DISCÍPULO TORTUGA
Aberrante oscuridad, cielo estrellado, luna majestuosa que reclama libre al suelo que ilumina. Las luces se apagan y aquellos ojos protectores de su estirpe, se pierden. Los espesos matorrales se convierten en abismales huecos de leyendas. La menguante luz de la luna guiando los austeros ojos de un gato vigilando al mundo.
En el destino de los senderos de paz que conectan al mundo se alza una imponente torre divina, cuna de guerreros y de leyendas. Majestuoso templo de mármol sagrado, inalcanzable para los mortales, pues cualquiera que lograse alcanzarlo, ya ha inmortalizado su nombre en oro.
Descendió ágilmente, habilidoso aquel dios de piel verde cubierto en togas insípidas. Kami Sama Dende llegó flotando de las ventiscas melancólicas de febrero, rozo los pilares con sus largas garras. El templo del Maestro Karin siempre fue un lugar acogedor y el gato de pelaje blanco actuaba siempre, en sarcástica sabiduría, como una guía para el novicio.
Dende dio unos pasos por el oscuro lugar. Indagó con los ojos y con el oído hasta que finalmente encontró al olvidado ermitaño.
-Maestro Karin –saludó en reverencia.
-Dende –dijo el gato con los ojos cerrados y el bastón erguido-, es un placer que hallas llegado.
-¿Qué era lo que quería enseñarme Maestro?
-Bueno, Dende –Karin rondó por la zona, chocando su blanco pelo con la luz lunar-, en vista del problema que atravesamos hace unos días y todas las dudas que tuviste, creo que ha llegado el momento de enseñarte algunas habilidades…
-… ¿Habilidades? –Dende interrogó como solo él llegó a hacerlo en siete años y nueve meses.
-¡No me interrumpas!... Sí, habilidades que nos permitirán ver el pasado, estudiar el presente y predecir el futuro.
-¿Cómo? –El joven namek afianzo el bastón sagrado contra su palma.
-Primero, Dende ¿tú crees en el destino?
-Pues… este, yo… por lo que he visto, diría que sí.
El gato blanco reposo su cabeza en sus hombros, soltó gran suspiro ahogado de sabiduría que resonó en paneles de estuco sagrado. Con los ojos extraterrestres posados sobre el ermitaño, Dende divago entre lo vasto del conocimiento. Siempre le encantó conocer, descubrir y el Maestro Karin estaba dispuesto a enseñarle, a saciar esa desmesurada ambición.
El sabio gato, entonces, se acercó hacia un solitario jarrón lleno de agua cristalina. Tocó con la pata peluda las gotas reflejo del cielo. Volvió con el joven dios.
-La historia, curioso legado, es un mundo fantástico formado por relatos pequeños, medianos, enormes; está envuelta en tragedias y amores, en triunfos y traiciones; es una imagen en movimiento del cosmos.
-Eso es profundo.
-Muchos ahí abajo –continuo Karin mientras Dende se acercaba al jarrón-, han recolectado siete siglos de hechos y leyendas. Pero ninguno habrá de saber lo que sabe esta agua.
-¿Qué tiene el agua? –Dende, cauteloso, observo el reflejo ondulado de pelos blancos y piel verde en el espejo elemental.
-Esta es el Acua Passata y, como dice su nombre, nos podrá llevar hasta lejanos días, lo que necesitas para mejorar en tu labor de guardián Dende.
-¿Qué? ¿Cómo?
-Igual que en las peleas, aprende a leer los movimientos de tu oponente. Estudia el pasado y anticípate al futuro, eso es lo que hace un sabio.
-Maestro, yo… no entiendo –Cayeron sus hombros: en siete años su trabajo como guardián dejaba mucho que desear.
-Hace unos días me dijiste que te parecía extraño el asunto de… Kakarotto –Sus miradas impactaron la nubosa fuente de recuerdos, esparciéndose aquellos hilos blancos saliendo del jarrón-. Bueno, pues hoy sabrás muchas de las respuestas a tus dudas.
Entonces el Maestro, silenciosos y misterioso gato, se acercó al jarrón, levantó un vaso maderero del piso. Sirvió un poco de esa agua misteriosa y del cubilete emanó un ente vaporoso e hipnótico.
-Dende –dijo, acercándose con el vaso entre su pata-, bebe el agua.
