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Prólogo
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Entre somnolientos movimientos de sus párpados logró ver que el reloj de la mesita de luz marcaba las dos y cuarenta y cinco de la madrugada con sus rojizos y brillantes colores. Le llamó la atención un ruido y se dijo que iría a ver a su hijo que se encontraba con una gripe desde hace varios días. Sin embargo, el sueño la dominó y volvió a cerrar los ojos. Después de un rato los abrió otra vez de repente, con un doloroso escalofrío recorriéndole todo el cuerpo. Saltó inmediatamente de la cama y sin ponerse la bata ni las pantuflas se apresuró a ir a la habitación de su hijo. Aquel escalofrío se convirtió en algo peor cuando no lo vio. Pero estaba oscuro. Tuvo la esperanza de que el no ver la silueta oscura del adolescente sobre el colchón fuera tan solo producto del susto. Salió corriendo fuera de la casa cuando confirmó que su hijo tan solo había dejado las sabanas mojadas de traspiración. Ni siquiera se puso calzado o la bata de lana pese al frío invernal de aquella noche.
Ya afuera de la casa, miró para todos lados con el miedo atenazándole la boca del estómago. Quería correr y gritar el nombre de su hijo, pero se obligó a tragarse el pánico y tratar de pensar con claridad. ¿Dónde podría estar? Caminó rápido y prestó atención a las solitarias y oscuras calles. Todo estaba muy negro pese a los postes de luz y los faroles que intentaban alumbrar. Se maldijo por no traer una linterna consigo. Necesitaba pensar. ¿Debería llamar a la policía? No por ahora. Esto ya había pasado dos veces antes: su hijo nunca se encontraba demasiado lejos. Prefirió no perder el tiempo y buscar en los alrededores. No obstante, seguía sin hallarlo, y si seguía sin resultados llamaría a las autoridades sin dudarlo. Su cerebro hizo clic y corrió hacia el parque. Era el lugar preferido de su pequeño. Y ahí estaba. Ella sintió que le volvía el alma al cuerpo cuando lo vio sentado con la espalda contra el tronco de un árbol. Pero se le desgarró el corazón cuando lo vio temblando de frío, y sin embargo su cabeza estaba caliente y no paraba de sudar. Él balbuceo un par de palabras sin sentido y ella solo lo abrazó. Se maldijo nuevamente, pero esta vez por no traer algo para cubrirlo de la álgida noche. Casi se ponía a llorar. Estaba empeorando. El sudor, los dolores de cabeza, la fiebre, los dolores musculares…
—Vamos, levántate —dijo con suavidad —. Eso es, hijo, camina conmigo…
No quería despertarlo. Despertar a un sonámbulo era muy peligroso, y ella no podía evitar pensar que en el estado en el que él se encontraba sería aún peor. Ella lo había llevado varias veces al médico, pero siempre le habían dicho que lo que su hijo padecía era solo una gripe, que con buena alimentación y descanso se le iría en siete días. Y ella al principio lo creyó, solo que a veces era exagerada, pues él era su único hijo. No obstante, ninguna gripe podía durar catorce días y seguir empeorando. Y él jamás había caminado dormido en medio de la calle a horas de la madrugada antes de esa supuesta gripe.
Ella vio que su hijo abría los ojos lentamente.
—¿Hijo? —dijo ella con dulzura —¿Estás despierto?
Una expresión de pánico invadió al adolescente. Una sombra con cuernos apareció frente a él.
—¡ALÉJATE! —exclamó a todo pulmón, pupilas ínfimas, lágrimas de pavor asomando los ojos—. ¡ALÉJATE DE MI, MONSTRUO!
La madre trató de tranquilizarlo. Su hijo estaba aterrorizado y a ella le fue difícil impedir que él no corriera despavorido. Hubo varios segundos de forcejeo hasta que él finalmente cayó desmayado. Varias lágrimas empezaron a surcar los ojos de la mujer. No había nadie más que ellos dos allí.
Era hora de buscar ayuda.
