Al salir del callejón en sombras el hombre se llevó una mano a los ojos, cegado por el sol de media mañana. Quitándose el fino abrigo que había necesitado antes de aparecerse, comenzó a andar por las empedradas calles de Roma. Aspirando pan recién hecho y rodeado por el curioso acento que los italianos tenían para un británico como él, aceleró un poco el paso, deseando llegar a su destino lo antes posible.
Llegó a un edificio blanco dónde se miró por un momento en el cristal de la puerta: su pelirrojo pelo se había despeinado un poco por la carrera y sus ojos azules tenían un brillo que últimamente encontraba cada vez más al mirarse al espejo.
-¿Signore? –una mujer que acababa de bajar las escaleras sobresaltó al mago, que buscó su varita en su manga izquierda, recordando demasiado tarde que con la ropa de muggle que llevaba la guardaba en el bolsillo del pantalón.
-Scusa –dijo el mago, esperando que la mujer no preguntara nada, pues su italiano dejaba mucho que desear.
Subiendo las escaleras llegó al segundo piso, dónde tocó la puerta con una placa que decía "Mirella Sabatini".
-Buong… ¡Albus!
-Buongiorno, signora… Sabatini. –dijo él, mientras cogía a la mujer en sus brazos y la besaba.
-Tú puedes llamarme Minerva.
* * *
-Me ha costado encontrarte, pensaba que estarías en tu casa de Edimburgo… ni siquiera sabía que tenías un piso en Roma.
-En realidad es de mi hermano –dijo Minerva McGonagall mientras ponía una bandeja con té y galletas en la mesa frente al sofá dónde Dumbledore se sentaba-. En la mansión familiar de Edimburgo están haciendo reformas, y hacen mucho ruido.
-¡Pero si has pasado tres años en Egipto! –dijo él mientras la observaba echar el té en las tazas- Tus padres y hermanos estarán deseando verte para que les cuentes todo lo que has visto.
-Mi padre estará ocupado con la reforma, mi madre querrá hacerme una gran fiesta de bienvenida y mis hermanos… sólo se quejarán de que no les he traído ningún regalo.
-¿No has traído ningún regalo? –dijo Dumbledore, encogiéndose en el sofá y abriendo los ojos con cara de espanto- ¿Ni siquiera para mí?
Ella le miró por encima de su taza, levantando una ceja –Eres como un niño grande.
Él rió y le besó la mejilla.
-Yo también te he echado de menos.
* * *
-¿Ya te vas?
Él volvió su cabeza hacia ella.
-Si. El profesor Dippet me espera mañana temprano y cerrar Hogwarts para el verano.
-Entonces quédate esta noche –dijo ella mientras le acompañaba a la puerta con los brazos alrededor de su cintura, haciendo que sus pies tropezaran continuamente. Él dio la vuelta en su abrazo y hundió la cabeza en su cuello.
-Si no me voy ahora no llegaré a tiempo. Además, eres tú la que tienes que volver a Londres, ¿o piensas quedarte en Roma otros tres años? –Minerva frunció un poco el ceño ante la propuesta: después de terminar el colegio pasó un año pensando qué hacer, hasta decidirse por viajar a Egipto e investigar el país de origen de los animagos. Así, un pequeño viaje se había convertido en tres años fuera de casa, lejos de su familia, lejos de Albus…
-¿Minerva? –la voz de Dumbledore la apartó de sus pensamientos.
-¿Si?
-Vuelve a Edimburgo. Saluda a tus padres, aunque sea sólo decir 'hola, he vuelto y sigo viva' –le dijo con su voz de profesor.
-De acuerdo –dijo ella un poco a regañadientes.
-Yo estaré en mi piso en el callejón Diagon todo el verano.
-Albus Dumbledore, ¿es eso una invitación?
-Quizás –y con un beso el mago se había aparecido.
Minerva volvió con una sonrisa al salón a recoger la bandeja de té, sobre la que encontró un juego de llaves y una nota con el:
"Te espero. Te quiero, Albus"
¡Mi primera historia!
Siempre me había imaginado a McGonagall pasando las vaciones en Italia, una mujer a la que le gusta viajar, no sé por qué… ¡espero que haya quedado bien!
:D
