Toros, lobos y perros

Camina al son de un martillo que no ve, se calienta en un fuego que no aviva, se mimetiza en un lugar que no es suyo aunque le pertenezca. La herrería de Invernalia siempre tuvo dueño pero ahora parece pesar mas el título.

Entre todo el acero golpeado y el olor a carbón, oye las voces.

-Dices que se te da bien.

-Solo digo que…

-¿Sabes quienes hacen las armas de los salvajes?- oculta a sus espaldas quiere rodar los ojos, no ha cambiado un ápice.- Tullidos y chupapollas. ¿Qué eres tú?

El silencio reclama su puesto en medio de jaleo y el Toro boquea como un pez. Parece perdido como un niño y siente compasión.

-Déjalo.

Su voz parece elevarse doce octavas y dos pares de ojos se le clavan en la distancia, mientras ella mantiene su porte regio. "Tranquila como las aguas en calma". Ha aprendido a dejar su rostro en blanco, no necesita usurpar otra cara para ser implacable.

Con ojos fieros escruta en la distancia a aquel que se ha girado para verla. Sandor Clegane, el perro. En la relativa lejanía le parece descubrir sorpresa pero no asombro. "Ve con los ojos". Y Arya ve, ve que no hay asombro porque ya sabía que estaba viva.

-Oí que estabas aquí.- murmura con su voz grave.- Me dejaste moribundo.

Sí, lo hice. Le dejó a las puertas de la muerte, dispuesto a ser ajusticiado por el Dios de muchos rostros, o por el señor de luz, o tal vez por los dioses antiguos y los nuevos, que importancia tiene ya. Pero la hora de Sandor Clegane no había llegado aún, su corazón latiendo y la sangre en sus venas lo demuestra.

Los dioses lo han perdonado.

-Pero primero te robé.- afirma sin perder un ápice de su estoicidad.

El perro se levanta dejando patente su enorme envergadura. Ella le sostiene la mirada, sintiendo el peso de esos ojos oscuros y peligrosamente conocidos. Las quemaduras de su rostro juegan entre las luces y sombras de la herrería.

Se le planta en frente, cara a cara, cuerpo a cuerpo. Se le tensa la expresión cuando sisea.

-Que zorrilla mas fría, ¿Verdad?

Lo soy, ahora sí lo soy. Tú me enseñaste a serlo. Parece al borde de atacar, como el perro de presa que lanza dentellada al aire pero la loba no hace amago de tocar su espada. No la atacará. Y como llamado por su certeza, algo cálido tiñe sus ojos pequeños, algo que ya había visto antes cuando la miraba.

Así solía mirarla lord Eddard cuando lanzaba flechas o danzaba con aguja. Un aire paternal que ella no pide pero que aun así, agradece.

Porque él la enseñó mucho. Porque la protegió mucho. Porque en el fondo sabe, que es perro ladrador. Que pudo rematarle pero no lo hizo y eso quiere plasmar en sus ojos retadores.

Algo parecido a una media sonrisa aparece en su cara marcada.

-Quizá por eso sigues viva.

Y Arya detecta el orgullo bien enmascarado, pero ella es una danzarina del agua y ha aprendido a ver y oír lo que a otros les pasa inadvertido. El perro siente que sus lecciones no cayeron en balde y lo agradece.

Se alegra de verla entera. Se alegra de que ahora, se parezca un poco menos al resto y mas a él.

"Me alegra que sobrevivieses". Pero no va a decírselo, claro que no. Antes se arranca las uñas y el perro la llamaría idiota. Él es mas sutil que el resto, no necesita que le mastiquen las cosas ni las palabras. Él sabe leer entre líneas.

Y se va.

Se vuelve a mirarle una última vez. No parece herido, no renquea ni detecta mas daños en su figura. Se alegra de que este bien. La vibración de otra presencia por un instante olvidada le sacude el estómago y con el ácido sabor de la anticipación, se vuelve.

Toro.

Ahí está, mirándola de una forma que sobrecoge. Su pelo casi rapado, mas abrigado de lo que jamás acostumbro, la piel mas pálida. Pero sus ojos… Esos siguen intactos. Igual de puros, igual de azules. No la analiza pero sabe que lo ha hecho. Gendry es mas discreto y ha aprovechado su intercambio con el Perro para repasarla de arriba abajo.

No lo culpa. Ella hizo lo mismo cuando le vio entrar a lomos de un caballo.

