Inevitable

Inevitable

Una cuerda descansaba en su mano, lista para ser usada. Sus ojos dirigían demasiadas miradas a la puerta, mientras intentaba concentrarse en el trabajo que tenía por delante. Ochocientas cajas de aspirinas debían ser ubicadas en los estantes, y Kazahaya estaba demasiado ansioso como para evitar que éstas cayeran de sus manos cada cinco minutos.

-Cálmate, muchacho. Un buen bromista no debe ponerse nervioso-dijo Saiga, mirándolo divertido. Agradecía enormemente tener ese turno para trabajar, porque no había mejor juguete que Kazahaya.

De repente, un ruido llegó a sus oídos. Pasos. El chico se pegó a la desordenada pila de cajas que yacía en el suelo, mientras su corazón latía frenéticamente. Una figura se movió detrás de la puerta.

Todo ocurrió tan rápido que no pudo ser más que inevitable. Justo cuando Kazahaya notó que no era su víctima quien cruzaba el umbral, la soga hizo que la lata de pintura naranja ubicada sobre la puerta se tambaleara, cayendo irremediablemente en la cabeza de Kakei.

Kakei. Su jefe. El hombre tan bueno, cálido, elegante, delicado...que se convertía en una fiera cuando la ira lo dominaba.

Pánico.

Kazahaya retrocedió, chocándose con algo que se le antojó una pared de hierro. Volteó a ver, intentando borrar de su mente la imagen del desastre, para toparse con el que, se suponía, debía ser su víctima.

-Feliz día de los inocentes-murmuró Rikuo, quitándole la soga de la mano con una sonrisa de suficiencia-. Para la próxima, asegúrate de estar un par de pasos delante mío.

FIN