Disclaimer: La Tierra Media y todos los personajes le pertenecen a Tolkien.
Revisado por la instruida Erinia Aelia
**Dejo con ustedes mi primer intento de Longfic. Espero pasen un buen momento leyéndolo. Prometo que el título de esta historia tendrá sentido, capítulos más adelante. Advierto que trato de ser lo más cannon al libro posible y que no tomen en consideración la escena de coronación de la película, pues es bastante diferente a la que nos relata el profesor (para que no se extrañen)**
Capítulo I: La gota
Era una cálida y temprana mañana de primavera en Minas Tirith, en la que todos comenzaban a sentir, después de meses, un atisbo de felicidad que los iba reconfortando por dentro. Ya que contra todo pronóstico, la mayor arma del enemigo había sido destruida y con ello, la amenaza que se cernía sobre Arda y el pueblo de Gondor había desaparecido.
Las consecuencias que había dejado la reciente guerra eran evidentes. La ciudad había sufrido serios daños y aún el panorama en los campos de Pelennor denotaba claras pistas de una gran batalla. Retirar los cadáveres fue la primera tarea que realizó parte de la guardia de la ciudad, quemaron los del enemigo y sepultaron hace unos días, con honores, a sus caídos. A la vez, quienes conservaban mayor vigorosidad recogían los escombros.
El dolor de las muertes y la experiencia de la guerra no desaparecerían de la noche a la mañana y sería una marca en las vidas de los ciudadanos y guerreros. Pero anhelaban por lo menos, dejar que cicatrizara de buena forma. Ese día, todos quienes estaban allí, niños, mujeres y hombres, ayudaron como pudieron, limpiaron el polvo y decoraron las calles con flores y banderas.
Había que dar paso a la alegría y varias comitivas llegaron hasta la ciudad blanca. Un grupo proveniente de Dol Amroth arribó a toda prisa a la coronación, pues Gondor volvería a tener un rey, un acontecimiento emocionante y digno de presenciar.
Habían sido tres días de camino desde la bahía de Belfalas donde se encontraba la capital de esa región, Dol Amroth. Desde ahí, llegó una comitiva compuesta por nobles, diplomáticos, músicos y centinelas. Sostenían estandartes de tonos azulados que identificaban al pueblo de los caballeros cisne, al mismo tiempo que cantaban un himno que hablaba de la antigua estirpe de Elendil y de Los Fieles que sobrevivieron al hundimiento de Númenor.
Los caballeros cisne que habían arribado antes para la batalla de los campos de Pelennor, se reunieron con quienes llegaban, o mejor dicho se reencontraron. Luego del protocolo, muchos se volvieron a sus amistades comentando sus hazañas, y por sobre todo se abrazaron entre risas motivadas por el alivio.
Imrahil, el señor de Dol Amroth, que se encontraba en la ciudad desde hace un mes, se abrió paso entre la muchedumbre. Había divisado dentro de la comitiva que llegaba, una delgada figura cubierta de una fina capa azul zafiro que lo miraba sonriente. La figura también se aproximó hacia él, hasta que las dos personas luego de pasar entremedio de la masa, se encontraron en un afectuoso y largo abrazo.
Padre e hija se miraron a los ojos, mientras él le bajó la capucha del manto azulado que la cubría y juntó su frente con la suya, con sus manos le acarició su largo cabello oscuro.
—Te prometí que volveríamos a encontrarnos, mi retoño —dijo mientras se separaba de ella.
—Sólo me llamas así cuando estás muy contento —declaró la joven mujer sonriendo.
—Siento interrumpir este dichoso reencuentro, pero yo también deseo celebrar el hecho de que este delicado ratoncito haya salido de la biblioteca y se exponga a la luz solar —comentó con humor detrás de la doncella un hombre jovial, bien afeitado y vestido con finas ropas.
—¡Amrothos! Tú siempre tan elocuente. No obstante, debo confesar que extrañé tus disparates, aunque tal vez sólo un poco —admitió la joven.
—Mi querida hermana —dijo Amrothos mientras se unió a ella con ambas manos y daba con ella una pequeña vuelta en círculo tomando vuelo como niños pequeños.