-¿Y eso? –sus cejas arquearon la duda ceñida y escondida entre el humeante.
-Solo hazlo, el agua hará el resto y te transportara a un recuerdo lejano del planeta Vegeta.
-¿Del planeta Vegeta?
-¡No me discutas y hazlo!
De un pico sostiene el cubilete y lo lleva contra sus secos labios de namek. Bebe, bebe ese gusto amargo que recorre su garganta. Humeando sus fosas nasales, inhalando ese vapor con los ojos vidriosos.
Bebió hasta dejar seco el vaso, dejando caer sin delirio su bastón y cuando la última gota se derramo sobre su corta barbilla renació su alma y murió su cuerpo. No existía ya la Torre, no existía el Templo Sagrado, ya no existía la tierra. Solo un níveo aborrecible. Ya no era él, ya no era el guardián, ya no era un Dios, ya no era Dende.
Solo una conciencia fundiéndose en el tiempo.
Entonces es atrapando por el movimiento infinito, por el motor máximo. Un vórtice lo conduce contra la derecha y entre mareos vomitivos su realidad es alterada.
Gélido resplandor que recorre sus párpados, sonidos penetrantes invadiendo sus oídos. Abrió los ojos divagantes de olvidado dios, vio el cielo nocturno, su cuerpo renacido, su alma restaurada, él reencarnado.
Su agitada respiración, sus temblorosas manos y sus secos labios pronto despertaron sobre una plaza arenosa color metal oxidado. Seca y tosca igual a aquellos gentíos que deambulaban por el lugar.
Se sentó apoyando los codos para después encontrarse rodeado por mendigas casas cupulares o larguiruchas; rodeado de caminantes de porte serio y arrogante. Facciones terrestres que percibían cientos de batallas.
-¿Dónde estoy? –Se preguntó- ¿Qué es esto?
-Estás en el planeta Vegeta –le dijo una voz espectral.
-¿Maestro Karin? ¿Dónde está? –Inmediatamente su puso de pie.
-Sigo en la torre, pero tú estás en el Planeta Vegeta, treintaisiete| años atrás.
-¿Treintaisiete años?
La gente caminaba por el baldío y nadie invirtió su tiempo en percibirlo. Con rasgos cuadrados y rasposos, usando esas armaduras, destrozadas o intactas, azules o verdes. Elevó la vista para fijarse en ese luminoso satélite que, en solo una cuarta parte de su conjunto, atraía sus sentidos con un somnoliento espectro augurando batallas en lejanos mundos.
Había cuantos saiyajin pudiese contar recorriendo la plaza, también existían seres anómalos, de cuellos alargados o de piernas flexibles, morados y pálidos. Mezcolanza de razas vinculadas a los astros gobernantes de las galaxias más inmensas.
Se acerca a uno de los saiyajin, uno de pelo corto, intentó buscar ayuda:
-Disculpe, señor ¿Dónde…? –Su mano se acerca pretendiendo detenerlo. Pero, sin atisbo de que el sujeto lo oyera, su mano simuló al viento indomable y traspasó la morfología del saiyajin. Un fantasma sin cuerpo que atraviesa paredes y, aparentemente, también otros seres vivos.
-¿Qué paso? –pregunto observando sus largos dedos.
-Dende, tú no perteneces ahí, tu cuerpo sigue aquí conmigo. Tú solo eres un alma en la cuarta dimensión.
-¿La Cuarta Dimensión?
-Sí, ahora solo eres un espectador.
-¿Espectador?
-¡Solo cállate y mira!
-Bien… -Dende se reconocía ahora como un ser extrasensorial, más allá de todo lo que pudo pasar por las mentes de los guerreros saiyajin que rondaban junto a él- ¿Qué tengo que hacer? ¿Solo observar desde aquí?
-No, claro que no, tu objetivo aquí es que conozcas el origen del guerrero más fuerte del universo.
-¿El señor Goku? –Dende avanzó sin importarle que atravesara a todo ser tangible, pues solo era celaje entre sustancia.
-Más específicamente, Kakarotto.
-¿y cómo lo encuentro? –Analizó el espacio con su cognoscente perdido y su sapiencia errante.
-Sigue al muchacho de pelo largo.
