EL TORNILLO ANDANTE
Era un sábado por la mañana en la casa Uzumaki, y como todos los sábados, Naruto podía descansar e ir a su trabajo pasadas las dos de la tarde.
Últimamente las cosas estaban tan tranquilas, que Naruto se preguntaba cómo podía seguir siendo importante estar todos los días en el trabajo; abrió los ojos pesadamente, deseando quedarse más tiempo en cama. Dormir todo el día, si fuera necesario, pero el movimiento a su lado le dijo que ya era hora de levantarse.
Se giró hacia el otro extremo de la cama, solamente para encontrarse con la sonrisa de su amada esposa.
-Buenos días, mi amor- le saludó sonriente, como siempre hacía. Naruto no podía creer que nunca antes había notado esa sonrisa; se preguntó qué hubiera pasado si no se hubiera dado cuenta de los sentimientos de Hinata hacia él… pero el simple pensamiento lo aterró.
Naruto Uzumaki no podía imaginar una vida sin esa mujer. Sin su amada Hinata Hyuuga.
-Buenos días, princesa- sonrió, acercando sus labios a la frente de la pelinegra. Hinata envolvió sus delicados brazos a la cintura de su esposo, y para cuando ya se habían dado cuenta, se besaban con tanta pasión e insistencia que temían quedarse sin aliento.
Eso era lo que Naruto amaba más de los sábados en las mañanas: los despertares al lado de la mujer de su vida. Estaba a punto de llevar el asunto más lejos, cuando sintió unas manitas jalar la sábana de la cama. Hinata soltó una risita inocente y Naruto suspiró pesadamente.
Siempre era lo mismo. Siempre por las mañanas.
Hinata se bajó de su regazo y ayudó al pequeño rubio que intentaba subirse. Y finalmente, quedó sobre su padre.
-Teme.- susurró con su vocecita infantil. Hinata se rió y Naruto suspiró.
Bolt era su viva imagen: pequeño para su edad, rubio y con los ojos azules como su abuelo paterno y con dos marcas en ambas mejillas, como él. Y no solamente el físico había heredado de su padre, sino también el carácter problemática e inquieto que caracterizaba a los Uzumakis.
"Hubiera preferido que fuera como Hinata", pensó Naruto, sentándose sobre la cama. Bolt, rápidamente y con una sonrisa, gateó hasta quedar cara a cara con su padre.
Había dos cosas que Bolt amaba en su corta vida: una de ellas era a su siempre atenta y cariñosa madre, con sus cuidados extremos, esa sonrisa como un sol y su deliciosa comida, obviamente. La otra, era sencillamente hacerle la vida imposible a su padre.
Puede que el mini-Uzumaki fuera tan sólo un niño de dos años, pero sabía a la perfección que su padre estaba siempre ocupado y, cuando tenía tiempo libre y estaba en cada, no desaprovechaba la oportunidad para molestarlo.
Y sabía qué, muy en el fondo, a su madre le encantaba eso.
Hinata decidió dejarlos solos mientras se levantaba, alegando ir a preparar el desayuno. Sintió un pequeño mareo, pero lo ignoró y fue a darse un baño y luego hacerles la comida a sus hombres.
En el instante en el que Bolt escuchó la puerta cerrarse, el pequeño rubio cambió totalmente su expresión: de ser el niño bueno de mami sonriente, entornó los ojos y, antes de que su padre reaccionara, ya le había soltado una patada con su pequeñas piernecitas.
Naruto, molesto, se levantó de golpe con el niño en brazos.
-¿¡Qué crees que haces, teme!?
Otra patada.
-¡Deja de hacer eso, teme!
Una más.
-¡Me has provocado!- y levantó al niño de una pierna y comenzó a zarandearlo. Sabía que tenía exactamente tres minutos para antes de que su esposa entrara y comenzara a echarle la bronca, por lo que se acercó a la ventana y, con una aura de maldad y burla, estiró la mano en la cual tenía sujetado al niño.
Los ojitos de Bolt se abrieron de golpe.
-¿¡Y ahora, qué harás!?
Silencio.
-Ya no eres tan rudo, ¿¡eh!?
Más silencio.
-¡Jajaja!
Entonces, como siempre lo hacía, sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a gimotear.
"Maldito niño", musitó Naruto.
-Oe, no llores- dijo, regresando al niño a su lado. Bolt lo miró, y el gesto de su padre era de total culpa. Como siempre pasaba cuando le jugaba bromas pesadas al niño.- Bolt-kun, no llores, pequeño. Sabes que te amo, pequeño demonio- y lo abrazó con fuerza, meciéndolo como su madre lo hacía.
Y el pequeño se calmó.
Lo admitía: amaba molestar a su padre, y que su madre se riera de sus bromas, pero más amaba cuando el jinchuriki le hacía mimos y lo trataba como lo que era.
Su pequeño tornillo andante.
-Te amo, pequeño demonio.- le susurró Naruto al pequeño, besando su coronilla, y el niño se abrazó con fuerza al cuello de su padre.
Ajenos totalmente a Hinata, quien ya estaba preparada para regañar a su malvado esposo. En lugar de eso, se tocó el corazón con ternura, encantada con la escena.
Quizás, ya era hora de contarle sobre el secreto que llevaba un mes guardándoles.