La muchacha, entre comedidas risas, le siguió el juego por poco tiempo. —¡Para! Para ya, hermano —ordenó la joven con voz suave, un punto confundida—. Acabarás mareándome.
En varias ocasiones, Lothíriel se sentía avergonzada por el comportamiento «poco decoroso» de Amrothos. Pero estaba tan feliz de verlo, que no le importó tanto que en ese contexto la zamarreara en el aire delante de un montón de gente.
—Has hecho reír a nuestra hermana. Un gran logro, porque siempre está tan seria… mas también exigimos saludarla —expuso otro hombre más corpulento que el anterior, y que guardaba gran parecido con Imrahil. Sus perfiles eran calcados. A su lado se hallaba otro hombre que también estaba sonriente, una tupida barba decoraba su rostro.
La dama se separó de Amrothos para darse la vuelta.
—¡Erchirion! ¡Elphir! —prorrumpió tímida pero emocionada.
Así, después de semanas inciertas y decisivas, la familia volvió a reunirse por unos minutos. Imrahil se estaba haciendo cargo de los últimos detalles de la ceremonia de coronación y otros asuntos de la ciudad con Faramir, su sobrino, quien por un par de días era el último Senescal de Gondor. Y a las pocas horas partió junto a sus hijos y una comitiva en busca de Aragorn, al que encontraron a medio camino de la ciudad, pues volvía de la última batalla disputada frente a la mismísima Puerta Negra de Mordor. Sin embargo, Lothíriel prefirió quedarse en Minas Tirith, pues recién había llegado de su largo viaje.
Lothíriel era una joven mujer que estaba, en general, movida por su curiosidad. Lo que más parecía importarle, y en el terreno donde se creía más cómoda, era en el del conocimiento que encontraba en libros y escritos, además de observar los astros y la naturaleza, aunque ello trajo como consecuencia cierta reticencia a relacionarse con las demás personas. No es que le costase en demasía entablar una conversación, sólo prefería algo nuevo que leer u observar.
Sus hermanos a veces se mofaban e incluso preocupaban de ella, porque parecía vivir en un mundo paralelo. Por otra parte, a su padre no parecía molestarle su constante hambre de conocimiento, solía decir que una dama noble también debía manejar una amplia gama de saberes, sobre todo si quería aspirar a más que ser un bello adorno. Adorno que en la sociedad gondoriana no se consideraba como algo negativo, al contrario. Algunas veces Imrahil discutía, fuera de su consejo de asesores donde también entraban sus tres hermanos, asuntos relevantes con su hija y pedía su opinión y consejo. Si bien no siempre los tomaba en consideración, le agradaba la idea de escuchar y verificar por sí mismo que Lothíriel tenía un gran potencial, como comprobando sus sospechas de que la menor de sus vástagos podía ser mucho más que un delicado decorado en la alta sociedad. A veces ni ella misma parecía tan segura de lo inteligente y capaz que podía llegar a ser, y eso a Imrahil le causaba algún grado de preocupación por su autoestima.
Siempre usaba una de sus capas cuando salía a la intemperie. En cierto modo, le gustaba ser invisible (o pensar que lo era), una espectadora de los hechos desde la comodidad del cuasi anonimato, por lo menos cuando podía ser así. Se podría decir que su única compañía constante, además de los libros, manuscritos y pergaminos, era la de su padre y sus hermanos. Aunque a Lothíriel no le molestaba la soledad y a menudo la buscaba.
Pero en la coronación del Rey Elessar, ella y su familia queriéndolo o no, debían hacer ostentación de su estatus, sobre todo en los eventos formales de esos días; mas algunas veces ya había tenido que hacerlo en Dol Amroth. Por lo demás, tenía interiorizado cómo debía comportarse y lo que tenía que hacer: saludar, estar lo necesario y tratar de escabullirse, por lo menos un tiempo antes de que uno de sus hermanos la encontrara y tratase de convencerla de volver. Mas nunca había sido invitada a un evento tan multitudinario e importante, lo que de alguna manera la aterraba. Y al mismo tiempo le causaba emoción estar ahí presente, viendo cómo Gondor volvía a tener un rey después de centurias. De seguro se escribirían muchas canciones e historias sobre ese día y tenía la oportunidad de ser espectadora del suceso, todo un honor. A pesar de que el precio que debía pagar era salir de su zona de comodidad.