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Se sostuvo con ambas manos sobre los muslos, agitada. Estaba más exhausta de lo normal y eso que ni siquiera había podido romper la marca de los trece segundos en los cien metros planos, eso que su mejor marca en esa misma distancia era de menos de diez segundos. Yukari, quien había estado tomando el tiempo en el cronómetro de su celular se preocupó por Hitomi. No era un asunto tan grave en realidad, aún faltaba mucho para la gran carrera, pero parecía haber un retroceso en su entrenamiento. Se había vuelto más lenta los últimos días, y Yukari sabía que no tenía nada que ver con su alimentación o su sueño. Era algo más emocional y ella sabía por qué. Tomó una toalla limpia del bolso de Hitomi y expandió un brazo para dárselo.
—No creo que sea Amano la razón por la cual estás así, ¿verdad?
Hitomi ni siquiera se había acordado de Susumu, o como ella lo llamaba: Amano. Él primero había comenzado como su amor platónico, luego, ella tuvo el valor de declarársele con los ánimos y la insistencia de Yukari. Se llevó una sorpresa muy grande cuando él aceptó salir con ella. Amano era un corredor excepcional y Hitomi lo admiraba mucho, de hecho, gracias a eso fue que había conseguido su primer beso. Hitomi Higurashi le había dicho a él que si lograba romper la marca de los diez segundos en los cien metros planos él tendría que darle su primer beso. No lo logró. Pero sí había establecido un nuevo récord para ella misma: diez punto cuarenta y dos segundos. De igual forma ella consiguió su primer beso y más adelante había logrado romper la marca de los diez segundos.
—No, todo va bien con Amano. Más tarde iremos a cenar.
Hitomi atisbó algo en los ojos de Yukari, pero no logró discernir qué era y tampoco preguntó.
—¿Es por Kikyo?
Finalmente tomó la toalla y se secó el rostro impregnado de sudor.
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Luego de la ducha se acostó aún con la toalla envuelta en la cabeza. Se sintió más relajada luego del entrenamiento. Le había cancelado a Amano. Le había mentido al diciéndole que estaba enferma. ¿Por qué le había dicho eso? El problema era que luego de ver los ojos de Yukari, el entusiasmo por verlo se le había esfumado de repente.
Se oyó la puerta tocar.
—Adelante.
La hermana menor asomó la cabeza por la puerta.
—¿Puedo pasar?
Hitomi rió divertida.
—Dije "adelante", ¿no? ¿Qué sucede?
—Tengo problemas con matemáticas.
—¿Ah sí? ¿Qué tema?
Kagome miró sus pies y luego a su hermana mayor. Tardó en responder.
—Suma de fracciones.
—¿Otra vez? Pero te expliqué ese tema ayer.
—Es que me olvidé —dijo avergonzada.
Kagome tenía poca memoria para lo que no le gustaba y siempre lo lamentaba después. Era la única en la familia que había sido tan mala con los números.
—Si quieres te lo vuelvo a explicar. No tengo problema con eso, ¿pero has probado preguntarle a Vegeta?
La pequeña de once años dio un respingo de solo pensar la idea.
—Vegeta da miedo y Zelgadis ya no está con nosotros. Lo extraño —dijo al borde de las lágrimas.
Hitomi supo que su hermanita todavía seguía sensible con aquel tema. Zelgadis se había mudado hace un par de meses. Había decidido que necesitaba tener su propio espacio para poder concentrarse en su trabajo y sus estudios de derecho. Cuando el mayor de los hermanos hizo sus maletas, Kagome había sido la más afectada dado que ella era realmente muy apegada a Zelgadis, incluso más que Sota.
—¿Acaso Zelgadis no te llama todos los días?
—Hoy no.
—Bueno, el día aún no termina.
—Pero siempre lo hace por la tarde.
