Recuerdo que desde niña, los videojuegos me parecían lo más impresionante del mundo. Mis padres no me permitieron jugar mucho con ellos porque creían que me distraerían de lo más importante: la escuela. En vez de eso, prefirieron llenarme de libros. Viví rodeada de cuentos de animales ayudando a los humanos, princesas que se rescataban a si mismas y a otros, enamorados que peleaban por estar juntos. Gracias a ellos creé miles de mundos en mi cabeza. Mi imaginación creció enormemente, tanto que hubo momentos en que me encerraba en mi cabeza por horas y sentía la necesidad de sacar esas ideas. Comencé a escribir, a dibujar, a moldear, a construir y a veces hasta tocaba algún instrumento. Años después, cuando cumplí 11, mi mejor amiga me mostró sus videojuegos el día que fui a su casa. Ahí fue cuando te conocí. Entre sus consolas, tanto nuevas como viejas, te encontré. El juego The Legend of Zelda fue el primero que jugué luego de tantos años de no tocar ni un solo control. Me encantó la apariencia, me encantó la forma de jugar, la idea de tener una aventura, de explorar un mundo nuevo que, al fin, podía ver. Me la pasé por horas frente al televisor mientras ella me contaba tu historia y yo seguía explorando el reino de Hyrule torpemente. Días después le rogué a mis padres que me compraran tus juegos, prometiendo sólo jugar los fines de semana y seguir con mi buen promedio. Aceptaron después de unos días y me compraron una Wii y un ejemplar de Skyward Sword. No sólo la historia me cautivó, la música me atrapó con las dulces melodías. Cuando lo acabé, mis padres me felicitaron por cumplir mi promesa, e incluso, mi promedio escolar mejoró. Decidieron regalarme Twilight Princess, luego el DS con Spirit Tracks, después Phantom Hourglass, el 3DS con A Link Between Worlds,
Minish Cap, y así continuaron hasta que tuve todos los juegos. Ahora cumplí 17 años. La verdad nunca tuve muchos amigos; siempre fui invisible. Pero desde que te encontré en ese estante en la casa de mi amiga, no volví a sentirme sola de nuevo. Cuando siento que no le importo a nadie, imagino como sería vivir contigo. Tal vez, tu si podrías notarme. Tal vez, podría tener aventuras a tu lado. Tal vez... Tal vez me enamoré de ti sin darme cuenta... El problema es que... no existes.
