Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. No recibo beneficios con esta historia.
Tercer Piso.
El ascensor subía de forma pesada. Las paredes, de acero inoxidable, yacían ligeramente empañadas. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? No lo sabía a ciencia cierta. Eran las cuatro y treinta y cinco de la mañana. Aún le quedaban algunas horas de sueño libres.
El espejo le devolvía una figura desmejorada. Dormir durante un rato y volver a despertar era todo lo que tenía en mente.
Al abrirse, las puertas hicieron un ruido metálico que resonó a lo largo de todo el corredor.
Su relación con aquel edificio lindaba entre el amor y el odio. Llevaba una semana allí y apenas había podido amoldarse. El precio, sin embargo, era bastante más accesible que el de su domicilio anterior y los vecinos a penas se asomaban a dar señales de vida.
Con las manos enfundadas en los bolsillos, el moreno avanzó a través de la oscuridad. Venía enfrascado en sus propias reflexiones cuando, a mitad de camino, notó algo que llamó su atención: la puerta de uno de los departamentos estaba abierta. Un haz de luz emergía desde dentro y se extendía hasta el pasillo. Aquel no era precisamente el barrio más seguro de la ciudad, ¿de verdad existía en el mundo gente tan desviada?
Qué más daba, no era su problema.
Luego de caminar varios pasos, se sacó la llave del bolsillo y la introdujo en la cerradura. Pero un ruido sordo lo sobresaltó.
El muchacho permaneció un tiempo de pie, en la misma posición y aguardó en silencio. Ya no se oía nada.
Volvió su vista hacia atrás y trató de aguzar el oído, pero no hubo resultados. El haz de luz seguía en el mismo lugar.
¿Un robo? No era muy común encontrar personas dispuestas a saquear apartamentos teniendo en cuenta a los vecinos. Pero eran las cuatro de la mañana…
Con pesadumbre, sacó la llave y se aproximó hacia el inmueble ajeno. Tocó dos veces la puerta, pero no obtuvo respuesta. Varios minutos después, repitió la operación. Nada.
Con cautela, se acercó hacia la escalera y miró a través de los barrotes, pero no había señales de vida. Tampoco en el ascensor.
Tras aspirar una profunda bocanada de aire, se arrimó al apartamento vecino y husmeó el interior. En la sala había varios elementos desordenados, un vaso roto y una mesilla ratona atravesada en el camino. El panorama no daba buena señal.
El moreno pasó su cuerpo por el recoveco abierto y se adentró.
Estaba en un apartamento ajeno, a las cuatro de la mañana, con la chaqueta llena de olor a humo y el rostro de un muerto viviente. Echo un vistazo y me largo. Pensó.
Revisó la cocina, la habitación y el balcón. Y por último el baño. Al llegar, una fina capa de sudor se formó en su nuca.
En la bañera, el cuerpo de una joven de unos veinte años descansaba completamente sumergido en el agua. La recordaba de haber cruzado miradas un par de veces en el ascensor. Definitivamente era la inquilina.
El muchacho se adentró en la tina de forma inmediata y le alzó la cabeza. Estaba inconsciente; y de los mechones de cabello brotaba sangre sin cesar. ¡¿Qué demonios?!
Sin perder más tiempo, la alzó en brazos y la recostó sobre el suelo, con las piernas ligeramente elevadas. Las ropas se le traslucían y se adherían a su cuerpo a causa de la humedad.
-¡Hey, despierta!- Le dijo sacudiéndola ligeramente de los hombros. Pero no hubo respuesta.
Miró el reloj y, tras pensárselo dos veces, la envolvió en una toalla y la bajó por las escaleras.
Mientras la cargaba en su automóvil, continuó llamándola y tratando de despertarla sin éxito.
Con los nervios de punta, se subió al coche y condujo hasta el hospital de la forma más rápida posible. Cada tanto se volvía a verla. De los mechones negros aún brotaba la sangre.
Cuando volvió a cargarla, antes de entrar al establecimiento, se percató del olor a alcohol que traía encima.
Embriagada, inconsciente y completamente sola.
Un par de médicos lo recibieron, recostaron a la chica en una camilla y la condujeron hasta la sala de urgencias.