Kagome siempre se pegaba al teléfono en las tardes. Y a veces Vegeta la miraba con su característico ceño fruncido. Tal vez por eso Kagome le había tomado cierto temor al malhumorado hermano del medio. Pero Hitomi siempre sospechó que Vegeta no lo hacía para martirizar a Kagome sino porque, secretamente, también extrañaba a Zelgadis. Sin embargo, eso era algo que él, siendo tan orgulloso, jamás admitiría. Hitomi lo sabía porque cuando Zelgadis se había marchado Vegeta estuvo ahí. Todos lo habían ayudado a empacar sus cosas menos él. Hitomi estaba segura de que, si uno leía entre líneas, esa era la forma de protestar de Vegeta ante la partida del futuro abogado. Kagome solo lloraba, Sota era muy pequeño para entender muy bien lo que ocurría y Hitomi tan solo se había limitado a aceptar lo que ocurría. Y como Vegeta era muy serio, reservado, malhumorado y orgulloso, lo único que su personalidad le permitía hacer era escuchar a Zelgadis y a Kagome hablar para saber qué novedades había de ellos, tanto de su hermanita menor como del hermano mayor. Hitomi lo sabía perfectamente: aunque Kagome le temía a Vegeta, para él Kagome era su adoración y también su debilidad. Hitomi sonrió ante aquello. Sabía que mientras él estuviera con ella a Kagome nunca le pasaría nada.
—Piensa que Zelgadis siempre está muy ocupado o trabajando. Seguro no ha podido.
Tan pronto como terminó de decir eso, el teléfono sonó.
—¡Zelgadis! —exclamó Kagome con una enorme sonrisa y salió corriendo de la habitación.
Hitomi volvió a reír.
A continuación, se quitó la toalla del cabello y se lo peinó suavemente frente al gran espejo de su placar. Luego de eso leería un poco o vería algunos videos en internet. No estaba segura. A Kagome le encantaba una novela que le había recomendado fervientemente. A Hitomi le había sorprendido el temprano amor que había surgido en ella por los cuentos, novelas y poemas, y en un esfuerzo por tratar de comprenderla estaba tratando de leer lo mismo que ella. Su nueva obsesión era Grandes esperanzas de Charles Dickens. El libro estaba arriba de su laptop. El marcador estaba puesto en la página veintiséis y allí se había quedado desde hace varios días. Estaba a punto de tomarlo cuando vio la luz led de color azul del celular titilar. Ese era el aviso de un nuevo mensaje. Su mano quedó suspendida en el aire a la vez que sus ojos se clavaban en la lucecita. El dispositivo reposaba arriba del diario color azul casi negro sobre el escritorio. ¿Sería Amano? Debería alegrarse, pero los ojos de Yukari hicieron que algo le oprimiera el pecho. Finalmente tomó el libro y lo abrió en la parte marcada, pero cinco segundos después tenía los ojos abiertos de par a par y el celular con la bandeja de mensajería abierta en el último mensaje recibido.
—Kikyo.
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La puerta estaba abierta. Eso era peligroso. Nunca había pasado y eso que había visitado a Kikyo en varias ocasiones. Shikon no Tama era una escuela demasiado estricta, pero a la madre se le había ocurrido que sería una buena idea inscribirla allí para que pudiera tener un futuro brillante, académicamente hablando. Sin embargo, Hitomi siempre le había dicho a su madre que solo tendría algún trabajo en alguna tienda o haría cursos luego de terminar la secundaria. No necesitaba estar en aquella escuela de élite desbordada de niños ricos, pero, cuando Hitomi tenía trece años, la madre le dijo que eso no lo sabría sino hasta cumplir los dieciocho años, y que de cualquier forma enviarla a esa escuela es algo que haría de cualquier forma, después Hitomi decidiría si elegía una carrera para estudiar o no. Lo que te haga feliz, Hitomi, le había dicho. Los primeros dos años fueron un martirio. Con algunas materias se las arreglaba, con otras era como estar en el infierno de lo pesadas que eran. El primer año lo repitió tres veces, el segundo año dos. En el tercer año afortunadamente logró pasar sin problemas, bueno, eso era un decir, había estudiado como una bestia. A Hitomi le daba muchísima pena hacer que su mamá y su hermano Zelgadis desperdiciaran tanto dinero en ella, pero ellos jamás le reprocharon nada. Zelgadis solo le decía que se esforzara para aprobar y que de las cuotas se encargarían ellos, y de paso que a Zelgadis le hubiera gustado estudiar en Shikon no Tama si hubiera podido. Eso fue lo que impulsó a Hitomi a pasar día y noche estudiando hasta más no poder, pero tenía que admitir que el esfuerzo de su hermano mayor y su madre no eran la única razón. Hitomi había descubierto el atletismo. Las carreras corriendo en los cien metros planos y las carreras largas. Y para participar en los torneos era necesario mantener las notas a flote. Cuando entró a cuarto año, nuevamente empezó a tener problemas con las materias. No importaba cuánto se esforzara, no podía obtener la nota mínima para aprobar en biología, matemática y física. Eso le había traído problemas para participar en los torneos de atletismo. Fue cuando le empezó a prestar atención a Kikyo.
