Ella alisó su falda por tercera ve en el último minuto. Respiró profundamente mientras daba pequeños pasos hasta las luminosas puertas dobles.

Solo tuvo que poner ambas manos sobre la manilla para que su pánico se disparara.

El estruendoso sonido de copas cayendo sobre alguna superficie dura, seguida por lo que definitivamente era una bandeja fue el aviso perfecto para decir que las cosas no iban "perfectamente".

-descuida querida- dijo la Señora McQuenn sonriéndole. Infundando algo de optimismo en la esbelta azabache- él a veces es algo difícil.

Las puertas que Alice tanto temía, se abrieron rápidamente y una mujer regordeta salió con un espeso líquido color azul corría por su cabello. Se sacó el broche de su pecho y lo dejó bruscamente en las antiguas manos de la señora McQuenn

-¡Renuncio! ¡Renuncio, renuncio y mil veces renunció! – de pronto, la mujer regordeta se dio cuenta de la presencia de Alice- Hija, si tienes algo de amor propio y pretendes conservar tu dignidad. No aceptes este trabajo.

-Pero Nancy, no puedes renunciar… ¡no otra vez!- dijo la Señora McQuenn, corriendo tras la mujer mientras Alice recordaba como llevar la sangre al resto de su cuerpo.

-¿otra niñita más?- fue la voz que la hizo mirar dentro de la puerta. Era un hombre canoso, con un cuerpo bien formado atacado por los años. Sus ojos eran azules y sus manos grandes. Alice vio como el hombre sacaba de su bata una pipa y prendía fuego con la otra- ¿Cuánto te están pagano muchacha? Porque me he desecho de muchas mocosas como tú en los últimos veinte años.

Alice inhalo profundamente e hizo lo que le habían enseñado a hacer.

-estoy bastante segura que usted señor Whitlock no debería estar fumando- dijo la joven azabache con los brazos en la cadera.

El viejo huraño miró a la insignificante enfermera. La señora McQuenn llegó al lado de la niñita.

-discúlpela Señor Whitlock, aún es novata.

-sácala de aquí Mildred. No la quiero ver- dijo el viejo prendiendo su pipa.

La mujer que había llevado a Alice al asilo, se dio vuelta con intenciones de decirle que se retirara. Pero cuando intentó poner un brazo sobre el de Alice, ella ya estaba en dirección hacia su paciente.

-pues es una real pena. Porque yo seré su enfermera Señor Whitlock. Lo quiera o no- fueron las últimas palabras de la joven. Tomando la antigua pipa de madera oscura y saliendo de la habitación.

-la sacaré hoy mismos Richard- dijo la enfermera mayor tomando sus faldas.

-déjala- fue la orden- me gusta.