El lugar estaba repleto de luces brillantes que lo enceguecían. La cantidad de personas allí era considerable. El olor a desinfectante lo asqueaba. Los centros médicos siempre lo habían desesperado.
Quiso salir, pero el más joven de los internos lo retuvo.
-¿Es usted su pareja o familiar?-
-No. Su vecino.- Respondió de forma tajante.
-Aun así, debo pedirle que se quede. Al menos hasta que sepamos lo que ocurrió.-
¡¿Qué demonios?! Aquella estúpida no solo había arruinado sus pocas horas de sueño, sino que también lo había envuelto en un enredo peor. Lo último que le faltaba era sufrir algún tipo de acusación absurda.
Sin ninguna otra opción viable, se cruzó de brazos y aguardó a que la tortura acabase.
Caminó por los corredores, se asomó, se puso de pie y se volvió a sentar. De forma inconsciente, alcanzó sus Malboro del bolsillo, pero luego recordó los carteles de prohibido fumar. Las horas se doblaron en el tiempo.
A las seis, el médico más veterano salió de la habitación y se acercó hacia él. Tenía el rostro cansado y las facciones hundidas.
-Está estable. Al parecer el golpe en la cabeza y el alcohol en sangre provocaron que se desmayase…- Hizo una pausa. -Es un alivio que haya llegado a tiempo.-
El moreno asintió con la cabeza y echó un vistazo a través del dormitorio. Ella lo observaba desde la litera, con un semblante serio, casi furioso. Qué descaro, ¿cómo se atrevía?
Solo cruzaron miradas durante algunos segundos, hasta que él decidió marcharse.
Para cuando llegó, algunos rayos del sol se colaban en su habitación. Definitivamente cambiaría de turno en el trabajo.
Se desplomó directamente sobre el colchón, sin siquiera quitarse la ropa. Estaba exhausto, pero su mente no dejaba de repasar los extraños acontecimientos de aquella crónica nocturna. Había sido una bienvenida inusual.
-Cenaremos con tus padres mañana. Lo prometo.- Dijo. Luego colgó.
La tienda estaba colmada de gente. La línea apenas avanzaba y un niño comenzaba a lloriquear a espaldas de su madre.
La muchacha tomó una bocanada de aire y suspiró, tratando de conservar la calma. Su complexión aún mostraba algún que otro rastro funesto.
Sacó un analgésico de su bolso y lo tragó con un poco de agua. Luego volvió su vista hacia el móvil y respondió, uno por uno, los incesantes mensajes de su pareja.
A veces deseaba, con todas sus fuerzas, arrojar aquel siniestro aparato por la ventana; o enterrarlo en las profundidades de la tierra.
La mujer de la caja se aclaró la garganta para llamarle la atención. Ella se disculpó, pasó los productos y abonó el importe.
Llegó al edifcio, subió al ascensor y marcó el tercero. En su apartamento, reordenó las bolsas y guardó los elementos; todos menos un llamativo postre frutado. Éste último fue colocado encima de la mesa, con una fina cinta de color rojo. Era de aquellos típicos dulces para regalo, de los que uno obsequiaba en ocasiones especiales.
La azabache colocó ambas manos sobre la superficie, miró la hora en su reloj y ladeó la cabeza. Al menos haría el intento.
Tomó el paquete, recogió las llaves y salió del apartamento con las manos llenas. Caminó a lo largo del pasillo, echando un vistazo a todas las viviendas, hasta dar con la última. Con un poco de nerviosismo, llamó a la puerta.
Permaneció de pie, en silencio. Los minutos transcurrieron y los resultados fueron nulos. Allí no había nadie.
Luego del segundo intento, se giró sobre sus talones y caminó de regreso por donde había llegado. Pero antes de tiempo, la puerta se abrió.
Un tipo de cabello oscuro y aspecto sombrío se encontraba de pie, al otro lado de la entrada. Tendría unos veintilargos. Llevaba el torso desnudo, los pies descalzos y una bata colgada al hombro. Unos boxers como única prenda.
Parecía recién levantado; tal vez no se había percatado de que eran las dos treinta de la tarde.