Giró la vista, agudizó los ojos emboscando a cada saiyajin del lugar, buscando a aquel que tuviera la cabellera sobresalientemente larga. Entre intentos fallidos de cabezas rapas o desgreñadas dio, cuando giraba por la vereda, con aquel muchacho de pelo largo y armadura café.
Entonces susurró al aire.
-Raditz…
El saiyajin pelo largo no aparentaba, a su juicio, tener más de 12 años. Corría frenético evitando chocarse con el gentío y llevando su rastreador en la mano.
-¡¿Qué esperas?! ¡Ve tras él! –le grito el Maestro Karin.
-Ah, sí –Trató de no perder de vista esa cabellera larga, ahí donde su única lámpara era esa luna de tono.
-¡Oye! ¡Espérame! –le gritó.
Raditz no lo oyó, nunca lo haría, perteneciendo a su mundo, a su realidad. Frente a esa puerta de metal plúmbico, de esos tonos grises que absorben el ojo al solo verlos. Reluciendo entre esa casa cupular, de ventanas cóncavas entre paneles de acero.
Dende observa detrás del joven saiyajin que ansioso golpeaba su pie contra el asfaltado rocoso. Pronto la puerta recorre, Raditz entró y lanzó su rastreador hacia una mesa que había en el centro. Lo acompañó, extrañado con la visión del domicilio al que entraba, limpio, dulce, acogedor; diferente al mundo ahí afuera.
-¡Mamá! ¡Bardock! ¡Ya llegue! –grito Raditz. Alertando un quejido cuando crujió su hombro izquierdo.
-¿Qué tiene? –Le pregunta Dende a Karin. Sus intranquilos índices reptilianos, se acercaron al templado panel del rastreador.
-¿Qué tiende de qué? –socarrón gato.
-¿Qué le pasó en el hombro?
-Ah, eso, pues se lastimo en su última misión, nada importante.
El joven dios deja de lado al rastreador, vuelve con Raditz, este se asomaba por unas escaleras tenuemente iluminadas.
-¿Mamá?
-¡Raditz!
Dende estaba ahí, parado y callado con una sonrisa en su rostro observando con ojos de ternura esa imagen: una amorosa mujer abrazando con cariño y protección a su querido hijo.
-Ella era… -Trató de recordar, pero su lengua trabada en recuerdos no funciono.
-Gine, madre de Raditz y Kakarotto, compañera de Bardock –Karin resolvió sus dudas.
Gine, esa saiyajin de jovial aspecto abrazaba con completa euforia a su hijo, encajándole besos por toda la frente y la cabellera.
-Mamá, mamá –decía Raditz- Por favor… ya basta.
-Lo siento es que te extrañe –le dijo Gine, sosteniéndolo por las mejillas, Raditz, mitad fastidiado y contento.
-Mamá, solo fue una misión de dos días.
Dende rio con emoción, dejando sus colmillos relucir su felicidad por la empatía y gracia que le evocó esa escena.
-Lo siento, estoy algo alterada –Vio como Gine recobraba la cordura y trataba de disimular moderación, mientras recorría a sentarse en una banqueta.
-Uh, está bien… ¿y papá? –Dende se para entre ellos, entre madre e hijo, todavía con su alborozada sonrisa.
-Salió a una misión –Entonces fijo la vista sobre el joven saiyajin y percibió la rudeza en el cambio de sus fisonomías. Esa caída brusca de sus cejas, formando una estrecha línea.
-¿Qué? ¿Cuándo?
-El mismo día que tú te fuiste, he estado sola desde entonces.
Dende no podía aceptar como esa aurora de alegrías que expresaba Gine se había desplomado en solo dos oraciones anárquicas. Y cuando el rubor en las mejillas de ella se disipo, notó esa palidez en su rostro decaído. Luego miró a Raditz, esperando que él también haya notado el cambio.
-Lo siento… -murmuró Raditz, con esa expresión seca en los labios- Fue mi culpa…
-¿Qué dices hijo? –le pregunto su madre.
El joven dios extrañado por lo indescifrable de la conversación.
-Bardock se fue por mi culpa ¿verdad? –Esa frase sacudió el ambiente venidero en males translucidos y agraviantes de decepción.
-No pienses eso –le dijo Gine- tu padre tuvo que irse porque es su deber, no tiene nada que ver contigo.
-Sí… -ese soplo deprimente carcomió el tímpano del namek.
El joven de piel verde pálida observo la mandíbula tosca de Raditz y luego se guio a los ojos cristalinos de Gine.