-Le has hecho un hacha estupenda.- dice cuando él se acerca.- Has mejorado.

Se revuelve nervioso, oscilando la mirada entre el suelo y ella cuando responde.

-Sí, gracias. Y tú.- se detiene, retratado por sus propias palabras. Él mismo cae en la cuenta de que no sabe nada, que no la conoce de nada. Ya no.- Bueno, te veo… Bien.

Casi sonríe. Nunca se le dieron bien las muestras de afecto y mucho menos los cumplidos, pero la loba lo siente como uno.

-Gracias. Y yo a ti.

Continúa mirándole y él hace lo propio. Pero ella ya no aparta la vista, porque ya no es la chiquilla que lo observa a hurtadillas mientras remoja en aceite acero al rojo. No. Ahora es otra, ahora es capaz de mirarle de frente porque se ha visto las caras con algo peor.

Y eso lo desarma, lo sabe por como frunce el ceño antes de girarse con premura. Aprovecha su posición para lanzar palabras al viento, cortesías sin rumbo.

-No es un mal sitio para criarse, si no fuera por el frío.- habla alto y no es por el ruido. Está nervioso.

Lo sigue de cerca, tanto que descubre sin sorpresa que sigue siendo mucho mas alto que ella. Él la oye desplazarse a su espalda y sin tener del todo claro para qué, sostiene una de las puntas de flecha entre los dedos. Se parapeta en el pretexto de analizarla para evitar enfrentar de nuevo sus ojos, tan diferentes a los de sus recuerdos.

-Pues no te alejes de la fragua.

El vidriagón amenaza con escurrírsele de los dedos y una gota de sudor le recorre la base del cuello. Sabe que esa no surge del calor aunque este abunde. El viejo Gendry le sale al paso en su propia mente, murmurando con una sonrisa la respuesta idónea, la buena. No quiere darle voz pero cede.

-¿Es una orden, lady Stark?

Ambos sienten el cambio. La contraposición de frío y calor, de nieve y fuego, de Norte y fragua se vuelve un ciclón que quiere explotar. Y ya no están allí, dejan de habitar la herrería para regresar a otro lugar, uno lejano, uno olvidado.

Las hojas de los árboles, el sonido del arroyo, las voces de los forajidos y desgraciados que avanzan hacía su guardia eterna. Y la discusión se reproduce, una certeza, una confesión y la primera verdad que se dijeron.

"Debería llamaros mi señora".

"No me llames mi señora".

"Como ordene mi señora".

Gendry, aun manejando el duro material finge probarlo al aire, ocultando a posta una sonrisa. Sabe que ella no le acompaña pero la siente moverse hasta poder ver su perfil. ¿Quiere amenazarle o comprobar que si sonríe?

-No me llames así.- exige, la calma de su voz gestando una tormenta.

La sonrisa de Gendry perdura mientras él se finge entretenido con las puntas de flecha. Se vuelve a mirarla y el azul de sus ojos se vuelve aguas turbias, derritiéndose en un cariño infinito. No puede evitarlo.

-Como os plazca, mi señora.

Ella trata de mantener erguida la fachada, el gesto de desidia construido en piedra y hormigón pero la expresión mi señora se convierte en un arma poderosa. Una catapulta creada por recuerdos que lanza proyectiles una y otra vez, hasta hacer que el muro se desplome y por sus grietas se cuela una sonrisa.

La esboza despacio, conteniéndose aunque esta le gane terreno una y otra vez. Hasta que el ataque surte efecto y el gesto muta en una risita. Siente los ojos claros clavados en ella, corrompidos por algo que no es amor pero que se acerca peligrosamente.

Saca de su cinturón el pergamino y se lo entrega.

-Esto me place.- informa sin que la sonrisa abandone sus ojos.- ¿Puedes hacerla?

Gendry analiza la hoja, los trazos se conforman hasta crear un arma nueva. Una lanza bicéfala cuyo extremo parece desprenderse, formada seguramente por madera y vidriagón. Una alerta se dispara.

Quien pide tinta y pluma quiere escribir, y escribirá. Quien pide un arma quiere luchar… Y luchará. La bola caliente que le sube por el esternón hace que frunza el ceño.

-¿Para que quieres algo así?

-¿Puedes hacerla o no?

La bola de fuego se convierte en plomo y no consigue digerirla. No voy a darte un arma, piensa. No voy a entregarte la muerte en bandeja.

