Toledo. Año 709

La luna atravesaba aquella abertura embarrotada iluminando parcialmente la celda de aquella torre silenciosa. En uno de las paredes, con cadenas uniéndole a la fría piedra por las muñecas, había una persona, la luna iluminaba el contorno de sus piernas, pálidas y apenas cubiertas por la tela sucia y rota de su vestido marrón, el cual estaba lleno de tierra y tenía manchas de un líquido pegajoso, de férreo olor y tonalidad rojiza. La manga derecha está arrancada desde el hombro, dejando expuesta la pálida piel del brazo. La mujer apresada tiene los ojos cerrados y la cabeza inclinada sobre el hombro del brazo que aún conserva la manga.

Pasos lentos resuenan sobre la piedra, alguien se acerca anunciando su presencia no solo por el sonido de sus pisadas, sino también por la luz de la antorcha que porta. La reja de metal chirría al abrirse dejando paso a la celda a quien ascendía. Los pasos se detienen y una cucaracha huye hacia la pared opuesta a donde esta la otra figura.

-No finjas dormir, se que estás despierta. -dijo la voz de un hombre.

-Los mentirosos no engañan a otros mentirosos, ¿verdad? -la mujer abrió los ojos, marrones,fieros mientras una sonrisa irónica aparecía en sus labios carnosos.

-Más bien, que te conozco y tanto tú como yo sabíamos que vendría aquí -el hombre se acuclilló frente a la muchacha, tomando entre sus dedos un mechón de cabello castaño, casi negro que se había soltado del moño en el que estaba recogido.- y no te dormirías sin verme.

-A veces me jode que sepas tanto de mi.

La chica, de veinticinco años, pero que en realidad aparentaba diecisiete, miró fijamente al hombre que había ante ella conteniendo las ganas de darle una patada en la entrepierna, sabía que no estaba en la mejor posición, y si estaba ya en problemas, lo peor que podía hacer era ganarse más. El hombre era alto, más alto que ella, tenía el cabello castaño cobrizo largo hasta poco más bajo de los hombres, y una gran barba le poblaba el rostro. Su cuerpo, musculoso estaba oculto tras su túnica verdosa la cual al hombro llevaba una fíbula aquiliforme de cobre y pasta vítrea de colores y las cuales que vestía junto con unas calzas marrones y botas oscuras, una hebilla ricamente decorada ceñía le el cinturón a la cadera del cual pendía una espada. Sus ojos marrones verdosos estaban fijos en los de ella.

-Es lo que tiene que nos hayamos conocido desde hace tanto.

-Eres un bastardo hijo de...-sus labios fueron sellados por el dedo del otro sobre ellos.

-Sabes que no me gustan las palabras soeces saliendo de los labios de una dama. -tuvo que apartar el dedo antes de que ella se lo mordiera.-aunque por tus actos, más que dama pareces animal. Aunque -besó el mechón de pelo que aún seguía entre sus dedos- no es que en estos momentos puedas aspirar a más.

Ella no dijo nada, y él se levantó, recogiendo del suelo la antorcha que había traído consigo, dispuesto a irse. La muchacha le siguió con la mirada, mordiéndose los labios para no gritarle, perdiendo la poca calma que aún conservaba. Al cerrar la celda el hombre se giró a verla por encima del hombro.

-Disfruta de tu estancia Rapunzel, aunque, no es como si no fuera a matar a cualquiera que intente llegar hasta ti.

La llamada muchacha suspira mirando como los pasos y la luz de la antorcha se pierde en la distancia, su rostro se gira hacia la ventana y cierra los ojos, sintiendo, bajo la luz de la luna un poco de desesperanza.