-No, -dijo- esto no debe ser así.
Corrió un telón negro acompañado de ventiscas que difumino al espacio y al tiempo alrededor de Dende. Los saiyajin se dispersaron entre granulado residuo del cosmos y así la soledad perpetua de la nada rigió el ambiente.
-¿Qué pasa? –se preguntó Dende cuando todo el lugar paso a ser un paradigma de la perplejidad de la oscuridad.
Las atómicas piezas del rompecabezas cósmico se reagruparon en solo segundos. Sin embargo no lo hizo en el mismo orden, eso era claro cuando se topó, en la vereda de la casa, con el cielo apagado sobre sí.
-Bueno Raditz, voy al palacio ¿tú saldrás?
-Iré a arreglar algunas cosas con Nappa.
-Bueno, te cuidas.
Rara, esa era una palabra acertada al describir a Gine. Extraña saiyajin de tiernas mejillas y acaramelados ojos, diferentes al simétrico cubo que eran los rostros en los saiyajin. Tiernos labios sonrientes al despedirse de su hijo que, unos segundos después, se derrumbaron y perdieron su magia.
El sol relumbro débil contras sus pupilas y deleito de colores amarillo y marrón, ese cielo contraste entre colores vivos y muertos. Diferente al cielo azul en la tierra, ese cielo color escarlata.
Ella avanzó en silencio, con la frente en alto y una compleja sonrisa entre los labios. Dende la observó de lejos y luego de cerca, flotando se acercó a su rostro para examinarlo bien, esa mirada contenta y esas pupilas vacías.
-¿Qué tienes? –le preguntó, nunca recibió una respuesta.
La acompañó flotando, viéndola saludar con una sonrisa a toda seriedad que se le apartaba. Siguiendo su ruta de comerciantes muertos de hambre y tiendas desprolijas que tratan de vender frutos insólitos.
Le llamo la atención entre ellos un sujeto de piel pálida y larga cabellera, que con su armadura ploma revisaba entre las mercancías de un viejo andrajoso. Una fruta, semejante a una manzana púrpura, resaltó entre ellas.
Y lo más extraño fue la incomodidad de Gine cuando pasó junto al sujeto.
Pronto llegaron hasta un palacio de tintes oscuros, tres balcones cilíndricos corneaban los no más de nueve metros del aposento. Ese matiz neutral del reinante y majestuoso edificio punzó en el más agraciado valor del dios.
-¿Dónde estoy? –Esa pregunta debió haberse dado oportunidad mucho más antes.
-Estás en Black Fada.
-¡Ah! –Brincó del susto- ¡Maestro Karin! Debería avisarme cuando va a hablarme, así me ahorró el susto.
-¡No seas maleducado!
-Está bien… quiere decir que este lugar se llama Black Fada.
-No, la ciudad se llama así.
Dende avanzó, sin perder de vista a la saiyajin, acercando sus lánguidos dedos a la amurallada fortaleza oscura.
-Ah... y este lugar ¿cómo se llama?
-¡Cómo voy a saber! No puedo ver nada de lo que haces, solo predecirlo.
-Bueno, estoy en un palacio amurallado, es algo gris.
-El Palacio de la familia imperial, debes estar al sur de Black Fada, en la carretera hacia el monumento de Zarisan.
-Supongo que aquí vive el joven Vegeta.
Caminó indiscreto por grandes pilares que lo guiaban hasta una de los imponentes portones custodiado por guerreros de piel celeste. Siempre delante de él, Gine, su guía inconsciente.
-Correcto, el palacio es el único que queda de los cuatro residencias originales de la guerra contra los Tsufur. Fue aquí donde el padre de Vegeta, más tarde, se proclamó Rey de los saiyajin.
-Wow que interesante.
Gine había saludado a uno de los vigilantes bajo un nombre extraño, "Jade Lev" o algo así.
-Para que no te pierdas te diré que el complejo está dividió en cuatro partes, las cocinas, los cuarteles, los aposentos del rey y la sala de reunión del consejo.
-¿Estuvo aquí antes Maestro?
-Solo unas tres veces.
Deambulando por los pasillos y esquinas, el espectro de Dende seguía a Gine, antes de que esta llegara con un portón metálico entre un pasillo insociable. Ahí donde la figura musculosa de un guerrero reposaba contra la pared junto a la puerta. El augurio de altanería y prepotencia nacía desde ese rincón. Dende frunció el entre cejo.