Luego de descansar por un rato y darse un baño, Lothíriel se retiró y aprovechó para salir a tomar aire fresco.
Sí, tenía que salir de su zona de confort, pero había resuelto hacerlo de a poco. Decidió que iría a dar un paseo a la ciudad, una vuelta breve. Valdría la pena, Minas Tirith siempre la había cautivado, además se su gran biblioteca, con sus calles y edificaciones. Aunque ahora éstas últimas estuviesen deterioradas.
Volvió a ponerse su capa y salió discretamente. De igual forma, la ciudad estaba ajetreada y todos los que deambulaban por las calles estaban pendientes de los preparativos para la celebración.
El panorama era especial. La ciudad había sufrido evidentes daños, sin embargo sus habitantes intentaban con todas sus fuerza revivir la gloria que desde antaño había exhibido aquella blanca capital de piedra. Lothíriel sintió admiración por ellos, las ganas de seguir viviendo que podía observar en esas personas, la hicieron sentir alegre.
Divisó a lejos la gran biblioteca. Estuvo tentada a entrar, por otro lado sabía que si lo hacía, se abstraería ahí durante horas, como siempre le sucedía cuando visitaba Minas Tirith. Se prometió a sí misma que iría al día siguiente.
Ya estaba atardeciendo y se dio media vuelta para volver. Después de todo tenía que asistir a una coronación, y no se celebraban desde hacía más de nueve siglos.
Volviendo a la mañana de ese mismo día y a unas cuantas millas de la ciudadela, un hombre se había lavado el rostro al levantarse. Sus sueños no los recordaba con detalle, a pesar de ello tuvo la sensación de que los acontecimientos bélicos de hace unos días habían sido los protagonistas. Ello lo sospechaba por el sudor y la respiración agitada con que se despertó.
Se miró de cerca en el reflejo del agua de la palangana de su tienda de campaña.
«¿Acaso el hombre que estaba allí tenía que gobernar Rohan?», pensó para sí.
Pues ¡claro que tenía que hacerlo! Debía hacerlo. Consideraba que tenía entregarse por completo. Se acercaba el invierno, los campos de la Marca estaban destruidos, por ende la próxima cosecha sería casi inexistente, muchos de los caballos y rebaños se habían perdido en la guerra. Había que reconstruir un país. Sin duda sería su batalla más difícil.
Tamaño desafío. Y él debía estar a la altura de ello. ¿Pero cómo lograrlo? Théoden antes de morir lo había nombrado como su heredero, pues él no había sido el primero en la línea de sucesión. No obstante, en ese instante no le había tomado el peso, porque había que pensar en sobrevivir a la amenaza comandada por Sauron. Y enfrentándola, el Rey Théoden había caído en batalla, la guerra había terminado y ahora él debía ser el soberano.
Siempre se imaginó viviendo el resto de sus días como mariscal de la Marca, o estando encargado sólo de asuntos que requirieran de tal experiencia militar. Sin embargo, dirigir un país era mucho más que eso.
Terminó de asearse, comió una merienda y se vistió y preparó para la coronación de su amigo, usando por primera vez ropas y adornos que denotarían el nuevo cargo que asumiría formalmente en un par de semanas. Debía lucir como el auténtico heredero de Rohan que era y así ayudar a levantar la moral de los suyos. Sabía que de no hacerlo, Éowyn lo regañaría. Al acordarse de su hermana suspiró, y deseó con el corazón que ya se hubiese recuperado en las Casas de Curación y así pudiese verla mejor de como la vio por última vez.
Se topó con sus capitanes en el gran campamento de los Campos de Cormallen donde se hallaban todos quienes volvían de la última batalla en la Puerta Negra, hace ya un mes. Y todos los que estaban allí, cabalgaron desde el mediodía a hasta Minas Tirith escoltando a Aragorn.
En su cabeza aún emergían recurrentes los gritos de guerra y el ardor de la misma. Y sobre todo, experimentaba, como un hierro al rojo el dolor de la pérdida de Théoden. No obstante, sabía que nada bueno sacaría para él y los suyos con sumirse en la tristeza. Y se obligó a sí mismo con el pulso más potente de su voluntad a tratar de disfrutar el momento que estaba por venir y focalizarse en la nueva era que comenzaría con el retorno del heredero de Isildur y la caída de las fuerzas de Mordor.