-Ya tienes una espada.- afirma con algo de hosquedad. Su vista va a parar a una empuñadura.- ¿Qué es eso?- señala el mango de su daga.

¿Por qué tienes que ir armada?, parece decir. ¿Por qué demonios necesitas pelear? ¿Por qué no puedes quedarte al margen, quedarte a salvo?. Todo ello es lo que él, Gendry, el que en su día era un adulto acompañando a una niña le habría dicho a esa chiquilla. Que evitase el riesgo, que abogara por su seguridad, pero ya no puede exigir nada.

Tiene edad suficiente para mandarle al infierno y exigirle que se meta en sus propios asuntos. Así que solo le queda lanzar indirectas afiladas. Pero estas no la hacen recular.

Con una destreza a todas luces impactante, extrae la daga de su funda y girándola entre los dedos le tiende el mango. Lo examina con cuidado. El mango es abultado, ornamentado con bonitas gemas aunque no pesa apenas. Buen diseño. La hoja se curva describiendo un semicírculo hasta acabar en una estrecha punta. Buen cuidado, piensa observando que está bien afilada.

-Es acero Valyrio.- musita y una sonrisita se despliega en sus labios.- Siempre supe que eras una chica rica mas.

Vuelve a sonreírle, otra pequeña broma privada, una que sigue sin tener del todo claro que esté en el derecho de lanzar pero a la que aun así le pone voz. Y Arya no le defrauda. Su gesto se deforma con una burlona mueca, una conseguida imitación de una mirada altiva. Siente tentaciones de aplaudirla.

Ese gesto haría sonrojarse a la mas fina de las damas.

Pero Gendry sabe que es falso, algo en el gris de sus ojos se lo dice. Ese gris que pasa de escarcha a algo mas cálido en un instante, en ese instante. Porque cuando le mira ya no parece que el gris se esté apagando, no. Ahora danza y se ondula, volviéndose repentinamente brillante, como el acero mojado. Arya le arrebata la daga y vuelve a guardarla con un par de florituras.

Y alza las cejas sin perder su pose al afirmar con refinada voz.

-No conoces a mas chicas ricas.

La boca se le abre ligeramente, no sabe si sorprendido, escandalizado o maravillado, aunque cree, está casi convencido de que la última opción es la buena. No es algo nuevo. Ella siempre consiguió maravillarlo.

La ve dar media vuelta y partir hacia la salida, solo los dioses saben a donde. Clava los ojos en su espalda y no se permite preguntarse por qué. Espera algo aunque no lo sepa y no lo descubre hasta que se gira un instante para mirarle, entonces descubre que es eso lo que ha estado esperando.

Una última mirada, una cargada de ironía, de burla. Repleta de algo incierto.

Y la anticipación se cierne sobre él. La sospecha de que acaban de iniciar un juego. O de retomar uno muy antiguo, uno muy lejano, muy del pasado. De su pasado. Se miran a los ojos un último instante y ambos sienten que la partida ha comenzado y con algo similar al miedo descubren que ninguno conoce las reglas.

Pero no piensan retirarse, hay miedo pero también emoción. Y siempre se ha dicho que es mejor jugar y perder que no jugar nunca.

El dicho "una retirada a tiempo es una victoria" no les pega, no va con ellos. Con su forma de vivir y de ser. Ambos lo saben y por eso lo aceptan, aceptan que hay un juego y que piensan jugarlo. Y sin mas, la chica se da la vuelta y emprende retirada. La llamarada de una fragua se aviva de repente y su luz choca contra ella, desdibujando una sombra oscura contra la piedra.

Y por un instante Gendry cree haber visto algo en esa sombra, algo extraño y lo achaca a su desbordada imaginación.

Porque por un instante, ha visto la sombra de una loba.

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¡Hola!

Me ha dado la neura y he decidido redactar a mi manera (que no tiene por que ser la buena) las escenas que han compartido en la octaba temporada este par de tórtolos. He intentado plasmar lo que creo que pensaban y sentían en estos intercambios y pues... En fín, que esto ha salido jajajajaja

Además no podía resistirme a sumergirme un poco entre Arya y el perro, el team Rocket de GOT. En fin, la siguiente será la conversación sobre la guerra y los caminantes supongo. Muchas gracias por todos los mensajes por cierto, sois unos amores. Bueno, ya me despido. ¡Un besazo!

Valar Morghulis