Kikyo era una estudiante modelo. Sobresalía en todas las materias con perfectos dieces. Si ella hubiera querido, también podría haber sido una excelente atleta, pero a ella le gustaba más el ballet. Su familia era rica, como la mayoría de los estudiantes de esa escuela, entonces tenía su propio salón y su propia instructora. Kikyo era hermosa, inteligente, reservada, seria y serena. Era la favorita de todos los profesores de Shikon no Tama, y no tenía amigos. Aun así, era bastante popular entre los estudiantes. Varios de ellos querían ser amigos de Kikyo, ya sea por interés o porque sentían verdadero interés por ella. No obstante, Kikyo nunca permitía que nadie se le acercara. No era tímida, eso estaba claro, era bastante activa en las obras de teatro o en clases, también hablaba con bastante exactitud y fluidez cuando tenía que hacerlo. Pero simplemente no quería amigos. Hitomi siempre había sentido que Kikyo estaba bien sola, que le gustaba su soledad, su tranquilidad. Estudiar, leer y bailar ballet eran sus únicos amores. Lo sabía porque la había observado y ahora que la conocía mejor lo había confirmado. Hitomi nunca había sido de esas chicas que se le habían acercado por uno u otro motivo, pero se había visto en la necesidad de hacerlo. Sabía que se arriesgaría a una completa negativa si le pedía ayuda para aprobar las materias, y tampoco quería pretender ser su amiga, eso hubiera sido sucio. Hitomi no era así. De todas maneras, Kikyo nunca había accedido a una amistad. Así que simplemente se arriesgó. El resultado fue sorprendente: "Nos vemos en la biblioteca después de clases" fue la impertérrita y simple respuesta de Kikyo. Y así comenzaron un lazo. Ella era sumamente inteligente, y a su lista de cualidades se le sumaba ser una extraordinaria profesora particular. Al principio eso era lo único que las unían: la relación alumna y tutora. Luego Hitomi se animó a ir más allá cuando se dio cuenta que Kikyo era mucho más de lo que se veía a la vista. Le preguntó por qué había accedido a ayudarla con las materias. Kikyo solo respondió que porque sabía que eso era lo único que quería de ella, que no pretendía hacerse su amiga, y porque no tenía problemas en ayudar a los demás pese a que era la primera vez que alguien se lo pedía. Hitomi se sorprendió por la respuesta y se resignó ante la posibilidad de una amistad justo cuando lo estaba considerando.
Lo demás fue naciendo poco a poco. De pronto se encontraron saliendo a bares para comer algo ligero o simplemente tomar un café, incluso en ocasiones iban a casa de Hitomi. La primera vez que fueron a su casa Kikyo le presentó a su madre, a Vegeta, a Sota y a Kagome, Zelgadis trabajaba así que no pudo presentárselo hasta un par de visitas después. Si bien Kikyo era increíblemente rica, también era bastante humilde y nunca se había quejado o sentido indigna de entrar a un bar de barrio o ir a pasar a un pequeño parque. Claro que esas salidas y reuniones eran siempre para estudiar, pero ya con el tiempo no era tan así. Al principio, Kikyo se levantaba de su asiento apenas terminaban las sesiones de estudio, luego cada vez se tardaba más en levantarse y tan solo se quedaba en silencio bebiendo su taza de té o su licuado de durazno con leche cuando hacía mucho calor. Cruzaban una o dos palabras. Kikyo nunca sonreía, a lo sumo hacía una pequeña mueca. Nada le parecía gracioso, nada le parecía doloroso, nada le parecía triste.