Las campanas anunciaron la llegada de Aragorn apenas su gran caravana se divisó en el horizonte. La gente se agrupó y repletó las calles de los primeros niveles y del espacio próximo que seguía la salida de la ciudad.
Cuando llegaron frente adonde estaba la gran puerta, Lothíriel encontró a sus hermanos y se colocó al lado de ellos, mientras que su padre se ubicó más cerca del protagonista de la festividad.
—¡Pero mírate! Por Eru, este tipo de celebraciones deberían ocurrir más seguido. Luces como una auténtica princesa cisne de Dol Amorth, la joya más preciosa de Belfalas —exclamó Amrothos, en un tono a propósito exagerado.
Lothíriel hizo una mueca de desaprobación con el labio, suspiró fuerte y cansada, luego se tocó la frente con los dedos.
—¡No la asustes, Amrothos! No te avergüences, cariño, definitivamente te ves preciosa — susurró Erchirion con un tono amable, sacando a relucir el aprecio por su joven hermana y la tomó del brazo.
Todos los miembros de la casa de Dol Amroth portaban vestimentas con algún tono de azul o celeste combinados con el gris, el verde o tonos tierra. Y Lothíriel, al ser la única mujer entre ellos, se diferenciaba. Le habían confeccionado un vestido de una tela maleable que con facilidad se movía con el viento, tenía un degradado sutil que iba desde el azul profundo hasta el turquesa, con un diseño elaborado con suaves caídas. Dos trenzas medianas recorrían su cabeza donde también había una delicada y delgada diadema. Esta última cuestión se repetía entre sus hermanos, y su padre mostraba una con un motivo más llamativo.
Por muy emocionante que fuese asistir a esa coronación, Lothíriel sentía el abdomen un tanto más apretado de lo normal y trató de sonreír.
—Querida, casi me engañas, si no te conociera como lo hago, podría jurar que estás de lo más cómoda entre esta muchedumbre —le dijo Amrothos a su hermana, al oído. Mas Elphir al ver que su hermana nuevamente, por unos segundos, reprimía una mueca de resignación, le tocó el hombro a Amrothos y lo miró abriendo bien los ojos y endureciendo los labios, como queriendo decir que cambiase su actitud y se comportara.
La ceremonia comenzó y Lothíriel trató de olvidarse del comentario de su hermano, observando con atención a los comensales que acompañaban al rey. La diversidad de pueblos representados en tan poco espacio, provocó que esta vez esbozase de forma auténtica una tímida sonrisa. Observó a un grupo de pequeños hombrecillos y por las historias que en esos días recorrían el país supo al instante que se trataba de los medianos, también estaba Mithrandir vestido con sus blancos ropajes, su primo Faramir, su padre y otros nobles de Gondor, además de un enano y tres elfos. También había un hombre con un gran porte de barba y cabellos dorados, relucía en su vestimenta símbolos que lo identificaban como un distinguido rohir.
Los asistentes observaron con emoción la ceremonia de coronación. Desde ese momento comenzaron los nuevos días del Rey Elessar y el júbilo y la alegría se tomaron con gran intensidad y por primera vez, en largo tiempo, inundaron la ciudadela.
Finalizada la ceremonia el rey y sus ilustres invitados subieron por cada uno de los niveles de la ciudad hasta llegar al círculo más alto. Allí, entraron al gran salón real y se dispusieron a continuar festejando.
Cuando Éomer llegó hasta allá, finalmente pudo acercarse más a su hermana, ya que sólo la había podido divisar de lejos. Entonces le sorprendió tanto ver a su hermana sonreír otra vez, que casi olvidó al ya ex joven senescal de la ciudad que estaba junto a ella. Pero luego de unos segundos reaccionó, y lo miró con altivez y asombro subiendo un poco la cabeza hacia atrás y acercando sus cejas al nacimiento de su melena.
—Soy Faramir, hijo de Dénethor. Es un agrado, Rey Éomer —dijo el joven dudando antes de decir Rey y se inclinó, mientras Éowyn contenía una risa nerviosa colocándose la mano de manera delicada cerca de su boca, tal como lo haría una niña al ser descubierta realizando una travesura.
