojos volvieron a cerrarse de nuevo a su realidad actual, la imagen del chico de la bata blanca fue todo lo que se quedó con él y Victor decidió que sin duda alguna no había nada, absolutamente nada que temer mientras la promesa de volver a ver a aquel ser siguiera ahí, en medio del silencio y la comodidad de su inconsciencia...