-Llegas tarde mujer –dijo ese sujeto de carácter frívolo y mirada tosca, rudeza de su facciones y músculos que amenazaban solo con su presencia.
Gine se encogió, igual que lo hacen los pollitos en invierno.
-Sí, lo siento es que ayer llegó mi hijo Raditz y…
-… ¡A mí no me interesa esas cosas! ¡Anda, entra! ¡Al menos en algo eres útil!
Gine solo camino relegada con la cabeza baja, con esas tiernas pestañas colgando y los brazos cruzados, resguardándose de las palabras que, claramente, calaron en sus huesos.
El joven namek quiso hacer algo para detener esa aberración, golpearlo, gritarle, incluso clavarle las garras en la cabeza. No lo hizo y no solo por su condición de fantasma, sino por esa falta de valor en su pecho, siempre alegando la falta de poder en su sangre.
-Qué grandísimo patán –dijo Kami Sama.
La cocina era torpemente inutilizable, desbarajuste de platos y utensilios acomodados por donde se podía, a la disposición solo tres lavaplatos y en la tapia opuesta canastos metálicos con comida. Más al fondo, bajando por dos escalones, los hornos. Trabajadores de ropas andrajosas y rostros largos, regidos en la monotonía, obedecían cada mandato de comida para el cuartel o directamente del rey.
-Muy bien muchachos –dijo Gine-, llego la hora ¿qué ordenes hay hoy?
Mostraba esa sonrisa positiva y determinación en los ojos, sus brazos y sus manos eran hábiles cocinando y su presencia, como la única saiyajin, era suficiente para establecer su liderazgo.
No hubo nada especial para ese día, eso supuso Dende, antes de acercarse más a ella, a la saiyajin de ojos nocturnos y atrapantes pestañas. Y fue de una ellas, en la más larga que resbaló una gruesa gota salina que nada tardo en caer en sus pequeñas manos. Esas tiernas manos que, mientras cortaban la carne, se empaparon de lágrimas.
-No… -dijo el dios con las cejas desconsoladas- no llores, se fuerte.
-Dende –aviso la voz ecualizada del Maestro Karin-, no pierdas más tiempo, debes ir con Raditz.
-Pero ella…
-Yo también la vi así, es triste, lo sé, pero nada podrás cambiar, recuerda que solo eres un espectador, como un lector a mitad de la trama.
-Mmm… está bien ¿dónde tengo que ir?
-Con Raditz, está en el baldío donde apareciste anoche.
Dende floto en el aire, así le sería más fácil llegar, cruzando las paredes cual ente celeste de los que relatan los más extravagantes genios allá en la tierra. Al marcharse, cuando giro una vez más hacia Gine, vio sus ojos muertos en pena, y sus labios escondiendo ese sollozo desesperado por salir.
No pudo más y salió apañado de la cocina.
-Black Fada –dijo Karin- es la capital del Imperio saiyajin durante el siglo III, claro, en nuestro calendario.
-¿Eh?
-El Valle de Hamper fue un centro poblacional importante para los Tsufur, el área en sí misma es uno de los más antiguos centros comerciales de la actual Vegeta. Para los saiyajin, las montañas Root, más al fondo, son consideradas como el lugar de nacimiento de la leyenda del supersaiyajin.
-Una cosa Maestro ¿Qué tiene que ver todo esto con el origen del señor Goku?
-¡No seas tonto muchacho! Esta es su ciudad natal, esta gente es coterránea a Goku y a Vegeta.
-Ah, ya entiendo, continué –Dende ascendió y desde lo más alto observó el plano deformado de Black Fada.
-Los primeros asedios en el área por parte de los saiyajin se dieron durante las campañas del abuelo de Vegeta. Pero la fundación de la ciudad como capital no se dio hasta que su hijo tomó el control. Antes de eso fue inicialmente un asentamiento para comerciantes, compuesto en su mayoría de yurtas; esto cambió cuando se amuralló y construyó un palacio para su administración.
-¿Yurtas?
-Son esos vendedores que hay cerca al palacio, usualmente comercian con frutas de otros planetas. Bueno, el palacio fue edificado por el pueblo Archit un año después de la derrota de los Tsufur.