—Eso ya lo sabía —dijo Éomer dando una rápida mirada a ambos con semblante serio —, aunque para devolverle la alegría de vivir a la dama blanca de Rohan, debes de ser un hombre muy especial —pronunció aún serio, y al mismo tiempo con un tono de agradecimiento al hombre que tenía enfrente, y colocándose el brazo sobre el pecho, se inclinó de forma atenta. Y los miró con emoción. Su hermana era lo más preciado que tenía en el mundo, en cierto modo era doloroso verla encontrar un hombre digno de ella porque sabía que más temprano que tarde se alejaría de su lado, pero no debía ser egoísta y su hermana para él, más que nadie, merecía ser feliz. Y al parecer, ese tal Faramir había llegado justo a tiempo para entregarle la dicha que permaneció hace un par de años tan ausente en ella. Sin embargo, trataría de hablar con él a solas al día siguiente para cerciorarse por completo de que era digno de Éowyn.
Y sin ya poder contenerse más, abrazó a su hermana con afecto y un inmenso alivio, pues hace unas semanas la veía desfallecer.
Frente a ellos, los príncipes de Dol Amroth conversaban amenos con la familia de uno de los capitanes de la ciudad. Lothíriel hablaba del clima de la costa con la hija menor del capitán, hablar del clima no era algo que le apasionara, mas era útil para iniciar cualquier conversación. Si hablaba, aunque fuese del clima, con cualquiera de los que allí estuviese sabía que luego sus hermanos, en especial Amorthos, no la molestarían por ser huraña. En verdad no era que fuese antisocial, empero la mayoría de las veces, en ocasiones como aquélla, sentía que podría estar haciendo otra cosa más productiva como observar los astros, o las plantas, o simplemente leer algún antiguo escrito. No obstante, era una princesa de Gondor y tenía que mostrarse lo más dispuesta posible a tratar con los demás. Sobre todo no quería dejar en vergüenza a su padre, en particular ese día.
Luego llegó el minuto en que todos los invitados brindaron con elegantes copas de cristal por la bienaventuranza del reinado de Elessar.
Los príncipes saludaron y hablaron con el recién coronado, expresándoles sus buenos deseos. Cuando el rey se alejó, Lothíriel observó de forma rápida que Aragorn llegó hasta el hombre de Rohan que había visto en un principio que conversaban junto a una menuda y bella mujer que al parecer también provenía de la tierra de los caballos, con ellos también estaba su primo Faramir. Éste último encontró su mirada con la suya y con una alegre gesto le indicó que se aproximara.
Erchirion se dio cuenta y tomó a Lothíriel de la mano, la haló con cuidado en la dirección indicada. Mientras, los demás príncipes los seguían.
—Pero miren, si Faramir parece tan feliz ¿acaso es usted la dama que provoca esa sonrisa en mi sobrino? —le dijo Imrahil a Éowyn con tono ameno. Ella dio una pequeña carcajada y Faramir abrió su boca antes de que le saliese la voz.
Faramir saludó a cada uno de sus primos y a su tío materno con un afectuoso abrazo.
—Ella es Éowyn, la dama blanca de Rohan —presentó el joven.
La hazaña de la dama de Rohan había recorrido todo el país en un par de días, y al poder conocer a la mujer en cuestión Lothíriel se sintió afortunada. Estaba ante una de las pocas mujeres que alguna vez se habían entrometido en una cuestión tan restringida al sexo masculino y además había salido victoriosa asestando el golpe final nada menos que al Rey Brujo de Angmar. Apenas hubo oído de su proeza, la joven sintió gran admiración.
—Lo sé. Yo mismo me di cuenta que aún seguía con vida en los campos de Pelennor, después de su gran hazaña que de seguro será recordada por largos años —manifestó Imrahil.
—Por eso siempre te estaré eternamente agradecido, mi buen amigo —aseveró Éomer ante todos ellos dándose media vuelta junto con Elessar e interrumpiendo los meditabundos pensamientos de Lothíriel—. Por un momento pensé que la había perdido —continuó. Imrahil le colocó la mano derecha en el hombro y le dio una suave palmadita, en un gesto de apoyo.