Era aterradora.
Y, sin embargo, Kikyo ya no solo era su instructora, sino una amiga muy preciada luego de Yukari. Era una relación extraña, pero Hitomi estaba segura de que Kikyo también la consideraba su amiga. Comenzaron a verse en el receso de la escuela. No decían nada, solo estaban juntas, a veces hablaban con las miradas, con los gestos o solo con la quietud y la serenidad de sus cuerpos, muy pocas veces cruzaban palabras. Con Yukari era todo lo contrario, hablaban hasta más no poder. A veces sentía que hablaba con ella lo que no podía con Kikyo, algo así como una descarga de ejercicio de las cuerdas vocales. Yukari estaba al tanto de todo lo de Kikyo y le parecía completamente extraño. Hitomi se había dado cuenta que sus compañeros se habían dado cuenta que Kikyo y ella eran algo así como amigas. Muchos le preguntaban sobre Kikyo, pero Hitomi siempre cambiaba de tema o decía lo mismo "Solo me ayuda a estudiar porque se lo pedí". A partir de ese momento muchos hicieron lo mismo para acercarse a ella y conocerla más, pero Kikyo se negaba a la mayoría porque percibía la intención de trasfondo. Hitomi sabía que con ella ya era demasiado. No quería a nadie más consigo. Hitomi había quebrantado su tranquila y confortable soledad. Una vez Kikyo invitó a Hitomi a su lujosa y enorme casa. Conocer a los padres de su amiga había sido una curiosidad tan enorme como esa casa. Se sorprendió al darse cuenta de que Kikyo era muy parecida a su madre físicamente, pero las personalidades de ambas eran polos opuestos. La mujer pareció sumamente feliz de conocer una amiga de su hija y no paraba de sonreír y de hacerle preguntas. Estaba feliz. El padre era otra historia. Evidentemente Kikyo había sacado la personalidad del padre. Esa fue la única vez que los vio. A los pocos meses Kikyo decidió que quería vivir sola. Consideraba que estaba lista para eso. A la edad de dieciséis años ella ya tenía una pequeña casa no muy lejos de la de sus padres.
En ese momento algo cambió.
Hitomi no le dio real importancia, pero de pronto ya habían dejado de frecuentarse. Kikyo ya no la ayudaba a estudiar. Ya no se veían. Se habían acabado sus reuniones y los paseos en el parque: las, miradas, los gestos, la conexión entre ellas. Extrañamente, el rendimiento de Kikyo tampoco era el mismo. Kikyo siempre lucía impecable, serena, calculadora. Jamás faltaba a clases a menos que estuviera realmente enferma y eso nunca ocurría o cuando ocurría y no era muy grave se las arreglaba para asistir. Ella era muy disciplinada. La disciplina es la clave del éxito, le había dicho Kikyo en una de las pocas y cortas conversaciones que habían tenido. Pero sus cabellos ya no estaban en su lugar. Su apariencia no era la misma. Las bolsas en sus ojos ni siquiera podían disimularse con el maquillaje, eso también la sorprendió: Kikyo nunca había usado maquillaje antes. Ella gozaba de una belleza natural, y el hecho de que ahora lo necesitara había puesto a Hitomi en alerta. Kikyo se había vuelto menos activa, menos elocuente con las palabras.