Con la cresta instalada en buena forma y con sus cimientos de piedra, el majestuoso palacio se ha erigido, cuando las campanas y tambores de señor y funcionario suenan gratamente. El sol poniente llama a la guerra desde los picos de las montañas.
Raditz estaba sentado en una banqueta de hierro, con el rostro exasperantemente fruncido y las manos quitas sobre sus rodillas. Esos ojos de negro abismal y tibio nacer de poder.
-Raditz… -atisbo Nappa, guerrero musculoso, increíblemente alto y de cabellos escasos- la próxima misión será de regreso a ese planeta, aún falta establecer una base para venderla.
-¿Por qué debemos venderlos? No sería más práctico que pasara a ser propiedad de los saiyajin.
-Vegeta te contagió eso ¿eh? Pues te diré lo mismo que le dije a él, no podemos hacer nada en contra de los mandatos de Freezer.
-Vegeta es príncipe, pronto será rey…
-... y hasta que no lo sea seguiremos vendiendo cada planeta conquistado, ahora ¿dónde está tu padre? El rey necesita hablar con él.
-No te dijeron, parece que Freezer mandó su escuadrón al planeta Cold Stone.
-¿Uh? ¿Qué? Por lo que tengo entendido la invasión a ese planeta se daría en unas semanas, es demasiado grande y con un ciclo lunar errático. Supongo que tu padre lo pidió de antemano.
-Sí… -Kami Sama se había acercado a los ojos del joven saiyajin.
-Bueno, antes de irme vengo a informarte que es probable que tengamos un nuevo miembro en el escuadrón.
-¿Crees que Vegeta acepte a alguien más?
-Tiene que hacerlo, la reina espera un segundo hijo, es de suponer que lo enviaran con su hermano.
-Oye Nappa ¿Y cuánto dura un embarazo?
-No lo sabes, dura diez meses y se necesita seis semanas en una incubadora.
-Mmm…
Esos dos saiyajin, compañeros de Vegeta, en palabrería seca no le comunicaron nada a Dende, este se impaciento y perdió el hilo a la conversación a los segundos. Así, aburrido, estrepito un bostezo profundo desde su diafragma.
-¿Qué estoy haciendo aquí? No creo que esto interese, debí quedarme con Gine.
-Tal vez esto no sea muy importante con Goku, pero créeme que lo será con Vegeta.
-¿Con el señor Vegeta? ¿Por…
-…Ahora no hay tiempo y hablo en serio, mejor prepárate que volverás a dar un salto en el tiempo.
-¿Un qué?
Y en instantes la realidad de derritió y el tiempo se rasgó, el telón negro, en su compleja inmensidad, regresó a ser cristales rotos. Se desparramo toda la existencia y, tal como sucedió hace unos momentos, se volvió a armar en diferente contexto.
-Se siente raro –comentó el namek.
-Ya te acostumbraras, ahora enfócate, volvimos a la cocina real.
En efecto había regresado a ese pasillo despintado y a ese ambiente que abrasaba sus más odiosos sentimientos contra ese guerrero, todavía reposado en la pared de la cocina. La puerta de esta se abrió y de ella se asentó la débil silueta de Gine.
-¿A dónde crees que vas? –dijo ese patán.
-Ya me retiro –respondió Gine, intranquila, caminando apresurada por el largo pasillo.
-Acaso estás tonta, falta demasiado para que termine tu turno –Gine no se detuvo y el sujeto se levantó con el rostro hecho un disparate de gestos. Dende prefirió acorralarse contra la pared.
-La reina me dejó ir –Ella solo volteo la cabeza por sobre sus pequeños hombros. Dende solo le rogaba al tiempo brincar y, así huir de aquel apremio sobre su garganta que no le dejó soltar si tan siquiera un sopló. Con el pecho vació anticipando una y mil penurias (¿no lo había sentido ya antes?)
-¿Qué? Claro –dijo sarcástico el guardia- como no sirves ni para pasar un trapo por el piso.
Eso enfureció al joven dios que enfurecio se rasgó la palma con sus irascibles y ponzoñosas garras.
-Eso creí, no eres más que una inútil, no hay nada en ti que merezca el nombre de saiyajin.