Ambos se miraron en silencio. Sus ojos azules segregaron un aire desdeñoso de principio a fin. Lo que tenía de atractivo también lo tenía de perturbador.
-¿Qué necesitas?- Lo oyó decir.
Ella apartó la vista con algo de incomodidad. Luego, se afianzó al postre que traía entre brazos y se animó a hablar.
-Yo… quería darte las gracias por lo de hace dos días. Lo del hospital y…-
Él aguzó la vista y la miró con atención; tardó unos pocos segundos en reconocerla. Se pasó la mano por la cara, abrió la puerta de par en par y caminó hacia adentro sin aguardar a que termine la frase.
El inmueble era similar al de ella, con alguna que otra modificación y una menor cantidad de decorado.
Sobre la mesilla ratona, junto al sofá de la sala, descansaban dos latas de cerveza y un cenicero. El joven acercó éste último hacia él, se colocó la bata, como si tratase de ocultar de forma irónica, todo lo que ella ya había visto, y se sentó. Un largo silencio sobrevino.
La muchacha puso un pie dentro del apartamento y se aproximó hasta donde estaba para dejarle el obsequio.
-En verdad te agradezco. Sobre todo por la discreción con los vecinos.-
Su interlocutor se llevó un cigarrillo a los labios y lo encendió con un mechero. Luego, le dio una honda calada.
Con poca paciencia, y para ponerle fin al asunto, la azabache depositó el paquete sobre la mesa.
-Te traje un postre de frutas, para dar las gracias. Me llamo Kagome.-
-Odio la fruta.- Le dijo él de forma indiferente. Luego se puso de pie, se estiró la espalda y exhaló el humo.
A los pocos segundos se acercó, la rodeó y la examinó de arriba abajo, en silencio, como si fuese un ave rapaz.
Ella frunció el ceño y se dispuso a hablar, pero él se adelantó.
-¿Quieres devolverme el favor?- Dijo. –Tal vez podrías hacer algo para saldar tu deuda…-
La frase le sonó alarmantemente extraña. Kagome se distanció de inmediato.
-¿De qué estás hablando? No sé en qué pienses pero…-
-Es un simple proyecto cinematográfico. Necesito otra actriz.- Arrojó la colilla al cenicero y se rascó el mentón. –No es nada complejo.-
-Lo siento, no soy actriz. No sé nada sobre actuación.-
Él soltó una risa inquieta y la miró a los ojos. Se encontró con la misma mirada de aquella vez en el hospital. Seria, filosa.
-Si me ayudas con esto, podríamos estar a mano.-
Kagome se dio un golpe mental. ¿Por qué tenía que atravesar aquel tipo de situación? De no haberse ido de fiesta, nada de eso hubiese ocurrido. No habría accidente, no habría deuda que saldar y no habrían favores estúpidos. Pero la historia ya estaba escrita, claro.
¿Tenía alguna otra opción? El tipo había salvado su vida.
-Está bien.- Finalizó.
El rostro del moreno se iluminó. –Fantástico. Te espero mañana a la misma hora. Conocerás a la otra actriz y te pondremos al tanto del proyecto.-
Sin mucho más para decir, la acompañó hasta la puerta y se despidió.
Ella, aún con el ceño fruncido, bajó las escaleras y regresó al mercado.
…
Al día siguiente se exhibió de otra forma. Estaba vestido, como cualquier ciudadano promedio, y además presentaba un ligero optimismo.
Cuando entró al apartamento lo vio ordenar la mesa, correr la alfombra e incluso ofrecerle algo para beber.
A los pocos minutos, acercó un trípode robusto y un estuche mediano. De este último sacó una cámara.
-Antes de saber si eres la indicada, necesito que realices algunas pruebas.- Le dijo de manera introductoria.
Realizó las configuraciones necesarias, colocó el aparato en el soporte y llamó a alguien en voz alta.
Una mujer rubia, de cabello trenzado y ojos grandes se presentó en la sala, le entregó una sonrisa y la saludó de forma amable. Llevaba unos pantalones largos, los pies descalzos y una camisa medio abierta que dejaba al descubierto un sostén negro con encaje.
La azabache le devolvió el saludo, algo desconcertada. No llegó a comprender del todo la situación.