Varias veces quiso preguntarle a Kikyo qué es lo que le pasaba, pero ella la evadía. Su mirada ahora era opaca, aquel brillo disciplinado se había ido. Antes Kikyo tenía una expresión de impasibilidad, disciplina y fortaleza natural. Ahora parecía derrotada y decaída. Se notaba que ahora se esforzaba por ser la de antes, pero aquello era solo una máscara, sus expresiones eran artificiales. Era menos elocuente, estaba más distraída, tenía falta de memoria, y su dicción ya no era la misma. Hitomi supo también que había dejado el ballet. Su delgadez ya no era esbelta, sino por falta de alimento o por mala nutrición. Muchos murmuraban cosas sobre Kikyo: que ya no lucía atractiva, que sus notas habían bajado, que no sabía en qué mundo estaba, que se saltaba las clases, que estaba gorda, que estaba flaca. A Hitomi le hirvió la sangre y ya sin soportarlo más empezó a insultarlos a todos. A Kikyo parecía no importarle, pero parecía más perdida en su propio mundo. No podía ver más allá. En medio de todo eso había sucedido lo de Hitomi y Amano. Por un tiempo Hitomi se permitió sumergirse en aquella felicidad, pero Kikyo nunca desapareció de su mente, de hecho, ella le había mandado mensajes contándole todo lo de Amano y ella con la esperanza de que Kikyo le respondiera. Nunca lo hacía, pero el hecho de que ella no la hubiera bloqueado y que al menos los dos tics azules del visto de manifestaran le daba esperanzas a Hitomi.
No todo estaba perdido.
Y ahora Kikyo, luego de varios meses, finalmente le había respondido.
"Mi casa. Ahora." fue lo que le había puesto. Y Hitomi no perdió el tiempo.
La puerta abierta la asustó de verdad. No podía ser posible que se hubiera olvidado de cerrarla. Se adentró a la casa. La conocía bastante bien. Recorrió la cocina, el living, las habitaciones, el patio, el garaje. Siempre llamándola.
Nada.
Y estaba sorprendida por el estado de dejadez que imperaba en el lugar. Kikyo nunca necesitó de una ama de casa. Ella siempre podía con todo. Le gustaba organizar, limpiar, lavar y ordenar sus cosas. Siempre impecable. Hitomi hizo una mueca de pesar, hubiera llorado, pero no quería que ella la viera de esa forma. Sabía que si Kikyo se daba cuenta que ella se sentía así, ella no la querría ver más. La pena no era algo que Kikyo tolerara pese a que no era eso lo que Hitomi sentía, sino empatía y preocupación por su amiga.
Había un último lugar que ella no había revisado, pero le pareció ilógico ir. No obstante, hizo el intento.
Y la encontró.
—¿Kikyo?
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Apenas cayó una pequeña gota rojiza, pero para él flotaba maravillosamente, delicada, etérea, inmortal. ¿Qué espectáculo extraordinario hubiera sido si un efluvio hubiera nacido de aquel impecable corte? Se excitaba de solo pensarlo. Pero inesperadamente, se privó de ese placer indecible. Él quería más. Puntadas de famélico deseo arrobaban cada célula de su cuerpo, pero al mismo tiempo, aquello aumentaba el éxtasis. ¿Podría vivir con aquella hambre colosal? Tendría que hacerlo, conformarse con las migajas de la limpia y exacta incisión que sus ojos admiraban, y ni mencionar que aquella obra de arte era suya, y, sin embargo, esta vez tendría la humildad de no atribuirse todo el crédito. Él había trabajado sobre una maravillosa enfermedad cosechada naturalmente, sobre un conjunto de patrones, sobre un preparado magistral, rodeado de un contexto y de relaciones interpersonales, sobre acción y reacción, sobre neurotransmisores perfectamente estimulados, sobre un día a día, sobre un estilo de vida, sobre una voluntad fuerte e inocua, sobre la frescura más pura del ser humano. Oh, sí. Tan solo una probada de aquello fue lo que él estaba saboreando. No haría más nada. Esa gota roja, aquella masa gris y escarlata que sobresalía del cráneo truncado tendría que ser suficiente.
La víctima dirigía las desorbitadas pupilas hacia arriba. Estaba sentado y apenas podía mantenerse en esa posición. Él le había ordenado que se mantuviera así, y se limitaba a obedecer. Podía haber estado consciente del horror que padecía, pero su cuerpo sometido a una mezcla de poderosos tranquilizantes y exóticos sedantes hipnóticos lo mantenía en un estado aletargado, y, aun así, se dio cuenta que casi toda la tapa de los sesos había sido retirada, de atrás para adelante, para que el monstruo pudiera ver el espectáculo carmesí de su cabeza. Por un breve momento, le vino a la mente una lata de sardinas, a él le encantaban las sardinas, y cuando abría una lata que las contenía siempre dejaba una parte sin cortar, pues no era necesario quitarle todo el redondel metálico para sacarlas sobre la cazuela.