Ese granuja de seguro la ofendió. Pero Gine siguió caminando sin devolver el golpe, sin hablar, sin defenderse de las ofensas. Dende solo la vio de espaldas, sin embargo intuyó que escondía algo, algo entre sus labios decaídos, algo entre sus mejillas de caramelo roto, algo entre sus pestañas, algo frio…
"Estrellitas" salió esporádico de su cabeza.
-No dices nada para defenderte –dijo el saiyajin-, eso creí, eres una maldita ridícula, una tonta.
-Me vale.
Y ella aun así siguió caminando con la mentirosa frente en alto. Mentira poética de guerra, fue para Dende aquel acto, solo un pobre escudo al cual ya vio caer desplomado antes. Y aquel acto, aparentemente, disgustó al cabeza hueca quien, ante los angustiados ojos de Dende, avanzo y arribo contra la saiyajin.
Dende, con una ira incomprensible electrizando sus garras, debió tolerar ese maldito eco ingresando en sus tímpanos, empuñando cada vez más fuerte, clavándose las zarpas en la piel. No pudo hacer nada, aunque haya reunido el coraje suficiente, no lo hizo.
El saiyajin la tomó del cabello sin garbo y con fiereza la empujo contra la pared. Resonó en su tono campanero y atrapó al viento soplando del pasillo en un golpe, un sollozo y un grito. Y ella solo se desplomo, resbalándose por una mancha roja en el muro, rebotando su rostro y cubriéndoselo con las palmas.
-¡¿Qué es lo que hiciste?! –esa voz femenina desprendía albores de una fiera y presencia de guerrera, no era de menos viniendo de la propia reina.
-Mi reina -dijo ese patán encorvando su ruda actitud-, yo…
-… No hace falta que te humilles.
Dende se acercó a Gine aun sabiendo que no podía confortarla. Ella estaba apoyada en sus rodillas y un brazo con la mano derecha limpiando rastro de aquel rio Nilo en tiempos pasados que escurría desde su pequeña nariz.
-Que maldito –susurró entre colmillos.
-¡Muy bien! ¡Lárgate de aquí! –esa mujer, con la imponente capa colgando sus hombros, y ese cabello castaño cubriendo su rostro decidido. La aparente reina se aproximó a la lastimada saiyajin haciendo aquello que para Dende era imposible.
-¿Cómo estás Gine? ¿No te hizo daño? –La lleno de preguntas respondidas solo con esa visión ensangrentada y esa mancha marcada en su quijada y labios.
-Sí… gracias.
Incontables serían las ocasiones cuando Karin vaciló la ingenuidad del namek, hoy sería una de esos casos. Y es que no había peor momento para pasar por ese "salto en el tiempo" –como le llamó Karin-, arruinando cada sentir que broto desde aquellos ojos encantados.
-¡No otra vez! –Bramó insatisfecho contra el cielo color ámbar- ¡Demonios, justo ahora! ¡¿Es en serio?!
-¡Cuida tu lenguaje niño!
-¡Es que se cortó y me dejó con el suspenso!
-¡Pues vete acostumbrando! esto será algo muy común a partir de ahora.
Mal momento para que el espacio se disipe y la arena del tiempo se esparza volviendo a reafirmarse instantes después.
Dende atacando contra el cielo, imaginó tener al gato de frente para ahorcarlo para después estamparlo contra alguna pared. Pronto, ya calmado, se percató de su regreso a la casa visitada "anoche" y nada tardo en meterse por entre los muros. Y llegó berrinchando contra los cuatro paneles de la sala y lanzando un inútil golpe fantasmal a la mesa del centro.
-¡Maldición! ¿Qué le pasó a Gine?
-Ella está bien muchacho, está en su habitación ahora.
Se acercó a las gradas de luz tenue, subió un escalón escuchando suaves rechinares abordando la pieza superior, al siguiente lo alcanzó la nitidez de balbuceos inconsistentes y llantos secos. No se atrevió a cortar la tensión con el siguiente paso, donde estaba seguro escucharía de un lamento, la voz.
Es que él, en su posición de Kami, ha escuchado varios de esos penares.
-¡Mamá! ¡Ya llegue! –Raditz entró tirando su rastreador contra la mesita- ¿mamá?
Nadie le respondió y Dende sabía perfectamente que Gine estaba en su habitación, ignorando la realidad en mares salados.
El muchacho de larga cabellera, tras no recibir respuesta descubrió que en la mesa, esa misma que trato de golpear Dende. Junto a su rastreador, se encontraba un apetitoso plato de carne asada servida al gusto del joven.