Unos segundos más tarde, cuando la vio desabotonarse la camisa, sacó sus propias conclusiones.
-¿Estás demente? No seré parte de una película pornográfica.- Expresó cruzándose de brazos.
Le pidió disculpas a la chica, apartó la vista y caminó en dirección a la salida, pero el muchacho la atajó; la sostuvo de un brazo y logró contenerla.
-¿De qué estás hablando? No es pornografía, no hay nada explícito… Además será solo una escena.-
-Escucha, no puedo ayudarte. No soy actriz y tengo pareja. Si él llegase a enterarse…-
Ante la extinción de sus palabras, el ojiazul curvó los labios y la miró de forma astuta.
-¿Se enteró sobre el accidente en la bañera?- Soltó su agarre. Ella guardó silencio. Touché. –No tiene por qué enterarse de esto.-
Kagome frunció el ceño y retrocedió. Él avanzó y, dado a que las dimensiones del espacio no eran infinitas, la vio colisionar contra el umbral de la puerta.
El moreno alzó el brazo y le descorrió un mechón de pelo. El espacio fue tan acotado que sintió el aire escasear.
-Es actuación. No estarías engañándolo realmente.- Le dijo de forma irónica.
Ella tragó saliva. Quería mandarlo al demonio, pero temía que aquel descarado abriese las fauces delante de algún vecino y no estaba dispuesta a correr el riesgo.
-Está bien. Pero será solo una escena.-
-Bienvenida, soy Bankotsu.-
Luego de varias idas y venidas, ambos lograron apuntar algunos términos. Serían solo planos cerrados, excluyendo su rostro y si la cosa no funcionaba luego de la prueba, regresaría a su hogar y olvidarían el asunto.
El material crudo estaría a su entera disposición y luego de entregarse a la persona que lo había encargado se eliminaría de la cámara delante suyo.
Una vez asentadas las cláusulas, se pusieron en marcha.
-Tu rol es sencillo. Tienes que imaginar que la mujer a tu lado te vuelve loca y quieres seducirla.-
-¿En serio? ¿No había algo menos trillado en el guión?-
-No fue mi idea. Deja de lado el cuestionamiento.-
El rodaje comenzó luego de alguna que otra indicación, pero las cosas se entorpecieron.
Delante de cámara, Kagome parecía de piedra. Jamás en su vida había tenido contacto con una mujer y ponerlo en práctica con un lente apuntándole directamente le resultaba casi imposible.
Cuando Bankotsu dio la señal de "acción" ella observó a la rubia acercarse y contrajo su cuerpo.
-Relájate, Ryoko te guiará.- Le dijo el moreno al dar cuenta de su estado.
La mujer fingió susurrar algo en su oído, le acarició el rostro y se dejó guiar hasta el sillón aferrándose débilmente a su cintura. Dejó que Kagome se colocara encima y la vio desabrochar los botones de su camisa de manera nerviosa.
-Tranquila.- Le susurró mientras depositaba besos perdidos en su cuello.
La azabache apretó los ojos, la situación la disgustaba de sobremanera. Los minutos parecían eternos.
Quería echarse hacia atrás, pero ya había accedido y el avance hacía que cada vez faltase menos para terminar. Además, se encontraba de espaldas a cámara.
La rubia le removió la camiseta, dejándola únicamente con su sostén. Luego le besó las clavículas.
Sus movimientos fueron delicados, tenues. En verdad tenía madera de actriz.
La cámara permanecía expectante ante aquellas dos muchachas que se esforzaban en desarrollar un papel lo suficientemente creíble. El silencio era temible para la menos experimentada, que apenas podía arañar por algo mejor.
El moreno la observaba de forma seria, sin convencerse. Hicieron algunas pruebas más y al cabo de unos largos minutos, detuvo el rodaje y les ordenó que se separasen. A la rubia le aconsejó que fuera a maquillarse.
-Estás muy rígida. No te creo ni un poco.- Le dijo a Kagome una vez que estuvieron solos.