—¿St-tas satisf-fecho? —habló con la cabeza ladeada, siempre al borde del desmayo, pero jamás sucedía.
—No del todo —repuso—. Quisiera arrancarte el cerebro y hacerle miles de estudios, quisiera conservarlo en formol como una de las más valiosas de las reliquias, quisiera abrir tu cuerpo y ver cómo funciona, también quisiera conservar cada uno de tus órganos, los admiraría siempre —Hizo una pausa—, pero también tengo una terrible curiosidad por saber hasta dónde llegas… Aún te falta mucho camino por recorrer, aún no has llegado al ápice de tus cualidades, de tu personalidad. Eres una criatura demasiado interesante… Quiero matarte, pero también quiero dejarte vivir para observarte, y necesito que vuelvas a tener cierta estabilidad —dijo esas dos últimas palabras con énfasis—… por lo tanto me alejaré de ti un tiempo.
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—¿Qué haces? —volvió a hablar Hitomi.
Pero luego notó las dos telas largas de color azul oscuro que colgaban del techo del sótano. Bajó las escaleras y la observó mejor. Kikyo miraba las telas como si estuviera sumergida en un estado de trance. Hitomi notó que ella estaba levemente agitada y tenía rastros de sudor en su frente y algunas partes de su ropa estaban mojadas.
—Kikyo —la nombró otra vez.
Y esta vez la fémina advirtió la presencia de Hitomi.
—Te estuve buscando por toda la casa —Sonrió—. ¿No me escuchaste? —Al ver que ella no le contestaba y se limitaba a verla con su impertérrita expresión siguió hablando—. No me imaginé que estuvieras aquí, estaba a punto de irme, pero bajé por las dudas. No sabía que practicaras tela. Me alegra mucho ya que dejaste de bailar ballet.
El silencio era perturbador. Las bolsas negras debajo de los ojos y la desalineada apariencia de su amiga hacían que el pecho se le oprimiera. Kikyo era de pocas palabras, pero sus ojos siempre le decían algo y parecían alegrarse, a su propia manera, cada vez que veía a Hitomi.
Ahora solo le daban miedo.
—Bueno —Ya no sabía qué más decir—… ¿para qué me mandaste mensaje?
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N/A: Bueno, luego de casi tres años de hiatus ya sé a dónde va esta historia. Cuando escribía cada capítulo era algo espontáneo, pero tuve mucho tiempo para pensarlo, y las ganas y la inspiración volvieron con una fuerza arrasadora. No me voy a disculpar por tanta espera, no sé si alguien queda por ahí para leer esta historia, creo que fue aquello, en parte, lo que me desmotivó a seguir, pero ya llevo bastante escribiendo y me doy cuenta de que disfruto mucho hacerlo así que hago esto por mí.
Agrego este prólogo como intro: antes de los sucesos que los que han leído la historia ya conocen. ¡Es un desastre! Leí todo de vuelta y no me convence, pero no lo voy a cambiar por falta de tiempo, quizás haga algún cambio en los diálogos, pero no corregiré ortografía ni gramática, así que lo dejaré casi igual, el que quiera volver a leer el fic se lo agradeceré infinitamente, de lo contrario, gracias de todas formas. Así que luego de esto me enfocaré en el capítulo 11 luego de volver a subir todos los caps que ya tenía hechos.
Reitero que, aunque este fic es un crossover de Inuyasha, DBZ, Escaflowne, Hunter X y Slayers, no es necesario haber visto todos los animés puesto que este es un AU así que se puede leer como una historia más. Las personalidades de los personajes serán las mismas de acuerdo con las circunstancias en las cuáles yo los ponga.
Muchas gracias por leer.
Anna Bradbury.