Cuando se disolvió el continuo paso del tiempo, para volver a ajustarse segundos más tarde, a Dende no le sorprendió, así como tampoco le enfureció. Solo dejo que el sublime efecto continuara, esperando paciente por la próxima escena.
La noche oscura y esa luna menguante controlando lo máximo de Black Fada. La habitación que encontró, cuando la disolución solidifico una escena, no le asemejó a ninguna otra que haya visitado en los escasos minutos del recuerdo.
-¿Dónde…?
Cuando giro hacia su espalda encontró al joven de pelo largo recostado en una cama, lanzándole ronquidos a la casa.
-¿Por qué? –eso no lo dijo él, no lo dijo Karin, no lo dijo Raditz; lo dijo una voz de mujer al otro lado del muro, una voz dulce.
Viró de regreso hacia la pared, su único pasaje al origen del llanto, uno que temía cruzar. ¡Maldito cobarde! Se dijo
-¿Por qué? –Atrapó los cristales o "estrellitas" que desearon salir de sus ojos cuando escucho un sollozo acompañando la pregunta.
-¿Por qué te fuiste? –la voz dulce e infantil, soltando llanto tras llanto en medio de preguntas.
-¿Qué hice mal? ¿Qué te hice? –rompió con su resistencia y así de pronto, Dende escuchó docenas de lágrimas resbalándole a la media noche por suspiros de pena. Acercando el oído contra el panel de hierro, crujió los colmillos derrumbándose contra la lastima de esa mujer, de esa tierna dama que no merecía sufrir, que no debía sufrir.
-No, se fuerte Gine –dijo Kami Sama.
Pero no supo cómo responder al vacío de los ojos abiertos de Raditz, escuchando los suspiros abatidos cantándole a la luna. Ese rostro melancólico y esas cejas fruncidas que vio cuando guio sus ojos de regreso al joven saiyajin.
Quizás de haber permanecido más tiempo en esa habitación, también hubiera rebasado el llanto en sus ojos. El pasado se esfumo tan rápido como cerró los ojos. Ahí se encontraba, de regreso, en medio del Palacio de Karin, al que abandono hace minutos, sosteniendo aun ese vaso y con el gato blanco frente a él.
-¿Qué pasó?
-Termino el efecto del agua –Karin se le acercó y le quitó el vaso de la mano.
-No, no puede ser, tiene que haber más –recriminó el joven namek.
El Maestro Karin vertió sobre el vaso un tanto más de agua y dijo.
-Descuida, solo vuelve a tomar un poco y listo.
Le alcanzó el vaso ya lleno y, mientras veía su reflejo verde pálido en el agua, dijo:
-Es muy triste, todo esto.
-Lo sé, lo sé.
-Gine está embarazada ¿no es cierto?
-Eres muy bueno deduciendo cosas ¿Qué te hace pensar eso?
-Para empezar maestro –dejando a un lado el cubilete y enfocándose en la charla-, de no ser así, no me hubiera hecho ver esa aburrida escena entre Nappa y Raditz, también, considerando que me mando ahí para ver el origen del señor Goku, es raro que él no apareciera en todo este tiempo.
-Supones qué Gine ya está en cinta, esperando a Kakarotto.
-¿No es así?
-Estás en todo lo correcto Dende, bien hecho.
Meneó el cubilete en su mano, ya estaba preparado para regresar al tiempo, para volver con Gine, con Raditz.
-Aunque… -dijo- me parece… "extraño" que Bardock no este con ellos, por lo que entendí de las declaraciones de Nappa, él debió esperar unas semanas antes de ir al planeta… ¿Cold Austin?
-Cold Stone.
-¡Eso!
-Sí, puede que tengas razón, pero el deber es el deber.
-Maestro, disculpe si me paso de la raya pero… un sujeto, un maldito patán, insultó y lastimo a su… esposa, compañera, que sé yo. ¡El deber de Bardock era protegerla!
-¡Dende, tranquilízate! ¡Tú no conoces la mentalidad de Bardock para decir que es un desobligado!
-¡Entonces ¿por qué apresuro el viaje?! ¿Eh?
-Podría deberse a la reciente muerte de su padre, sucedió solo tres días antes de todo esto… ahora mejor bebe esa agua. Que esto continuara.
…