-Te dije que no soy actriz.-
-Por favor… esto no es ninguna ciencia.- Resopló. Luego dejó de prestarle atención a la cámara. –¿Nunca trataste de seducir a alguien? Es lo único que te estoy pidiendo que hagas.-
¿Qué clase de pregunta era? Claro que había tratado, pero no iba a hacerlo en medio de una filmación y menos junto a dos desconocidos. Las cosas no eran tan simples como para llevarse a cabo.
Bankotsu se llevó un dedo a los labios, pensativo, y dio ligeros pasos hacia su interlocutora, estacionándose justo detrás de ella.
-¿Alguna vez lograste seducir a alguien? ¿O te moriste de miedo en el intento?-
La azabache rodó los ojos y optó por ignorar aquel comentario desafiante. Tenía carácter, pero no iba a malgastarlo en estupideces.
Él se tanteó los bolsillos en busca de su mechero, pero desistió. Si seguían postergándolo no llegarían a nada. Tenían que probar otro tipo de estrategias. Entonces, de un momento a otro, posó las manos sobre sus hombros desnudos.
-¿Qué estás haciendo?- La oyó decir.
-Déjame enseñarte un truco.-
-Escucha, lamento tener que decirte esto pero tienes un pésimo…-
El moreno le masajeó los hombros de forma tranquila, deslizando los dedos a través de su piel. Sus manos eran cálidas y algo ásperas.
La muchacha guardó silencio y se aflojó de forma progresiva.
-Solo tienes que manipular las herramientas adecuadas.- Dijo él. Luego posó algunos dedos sobre su cuello. –Utilizar el lenguaje corporal.-
Permanecieron en esa posición durante algunos segundos.
Bankotsu masajeó sus músculos con precaución y aguardó al momento indicado. Cuando la vio cerrar los ojos, tomó ventaja y se acercó.
La azabache sintió el tacto de su nariz en el cuello y abrigó un cosquilleo instantáneo. No llegó a sobresaltarse. Tampoco se apartó.
-¿Comprendes?-
El moreno trazó una trayectoria ascendente, desde el cuello hasta el lóbulo de su oreja. Acercó los labios y depositó un único beso detrás de este. Ella tragó saliva y trató de centrarse. Aquello lo divirtió.
Sus dedos se deslizaron en zigzag para aferrarse a la cintura de la muchacha y su cuerpo se movió de forma cautelosa, hasta quedar a pocos centímetros del sofá.
Se sentó, y la constitución de la azabache cayó encima suyo con un ligero tirón en su falda.
-Vamos Kagome, sedúceme.- Le susurró.
Con tres simples movimientos había logrado amplificar el calor que la inexperta actriz no había conseguido en una hora de rodaje. Kagome torció la cabeza con el rostro envuelto en vergüenza.
-Voy a ayudarte.- Añadió. -Esto es lo que deberías hacer.- Y unió sus labios a los de ella.
Bankotsu introdujo su lengua de forma acompasada y saboreó el interior de la muchacha, que lo dejó continuar sin siquiera pensarlo. No supo si aquello formaba parte de la lección o si la misma se había ido al demonio. No le importó.
Kagome contuvo el aliento y se dejó arrastrar por la corriente. Pero cuando las manos ajenas comenzaron a colarse debajo de su falda, hizo click. ¿Qué estaba haciendo?
Saltó de un brinco, respiró de forma agitada y se alisó la única prenda de ropa que traía.
De no haberse ido de fiesta, no habría accidente, no habría deuda que saldar y no habría ningún desliz como aquel. ¿Por qué insistía en volver sobre sus pasos? No tenía sentido. El corazón le latía de forma desbocada.
Se aclaró la garganta y dio algunas vueltas en círculos hasta dar con su camisa.
-Vaya, se me hizo tarde.- Le dijo viendo su reloj. Tenía el rostro teñido de rojo.- Espero te haya servido el material.-
El moreno la vio cubrirse con la camisa de manera atropellada y desaparecer sin más. La sala quedó en completo silencio.
Aún le quedaba el tacto de su piel revoloteándole en la cabeza.
Y un día, reaparecí por fanfiction.
Tengo una historia colgada por temas de bloqueo creativo, pero me surgen otras cortitas, como esta. Si bien es una propuesta de un solo capitulo, estaba viendo la posibilidad de continuarla. No lo sé. Qué opinan?
Saludos a tod s.
