Allí estaba Sweeney: tez pálida, ojos oscuros y sonrisa cínica.

Allí estaba Nellie: tez pálida, ojos oscuros y labios curvados en una mueca de terror.

Allí estaba la amiga de Sweeney: Plata manchada de sangre.

-No Señor Todd-le suplicó-. Le amo, no me haga esto.

Sweeney ladeó la cabeza con mirada infantil. La navaja refulgió con un brillo especial, el anunció de una muerte inminente. Nellie ahogo un grito e hipó mientras decía:

-L-le a-mo...

Pero Sweeney ya no la escuchaba, pues su parte humana había muerto junto con su Lucy, su amada Lucy.

Su rostro se tornó cínico. Su mirada castaña se volvió hielo. Sus labios pronunciaron con lentitud las última palabras que le dirigiría a Nellie Lovett, su cómplice y principal responsable del asesinato de uno de los dos únicos seres que él había amado en su anterior vida:

-El problema, señora Lovett-se agachó junto a ella mientras terminaba en un susurro la frase-, es que yo no.

Nellie dejó que sus ojos miraran al vacío. Ahora, ante la proximidad de su muerte, solo le importaba su corazón roto. Ya no había nada que la retuviera allí; su futuro en el mar se había esfumado junto con el último susurro de Sweeney.

La navaja se cirnió sobre ella; rápida y mortal, cortó su cuello y su sangre emanó de él. Sus ropas grises se tiñeron de rojo, pero eso qué mas daba; él no la amaba. Y aquel castigo era peor que la muerte. Y allí, entre el hedor de muerte y fuego, Nellie Lovett exhaló su último bajo la atenta mirada de su asesino: Sweeney Todd, el diabólico barbero de la Calle Fleet.