Capitulo 1
Todos los días la veía entrar en aquella novedosa tienda de modas.
Edward Cullen, llevaba dos años viéndola entrar y salir, a través de los cristales de su oficina, y ese día era uno más de tantos. Con el tiempo, había llegado a memorizar la hora en la que ella entraba cada día a aquella tienda y la hora en la que se iba. A esa maravillosa mujer, parecía fascinarle la puntualidad. Cada día, de lunes a viernes, llegaba siempre a las nueve de la mañana y se marchaba a almorzar a la una y treinta de la tarde, para volver al trabajo a las tres de la tarde y marcharse a las seis. Nunca la había visto fallar en su minucioso horario.
Era tal su obsesión por ella, que incluso había llegado a seguirla.
Desde que se topó con ella en aquel desfile de modas al que su hermana lo obligó a asistir como su acompañante, aquella preciosa mujer se había instalado en su mente.
Sabía dónde trabajaba, dónde comía habitualmente, dónde vivía, en qué local se reunía con sus amigas los sábados por la noche y las salidas al campo todos los domingos. Incluso, sabía dónde pasaba sus vacaciones y el lugar a dónde se retiraba algunas veces a descansar.
Su vida era metódica y constante, y, gracias a eso, Edward creía conocer cómo era interiormente. Parecía una mujer constante, luchadora, leal y muy amiga de sus amigos. Pero lo que nunca había entendido Edward, era que una mujer con semejantes aptitudes, no tuviera a su lado a un hombre que estuviera loco por ella, aunque tenía que reconocer que esta rareza, le hacía sentirse el hombre más feliz del mundo.
Se colocó el abrigo y miró impaciente el reloj de su muñeca. ¡Por fin!, allí estaba, como todos los días a las una y media en punto. Salió de su despacho y después de decirle a su secretaria que volvería a las tres, se dirigió presuroso a "Nando's", el lujoso restaurante, del que se había hecho asiduo al igual que ella.
Recorrió con la mirada el acogedor recinto, intentando ubicarla, hasta que la encontró. Hoy la suerte estaba de su lado y justo al lado de la mesa que ella ocupaba, se encontraba otra vacía. Atravesó el repleto salón y se acomodó de espaldas a ella.
«Debería presentarme y que sea lo que Dios quiera» pensó, y esto hizo que un terrible escalofrío, por el miedo al rechazo, se apoderara de él. «No, es demasiado hermosa, demasiado sofisticada, demasiado…Sandra, Sandra Bouquet. Hasta su nombre sonaba demasiado exótico».
Sumergido en sus pensamientos, no advirtió que alguien había entrado en el restaurante y se había sentado junto a ella
-Lo siento, tesoro -dijo una joven voz femenina-. Sé que te obsesiona la puntualidad, pero el tráfico a esta hora es insoportable.
En la mesa contigua, los sentidos masculinos de Edward se pusieron en tensión. Iba a escuchar su voz, después de dos años, deseándolo, iba a poder conocer el timbre de su voz.
-No tiene importancia -comentó Bella-. Sólo me exijo puntualidad a mí misma y a los demás, en el trabajo, y ahora estamos fuera de él.
La otra mujer, colocó su bolso sobre el asiento en el que se encontraba sentada y se relajó, reclinándose hacia delante y colocando ambas manos sobre la mesa.
- Bueno, cariño. ¿Qué es eso tan importante de lo que querías hablarme?
Edward agudizó el oído, mientras Bella entregaba a la otra mujer un sobre abierto.
-Toma, lee.
Durante unos segundos, el silencio reinó entre las dos mujeres, para después ser roto por unas carcajadas.
-Pero…pero esto es genial -exclamó la rubia despampanante, con verdadera euforia-. Ya quisiera yo que mis compañeros de instituto prepararan una fiesta como esta. Te aseguro que me encantaría volver a ver a alguno de ellos.
-¿Ah, sí? Pues te aseguro que yo no pienso ir -comunicó, pasándose la mano nerviosamente por el sedoso pelo castaño-. Ya sufrí lo necesario durante aquellos años adolescentes, como para querer rememorarlos a estas alturas de mi vida.
Rosalie Lillian Hale, no cabía en su asombro. ¿Así que la mujer perfecta, tenía un punto débil? No podía creerlo. Por una vez en su vida, tenía la oportunidad de ser ella quién pudiera sacar a Bella de un problema. Y no iba a defraudarla.
-¿Isabella Marie Swan, asustada de una simple reunión de antiguos compañeros? -Rosalie la miraba con la boca abierta por la sorpresa-. Vamos, prima. No puedes hablar en serio.
«¿Isabella Marie Swan?» Repitió mentalmente Edward. «¡Claro! Ella era diseñadora de modas. ¿Cómo no había pensado antes que aquel sofisticado nombre no era más que un pseudónimo?»
«¡Isabella! ¡Isabella Marie Swan! ¡Por supuesto!» pensó. «Sólo una mujer tan maravillosa, podía tener el nombre más sencillo del mundo».
-Nunca he hablado más en serio, Rose. No pienso ir.
-Pero, ¿por qué? ¿A caso sigues enamorada de aquel muchacho?
Bella la miró incrédula. Soltó su tenedor e hizo un gesto con la mano.
-¿Mike Newton? -comentó algo molesta-. Vamos Rosalie. Hace cinco años que no lo veo.
