#1. Envidia.

-¿Te gusta?

La melena rubia de Narcissa se agitó levemente al oír una voz a su izquierda. El rostro que contempló había heredado las facciones firmes y angulosas del retrato colgado frente a ella, en una esquina del salón de los hermanos Carrow.

Amycus sintió sus ojos azules y sonrió, lo que puso de manifiesto sus dientes desiguales, partidos y descolocados por antiguos abusones de colegio. Su cadavérica expresión venía de una piel casi transparente, ajustada contra los huesos, haciendo alarde de su extrema delgadez. Y sus ojos verdes eran de una inocencia que casi siempre inspiraba lástima.

Narcissa Malfoy, por el contrario, representaba la cumbre de los cánones de la elegancia y el estilo. Alta, rubia, perfectamente peinada y vestida. Hasta el brillo de sus ojos encajaba con el de los diamantes que colgaban de sus orejas y cuello.

En ese instante, los dos mortífagos miraban un cuadro de Sir Timothy Carrow, bisabuelo de Amycus, en una escena mitológica de caza.

-Tienes un aire a él.

Amycus se sonrojó visiblemente y desvió la mirada de nuevo al retrato. Odiaba que lo adulasen. Y mucho menos ella.

-Lo encargó mi abuela, para dignificar nuestra visión de la familia –fue su única respuesta, esforzándose enormemente en no tartamudear. Con ella, su voz siempre sonaba a trompicones, suave, distante y aterrorizada.

Pero ella fingía no darse cuenta. Amycus era un compañero como los demás; poco destacable, aunque bastante simpático y respetuoso.

Él la adoraba. Soñaba con ella cada vez que la veía pasar, pero sabía que solo podía mirarla y rezar para que no se le notase demasiado. Ella estaba casada, y con un hombre tan perfecto como lo era ella. No le costaba nada admitir en silencio que la envidia le corroía. Habría matado a Lucius si ella se lo hubiese pedido.

Se miraron un segundo. Unos ojos escrutaban con una curiosidad que rozaba la compasión, mientras que los otros luchaban por esconderse, pero que no querían perderse detalle.

Tras la esquina, un tercer par de ojos avistaba la escena, perfectamente consciente de todo el argumento. Con estos ojos negros, fríos y calculadores Alecto miraba a su hermano coquetear torpemente con una mujer casada con un hombre rico.

Habría matado a Narcissa si llega a acercarse a él.

Tomó aire y lo expulsó muy despacio, para intentar controlarse. Luego abrió los ojos, eligió una sonrisa y se encaminó decidida a estropearles la intimidad de su conversación, mientras no paraba de repetirse una y otra vez que ella no tenía envidia de Narcissa Malfoy.