—Éowyn, me alegra mucho verte recuperada del brazo de mi sobrino. Te presento a mis cuatro hijos: Elphir, Erchirion, Amrothos y Lothíriel, príncipes de Dol Amroth —enumeró el padre de ellos. Cada uno saludó a la dama con una elegante reverencia que hicieron al mismo tiempo frente a la mujer de dorados cabellos.
—Mi estimado Éomer, si bien conoces a tres de mis hijos, aún no habías conocido a mi hija menor, Lothíriel. Querida, él es Éomer, rey de Rohan —presentó Imrahil.
Lothíriel miró al hombre en cuestión y se dio cuenta de que sus ojos eran de una extraña combinación de un verde oliva con un tono dorado en los bordes, algo inusual para ella. Ambos asintieron con la cabeza.
—Es un gusto poder al fin conocerla, princesa —dijo el hombre rubio. Y Lothíriel volvió a sentir el estómago apretado, pero se obligó a contestar.
—El gusto es mío —respondió la mujer bajando la vista al final. Justo después Faramir comenzó a dar su opinión respecto a lo bien que había salido la ceremonia.
Mientras, Lothíriel tomó un poco más de la copa de vino que le había sido entregada cuando celebraron el brindis por Elessar. Estaba apoyada al lado de una mesa que contenía apetitosos bocados, a pesar de eso su atención se centró en las servilletas de tela. Pensó que estaban hermosamente bordadas y tomó una con la mano que tenía libre, sin soltar la copa, y la estudió con la vista mientras los demás continuaban charlando.
—Querida, no es momento para que le entregues tu atención a las servilletas, tienes a dos reyes en frente —le comentó Erchirion en voz baja a su hermana para que sólo ella pudiese escucharlo.
A pesar de que le habría gustado conversar o escuchar a Éowyn sobre su hazaña, supuso que quizá no era el mejor instante ni lugar para preguntarle sobre ello. Así que Lothíriel decidió prestarle atención a la conversación que tenían su padre, sus hermanos y los reyes sobre la reconstrucción de la ciudad, y luego de un rato la música del primer baile comenzó a sonar. Faramir y Éowyn se instalaron contentos en la pista de baile.
Entonces Amrothos le dijo a su hermana que bailaran, aunque Lothíriel sabía que lo hacía para fastidiarla, pues él estaba enterado que bailar no era una de las cosas que a ella más le gustase. Y sólo para demostrarle que era capaz de hacerlo y de no conseguir que la molestara como él quería, lo siguió, incluso sin pensar que aún sostenía la copa con unas pocas gotas de vino.
Caminaba rápido mientras pensaba en lo perverso que resultaba muchas veces su hermano, así que no se dio cuenta que parte de la tela de su singular y largo vestido estaba siendo aplastada por uno de sus zapatos y cayó de bruces al frío suelo del salón. Siguió sosteniendo la servilleta, pero al caerse dejó caer la copa y la mitad de ésta se quebró.
La atención de la mitad del salón se centró en ella y por un segundo y se escucharon lo que parecían ser murmullos e incluso risitas. Aquello lo sintió como una pesadilla, un pánico la invadió y veloz se puso de pie después de haberse caído, antes de que cualquiera de los asistentes pudiese acercarse. Su hermano se dio la vuelta preocupado, y tocándole el hombro le preguntó con sincera preocupación si estaba bien.
—Sí estoy bien, creo que no bailaré por hoy. Necesito aire —dijo Lothíriel con voz firme y seria, mandando al diablo sus intenciones de demostrarle a su hermano que era capaz de bailar más de una pieza. Se alejó tratando de parecer lo más digna posible, y procurando caminar con cuidado salió con rapidez por uno de los ventanales abiertos, y cubiertos de finas cortinas, hasta salir al gran patio del nivel más alto de la ciudadela.
Muy bien, había decidido no avergonzar a su padre, en especial esa noche, pero con su gloriosa caída estaba segura que sería el blanco de comentarios e incluso posibles burlas, por lo menos por lo que quedaba de la fiesta.