-Pero eso no quiere decir que le hayas olvidado, ¿verdad?
Bella entrelazó sus dedos nerviosamente.
-Puedo asegurarte que Mike no es el motivo, Rose.
-Entonces, ¿por qué no quieres ir a esa dichosa reunión?
Bella perdió los nervios y contestó sin pensar.
-Porque no quiero que se den cuenta de que a mis veintisiete años aún soy virgen -comento en voz baja. Pero unos oídos atentos escucharon felices, su comentario-. Ya sufrí demasiado, cuando se metían conmigo por no salir con ningún chico. No entendían que para mí, fuese más importante terminar mis estudios e iniciar mi carrera, que tontear con chicos estúpidos e insensibles.
Edward no podía dar crédito a sus oídos. Un brillo de infinita felicidad, apareció en sus enormes ojos verdes.
Su prima la miraba sorprendida y a la vez conmovida.
-La verdad, prima, es que siempre interpusiste tu carrera y después tú trabajo a tu vida sentimental -después la tomo de las manos-. Lo que me intranquiliza es que ahora lo lamentes.
Bella agachó la cabeza con un gesto de tristeza.
-Bueno. El que lo lamente o no, no me soluciona el problema, ¿no crees?
Mientras ellas hablaban, Edward, maquinó en su cabeza, el plan más endemoniadamente complicado que se le puede ocurrir a la mente humana.
Sin intención de perder ni un momento más, se levantó de su mesa y se acercó a las dos mujeres.
No podía dejar pasar aquella oportunidad de conocer a la persona que se había convertido en la mujer de su vida. Una mujer que no había sido aún iniciada en el amor. Una extraordinaria mujer, de la cual, pretendía convertirse en su maestro.
-Perdón -dijo, dirigiéndose a las dos mujeres sentadas ante él-. Estaba sentado en la mesa a espaldas de la suya, y no pude evitar escuchar parte de su conversación -Las dos mujeres lo miraban anonadas. Rosalie, con interés, y Bella, avergonzada-. Lo mejor será presentarme -continuó Edward-. Soy Edward Cullen, Gigoló profesional. Y podría convertirme en su amante/esposo por unos días. Por un módico precio, claro.
-¡Genial! -exclamó Rosalie-. ¡Asunto resuelto!
Bella arrugó el entrecejo. Puede que para su prima, aquella fuese una buena idea, pero a ella le parecía humillante, tener que echar mano de un profesional en el amor, para no avergonzarse de sí misma, delante de sus amigos.
-Veras, no creo que… -comenzó a decir Bella. Pero fue interrumpida.
-Sí, funcionará -la interrumpió Edward, adivinando sus pensamientos_. Soy un profesional y sé perfectamente lo que digo, créame.
Bella permaneció sumida en sus pensamientos, pero Rosalie respondió por ella.
-Está bien -expuso Rosalie-. ¿Cuáles serían sus honorarios por una semana de su tiempo?
Su perfecta representación estuvo a punto de venirse abajo, al no saber qué contestar. Jamás había conocido a un auténtico Gigoló, y no tenía ni idea de cuánto y cómo solucionar lo del dinero. Pero su mente fue rápida.
-No suelo hablar de dinero hasta que no acabo el trabajo -comentó Edward, utilizando toda su inteligencia para solucionar aquel pequeño inconveniente que se le había presentado-. El precio varía, según lo que se me pida que haga durante el servicio, y del interés que mi "clienta", consiga despertar en mí -tomó la mano de Bella y se la llevó a los labios, depositando en ella un insinuante beso-. Entonces, ¿sellamos el trato señorita Sandra?
«¿Por qué no?» Se preguntó Bella. Ya estaba cansada de ser tan responsable, y de llevar una vida tan aburrida. Un poco de emoción y aventura no le harían daño. Por otro lado, sus fastidiosas amigas, se morirán de la envidia. Aquel hombre era espectacular. Debería medir por lo menos uno ochenta y cinco. Intentó adivinar, basándose en su estatura. Ella era una mujer bastante alta, uno setenta y dos y él le sacaba toda la cabeza. También era guapísimo y su musculoso cuerpo se adivinaba, viril tras la ropa elegantísima que llevaba puesta.
-Muy bien. Trato hecho -confirmó Bella con una sonrisa insegura en sus labios-. Mañana a las nueve en la puerta de mi apartamento. Esta es mi dirección -le entregó una tarjeta que sacó de su bolso-, y no me llamo Sandra. Mi verdadero nombre es Isabella Marie Swan, pero prefiero que simplemente me llamen Bella Swan. Sandra Bouquet es sólo mi nombre comercial.
-De acuerdo entonces, señorita Bella -dijo Edward, complacido. No podía creer en la suerte que había tenido. Iba a pasar toda una semana con ella, día y noche y además pasando por ser su marido. Un maravilloso sueño convertido en realidad-. Sólo un detalle más –añadió-. A partir de mañana, todos los gastos correrán de mi cuenta y utilizaremos mi coche. Después haremos cuentas, ¿de acuerdo? Eso le dará más realismos a la situación.
Diciendo estas palabras, Edward volvió a besar la mano de Bella y esta vez también la de Rosalie, y, tras una sencilla inclinación de cabeza, se marchó, sin mirar atrás.
Rosalie se sentía muy emocionada por cómo se habían solucionado las cosas. Pero en la mirada de Bella, podía verse claramente la preocupación y la intranquilidad.