Debido a la tensión del momento y de la repentina e intensa rabia que sintió consigo misma, no se había dado cuenta de que apretaba con fuerza la servilleta en su mano izquierda. Y recién estando allí fuera, comenzó a sentir un leve ardor en la palma de su mano derecha, donde había sostenido la copa hasta que ésta se quebró. Se sentó en una banca de mármol y abrió bien la palma de su mano, al moverla comenzó a ver una delgada línea diagonal de lo que parecía ser un corte provocado por parte del vidrio que debió desprenderse de la copa. Pasados unos breves segundos, la fina línea comenzó a sangrar con lentitud. Mas no experimentaba dolor y acercó la mano hacia sus ojos. La tenue luz de la luna menguante y de los fuegos que decoraban las paredes hacía brillar el líquido rojo. La mujer miraba su propia sangre mientras recordaba que estaba frente a los campos de Pelennor, los cuales eran observables con claridad desde ese nivel de Minas Tirith. Y sus emociones cambiaron, otra vez, radicalmente.
Pensó en la sangre de los que habían arriesgado o perdido la vida allá abajo y que lucharon para también proteger la de los demás, y de alguna forma también la de ella. No le dolía ese pequeño corte, sin embargo cientos quedaron heridos de gravedad o perecieron. Era una princesa de Gondor, no obstante ni una sola gota de su sangre se había derramado tratando de defender a los demás. No es que hubiese querido pelear con un yelmo y espada como lo hizo Éowyn, pero habría querido cooperar en algo, como por ejemplo ir a ayudar a las Casas de Curación, aunque fuese asistiendo a los curadores trayéndoles implementos y curando heridas simples. Empero su padre dejó expresas órdenes de que debía permanecer en su castillo frente al mar y esperar hasta que todo hubiese terminado. Entendía que su padre tomó dicha determinación porque quería protegerla, y sintió que era injusto no haber hecho nada por su nación, más aun perteneciendo a la nobleza. Se suponía que se debía a su país, o que así debería ser.
Allí, mirando su propio líquido vital, recordó la frustración que sintió en ese entonces. La gota de sangre estaba por caer, pero Lothíriel fue girando lento su mano para que eso no sucediese. De alguna manera estaba concentrada en esa gota que recorría su mano mientras pensaba.
—¡Estás herida!—exclamó una masculina voz que había escuchado por primera vez minutos atrás. Hallándose tan concentrada y sumida en sus pensamientos, al oír esas palabras salidas tan de la nada, se sobresaltó y pensó que le daría un infarto. Casi como acto reflejo apretó la servilleta encima del corte, como tratando inútilmente de ocultarlo, mientras miraba con los ojos muy abiertos y sorprendidos a quien le había hablado.
Su primer pensamiento claro fue: «¿cómo se supone que alguien tan grande y llamativo puede moverse de una forma tan silenciosa y discreta?». A lo que luego le siguió «¿qué hace el Rey de Rohan lejos de la celebración donde parecía tan cómodo junto a los invitados?»
¡Gracias por haber llegado hasta acá! En serio, hace mucho tiempo que venía con ganas de escribir un long fic pero no me tenía mucha fe. Luego de que pasaran varios meses de cuando escribí la mitad de este capítulo no sabía cómo continuarlo. Hasta que un buen día me senté y no pare de escribir (sí, ya van algunos capítulos adelantados, pero constantemente los estoy modificando). Agradecería montones que me dieran su opinión, además así de paso me alegran el día (no saben cuanta satisfacción da saber que alguien te regaló algo de su tiempo dejándote un review).
En especial agradezco a Lily (Hekarid) por soportar todo este tiempo mi ansiedad y emoción en lo que respeta a la escritura de este fic de estos dos personajes tan queridos por mi persona (no me pregunten por qué, no es racional xD). Y por supuesto a la beta de este fic Erinia Aelia, por sus buenos consejos y correcciones (sí, quiero entregarles algo de calidad y diría que Erinia domina las reglas del idioma y puntuación a la perfección).
¡Saludos a todos y cada un de ustedes desde Chile!
PD: La imagen de portada del fic está realizada por mí y pueden verla con detalle en el siguiente enlace : vadrielith. deviantart art/ Eomer-y-Lothiriel-574827520 (juntando los espacios ya que ff . net no deja colocar links)
